Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo
Trujillo, abril 19, 2007
Señor rector de la Universidad César Vallejo, Sigifredo Orbegozo
Señor embajador Félix C. Calderón
Señor Manuel Jesús Orbegozo
Autoridades de este importante centro de estudios.
Señoras y señoras:
No todos los días un modesto periodista, tiene la feliz oportunidad de ser invitado por un centro académico de tanto y tan bien ganado prestigio como la Universidad César Vallejo. El vate liberteño y poeta del mundo, cuyo nombre ustedes llevan como blasón inconfundible en honor a las letras, al amor que éstas inspiran y a la dinámica que impulsa este elan vital, esta noche, se engalana y sublima con un propósito no menos loable: presentar el segundo tomo de otra de las célebres entregas del embajador, también liberteño, Félix C. Calderón, Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, en el capítulo, La fanfarronada del Congreso de Panamá. No sé bien a cuento de qué estoy yo aquí, que de presentaciones nada sé y mucho menos de trabajos históricos como los que suele acometer el embajador Calderón, al frente de ustedes. Pero en la tribuna de la inevitable circunstancia siento que debo empinarme, hacer el mejor esfuerzo y convocarles a una velada que tiene, por fuerza de las circunstancias, que convertirse en fecha señera, parteaguas indudable, marcador resistente, aporte notorio, punto de quiebre, en suma, una señal de alerta desde Trujillo en La Libertad, para todos los pueblos del Perú.
Trujillo, abril 19, 2007
Señor rector de la Universidad César Vallejo, Sigifredo Orbegozo
Señor embajador Félix C. Calderón
Señor Manuel Jesús Orbegozo
Autoridades de este importante centro de estudios.
Señoras y señoras:
No todos los días un modesto periodista, tiene la feliz oportunidad de ser invitado por un centro académico de tanto y tan bien ganado prestigio como la Universidad César Vallejo. El vate liberteño y poeta del mundo, cuyo nombre ustedes llevan como blasón inconfundible en honor a las letras, al amor que éstas inspiran y a la dinámica que impulsa este elan vital, esta noche, se engalana y sublima con un propósito no menos loable: presentar el segundo tomo de otra de las célebres entregas del embajador, también liberteño, Félix C. Calderón, Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, en el capítulo, La fanfarronada del Congreso de Panamá. No sé bien a cuento de qué estoy yo aquí, que de presentaciones nada sé y mucho menos de trabajos históricos como los que suele acometer el embajador Calderón, al frente de ustedes. Pero en la tribuna de la inevitable circunstancia siento que debo empinarme, hacer el mejor esfuerzo y convocarles a una velada que tiene, por fuerza de las circunstancias, que convertirse en fecha señera, parteaguas indudable, marcador resistente, aporte notorio, punto de quiebre, en suma, una señal de alerta desde Trujillo en La Libertad, para todos los pueblos del Perú.
Noten ustedes que en el auditorio también está otra personalidad de esas que se forjan en el yunque de los años con méritos propios, luz iluminadora y bondad serena y profesoral como testimonio vívido y ambulante de que a estos hombres hay que quererlos porque siempre entregaron todo de sí, por el Perú de sus amores, por el amor a la causa de justicia y por la enseña indoblegable de ser periodistas con la verdad ante todo y como escudo a lo largo de altas y bajas, siempre con la frente en alto y la pluma como arma de trabajo. Señoras y señores me refiero al maestro, liberteño también, Manuel Jesús Orbegozo, que hace apenas pocos días en Lima hiciera, él sí, una magnífica presentación del libro del embajador Félix C. Calderón.
¿Y qué mejor forma de entrar en materia, convocándonos todos, al conjuro de la figura tutelar de César Vallejo y repitiendo sus palabras marmóreas en Intensidad y Altura?:
Quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo; no hay cifra hablada que no sea suma, no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma; quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay tos hablada, que no llegue a bruma, no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, carne de llanto, fruta de gemido, nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido; Vámonos a beber lo ya bebido, vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.
Para quienes sospechasen que no hay trabazón entre las inmortales frases del poeta y cuanto vamos recitando esta noche, sugiéroles que no lo hagan así. Por el contrario, invito a la Universidad César Vallejo a una aventura del espíritu porque espiritual es la carga emotiva que embarga toda empresa humana que comienza en la idea para arribar a sus realidades mondas y lirondas.
