En Cajamarca se juega el futuro
Por César Hildebrandt
En Cajamarca, en Andahuaylas, en Puno, en Cañete, en diversos puntos de la Amazonía, el tema es el mismo: las viejas deudas del centralismo limeño se están pagando. No se trata sólo de la minería sino de una rebelión que nos obliga a mirar lo que nos hemos negado a mirar durante muchos años: los fueros del interior arrasados por una “república burocrática” domiciliada en Lima.
El gobierno es una máquina que fabrica miles de decisiones en este país “unitario” que está hecho jirones. Muchas de esas decisiones atañen al futuro de los campesinos, las comunidades serranas y selváticas, las breves extensiones agrícolas que no están vinculadas a la agroexportación. Es como si la “utopía arcaica” –frase descalificadora y casi miraflorina- quisiera cobrar actualidad y revancha.
¿Qué hacer? ¿Volver a la pólvora y los máuseres como proponen quienes piensan que la única tradición por conservarse es de los toros?
El problema es que les hemos dado pie a los gobiernos regionales a creerse instancias federativas de un país que reconoce sus variadas complejidades. Pero, claro, eso es sólo es de boca para afuera: el regionalismo es bueno cuando acata a Lima y administra los planes del “señor gobierno”; es malo cuando se nos enfrenta.
Es cierto que la realidad andina y amazónica esconde también a los ladrones de madera y a los mineros clandestinos. Hay que combatir esas plagas, pero eso no puede ser argumento para declararles la guerra a quienes malviven en dos tercios de nuestro territorio.
El asunto es elegir. Y el dilema es optar por el pasado o por el futuro.
El pasado no es la agricultura y el cuidado del medio ambiente. Ese es el futuro. El pasado es, más bien, seguir vendiendo piedras, depravando paisajes, volcando en ríos camiones de cianuro o de mercurio. El futuro es darle valor agregado a la minería existente y aprobar los proyectos mineros que se concilien con la preservación de las fuentes de agua. El pasado es La Oroya, Cerro de Pasco, Conga. El futuro es un país que dé el ejemplo explotando con más cautela sus recursos no renovables y creciendo sin seguir la cadencia insaciable de las mineras de oro y cobre y de ese “sistema-mundo” que ha enloquecido y está en plena decadencia.
¿Vamos a ser menos sin Conga?
No. Seguiremos siendo un país minero y serio que cumple sus compromisos. Pero le habremos demostrado a la inversión extranjera que estas no son las comarcas de Tarzán y que aquí el medio ambiente tendrá que ser respetado.
¿Peligraba el medio ambiente con el proyecto Conga?
De eso no hay duda. Este semanario fue el primero en decirlo con documentos y testimonios en la mano. Y la renuncia de una persona de la decencia de José de Echave no hizo sino confirmar la reprobable maniobra que, desde el gobierno y con el ministro de Energía y Minas a la cabeza, quería favorecer a Yanacocha a cualquier costo.
Deliberadamente, al Ministerio del Medio Ambiente se le dio un estudio de impacto ambiental de 20.000 páginas para que lo revisara en quince días. El propósito era que no hubiera revisión ni diagnóstico. Pero José de Echave no se dejó amedrentar y puso a sus mejores técnicos a trabajar día y noche esos quince días. Lo que hallaron bastó para descalificar a Conga: no tenía Licencia Social, como argumentaba, y no había tomado en cuenta el ecosistema en torno a las lagunas y los bofedales. Además, los técnicos dejaron al desnudo serias dudas relacionadas con la valoración económica del proyecto.
La gente del Ministerio del Medio Ambiente con se reunió con funcionarios de Yanacocha. Según De Echave, “las respuestas no fueron satisfactorias”.
La suspensión del proyecto Conga fue anunciada, curiosamente, no por el gobierno sino por Yanacocha. Había en ese texto una informada serenidad y un gran optimismo.
Yanacocha tenía sus razones: tanto en la Presidencia del Consejo de Ministros como en el Ministerio de Energía y Minas la promesa implícita había sido la misma: “esto es una tregua, ahora les corresponde a ustedes ganarse a la población y voltearles el partido a los agitadores”.
Lo que no calcularon es que Cajamarca no se rindió. Al cierre de esta edición, la huelga indefinida continuaba, aunque, sensatamente, se había decidido reabrir de modo parcial las carreteras.
¿Hay agitadores en Cajamarca?
Claro que los hay. Uno de ellos es Wilfredo Saavedra, presidente del Frente de Defensa Ambiental de Cajamarca. Darle la razón al diario Correo no está entre mis aficiones, pero en este caso es cierto que Saavedra parece convencido de que en Cajamarca brotará la chispa de la pradera en llamas con la que sueña. De otro modo no se explica que esté exigiendo, en su página web: “la renuncia de Ollanta Humala por incapacidad política y moral”. De modo que este guerrillero fracasado lo que quiere no es sacar una tajada sino llevarse, entero, el panetón de Conga.
Mal harían Marco Arana y los suyos en sumarse a esta prédica que desacredita el argumento ambiental y hace aparecer a Cajamarca como el botín de unos topos del violentismo.
Y mal hacen quienes ven en el diálogo una claudicación y una suerte de traición al machismo maximalista del señor Saavedra.
En Cajamarca se están jugando cosas mucho más importantes que el supuesto porvenir del ultrismo teñido de verde. En Cajamarca se juega una opción de desarrollo, una manera de entender la vida, un método para crecer sin desatar las iras de la naturaleza.
Y vienen nuevas batallas cajamarquinas. Una de ellas es la del proyecto La Zanja, también de Yanacocha, y otra es Galeno, una inversión China. Ambas explotaciones son auríferas y ambas están situadas en cabeceras de cuenca. Esta batalla recién ha empezado y obligará al gobierno de Humala a abandonar sus dobles discursos. O está con una minería compatible con la preservación del medio ambiente --algo que se puede medir sin histerias regionalistas y con vocación técnica-- o está en la ruta de Fujimori, Toledo y Alan García. Y Benavides, Prado y Odría. Que se decida.
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