Jorge Smith Maguiña
Lamentablemente a causa de esta interminable pandemia y en la concentración casi total de nuestra atención en todo lo que a salud concierne, los aniversarios del nacimiento de estas dos extraordinarias mujeres y artistas como lo fueron Chabuca y Bárbara han pasado casi desapercibidos. Creemos sin embargo que el año no debe dejar de pasar o terminar, sin que rindamos homenaje a dos artistas extraordinarias.
Aunque las circunstancias no permitan conciertos abiertos, el mejor elogio para estas artistas, es aquel que damos cuando en silencio las escuchamos, o evocamos sus letras en relación a algún acontecimiento personal o tarareamos algunas de sus obras, que como pocas nos capturan desde las primeras notas.
Ellas no precisaban estrepitosos ruidos para llamar nuestra atención. Solo una discreta guitarra en el caso de Chabuca acompañando su ronca voz, y en el caso de Bárbara, las notas del piano que se confundían con su melodiosa e inconfundible voz.
Cien años se cumplen en el caso de Chabuca Granda, la gran compositora peruana, autora de las letras e intérprete de sus propias canciones. Iguales talentos tenía la francesa Bárbara, nacida en París hace 90 años y cuyo nombre original era Monique Serf. Ella también era compositora, autora de los textos de sus canciones e interprete excepcional de las mismas.
Bárbara perteneció a ese trío excepcional de la canción francesa que con Edith Piaf y Juliette Greco, que nos acaba de abandonar este año, llenaron durante casi sesenta años la canción gala. Al morir Greco se cierra un ciclo excepcional, pues no quedan herederas en Francia que las sucedan, como difícilmente podríamos decir que alguien en Perú, tomó la antorcha que dejó Chabuca que se nos fue hace ya casi 40 años.
Ambas, la peruana y la francesa, tuvieron muchas cosas en común en lo artístico pero profundas diferencias, en lo que fueron el contexto de su niñez y su adolescencia, en sus caracteres, en la significación que tenía el canto en sus vidas y en la forma como administraron su carrera artística.
La peruana que nació en 1920, vivió una niñez muy protegida en una ciudad de la Sierra peruana, en un Perú de profundas diferencias sociales, pero de una calma aparente con muchas procesiones internas que todavía persisten. Este mundo estable de su infancia, hizo que Chabuca siempre evocase, con nostalgia y pero con dolor también, ese mundo que poco a poco desaparecía. La nostalgia no era un tema, sino una especie de lugar mítico en el cual transcurrían las canciones de la compositora, un mundo de hombres de carácter, de recios chalanes, de gente que a pesar de las limitaciones de la época tenía una sofisticada instrucción y tenía buenos modales y un mundo también de mujeres resignadas, no diría sumisas, pero que sabían combinar la elegancia en sus gestos y apariencia y detrás de su recato una inigualable capacidad de seducción. El mundo de Chabuca tenía una cierta fineza, por lo menos en la apariencia, que la peruana trato de idealizar.
Bárbara que maduró en la Europa de la post guerra, vivió de cerca toda la eclosión intelectual del París de los años 50, el de una pléyade de genios que de alguna manera delinearon lo que sería la modernidad en muchos campos del conocimiento y la creación. Bárbara no tuvo la interacción permanente con esa intelectualidad parísina de Sartre y Beauvoir, como sí fue el caso de Juliette Greco.
De Chabuca y Bárbara, lo que sí podemos decir, es que por cuenta propia tuvieron una formación intelectual esmerada, lo cual testimonia la riqueza de los textos de sus canciones, la precisión conceptual y la variedad temática. Había en ellas la suficiente curiosidad y el radar de la exquisita sensibilidad que ambas poseían, para que ambas captasen lo que pasaba en el ambiente. Pero ellas no sólo fueron testigos, sino que se involucraron con la época que les tocó vivir, durante su madurez artística.
Perú vivió evidentemente al margen de esa Segunda Guerra Mundial que en el otro lado del mundo desgarró a muchos países, sobre todo en los cinco años centrales que duró la guerra de 1939 a 1945.
Diez años después de Chabuca, nació en 1930 Bárbara en París, con padres de origen judío ruso que provenían de lo que es hoy la actual Ucrania. Esos años 30 que ya presagiaba el nazismo, no habían de ser fáciles para aquellos que como ella tenían esa tipificación racial o sea un origen judío, que poco a poco se fue convirtiendo en un estigma. Sabemos que la discriminación terminó en persecución y el deseo de exterminación masiva que denominamos el holocausto. Por eso al desencadenarse la guerra y producirse la ocupación alemana en Francia, la vida para Bárbara y su familia se convirtió en un pequeño infierno.