Fue la intensa lectura detallada la que consiguió para el embajador Félix C. Calderón resultados asombrosos, dicientes y que él, con generosa valentía, decidió poner al alcance de la opinión pública nacional y mundial, en forma de libros. Se atrevió a cruzar el Rubicón impertérrito e intocable que, prácticamente, había hecho de Simón Bolívar, no un hombre, sino un santo, a quien sólo había que atribuir hechos magníficos, proezas titánicas, cúspides o Himalayas históricos de inconcuso refrendo, como también acrítica y mediocre aceptación. Lejos de cargar las tintas hacia dicterios o invectivas de fragilísima factura y fácil aclaración, el historiador historió en los testimonios que Bolívar mismo dejó por mano propia o por interpósita y analizó con rigurosidad acerada cuánto de lógico, impostado o sobre-actuado, hubo en aquellos párrafos, ora largos ora crípticos, románticos o cínicos que la posteridad ha guardado con discreta pasión.
En buena cuenta, el embajador Calderón traza, con las mismas cartas de Bolívar, una confrontación entre lo que dicen las palabras y lo que aconteció merced a las crónicas de la fecha, a la historia y encuentra serias y muy difíciles contradicciones, embrollos, no pocas revelaciones y desaguisados de muy alto voltaje.
Pudo escribir el maestro, recientemente fallecido, Alfonso Benavides Correa, en el prólogo al primer tomo de Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, La Usurpación de Guayaquil:
“La miopía de Bolívar
Bolívar, ahora, es el cautivante y polémico personaje que, con abundante y novedosa información, así como con brioso estilo, captura el interés del embajador Félix Calderón, este nuevo libro con el que incrementa su rica producción intelectual.
No es este libro un nuevo panegírico, sumiso y rendido, como el Homenaje a Bolívar publicado en 1942 por la Sociedad Bolivariana del Perú o los Testimonios (estudio y discursos) sobre el Libertador publicados en Caracas en 1964, por la Sociedad Bolivariana de Venezuela, sin olvidar, después el famoso Discurso de José Domingo Choquehuanca, la exposición de Benito Laso a los electores de Puno la Epístola de José María Pando.
Omitiendo en este apresurado prólogo preferencias a la Federación de los Andes y a la Constitución Vitalicia jurada el 9 de diciembre de 1826 y abolida, cincuenta días después el 28 de enero de 1827, provocando una vigorosa oposición en la que prevaleció, como aspectos principales, el nacionalista, el democrático y el personalista que, el 28 de julio de 1828, citó Mariano José de Arce en la notable Oración Patriótica en la que, combativamente, se expresó así: “Por muy grandes que fueran sus servicios, aunque todo lo hubieras hecho sin ayuda de nadie...... aunque nada le hubieran servido los brazos de los soldados de las dos repúblicas y los recursos de los pueblos de la nuestra, aunque él sólo hubiera restablecido la libertad, la gratitud no debía premiarle a expensas de esa misma libertad. Hacer de la patria el patrimonio de él habría sido destruir su propia obra. El honor y la razón han prescrito cierto límites a la gratitud y es una injusticia, un atentado, pretender traspasarlos. Todos los peruanos deben conservar agradecimiento eterno a cuantos les han ayudado a conquistar su libertad; pero un servicio, por muy grande que sea, pierde todo su valor cuando se pretende cobrarlo exigiendo una injusticia y una bajeza”.
Bolívar —el guerrero, el hombre de salón, el orador, el escritor, el político, el estadista, el legislador— no amó al Perú.”
¡Precisamente! Acaso uno de los méritos más valetudinarios en que incurra el embajador Félix Calderón en estos dos tomos iniciales, sea el de haber estudiado a Simón Bolívar, el hombre de carne y hueso, el cínico gobernante que influye sobre hombres y Estados y que, con el título de dictador supremo, dividió países, consagró héroes que no lo fueron y que no amó al Perú porque aquí vino con un designio, de repente hasta genial, pero distinto, foráneo, alejado, de cualquier proyecto nacional que tuviere como centro, epicentro y terremoto de sus mejores conquistas, al Perú de los Incas, a la nación de naciones y al hermoso país que nos vio nacer. ¡He allí una demostración de cómo una buena costumbre, la lectura intensa, raigal, firme y sinceramente crítica, produce revoluciones como las que protagoniza, de repente, sin saberlo del todo, el embajador Calderón!
