Perú: Los ríos amazónicos convertidos en servidumbre
La valoración de los impactos de la actividad hidrocarburífera en la Amazonía puede concluir en resultados tan dispares como lo son las posiciones de sus emisores. Desde las compañías petroleras – las autoras de los impactos- así como su entramado de consultoras e instituciones clientelares, se tenderá a relativizar la afectación de sus actividades, minimizando- ignorando si pueden- o externalizando los impactos.
Frente a ese discurso absolucionista, las comunidades amazónicas —las receptoras de los impactos— responden con débiles quejas que frecuentemente se traducen en demandas de compensación.
Este artículo tiene por objetivo la consideración del transporte fluvial de las compañías petroleras como uno de estos impactos generalmente ignorados o, como máximo, arrinconado en el apartado de impactos indirectos.
Camisea y los pueblos del Urubamba
“Con la pesca y la caza limitada por los botes y helicópteros de las compañías petroleras, las comunidades indígenas del Bajo Urubamba mendigan resignadas compensaciones económicas para solventar necesidades momentáneas.”
Para las comunidades ashánikas, yine yamis, machiguengas, kakintes, nahuas y nantis, que habitan las orillas del río Urubamba o en sus afluentes, el permanente tráfico fluvial de las compañías petroleras ha deteriorado sustantivamente el sustento alimentario que proporcionaba el río.
El río Urubamba, nace a pocos kilómetros del homenajeado Machu Pichu y desciende por el legendario Pongo de Mainique, un enclave sagrado para los machiguengas regando una extensa región amazónica conocida como el Bajo Urubamba, con un área en torno los 25.000 Km2. La cuenca abarca 10 microcuencas y se encuentra delimitada geográficamente por importantes áreas etnogeográficas, como son el Santuario Megantoni por el Sur, la Cordillera de Vilcabamba por el Este, la Reserva Nahua-Kugapakori por el Oeste y la formación del Río Ucayali por el Norte.
Desde 2003, el proyecto Camisea genera una sobria actividad fluvial que afecta todo el Bajo Urubamba y se siente por el río Ucayali hasta Pucallpa.
Los 8 grupos étnicos que habitan esta cuenca experimentan una acelerada erosión cultural por los patrones de convivencia forzada con las compañías petroleras.
Hoy día, al controvertido bloque 88 – con sus 6.85 trillones de pies cúbicos de gas y con el compromiso presidencial para destinar todo el gas a consumo interno- se le añaden los bloques vecinos 56 (Pluspetrol), 57 (Repsol YPF) y 58 (Petrobras). Cada una de estas empresas usa las aguas del río Urubamba para transportar todos los insumos para la apertura de líneas sísmicas, construcción de campamentos, perforación de pozos o tendido de gasoductos entre otros.
También el cielo amazónico es usado como servidumbre de paso para un intenso tráfico de helicópteros de una y dos hélices. Aunque la ley exige no sobrevolar las comunidades a menos de 1 Km. de distancia, el equipo de Alerta Amazónica comprobó como el cielo de las comunidades de Camisea, Kirigueti y Shivankoreni eran continuamente violado por el transporte de piezas de gasoducto desde la estación Malvinas al pozo Mayapi, en el lote 56.
Atalaya, puerto petrolero
El río Ucayali se forma en la confluencia de los ríos Tambo y Urubamba. En este punto se encuentra la ciudad emergente de Atalaya, que con sus 35.000 habitantes, ha duplicado su población en la última década. En su puerto, cada tarde desembarcan lanchas de las compañías petroleras que exploran y perforan los hidrocarburos del bajo Urubamba. Centenares de trabajadores con diferentes uniformes agotan todas las plazas hoteleras. Son los trabajadores de las subcontratas de Repsol, Pluspetrol y Petrobras, que regresan de los transportes fluviales y de las campañas sísmicas, selva adentro.
Francisco Sousa Mendoza, alcalde de Atalaya se enorgullece del crecimiento del municipio. “La ciudad se prepara para seguir creciendo. Estamos trabajando duro para acondicionar una carretera que permita conectar este punto geoestratégico”. A Orillas del Ucayali, existe un parqueadero de barcos de gran tonelaje. Son las “chatas” que surcan el Urubamba sólo en época de lluvias. En la mitad del año se encuentran aparcadas a pocos meandros del pueblo. Actualmente, se está construyendo un puerto logístico para estos barcos en una comunidad Ashaninka, a escasos kilómetros de Atalaya, por lo cual se deforestaron dos kilómetros de orilla ribereña.
Inseguridad fluvial
Cuando baja el caudal, todo el transporte se hace fraccionando la carga en múltiples botes que trajinan a toda hora por el río, con su particular ruido de motor y oleaje.
Para los habitantes del río, la velocidad de las lanchas supone un riesgo para su seguridad. Con sus canoas propulsadas a remo o motor “peque” se sienten amenazados por los efectos de una súbita ola. En la comunidad machiguenga de Kirigueti se reportó la muerte de una niña al voltear su canoa por culpa del oleaje producido por las embarcaciones de Pluspetrol.
Recientemente, se presentó una denuncia en el Juzgado de Atalaya por la responsabilidad de Petrobras en el hundimiento de una lancha con cuatro pasajeros y toda su carga, el pasado 22 de mayo de 2011.
Derrames de gas
En todas las comunidades asháninkas y machiguengas del Bajo Urubamba, se recuerda el derrame de 2004. Una rajadura en la parte inferior del ducto de transporte de líquidos de gas natural generó un derrame de aproximadamente 1151 barriles. La empresa Transportadora del Gas de Perú (TGP), dueña del gasoducto y responsable del accidente, demoró varios días en informar a las comunidades más cercanas sobre los peligros de ingerir agua y pescados contaminados. Las comunidades río abajo, detectaron recién el peligro “cuando los pescados bajaban flotando panza arriba”- advierte un comunero de la Comunidad Nativa de Shinkiato, a varias horas de navegación del lugar del derrame. En ese momento las organizaciones indígenas se movilizaron contra las empresas, las cuales reconocieron convenios de compensación más allá de las pocas comunidades “directamente afectadas”. Varios testimonios advierten del comportamiento autoritario y poco dialogante que tuvo la empresa TGP en la gestión de esta crisis y los siguientes accidentes que lamentablemente se han ido sucediendo por todo el recorrido.
Inseguridad alimentaria
A los derrames accidentales de los gasoductos que salen del proyecto Camisea y los posibles accidentes en los futuros ductos proyectados en las cuchillas de los cerros para conectar los lotes 56,57 y 88, hay que valorar los impactos de baja intensidad provocados por el continuo tráfico de las lanchas petroleras. Una monitora fluvial entrevistada en la Comunidad Nativa de Camisea, verificó el paso de una media de 100 botes diarios por su comunidad. Los ruidos, los pequeños vertidos de gasolina y el oleaje disminuyen tanto la población ictícola como la actividad de pesca propiamente dicha. Múltiples voces del Bajo Urubamba alertan que en esta época de “Mijana” (subida estacional de los peces a las cabeceras) la pesca ha disminuido a límites históricos.
Con la pesca y la caza limitada por los botes y helicópteros de las compañías petroleras, las comunidades indígenas del Bajo Urubamba mendigan resignadas compensaciones económicas para solventar necesidades momentáneas.
Mientras tanto, el río Urubamba, convertido en Hidrovía Petrolera, desplaza más insumos petroleros para desarrollar nuevos campos gasíferos que multiplicarán las posibilidades de derrame. El futuro está echado para los pescadores del Urubamba.