Era vivir en un permanente salto de mata, a una vida errante de pueblo en pueblo sobre todo para ella con su padre. La guerra de alguna manera le robó a Bárbara su infancia y parte de su adolescencia y la llenó de múltiples peripecias, que no hubiese querido tener y que como una recurrente obsesión volvían una y otra vez en sus canciones, donde el miedo real que había estado omnipresente en la vida cotidiana, durante esos años y sobre todo durante la guerra.
En sus canciones en muchos momentos a pesar de las creativas metáforas que invisibilizaban hechos reales, hay el eco de algo que fue real y a veces en una declaración involuntaria a Bárbara se le escapaba alguna frase que remitía a algún evento que había sido real y que hacía comprender algunas de sus canciones pues nos reenviaban al contexto real, que muchos habían pensado era un simple divertimento, fruto de la inspiración de la artista. Pienso en la canción “Dans le Bois de Saint Amand” (en el bosque de Saint Amand) que es una canción infantil en su tono y en su contenido, pero que después se supo que era una transposición de un acontecimiento en su vida. Ella se encontraba en un tren al cual le fue arrojada una bomba y el tren descarrilló. Bárbara era una niña y fue uno de los sobrevivientes al hecho.
El trauma de una niña paseándose en medio de cadáveres es algo que no se olvida, pero también para la niña Bárbara, estar en medio del campo, era algo así como estar en un lugar que invita a corretear o jugar como lo hacen los niños.
Para colmo, entrada la adolescencia, desde que tuvo once años, su padre tuvo diversas relaciones incestuosas con ella, temas que afloran dolorosamente en sus canciones, algunas de las cuales, son también paradójicamente quizás las más bellas de ella y las cuales cantaba, como sólo podía hacerlo ella, pues casi siempre Bárbara era el personaje de sus propias canciones. De ese pasado lleno de tantas situaciones con una carga emocional tan agobiante, ella sabía y sentía que le era imposible escapar y por lo mismo hizo como ella misma lo admitía, hizo de la canción algo así como una herramienta, como un arma que le sirvió para reconciliarse con su pasado
La canción “Nantes”, es sin duda la mas bella canción de ella y quizás de la música francesa, en la cual cuenta cuando se entera que su padre está en víspera de morir y decide viajar a Nantes para darle un último adiós combinado de un póstumo perdón, es uno de los testimonios musicales mas desgarradores que existen, donde la belleza y el dolor se amalgaman en forma absoluta, vehiculadas por esta voz única de Bárbara, que al igual que la de la peruana Ima Sumac, podía cantar todas las notas del piano.
Con esa sola canción Bárbara hubiese podido quedar en cualquier antología, con esa sola plegaria, que es una especie de meditación dolorosa Bárbara hubiese alcanzado la inmortalidad.
Todos esos episodios de su vida y los restantes que vendrían después, hicieron de ella un personaje muy introvertido, y si bien al comienzo estuvo dispuesta a todo por lograr notoriedad y triunfar, después de dar durante varios años entre 250 a 300 conciertos por año, cuando tenía entre 35 y 40 años decidió parar un poco la máquina y mas bien recluirse, a pulir su ya amplio repertorio y dar solo conciertos esporádicos.
Tomó conciencia que su arte era mas un elaborado perfume que una simple loción. “Un verdadero artista, no debe convertirse en un funcionario público. No puede hacer todos los días lo mismo, eso seca el alma. Agota la inspiración”. En una u otra manera esas eran sus palabras para justificar su alejamiento de los escenarios, por lo que cuando volvía a cantar era un verdadero acontecimiento.
En las dos ocasiones que pude verla en 1978 y en 1981, en su reaparición en el Olympia de París y en la Porte de Pantin, en las afueras de París, fue algo realmente apoteósico. Hay registros fílmicos que muestran lo que fueron esos reencuentros de esta artista mítica, esos reencuentros con el público, con su público que conocía todas sus canciones de memoria. Es a ellos que se entregaba totalmente, pues por lo demás dio pocas entrevistas en su vida, era reacia a promocionarse ella misma, solo quería que su arte hablara por ella.