Somos un país con ciudadanos que han olvidado el buen hábito de la lectura. Formamos una nación con ignorancias de suyo condenables. Tenemos el raro referente de escuchar semi-verdades que, con el tiempo, trocaron en sentencias apodícticas. Así, el semi-tartamudo, deviene en orador dilecto. El iletrado con algún respaldo de dólares y dichos que a fuer de repetidos, tornan en aforismos intelectuales, en sabio o politólogo, si se dedica a la política, o analista si demuestra que es menos burro que el resto. Un país que se arma sobre cimientos al 50%, sólo tiene la mitad de su fuerza o apenas si convoca a la epidermis de su ser contra un mundo agresivo que nos arrasa con la fuerza de 100 huracanes premunidos de tecnología, capital y monstruos, en forma de hombres o mujeres, que nos avasallan con su nuevo lenguaje, la mitad en inglés y el resto en sílabas (también en inglés) y que nos convierten en títeres marginales, payasos insuficientes y seres casi sin dignidad y carentes de cualquier signo de historia, pasado, apego a la tierra o culto a sus mártires.
Pretendo esta noche celebrar con ustedes el rito de una avenida nueva que es una aventura que ya tiene un portaestandarte porque así lo ha labrado su esfuerzo lector y pionero. Ambiciono que La Libertad, a través de sus hijos contemporáneos y que militan por el mundo, dando plena demostración de sus inteligencias, dé hoy al Perú un mensaje firme por novedoso, claro por rotundo, genial porque es posible:
Señoras y señoras, propongo que a partir de la fecha, todos los 19 de abril, se celebre el Día Peruano de la Lectura y que también reconozcamos a su insigne creador, el embajador nacido en La Libertad, ciudadano del Perú y del mundo: Félix Calderón Urtecho.
Entonces, volvamos a la fuente y acudamos a César Vallejo en su poema Masa:
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar
Caminemos por la paráfrasis:
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras Lectura te amo tanto!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
La rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate Lectura!” Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra la rodearon; les vio la Lectura triste, emocionada; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar”
¡Esta noche, noche pionera, noche de estrellas y esperanzas de grito al porvenir y puerta al horizonte nacional, la Lectura, por obra demostrativa de cómo sirve y enriquece, ha quedado consagrada con su día, el 19 de abril y su autor, el embajador Félix Calderón, como jalones de qué puede hacer el espíritu cuando consagra con fuego creador y atrevido lo mejor de su inteligencia y lo más hermoso de su amor por el Perú!
¿Que nos alejamos de la presentación del libro? ¡No del todo! Había anunciado mi desconocimiento real de qué hacía aquí, por tanto, no pueden decir que no maliciaban que iba a transitar por caminos distintos y audaces. Sin embargo de cualquier duda, les pido que nos elevemos hacia aquellas dimensiones de los hombres y mujeres grandes que marcan con fuego de historia y llama incandescente de forjadores de sus epopeyas, hacia el llamamiento de una gran empresa espiritual y cultural que parte de Trujillo y su universidad César Vallejo y su gonfalonero ilustre, el embajador Félix Calderón, hacia más al norte, al este y al oeste y al sur del país. Convocatoria que hace sonar las trompetas del nuevo Jericó para derrumbar los muros de la ignorancia y la falta de conocimientos. Conjuro de retarnos nosotros mismos, como lo hizo el embajador Calderón al meterse en una bronca contra miles de historiadores, que más que historiadores han sido panegiristas rendidos a la loa fácil y al elogio políticamente conveniente, en una pelea desigual, rodeado por el silencio oficial de los miedos de comunicación-intoxicación.
¡Ni una línea alusiva a la presentación del libro en su segundo tomo en Lima! ¡Ni siquiera porque en ella tuvo parte principal de exposición el maestro Manuel Jesús Orbegozo, periodista de los buenos, de fuste y pluma temible! ¡Sin respaldo de su alma máter, la propia Cancillería que, como de costumbre, y yo siempre hablo muy claro y eso lo sabe el embajador Calderón, se hizo la sorda! ¡Frente al silencio de los mediocres, esta noche hacemos el llamado al conjuro de amor al Perú, de hacer, nuevos caminos con ideas lustrosas y conmemorando, a partir del 2007, el 19 de abril como el Día de la Lectura nacional!
No soy ni aspiro al sueño interesante de ser académico. Soy apenas un soldado que milita en el periodismo de frente y con todas sus letras. Y eso me avitualla de ciertas libertades, por ejemplo, me he saltado el canon normal que es discurrir por la obra que ustedes leerán, ahora, estoy seguro, con mayor ahínco. Pero es que Perú tiene que caminar por los derroteros originales que sus hijos propongan para mejor descubrir las alamedas democráticas que nos procuren un Perú libre, justo y culto.
