Alfonso Bouroncle Carreón, Studium, Lima, pp. 115-149
Guerra del Pacífico, la batalla de Lima. 46 Ocupación de Lima
Bergasse du Petit-Thouars |
Petit Thouars emplaza a los chilenos
Frente al abandono que de la ciudad había efectuando la autoridad política, ésta sólo se ejercía por el licencioso, irresponsable y amigo de Piérola, Pedro José Calderón, dedicado a "recoger y recibir" centenares de miles de billetes "Incas" (145) sin importarle lo que sucediera en la ciudad con una desenfrenada soldadesca chilena.
Al triunfo en Miraflores, los invasores esperaron el desenlace de los acontecimientos. Supusieron que la conquista de Lima se efectuaría por etapas y, mientras llegaba la tercera y tal vez última batalla, se dedicaron a saquear y destruir Miraflores. Conocieron que muchos batallones de la reserva no entraron en combate, así como el ala izquierda del frente miraflorino constituido por soldados de línea y, que igualmente, alguna artillería quedaba en poder de los peruanos, además de aquella montada en los cerros de San Cristóbal, San Bartolomé y otros, ya que ignoraron que no servía para mayor cosa por su posición y distribución. Esa situación de incertidumbre y desconocimiento de la situación real del frente de Lima se reflejó en las palabras del ministro de guerra de Chile Sotomayor en la noche del día 15 a José Vicuña y publicada en su "Carta Política" (146):
"ninguna operación habría más importante y oportuna, que reorganizar esta noche misma una división y atacar a Lima a la madrugada, sorprendiéndola en medio de la confusión y espanto que debe haberles producido la derrota de esta tarde; es imposible hacerlo, por el estado en que se encuentra el ejército. . . Nos veremos forzados aponerle sitio, y esperar que se rinda por sí sola".
Por su parte "La Actualidad", periódico del ejército chileno, publicó en su edición del 12 de febrero de 1881 al referirse a esos acontecimientos: (147)
"La noche sobrevino luego de terminada la acción, y no pudo saberse si el enemigo deshecho había recalado en Lima, ni si habría que ir todavía en su demanda al día siguiente contra sus postreras fortificaciones. . . ¿Pensaría el enemigo en presentar nueva resistencia en su rincón postrero, en Lima? Esta era la cuestión que preocupaba a todos".
En Lima, la situación fue desesperada pues la población en general, temía lo peor, que en la ciudad se repitiera lo acaecido en sus distritos del sur, que continuaban consumiéndose por las llamas. Surgió pánico generalizado al enterarse que Piérola los había abandonado sin dar alguna disposición sobre el gobierno local. Ese temor provocó que la población huyera sin conocer a dónde ni en qué, y las calles de Lima se llenaron en la noche del 15 al 16 de tumultos y miles de soldados, los mas portando armas y solicitando ser conducidos a enfrentarse nuevamente al enemigo. En esa oportunidad, más que pensar en la propiedad se pensó en la persona y el honor.
Es en esas circunstancias que nuevamente entró en juego el cuerpo diplomático. Por la experiencia de esos días y preocupados por la vida y propiedad de sus conciudadanos, que sabían que la soldadesca chilena desatada no respetaba banderas extranjeras ni escudos consulares y que ingleses, italianos o cualesquiera otros eran ejecutados al igual que cualquier peruano y sus propiedades saqueadas e incendiadas. Frente a esa realidad, el cuerpo diplomático, en la noche del 15 envió una comisión de dos oficiales, uno inglés y otro italiano a parlamentar con el general Baquedano. El segundo regresó la misma noche comunicando que su compañero traería la respuesta, que fechada el mismo 15 a las once de la noche, llegó a Lima al día siguiente traída por el oficial inglés, Carey Brenton, en la cual Baquedano pidió la entrega de la ciudad con la siguiente amenaza: (48)
"Bombardear desde mañana mismo la ciudad de Lima, si lo creía oportuno, hasta obtener su rendición incondicional".
El alcalde fue enterado del úkase y Rufino Torrico lo comunicó a los concejales, quienes delegaron en él la realización de gestiones ante el general chileno. Cumpliendo ese encargo, el alcalde de Lima fue a entrevistarse con Baquedano acompañado por los ministros extranjeros, que el día anterior y previo a la batalla, habían conversado con el general chileno, al cual pidieron se respetara la vida y propiedades de los neutrales. Esos diplomáticos, a su vez, llevaron a los comandantes de las flotas extranjeras surtas en el Callao, y cuyo conjunto fue más poderoso que la flota chilena.
Baquedano exigió que la ciudad se rindiese a discreción y el alcalde, sin tener en qué amparar una negativa, aceptó. Seguidamente los diplomáticos exigieron que como garantía a los neutrales, "que no se hiciese daño alguno ni ofensa a la ciudad" (149). Se les respondió que era imposible lograrlo, por no poderse controlar a pequeños grupos desoldados que podían desmandarse. Frente a esa velada negativa y que se insinuaba la prosecución de los atropellos y desastres de días anteriores, el almirante francés Bergasse du Petit-Thouars, que actuó como jefe de los oficiales extranjeros, manifestó que de producirse en Lima los delitos y crímenes que asolaron Chorrillos, Barranco y Miraflores, "La escuadra extranjera rompería inmediatamente el fuego contra la de Chile" (150).
Al escuchar que su flota sería hundida, recién Baquedano aceptó comportarse decentemente y, por arreglo con el alcalde R. Torrico, tropas escogidas entraron a Lima el día 17, dando tiempo a desarmar a los soldados que deambulaban por las calles, evitándoos enfrentamientos estériles.
Lo acontecido es relatado por el ministro de Italia en Lima en nota del 28 de enero de 1881:
"Resulta de esta sucinta relación que la salvación de esta capital se debe únicamente a la interposición del cuerpo diplomático".
Los chilenos viendo que la captura era una realidad y presionados por el cuerpo diplomático, aceptaron ingresar a Lima recién el día 17, dando tiempo a la preparación de la entrega.
Es interesante que el documento de dicha entrega de la capital no sólo fuera suscrito por Baquedano como general en jefe, Vergara, ministro de guerra y Altamirano, agente diplomático, por parte de Chile y Rufino Torrico como alcalde de Lima por Perú. Igualmente fue suscrito por los representantes diplomáticos y su correspondiente comandante de flota de guerra surta en el Callao, como garantía del cumplimiento del compromiso por parte de Chile, ya que el Perú estaba postrado e inerme en su capital. Anexo No. 44.