Con ironía y una chispa incomparable solía decir “Me gustan los periodistas, pero no me gusta que me hagan preguntas”. Cuando asentía a responder, sus respuestas eran mas bien precisiones sobre lo que el arte o el trabajo de cantar significaban para ella. “Yo no soy una cantante. Yo soy una mujer que canta”, le respondió una vez a su ya confundido interlocutor y una vez culminó una entrevista diciendo simplemente: “Si no hubiese sido cantante, hubiese sido monja o puta”.
Chabuca no tuvo que vivir, las frustraciones y los traumas colectivos de la guerra como lo fue para la francesa, pero sí, su vida fue una guerra permanente contra diversas enfermedades y una salud que no fue siempre aliada de ella. Desde niña tuvo complicaciones renales, luego tuvo sarampión, después tuvo que ser intervenida de apendicitis y de una hernia. La difteria tampoco la dejó de lado y ya mas tarde, cuando ya se perfilaba su carrera de compositora a los 36 años, en eso años 50, que fueron de alguna manera la época de gloria de la canción criolla en el Perú, a Chabuca se le perforó un tímpano y le tuvieron que poner uno de plástico y lamentablemente solo 2 años después a los 38, se le detectó un tumor entre la garganta y la tiroides, de lo cual tuvo que ser operada. Menos de 10 años después en 1967 se le detectaron problemas cardiacos y una angina en el pecho que crónicamente le producía un dolor al corazón y menos de 15 años después estando en Bogotá se le presentaron problemas cardiacos que ya no la abandonarían y que nos la quitaron a la edad relativamente joven de 63 años, edad en la que ella seguía inmensamente productiva, ya dueña de una maestría de orfebre, para soltarnos de tiempo en tiempo no muchas pero depuradas obras.
Ella era consciente que para el artista compositor e intérprete y además autor de muchos de sus textos, el momento de la síntesis llega con el pasar de los años. Ya no se compone por componer. Como dijo Chabuca alguna vez, componer es como escribir una carta a un ser imaginario. Si no hay nada que decir, mejor es no escribir dicha carta. Para componer hay que estar además en posesión de todos los sentidos y mas aún para alguien de una sensibilidad exacerbada como era la de Chabuca Granda. La muerte que no pide permiso, le sobrevino después de una operación al corazón, de la cual ya no pudo recuperarse. Murió del corazón, esta mujer que siempre lo dio todo con el corazón en la mano.
Generosa con su entorno y más extrovertida que la introvertida Bárbara hubo también otras cosas que tenía en común con ella. Chabuca se casó a los 22 años y Bárbara a los 23. Ambos matrimonios duraron poco, pero Chabuca tuvo hijos, lo cual no fue el caso de Bárbara. Para ambas, la compañía de sus colaboradores músicos se convirtió, sobre todo en el caso de la peruana, en su verdadera familia. Pero mientras para Chabuca el contacto con sus colaboradores músicos, sobre todo con los guitarristas, era algo casi imprescindible y cotidiano, como lo fue la colaboración con Torres, Avilés, Gonzales y por último el gran Félix Casaverde. Su compañía le era imprescindible, no solo para cuadrar las composiciones sino para preparar un concierto.
En el caso de Bárbara, la composición era más bien un ejercicio solitario y si al comienzo ella se acompañaba a sí misma en el piano, después fue agregando músicos para dar sus conciertos. En realidad el piano le era suficiente, pues había tenido una buena formación en piano en el conservatorio, y fue un problema en la mano derecha que la obligó a sufrir diversas operaciones, lo que de alguna manera truncó una posible carrera de concertista. Su musicalidad era absoluta. A lo más precisaba el acompañamiento de un acordeón y para eso su consorte ideal fue Romanelli, quien además fue algo así como su pareja durante varios años.
Bárbara siempre cantó sola, salvo en sus comienzos. Solo hay en dúo en la época de su madurez, la canción cantada con Georges Moustaki que se la dedicó a ella, “La longue dame brune”. Era curioso, pues muchas veces Moustaki, que era un extraordinario cantante, la acompañó en diversas giras, para cantar con ella esa sola y única canción. Al final de su vida mantuvo una relación con el actor cantante Gerard Depardieu, a quien le propuso una obra a ser cantada y actuada entre los dos, denominada “Lily passion”, que no tuvo el éxito esperado. La obra era algo así como una comedia negra, en la que una cantante se enamora de un asesino, el cual mataba a alguien en cada ciudad donde ella cantaba. Al texto que no era de Bárbara, se insertaban algunas canciones ya conocidas de ella. Tuvo un éxito relativo, pero era un producto que no coincidía con lo que era su obra y que no terminó por convencerla definitivamente.