Tenemos aquí en Trujillo, esta noche, el paradigma viviente de qué produce la lectura crítica y la práctica de un ministerio grave, examen de conciencia que citaba Alfonso Benavides Correa, reiterando a José de la Riva Agüero, en Félix Calderón. Y la galería de hombres ilustres, peruanos todos, y con obvio y célebre predominio de los liberteños, a los que se agrega con inconfundibles pergaminos, Manuel Jesús Orbegozo, están casi compelidos a dar los aldabonazos de un Perú redimido de su ignorancia y liberado de los grilletes más crueles que pueden atenazar a cualquier país: los de la incultura y la falta de crítica. El embajador Calderón pecó, si es pecado aquello, de crítica generosa y abundancia de sentido cultural, nacionalista y peruanizante sentido de vivir la vida, aquí, y cuando está fuera, recordando su origen y haciendo de su embajada portavoz, chasqui y atronador grito de propaganda de nuestras riquezas turísticas, culturales y económicas que es otra dimensión fundamental de su tarea diplomática.
Vuelvo al ya mentado, varias veces hoy, maestro Benavides Correa, cuando en el citado prólogo de hace dos años fragorosos, de forja dulce y de horas luengas como apasionantes porque así era trabajar con él en empresas comunes y escribió palabras que puédense aplicar también, con igual sentido y cariño fraterno, al segundo tomo La fanfarronada del Congreso de Panamá:
“La crítica, sin embargo, no será unánimemente laudatoria. Las críticas se resienten de superficialidad, de carencia de fundamentación histórica y sociológica seria; no van a fondo en el examen de los problemas ni intentan revisión alguna de las cuestiones que realmente importan a la República; optando generalmente por el ominoso silencio. Esto ocurre no sólo en el Perú. Es el caso de Manuel Ugarte o el coraje civil. En su Historia de la Nación Latinoamericana anota Jorge Abelardo Ramos: “el irritado silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel de “emigrado interior” del intelectual del 900 en las semi-colonias, sino al “leprosario político” en el que la oligarquía y sus amigos de la izquierda cipaya recluyen a los hombres de pensamiento nacional independiente”.
¿Será una trágica constante, al cabo de años de apostolado, de no evadir los temas esenciales del drama, luciendo el coraje moral de estar contra los mandarines, tener, sin prensa adicta, un atardecer escéptico por el silenciamiento?
Lima, junio del 2005”
Apreciado embajador Calderón, señoras y señores: había que salir de Lima, esa capital infecciosa de placeres mundanos, frivolidades criminales y delicia de seres fáciles a quienes no alcanza la grandeza provinciana que crea, como lo hemos hecho hoy, un derrotero, una esperanza, una señal de alerta, en la oscuridad tenebrosa, en los potros de bárbaros Atilas que padece el país desde cientos de años a la fecha. Es su voz escrita con entregas de lectura profunda del embajador Calderón, vertidas en ya más de 8 libros, los que alientan la esperanza de surcos jóvenes que aguardan al obrero humilde de lecturas múltiples y enriquecedoras de su mañana mejor porque así tendrá que ser el Perú de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos. Tenía que ser aquí en La Libertad donde se pudiera romper el cerco envidioso de miopes y présbitas, enceguecidos en pasiones subalternas. ¡Cómo no recordar, otra vez, a Vallejo, cuando en Huaco dice:
Yo soy el coraquenque ciego que mira por la lente de una llaga, y que atado está al Globo, como a un huaco estupendo que girara.
Yo soy la llama, a quien tan sólo alcanza la necedad hostil a trasquilar volutas de clarín, volutas de clarín brillantes de asco y bronceadas de un viejo yaraví.
Soy el pichón de cóndor desplumado por latino arcabuz; y a flor de humanidad floto en los Andes, como un perenne Lázaro de luz.
Yo soy la gracia incaica que se roe en áureos Coricanchas bautizados de fosfatos de error y de cicuta.
A veces en mis piedras se encabritan los nervios rotos de un extinto puma. Un fermento de Sol; levadura de sombra y corazón!
Recado del corazón, jaculatoria de honor, notificación que estamos siempre al pie de las mejores causas. Puedo decir que desde hace más de 6 ó 7 años, aprendí a conocer de la pluma leída y rica del embajador Calderón, un ejemplo de vida, un bronce de valiente paciencia, un apoyo intelectual de primerísima calidad. Testigo soy de muchos de sus mandobles al sistema, de repente, con modestia de alumno tímido, hasta cómplice de una que otra travesura, pero siempre inspirado en el ejemplo diáfano de hombres que hacen que la vida sea un conjuro de amor y querencia por la tierra y devoción inobjetable y eterno por el Ande y su historia. Tengo que decir que La Libertad tiene el privilegio hoy de proponerle al Perú un Día de la Lectura que será el jalón institucional que nos lleve a navegar de la mano de su primer piloto y creador, el embajador Félix Calderón, hacia nuevos puertos, mares procelosos pero siempre embebidos de la promesa del éxito y de la conquista de la victoria de nuestros ideales. Si la vida no es combate, lucha, pasión y amor ¿qué cosa es entonces?
