vladimiro montesinos keiko fujimori

Por Raúl Allain (*)

Los analistas Percy Medina (representante de la Asociación Idea Internacional) y Fernando Tuesta Soldevilla (exjefe de la ONPE) especializados en temáticas electorales, señalan que la situación actual del Parlamento peruano es reflejo de la crisis que atraviesan los partidos políticos. Señalar que los dos movimientos políticos de mayor influencia en la historia peruana contemporánea: el Partido Aprista de Haya de la Torre y el Partido Socialista fundado por Mariátegui, a la postre renombrado Partido Comunista, se torna imprescindible para indicar determinadas circunstancias que deben entenderse anacrónicas. APRA y PS en sus respectivos inicios -rescatemos- conservaron ideologías y discrepancias sustantivas con respecto a posturas ya sean socialistas o capitalistas, pero no comprendían mayores variables lucrativas. Sólo el pensamiento era motivo para el accionar ante las masas que, con furor, asistían a los discursos. Si bien, en términos generales, los partidos políticos son organizaciones de carácter formal que comprenden dentro de sus objetivos posicionar a sus miembros en el gobierno, la ética en lo que concierne a una cualidad representativa reflejada en intereses comunes en el ámbito peruano debería abarcar nuevas concepciones, pues el populismo expresado en determinadas elecciones congresales, cuestionables, puede alcanzar dimensiones de ridículo histórico. Recordemos la serie de calificativos surgidos en los últimos dos gobiernos para con los congresistas, que si bien atinados, personifican la comidilla del corpus de notas periodísticas que aparecieron sucesivamente. Esta característica se hace notar aún más cuando el “aumentazo” ha quedado sin efecto gracias a la presión popular, hecho que pudo denominarse aurívoro, claro, dejando de lado el valor poético del término.

La reforma a desarrollar sugiere un cambio categórico, el cual a modo de carácter social debe pretender hallar solución a los conflictos que se dan en la estructura básica que ha venido normando y entre los grupos que la componen: ¿partidos políticos e instituciones democráticas?. Verbigracia, remitiéndonos a los problemas que más se prestan o deberían prestarse al debate, podemos referir el método de votación único que conservamos, teniendo en cuenta inminente virtualización del voto en países de primer mundo. Inexorablemente a través de nuestra historia se ha comprobado que la corrupción, variable patente, se ha burlado de las metodologías que se comprenden; por ejemplo en los últimos comicios, específicamente en la segunda vuelta, las llamadas telefónicas en favor del fujimorismo fueron escandalosas. Alertaban lo que significó una suerte de apremiante peligro por si votasen por nuestro ahora presidente, significando una suma considerable de votos a su favor. Inclusive podríamos contrastar las cifras que se iban revelando internacionalmente, principalmente por parte de Reuters (http://es.reuters.com).En el itinerario también se debería incluir la concepción de depuraciones políticas superiores, desde elegir a los candidatos que bien pueden representar (“antes de” y en el período de campaña) con eficacia a determinado sector de la población, la cual suele ser ingente para luego inevitablemente, siendo electos, surjan críticas por parte de entendidos en el tema o comprometidos socialmente. Cobran valor las diestras estratagemas que se plantean. Se ha hablado suficiente de la calidad de voto de los individuos que constituyen la realidad suramericana, pero factores democráticos convencionales suelen ganar la posición. Los idearios expresados componen algunas de las características ilustrativas que pueden aparecer para contribuir a la reforma a plantearse, con el propósito de virar a la desaprobación del Congreso, reflejada en un patético 77, 4% según CPI. El éxito electoral se sucede de manera más vertiginosa, debido a la exploración de diversos sectores sociales, cuales podrían admitir diversos discursos, estando mínimamente vinculados a los procesos ideológicos y organizativos de manifiesto.  

Los dirigentes, como explica Medina, marcan una separación para con las bancadas que conforman el Congreso. Luego de alcanzar esta condición que los catapulta al poder como personajes de rigor y gran representación política, suelen actuar a conveniencia personal, pérfida, dejando de lado acuerdos partidarios. Podemos hallar esta peculiaridad en el estudio clásico estructural y organizativo de Michels, quien a comienzos del siglo XX plantea, mediante la famosa “ley de hierro de la oligarquía”, que los líderes poseen una tendencia a mantenerse en el poder a pesar de los intereses comunes que puedan manifestar sus compañeros de partido. En nuestro contexto vendrían a ser quienes no llegaron al poder y mantienen un compromiso vigente. Así demostramos cómo desde hace más de cien años podemos entender, bajo conceptos básicos, la crítica situación parlamentaria. ¿Cómo debemos actuar? La reforma debe buscar un grado mayor de integración institucional, abarcando un remozado sistema cultural y suficiencia en los sistemas de poder, logrando de esta forma satisfacer las necesidades y demandas del pueblo. Debemos diferenciar el término revolución en los entendidos de reforma, pues esta marca una diferencia transcendental para con el sistema de ideas y creencias, la celeridad con que se producen los cambios y los medios usados. La diferencia entre revolución y reforma, radica en la interrelación entre las metodologías que se utilizan y las maneras que adoptan los gobernantes. Es decir, para la coyuntura actual peruana, dirigentes que actúan medrando el Parlamento, paradójicamente en discurso sus propios voceros y los líderes partidarios principistas.   

Denominados como cascarones, partidos —en estado liberal— sistematizados de manera tal que actúan principalmente para los comicios, que si bien en concepto es un objetivo principal, debemos plantear una estructura asertiva. Para esto último resulta inevitable tomar en cuenta la clasificación de Sartori, quien abarca en sus planteamientos a la totalidad de partidos políticos, sus competitividades y graduaciones ideológicas. Factores de pluralismos polarizados y moderados, estudiándose y comparándose con la realidad, podrían conllevar buenos resultados si hacemos ejercicios comparativos. La sociología debe cobrar un valor decisivo, así el propósito de constancia en la vida de los partidos políticos peruanos conjugaría un conjunto de significaciones que permitan elaborar una sólida cubierta conceptual, la cual podría ejercerse por parte de los responsables con mayor capacidad y responsabilidad ética y moral. Bajo este espectro, lograríamos desarrollar ideologías particulares y comprometidas a nivel nacional. También abarcando especificidades económicas, pues poseer como propósito mayor transparencia en correspondencia al utilizamiento de los gastos públicos, debiera implicar informes con juicios reformatorios que permitan brindar un mejor análisis al pueblo.

Miembros de Acción Popular, partido fundado —recordemos—  por Belaúnde en las elecciones de 1956, nos hacen evocar la tendencia autoritaria del régimen de Alberto Fujimori y su condición de improvisado presidente de la República que no pudo mantener una posición de conciliación o concertación con el Congreso, porque su carácter no lo predisponía para un cometido de este tipo. Las luchas, intercambios verbales resultaban infructuosos, gracias a las características de congresistas que ingresaban, élites con poder adquisitivo pero sin rigor intelectual y profesional. De esta manera la calidad legislativa descendió considerablemente, reflejándose hoy en la devastadora ineptitud de recibir emolumentos descomunales si hacemos comparación con anteriores “padres de la patria”.   

(*) Presidente del Instituto Peruano de la Juventud (IPJ) y codirector del sello independiente Río Negro.


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