Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
He notado que subsiste desconcierto entre las funciones del “maestro de ceremonia” y el “animador”. En tal sentido, quiero compartir mis reflexiones y apreciaciones en relación a sus roles y, además, comentar las coincidencias existentes en quienes desempeñan dichas labores en el mundo de los eventos.
Empecemos esclareciendo que, el primero conduce la actividad y pone en contacto a los organizadores con el público; el segundo, fomenta el acercamiento, la alegría y la diversión de los asistentes y, por lo tanto, es requerido en aniversarios familiares, bodas, bailes, festejos corporativos y afines. En consecuencia, subsisten una disparidad de cometidos.
El “maestro de ceremonia” encamina la solemnidad siguiendo un guion; su misión involucra solvente preparación. A mi parecer, debiera exhibir las siguientes imprescindibles peculiaridades: excelente dicción, impecable imagen, conocimiento de protocolo y ceremonial, sobriedad e improvisación.
Su ocupación demanda más condiciones que una atrayente apariencia o amplia popularidad. Recomiendo asertividad, autocontrol emocional, empatía, naturalidad, pericia para enfrentar imprevistos y, especialmente, renunciar al protagonismo. Esto último es un anhelo imposible de lograr cuando se contratan pródigas figuras del espectáculo y el periodismo.
Sus principales tareas son: guardar una coherente intervención; eludir omitir los vocativos y las precedencias; practicar el programa que, en cuantiosos certámenes, se pretende desconocer o invertir el procedimiento establecido; no desviarse de los objetivos del encuentro; verificar que esté listo el podio, módulo de sonido, micrófono y luces; presentar a los expositores y controlar el tiempo de sus intervenciones; hacer que se sientan bienvenidos los presentes; coordinar la entrega de premios u obsequios; utilizar apropiado volumen y tono de voz; mantener agradable sonrisa y temple; contar con la mayor información del acontecimiento; agradecer.
En innumerables contextos se deja para el final su elección y concluye ocupando esta representación alguien carente de los perfiles mínimos para manejarse adecuadamente. Sugiero evadir seleccionar como “maestro de ceremonia” a un integrante del equipo solo a partir de gozar de buena voz, simpatía y excelente desenvolvimiento. La elección, reitero, debe tomarse con seriedad: su servicio tendrá indudable influencia en el éxito o fracaso del acaecimiento.
El afamado “animador” realiza una tarea marcadamente disímil. Es un protagonista amistoso que, a fin de entretener a los concurrentes, despliega su encanto en sucesos sociales con una excelsa cuota de gracia, seducción y respeto. Reúne cómo características saltantes su carisma, desenvolvimiento, atracción, sentido del humor y espontaneidad.
Estas cualidades conviene orientarlas al cumplimiento de las siguientes funciones: hablar solo en los momentos adecuados; coordinar con los encargados de los equipos musicales; rehuir realizar chistes o bromas impertinentes; cantar, imitar, hacer shows de magia e ingeniárselas de la manera más natural posible.
Su desempeño y talante creativo es más trascendente de lo imaginado. De su empeño, originalidad, dinamismo y otros componentes dependerá que convoque la activa y calurosa participación de los invitados. En consecuencia, despliega toda su agudeza para generar un ambiente de entretenimiento y regocijo.
En contraste con el “maestro de ceremonia”, que encauza un certamen en el que el público asume un rol pasivo, observador y distante, el “animador” persigue su inclusión con el afán de hacerlos intérpretes del clima de celebración. Sus perfiles son diferentes, aunque tienen semejanzas como saber improvisar, iniciativa, sobresaliente apariencia, manejo corporal y óptima habilidad de comunicación.
Observo abundantes “maestros de ceremonias” que, inspirados por atractivos honorarios, aceptan apropiarse del papel de “animadores” y viceversa, a pesar de carecer -en ambas situaciones- de las pericias expuestas. Es importante actuar siempre con entereza a pesar que, en múltiples ocasiones, el cliente desconoce las reales incompatibilidades y puede requerir convocar al personaje errado.
De allí, la pertinente de proceder con transparencia, honestidad y haciendo pleno ejercicio de los valores que enaltecen a un profesional en todo tiempo y escenario. En estas circunstancias se presume la axiomática dimensión de la ética; vocablo inexistente en un medio lacerado por una impredecible debacle espiritual y moral que, únicamente, seremos capaces de revertir con nuestro cabal y digno testimonio de vida.
Sus quehaceres exigen explícitos rasgos, cualidades y destrezas. Tomemos con profunda responsabilidad este encargo con el propósito de contribuir al brillo de la jornada en la que tendrán indubitable valía. En síntesis, evoquemos con espíritu crítico y reflexivo las palabras del genial humorista y escritor estadounidense Mark Twain: “Si respetas la importancia de tu trabajo, éste, probablemente, te devolverá el favor”.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/