Aquí estamos, por último, por lo menos en cuanto a mi humilde tenor se refiere, para decir que aguardamos aún mucho de su producción embajador Calderón. Que el Perú de adentro, el sincero, ese que ningunean desde la capital pero que crea inflexiones nacionales de digna imaginación, le sabe pleno y firme en la bitácora que se ha propuesto con sus libros que también tendrán que ser leídos y formar parte del rico acervo cultural y pedagógico del país. Aquí estamos como cuando el Perú de Grau, Bolognesi, Cáceres y el Soldado Desconocido de mil batallas heroicas, nos convocó, en los caminos de Nuestra Señora la Vida a combatir juntos sin conocernos por el Perú y su gente. Aquí estamos fraternos y limpios, para todos los nuevos retos a que se nos quiera llamar. Palabra de hoy. Palabra de mañana. ¡Palabra de siempre!
Muchas gracias.
Herbert Mujica Rojas
¿Y qué mejor forma de entrar en materia, convocándonos todos, al conjuro de la figura tutelar de César Vallejo y repitiendo sus palabras marmóreas en Intensidad y Altura?:
Quiero escribir, pero me sale espuma, quiero decir muchísimo y me atollo; no hay cifra hablada que no sea suma, no hay pirámide escrita, sin cogollo.
Quiero escribir, pero me siento puma; quiero laurearme, pero me encebollo.
No hay tos hablada, que no llegue a bruma, no hay dios ni hijo de dios, sin desarrollo.
Vámonos, pues, por eso, a comer yerba, carne de llanto, fruta de gemido, nuestra alma melancólica en conserva.
Vámonos! Vámonos! Estoy herido; Vámonos a beber lo ya bebido, vámonos, cuervo, a fecundar tu cuerva.
Para quienes sospechasen que no hay trabazón entre las inmortales frases del poeta y cuanto vamos recitando esta noche, sugiéroles que no lo hagan así. Por el contrario, invito a la Universidad César Vallejo a una aventura del espíritu porque espiritual es la carga emotiva que embarga toda empresa humana que comienza en la idea para arribar a sus realidades mondas y lirondas.
Fue la intensa lectura detallada la que consiguió para el embajador Félix C. Calderón resultados asombrosos, dicientes y que él, con generosa valentía, decidió poner al alcance de la opinión pública nacional y mundial, en forma de libros. Se atrevió a cruzar el Rubicón impertérrito e intocable que, prácticamente, había hecho de Simón Bolívar, no un hombre, sino un santo, a quien sólo había que atribuir hechos magníficos, proezas titánicas, cúspides o Himalayas históricos de inconcuso refrendo, como también acrítica y mediocre aceptación. Lejos de cargar las tintas hacia dicterios o invectivas de fragilísima factura y fácil aclaración, el historiador historió en los testimonios que Bolívar mismo dejó por mano propia o por interpósita y analizó con rigurosidad acerada cuánto de lógico, impostado o sobre-actuado, hubo en aquellos párrafos, ora largos ora crípticos, románticos o cínicos que la posteridad ha guardado con discreta pasión.
En buena cuenta, el embajador Calderón traza, con las mismas cartas de Bolívar, una confrontación entre lo que dicen las palabras y lo que aconteció merced a las crónicas de la fecha, a la historia y encuentra serias y muy difíciles contradicciones, embrollos, no pocas revelaciones y desaguisados de muy alto voltaje.
Pudo escribir el maestro, recientemente fallecido, Alfonso Benavides Correa, en el prólogo al primer tomo de Las veleidades autocráticas de Simón Bolívar, La Usurpación de Guayaquil:
“La miopía de Bolívar
Bolívar, ahora, es el cautivante y polémico personaje que, con abundante y novedosa información, así como con brioso estilo, captura el interés del embajador Félix Calderón, este nuevo libro con el que incrementa su rica producción intelectual.
No es este libro un nuevo panegírico, sumiso y rendido, como el Homenaje a Bolívar publicado en 1942 por la Sociedad Bolivariana del Perú o los Testimonios (estudio y discursos) sobre el Libertador publicados en Caracas en 1964, por la Sociedad Bolivariana de Venezuela, sin olvidar, después el famoso Discurso de José Domingo Choquehuanca, la exposición de Benito Laso a los electores de Puno la Epístola de José María Pando.