Ambos, ella y Depardieu, eran artistas extraordinarios, pero para Bárbara, fue siempre difícil, por no decir imposible, cantar canciones hechas por otros. No es que ella fuese excluyente y que no conociese o valorase lo que hacían sus colegas, pero después de un cierto momento decidió solo cantar sus canciones.
Era difícil por otro lado, que otro entonase cada palabra compuesta por ella, como lo hacía ella misma, con esa forma de acompañarse que le era propia a ella y solo a ella. También le era difícil cantar como ella lo quisiese algo compuesto por otro.
A diferencia de las dos otras grandes damas de la canción francesa, Piaf y Greco, que mas bien siempre cantaron canciones compuestas por otros, sobre todo de compositores hombres y no tenían problemas de acoplarse con otras voces, para Bárbara eso era, un desafío casi imposible. Ella era la única capaz de entregar a su público sus propias canciones, esas las flores que había visto nacer y crecer, que había cultivado y que estaban siempre presentes en el jardín, de su a veces, compleja y atormentada alma. Además para Bárbara, cuyas canciones tenían a su propia vida como auto referente, muchas veces cambiaba algunas palabras del texto de sus canciones, lo cual en algo variaba el sentido de la frase y hasta el sentido de la canción, como ocurrió en muchas de las correcciones que hizo a las canciones dedicadas a su padre, “Nantes”.
Para Chabuca, le era difícil ser auto referente en la letra de sus canciones. “No soy sujeto de mis canciones pero tengo buenos sujetos para las mismas” solía decir. Extrovertida ella, le gustaba valorizar y escoger como temas, muchas cosas que veía fuera de ella, en el mundo que la rodeaba. Chabuca podía componer sobre cualquier tema, Bárbara prácticamente solo componía sobre ella, o sus canciones eran una carta dirigida a alguien sobre lo que acontecía en su ser, o una reflexión en voz alta de algo que se decía a sí misma.
Chabuca podía introducir algo así como onomatopeyas para describir el andar del caballo de paso peruano, o el canto del gallo de pelea antes de entrar al ruedo, describir con lujo de detalles, la elegancia del jinete o la gracia del andar de las morenas peruanas como también la emotividad que te da el contemplar un paisaje.
Para Bárbara, su mundo imaginario es el mundo de la sensibilidad pura, donde solo hay encuentros y rupturas, separaciones e impacientes esperas, que no toleran un minuto más. El mundo artístico de Bárbara, es el de una conciencia que siempre está procesando los impactos emotivos de una situación venida de fuera o desde adentro. Mas beethoveniana que mozartiana definitivamente, sus canciones eran como una granada cuya mecha ya está prendida. Es por eso que las canciones de Bárbara son como el cardiograma de un corazón a punto de estallar. Ella era prisionera de su propia vida y su propia sensibilidad. La escritora Valerie Lehoux, que ha publicado una excelente biografía de ella, “Bárbara: Portrait en clair-obscur” (Bárbara: Retrato en claroscuro), que ha analizado exhaustivamente mucha de la correspondencia de Bárbara, nos dice algo muy significativo y desconcertante y es que muchas de sus canciones están escritas prácticamente con el mismo texto, solo puesto en forma de canción de algunas cartas que había enviado a algunos de sus amantes antes de componer la canción años después. Había por lo mismo, una extrema e increíble coherencia en el caso de ella, entre la mujer privada y la cantante.
No le gustaba mucho desplazarse a Bárbara. Por eso sus conciertos eran en París y giras eran dentro de Francia y cuando salía fuera, en algunos de los países aledaños y poco le interesó hacer giras en otros lugares. En las largas temporadas que dejó de cantar, para dedicarse a componer, optó también por hacer un trabajo a beneficio de la gente más necesitada, a ayudar sobre todo, a los enfermos de sida apoyando diversos programas en diversos hospitales, en apoyos múltiples a las mujeres que estaban en prisión, en ayudar a legalizar sus papeles a los indocumentados, a hacer todo tipo de campañas para los ancianos de los hospicios y todo clase de niños abandonados. Imposible encontrar una artista que en su momento de gloria, haya hecho tanta labor social.
