Escribe: Róger Rumrrill
Derrame de petróleo
La trágica muerte de más de una decena de personas a causa de la “rabia silvestre” ocasionada por la mordedura de murciélagos hematófagos en la Comunidad de Yankuntich, en el río Morona, y los recientes derrames de petróleo con graves consecuencias para la salud humana y ambiental en la Comunidad de Mayuriaga, en la Provincia del Datém, y en el río Chiriaco, Imaza, prueban y demuestran una vez más que la Amazonía con frecuencia puede ser el “paraíso del diablo” para los pueblos indígenas amazónicos.
A lo largo de la historia amazónica y sobre todo durante el violento ciclo cauchero -a fines del siglo XIX y principios del siglo XX- que costó la vida a más de 50 mil indígenas de acuerdo a los registros del historiador Jorge Basadre, la Amazonía ha sido desde “El Paraíso del diablo”, de acuerdo al título de la novela de Walt Handerburg, hasta “el infierno verde”. Aunque también ha sido “El jardín del Edén” para Antonio León Pinelo y “la tierra prometida” para los colonizadores del siglo XX.
Como ahora ocurre con los impactos del calentamiento global, las víctimas de estos extremos climáticos-inundaciones diluviales, calores infernales, fríos polares y sequías saharianas-son los pobres de este mundo. En la Amazonía, casi siempre los que pagan el enorme costo ambiental del desenfrenado extractivismo de la supuesta economía moderna del siglo XXI son, siempre, los pueblos indígenas.
El derrame
Pero hay un castigo adicional para los pueblos indígenas: invisibilizarlos. Los muertos indígenas pasan inadvertidos. Porque desde el imaginario hipercentralista de Lima, desde la visión eurocéntrica de las clases dominantes, la Amazonía es una tierra incógnita, un territorio salvaje lleno de riquezas para extraer y saquear.
Las tragedias que pasan en ese mundo hay que ocultarlas Por eso el presidente de Petroperú intentó tapar el sol con una mano afirmando que el derrame estaba controlado y no había trazos de petróleo en los ríos Chiriaco y Marañón, mientras que todo el mundo miraba en la televisión la oleaginosa capa oscura de petróleo discurriendo en las aguas del Chiriaco con rumbo al Marañón.
Lo mismo con la muerte de los niños y adultos Achuar de Yancuntich. Las autoridades del Ministerio de Salud y funcionarios de otros sectores quisieron ocultar o, mejor, enterrar la noticia de esas muertes para que no trascendieran a la opinión pública y sobre todo a los medios de prensa. Porque la noticia de esas muertes revelaba el abandono estatal y la indiferencia con los pobres y marginales. Los indígenas amazónicos son invisibles cuando están vivos. Pero también cuando están muertos: en el hospital de Iquitos quisieron impedir que los medios fotografiaran los ataúdes.
El paraíso del diablo en el siglo XXI
Es posible que en 1500 cuando Vicente Yánez Pinzón navegó por primera vez el gran río Amazonas, el paisaje tropical y los pueblos Tupí-Guaraníes asentados en sus orillas le dieron la impresión y la sensación que estaba en el paraíso. A lo largo de medio milenio, los ciclos extractivos-caza y pesca, tala del bosque, los ciclos del caucho, del petróleo y del gas y del narcotráfico, han modificado radical y profundamente ese paisaje y en consecuencia la realidad social, económica y cultural.
Los Achuar de Yancuntich eran recolectores, pero alguien les dijo que deberían entrar a una economía “moderna”, empezando a criar vacas. Pasaron de una economía natural a una economía ganadera, pero extensiva. Pero nadie les dijo que deberían tomar precauciones con los murciélagos chupadores de sangre de las vacas.
Miles de bosquesinos,según la acertada definición del notable antropólogo Jorge Gasché, que antes mitayaban (cazaban) en el bosque, ahora hacen su mitayo en las ciudades, cazando humildes y duros trabajos. Porque el mitayo en el bosque está desapareciendo.
El infierno de la pobreza
Si antes la Amazonía era el “infierno verde” de la violencia, la explotación y esclavitud, ahora es también el infierno de la pobreza para los pueblos indígenas. Por varias causas: destrucción de su hábitat, despojo e invasión de sus tierras y territorios por el extractivismo hidrocarburífero, gasífero y la minería aurífera avalada por los “paquetazos” de Ollanta Humala. No sólo eso. Toda la riqueza económica generada por esta economía primaria exportadora les llega a los indígenas en cuenta gotas. Pero casi nunca les llega.
Las cifras al respecto son espeluznantes. El canon y sobrecanon que recibió Loreto en los años 2010 y 2013 sumó 1,226 millones de soles. De ese total, sólo llegó menos del 2 por ciento a los distritos rurales de población indígena y donde se extrae el petróleo. Ese canon y sobre canon se calculó para los años 2015 y 2018 en 4, 289 millones de soles estimando el precio del barril en enero de 2015 en 115 dólares el barril. Ese precio ha caído a 30 dólares y el canon y sobre canon de Loreto en la práctica ha desaparecido.
Frente a un Estado y un gobierno autistas y una derecha económica y política para quienes la Amazonía es un territorio salvaje por explotar y saquear, a los pueblos indígenas sólo les queda la unidad y la resistencia.
La unidad, la reciprocidad, el poder del Ipamamu, la fuerza identitaria y cosmológica que ha permitido la sobrevivencia de los Jibaro-Jíbaro y otros pueblos indígenas amazónicos a través de los siglos y milenios.
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