Omitiendo en este apresurado prólogo preferencias a la Federación de los Andes y a la Constitución Vitalicia jurada el 9 de diciembre de 1826 y abolida, cincuenta días después el 28 de enero de 1827, provocando una vigorosa oposición en la que prevaleció, como aspectos principales, el nacionalista, el democrático y el personalista que, el 28 de julio de 1828, citó Mariano José de Arce en la notable Oración Patriótica en la que, combativamente, se expresó así: “Por muy grandes que fueran sus servicios, aunque todo lo hubieras hecho sin ayuda de nadie...... aunque nada le hubieran servido los brazos de los soldados de las dos repúblicas y los recursos de los pueblos de la nuestra, aunque él sólo hubiera restablecido la libertad, la gratitud no debía premiarle a expensas de esa misma libertad. Hacer de la patria el patrimonio de él habría sido destruir su propia obra. El honor y la razón han prescrito cierto límites a la gratitud y es una injusticia, un atentado, pretender traspasarlos. Todos los peruanos deben conservar agradecimiento eterno a cuantos les han ayudado a conquistar su libertad; pero un servicio, por muy grande que sea, pierde todo su valor cuando se pretende cobrarlo exigiendo una injusticia y una bajeza”.
Bolívar —el guerrero, el hombre de salón, el orador, el escritor, el político, el estadista, el legislador— no amó al Perú.”
¡Precisamente! Acaso uno de los méritos más valetudinarios en que incurra el embajador Félix Calderón en estos dos tomos iniciales, sea el de haber estudiado a Simón Bolívar, el hombre de carne y hueso, el cínico gobernante que influye sobre hombres y Estados y que, con el título de dictador supremo, dividió países, consagró héroes que no lo fueron y que no amó al Perú porque aquí vino con un designio, de repente hasta genial, pero distinto, foráneo, alejado, de cualquier proyecto nacional que tuviere como centro, epicentro y terremoto de sus mejores conquistas, al Perú de los Incas, a la nación de naciones y al hermoso país que nos vio nacer. ¡He allí una demostración de cómo una buena costumbre, la lectura intensa, raigal, firme y sinceramente crítica, produce revoluciones como las que protagoniza, de repente, sin saberlo del todo, el embajador Calderón!
Somos un país con ciudadanos que han olvidado el buen hábito de la lectura. Formamos una nación con ignorancias de suyo condenables. Tenemos el raro referente de escuchar semi-verdades que, con el tiempo, trocaron en sentencias apodícticas. Así, el semi-tartamudo, deviene en orador dilecto. El iletrado con algún respaldo de dólares y dichos que a fuer de repetidos, tornan en aforismos intelectuales, en sabio o politólogo, si se dedica a la política, o analista si demuestra que es menos burro que el resto. Un país que se arma sobre cimientos al 50%, sólo tiene la mitad de su fuerza o apenas si convoca a la epidermis de su ser contra un mundo agresivo que nos arrasa con la fuerza de 100 huracanes premunidos de tecnología, capital y monstruos, en forma de hombres o mujeres, que nos avasallan con su nuevo lenguaje, la mitad en inglés y el resto en sílabas (también en inglés) y que nos convierten en títeres marginales, payasos insuficientes y seres casi sin dignidad y carentes de cualquier signo de historia, pasado, apego a la tierra o culto a sus mártires.
Pretendo esta noche celebrar con ustedes el rito de una avenida nueva que es una aventura que ya tiene un portaestandarte porque así lo ha labrado su esfuerzo lector y pionero. Ambiciono que La Libertad, a través de sus hijos contemporáneos y que militan por el mundo, dando plena demostración de sus inteligencias, dé hoy al Perú un mensaje firme por novedoso, claro por rotundo, genial porque es posible:
Señoras y señoras, propongo que a partir de la fecha, todos los 19 de abril, se celebre el Día Peruano de la Lectura y que también reconozcamos a su insigne creador, el embajador nacido en La Libertad, ciudadano del Perú y del mundo: Félix Calderón Urtecho.
Entonces, volvamos a la fuente y acudamos a César Vallejo en su poema Masa:
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras, te amo tanto!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Le rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate hermano!» Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar
Caminemos por la paráfrasis:
Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: «No mueras Lectura te amo tanto!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Se le acercaron dos y repitiéronle: «No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, clamando: «Tanto amor, y no poder nada contra la muerte!» Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
La rodearon millones de individuos, con un ruego común: «¡Quédate Lectura!” Pero la Lectura ¡ay! siguió muriendo.