Por todo eso, al margen de admirar su talento, a Bárbara su público literalmente la idolatraba. De alguna manera nunca pudo salir del traumatismo que significó la vida de su infancia, donde los miedos de la guerra, la vida errante y la pobreza estuvieron mas que presentes. Aunque la fama y la fortuna la sorprendieron temprano y le llegaron a manos llenas, su vida fue de lo mas discreta y trató de vivir al margen de la imagen pública que la gente se había hecho de ella. Muy promiscua, tuvo muchas parejas, pero salvo Roland Romanelli, compositor, pianista y acordeonista y con quien tuvo una relación continua y luego Depardieu que de alguna manera ocupó el lugar, Bárbara siempre se cuidó de exhibir el hecho de que vivía y compartía la cotidianeidad con algún hombre.
Nunca dedicó una canción con nombre propio a un hombre específico, mas bien tuvo una dedicada a todos, titulada por redundancia “Mes hommes”( Mis hombres). Era la quintesencia de la mujer libre, para quién el deseo suscitado por alguien, una vez consumado el mismo, para que no pierda su magia debería ser interrumpido si fuera posible en forma abrupta, paradójicamente para que el recuerdo sea siempre placentero. Para Bárbara volver a la soledad era volver a la normalidad. Por su compleja personalidad, ella era alguien que inevitablemente aterrizaba en la depresión y la tensión permanente. Esa tensión, ese track, que implicaba subirse a un escenario cuando lo tenía que hacer, que aunque los intérpretes mas fogueados no lo admitan, siempre persiste.
Esas mismas tensiones en su vida cotidiana como artística, comenzaron a generar en ella diversos malestares que la llevaron a automedicarse en forma compulsiva y por épocas a ser adicta a los antidepresivos o somníferos para poder dormir o a consumir anfetaminas para mantenerse despierta y también un uso de la cortisona, con lo cual la dependencia comenzó a adquirir proporciones mayores. Todo eso fue minando su salud y de alguna manera afectó su voz también. Ella había dejado entrever varias veces, que si un día ella ya no pudiera cantar, simplemente la vida ya no tendría sentido y se mataría. No quedaron por lo mismo claras las circunstancias de su muerte, pero los que la conocían intuían que esto se veía venir. Murió, cuando ya en vida se había convertido en una celebridad, literalmente idolatrada por un público de todas las edades, y que la siguió siempre con una lealtad que ni la talentosa Edith Piaf tuvo en vida.
A Chabuca mas bien, podríamos decir que la gloria en vida, le fue esquiva en su propio país. De Perú, al igual que España, podríamos decir, aquellas palabras que una vez pronunció Camilo José de Cela, al recibir el Premio Príncipe de Asturias, al citar esos versos de la Arcadia de Lope de Vega:
¡Ay dulce y cara España
madrasta de tus hijos verdaderos
y con piedad extraña,
piadosa madre y huésped de extranjeros!
A Chabuca se la quería y apreciaba como compositora en México, en Argentina, en Chile y en España y muchos otros países se conoce su obra y se la admira. Perú le brindaba sus aplausos, pero le regateaba un verdadero aprecio, cuando ella sí le entregaba a su país y a la ciudad de Lima su afecto a manos llenas y su inspiración a raudales, pues a muchas cosas y temas con los cuales hoy identificamos al Perú, están ligados de una manera u otra una a alguna canción compuesta por ella.
Ella amó al Perú y a su pueblo. Al partir ella poco a poco se comenzó a valorar la inmensidad de su ausencia. Perú país complicado como quizás ningún otro, le mezquinó también su aprecio a otros geniales peruanos que vivían su peruanidad con pasión, pero asimismo como una pesada mochila y mencionaría sólo a Vallejo o a Arguedas por citar solo algunos entre los muchos que tuvieron dicha suerte.
Hasta el momento, ni el gobierno, ni el Congreso peruano ni por asomo le han dado a Chabuca, el homenaje que se le debe por su centenario.
¿Qué costaría que en el canal del Estado o en Radio Nacional, se haga una maratón para escuchar todas las obras de Chabuca? Sería solo asunto de decisión, pero eso es pedirle peras al olmo.
A Bárbara, por contraste, la radio y la televisión francesa le han dedicado muchísimas emisiones a lo largo y ancho de este año.
Si hubo dos mujeres, que lo entregaron todo en su obra, que pusieron alma y pellejo en cada nota, esas fueron Chabuca y Bárbara.
Unicas, sublimes, generosas e irrepetibles.
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31.10.2020
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