El infierno de las palestinas

Mercè Rivas Torres (*)

Las mujeres palestinas siguen sometidas a sufrimientos y agresiones que les conducen a estados depresivos. Naciones Unidas afirma que las mujeres “constituyen la mayoría de los enfermos mentales debido a las presiones y tensiones de sus vidas”. No hay mujer en Gaza o Cisjordania que no tenga en su familia hijos o marido que no estén en prisión o hayan fallecido. La alta tasa de natalidad es de 5,8 y eso unido a la escasez de trabajo, a que sus viviendas han sido derruidas por el ejército israelí, a una sanidad deficiente o a la falta de movilidad con intimidaciones sufridas en los controles, hace que sus vidas estén al límite. La gran mayoría de ellas se han convertido en responsables del grupo familiar, tanto desde el punto de vista económico como del cuidado de hijos y ancianos. Sus índices de pobreza y desempleo (el 67% y el 40%) socavan su energía.

 

Conseguir un trabajo es complicado pero todavía lo es más cruzar los 500 controles de seguridad o los 400 kilómetros de muro que separa terrenos, familias o poblaciones. Aquejadas en su mayoría de desnutrición crónica, hace que pierdan a más de la mitad de sus hijos. Esta situación puede empeorar si viven en los campos de refugiados palestinos de Líbano, Siria o Jordania.

Tampoco nos podemos olvidar de las prisioneras, que aunque no representan una cifra muy elevada, son tratadas sin ningún tipo de respeto. La mayoría de ellas están recluidas en las prisiones de Telmond, Ramleh y Haifa, situadas fuera del territorio palestino, saltándose el artículo 76 del Convenio de Ginebra, a pesar de que Israel firmó la Convención contra la Tortura y otros tratos o Penas Crueles. Organizaciones humanitarias como Amnistía Internacional denuncian casos de tortura y condiciones extremas debido al hacinamiento en celdas, escasez de comida, falta de luz e higiene y una comunicación limitada con el exterior, ya que sólo pueden enviar cartas a través de Cruz Roja después de ser revisadas por oficiales israelíes.

La salud de las presas suele ser muy débil, padecen anemias, grandes trastornos con sus menstruaciones y en el caso de las embarazadas la situación se agrava ya que la desnutrición de la madre afecta directamente al feto. Las reclusas palestinas que están a punto de dar a luz van al hospital encadenadas de pies y manos y una vez que finaliza el parto se las vuelve a encadenar. Los familiares de las prisioneras palestinas necesitan un permiso para visitarlas.

Según informes de psiquiatría de MSF (Médicos sin Fronteras) en la ciudad de Nablus, un 40% de sus pacientes son mujeres y otro 40% niños. Las patologías más corrientes en las mujeres son insomnio, ansiedad, depresión, irritabilidad y en el caso de sus hijos: incontinencia urinaria, fracasos escolares o agresividad. Esta última actúa como cadena de transmisión entre madres e hijos, según estudios de la UNRWA (Naciones Unidas para los refugiados de Palestina), ya que al vivir en un continuo estado de estrés, estas mujeres suelen desahogarse inconscientemente con sus hijos, transmitiéndoles frustración y agresividad.

La psiquiatra y escritora Samah Jabr (Asociación Psiquiátrica Palestina) recuerda la entrada en urgencias de una mujer padeciendo ceguera súbita producida al ver a su hijo asesinado por una bala que le entró por un ojo y le salió por detrás de la cabeza. Pero además de todas estas consecuencias de una vida entre violencia, aumenta la prostitución y el SIDA en los territorios palestinos. Según la Oficina Estadística Palestina, el aumento de mujeres que se dedican a la prostitución ha sido alarmante. Muchas de ellas están casadas y suelen ser esclavas de sus parejas y la mayoría de ellas, un 62%, ha sufrido maltratos. De hecho la legislación ni siquiera las protege. En casos de violación se distingue a las que son vírgenes de las que no lo son. La pena por forzar a una mujer no virgen es mínima, irrisoria. Están desprotegidas frente al abuso físico como a la hora de contraer enfermedades de trasmisión sexual como es el SIDA. La desgarrada vida de estas mujeres es sin embargo silenciada tanto por sus dirigentes o familiares como por la comunidad internacional.

Las palestinas perciben la guerra como un genocidio, por eso quieren seguir pariendo hijos a pesar de las dificultades. Mientras tanto nos encontramos con voces como la de la psiquiatra Samah Jabr que denuncia que para toda la población palestina sólo existen dos hospitales, difíciles de acceder a causa de los puestos de control y no llega a la veintena de psiquiatras.

(*) Periodista y escritora