Entonces, todos los hombres de la tierra la rodearon; les vio la Lectura triste, emocionada; incorporóse lentamente, abrazó al primer hombre; echóse a andar”
¡Esta noche, noche pionera, noche de estrellas y esperanzas de grito al porvenir y puerta al horizonte nacional, la Lectura, por obra demostrativa de cómo sirve y enriquece, ha quedado consagrada con su día, el 19 de abril y su autor, el embajador Félix Calderón, como jalones de qué puede hacer el espíritu cuando consagra con fuego creador y atrevido lo mejor de su inteligencia y lo más hermoso de su amor por el Perú!
¿Que nos alejamos de la presentación del libro? ¡No del todo! Había anunciado mi desconocimiento real de qué hacía aquí, por tanto, no pueden decir que no maliciaban que iba a transitar por caminos distintos y audaces. Sin embargo de cualquier duda, les pido que nos elevemos hacia aquellas dimensiones de los hombres y mujeres grandes que marcan con fuego de historia y llama incandescente de forjadores de sus epopeyas, hacia el llamamiento de una gran empresa espiritual y cultural que parte de Trujillo y su universidad César Vallejo y su gonfalonero ilustre, el embajador Félix Calderón, hacia más al norte, al este y al oeste y al sur del país. Convocatoria que hace sonar las trompetas del nuevo Jericó para derrumbar los muros de la ignorancia y la falta de conocimientos. Conjuro de retarnos nosotros mismos, como lo hizo el embajador Calderón al meterse en una bronca contra miles de historiadores, que más que historiadores han sido panegiristas rendidos a la loa fácil y al elogio políticamente conveniente, en una pelea desigual, rodeado por el silencio oficial de los miedos de comunicación-intoxicación.
¡Ni una línea alusiva a la presentación del libro en su segundo tomo en Lima! ¡Ni siquiera porque en ella tuvo parte principal de exposición el maestro Manuel Jesús Orbegozo, periodista de los buenos, de fuste y pluma temible! ¡Sin respaldo de su alma máter, la propia Cancillería que, como de costumbre, y yo siempre hablo muy claro y eso lo sabe el embajador Calderón, se hizo la sorda! ¡Frente al silencio de los mediocres, esta noche hacemos el llamado al conjuro de amor al Perú, de hacer, nuevos caminos con ideas lustrosas y conmemorando, a partir del 2007, el 19 de abril como el Día de la Lectura nacional!
No soy ni aspiro al sueño interesante de ser académico. Soy apenas un soldado que milita en el periodismo de frente y con todas sus letras. Y eso me avitualla de ciertas libertades, por ejemplo, me he saltado el canon normal que es discurrir por la obra que ustedes leerán, ahora, estoy seguro, con mayor ahínco. Pero es que Perú tiene que caminar por los derroteros originales que sus hijos propongan para mejor descubrir las alamedas democráticas que nos procuren un Perú libre, justo y culto.
Tenemos aquí en Trujillo, esta noche, el paradigma viviente de qué produce la lectura crítica y la práctica de un ministerio grave, examen de conciencia que citaba Alfonso Benavides Correa, reiterando a José de la Riva Agüero, en Félix Calderón. Y la galería de hombres ilustres, peruanos todos, y con obvio y célebre predominio de los liberteños, a los que se agrega con inconfundibles pergaminos, Manuel Jesús Orbegozo, están casi compelidos a dar los aldabonazos de un Perú redimido de su ignorancia y liberado de los grilletes más crueles que pueden atenazar a cualquier país: los de la incultura y la falta de crítica. El embajador Calderón pecó, si es pecado aquello, de crítica generosa y abundancia de sentido cultural, nacionalista y peruanizante sentido de vivir la vida, aquí, y cuando está fuera, recordando su origen y haciendo de su embajada portavoz, chasqui y atronador grito de propaganda de nuestras riquezas turísticas, culturales y económicas que es otra dimensión fundamental de su tarea diplomática.
Vuelvo al ya mentado, varias veces hoy, maestro Benavides Correa, cuando en el citado prólogo de hace dos años fragorosos, de forja dulce y de horas luengas como apasionantes porque así era trabajar con él en empresas comunes y escribió palabras que puédense aplicar también, con igual sentido y cariño fraterno, al segundo tomo La fanfarronada del Congreso de Panamá:
“La crítica, sin embargo, no será unánimemente laudatoria. Las críticas se resienten de superficialidad, de carencia de fundamentación histórica y sociológica seria; no van a fondo en el examen de los problemas ni intentan revisión alguna de las cuestiones que realmente importan a la República; optando generalmente por el ominoso silencio. Esto ocurre no sólo en el Perú. Es el caso de Manuel Ugarte o el coraje civil. En su Historia de la Nación Latinoamericana anota Jorge Abelardo Ramos: “el irritado silencio que ha rodeado siempre a la figura de Ugarte no sólo es necesario atribuirlo al papel de “emigrado interior” del intelectual del 900 en las semi-colonias, sino al “leprosario político” en el que la oligarquía y sus amigos de la izquierda cipaya recluyen a los hombres de pensamiento nacional independiente”.
¿Será una trágica constante, al cabo de años de apostolado, de no evadir los temas esenciales del drama, luciendo el coraje moral de estar contra los mandarines, tener, sin prensa adicta, un atardecer escéptico por el silenciamiento?
Lima, junio del 2005”
Apreciado embajador Calderón, señoras y señores: había que salir de Lima, esa capital infecciosa de placeres mundanos, frivolidades criminales y delicia de seres fáciles a quienes no alcanza la grandeza provinciana que crea, como lo hemos hecho hoy, un derrotero, una esperanza, una señal de alerta, en la oscuridad tenebrosa, en los potros de bárbaros Atilas que padece el país desde cientos de años a la fecha. Es su voz escrita con entregas de lectura profunda del embajador Calderón, vertidas en ya más de 8 libros, los que alientan la esperanza de surcos jóvenes que aguardan al obrero humilde de lecturas múltiples y enriquecedoras de su mañana mejor porque así tendrá que ser el Perú de nuestros hijos y de los hijos de sus hijos. Tenía que ser aquí en La Libertad donde se pudiera romper el cerco envidioso de miopes y présbitas, enceguecidos en pasiones subalternas. ¡Cómo no recordar, otra vez, a Vallejo, cuando en Huaco dice:
Yo soy el coraquenque ciego que mira por la lente de una llaga, y que atado está al Globo, como a un huaco estupendo que girara.
Yo soy la llama, a quien tan sólo alcanza la necedad hostil a trasquilar volutas de clarín, volutas de clarín brillantes de asco y bronceadas de un viejo yaraví.
Soy el pichón de cóndor desplumado por latino arcabuz; y a flor de humanidad floto en los Andes, como un perenne Lázaro de luz.
Yo soy la gracia incaica que se roe en áureos Coricanchas bautizados de fosfatos de error y de cicuta.
A veces en mis piedras se encabritan los nervios rotos de un extinto puma. Un fermento de Sol; levadura de sombra y corazón!
Recado del corazón, jaculatoria de honor, notificación que estamos siempre al pie de las mejores causas. Puedo decir que desde hace más de 6 ó 7 años, aprendí a conocer de la pluma leída y rica del embajador Calderón, un ejemplo de vida, un bronce de valiente paciencia, un apoyo intelectual de primerísima calidad. Testigo soy de muchos de sus mandobles al sistema, de repente, con modestia de alumno tímido, hasta cómplice de una que otra travesura, pero siempre inspirado en el ejemplo diáfano de hombres que hacen que la vida sea un conjuro de amor y querencia por la tierra y devoción inobjetable y eterno por el Ande y su historia. Tengo que decir que La Libertad tiene el privilegio hoy de proponerle al Perú un Día de la Lectura que será el jalón institucional que nos lleve a navegar de la mano de su primer piloto y creador, el embajador Félix Calderón, hacia nuevos puertos, mares procelosos pero siempre embebidos de la promesa del éxito y de la conquista de la victoria de nuestros ideales. Si la vida no es combate, lucha, pasión y amor ¿qué cosa es entonces?
Aquí estamos, por último, por lo menos en cuanto a mi humilde tenor se refiere, para decir que aguardamos aún mucho de su producción embajador Calderón. Que el Perú de adentro, el sincero, ese que ningunean desde la capital pero que crea inflexiones nacionales de digna imaginación, le sabe pleno y firme en la bitácora que se ha propuesto con sus libros que también tendrán que ser leídos y formar parte del rico acervo cultural y pedagógico del país. Aquí estamos como cuando el Perú de Grau, Bolognesi, Cáceres y el Soldado Desconocido de mil batallas heroicas, nos convocó, en los caminos de Nuestra Señora la Vida a combatir juntos sin conocernos por el Perú y su gente. Aquí estamos fraternos y limpios, para todos los nuevos retos a que se nos quiera llamar. Palabra de hoy. Palabra de mañana. ¡Palabra de siempre!
Muchas gracias.
Herbert Mujica Rojas