Por Carlos Miguélez Monroy*
Millones de niños en todo el mundo encuentran su casa sola cuando vuelven del colegio. Se trata de los “niños de la llave”, un fenómeno de las economías desarrolladas que se han extendido a muchos países emergentes por los nuevos modelos sociales, familiares y laborales.
Durante los años ‘40, miles de padres de familia en Estados Unidos se marcharon de casa para ir a la guerra. Las madres que abandonaban el hogar para trabajar y sostener a la familia colgaban del cuello de sus hijos una llave para que pudieran entrar en su casa cuando no había nadie. Algunas incluso volvían a casa para meter a sus hijos en la cama, cerrar con llave y volver a la fábrica para el turno de la noche.
A los pocos meses, se pusieron en marcha programas que juntaban a los niños en las fábricas, en los colegios y en centros comunitarios para realizar distintas actividades. Terminó la guerra y la mayoría de esas madres volvieron a sus casas para que todo fuera como antes.
El fenómeno de los ‘niños de la llave’ ha resurgido y se extiende en el mundo. En la actualidad, se calcula que hay casi 400.000 ‘niños de la llave’ en España. En Estados Unidos, la cifra alcanza los seis millones de niños entre cinco y trece años de edad, según la organización Children’s Defense Fund.
Cuando llegan a casa, los niños no encuentran a sus padres, pero sí la televisión, los videojuegos y las computadoras. También encuentran muchas veces comidas poco saludables, o se dirigen con las pocas monedas que tengan a la tienda de la esquina para comprar dulces y golosinas.
Los ‘niños de la llave’ configuran una generación de niños obesos con problemas de diabetes no sólo en los países desarrollados, sino en países donde cuesta menos un litro de Coca Cola que un litro de leche. Además de que pocas de esas tiendas venden frutas y comidas equilibradas, los niños obedecen a su fascinación por las comidas hipercalóricas si nadie les ayuda a llevar una dieta saludable.
Los niños combinan el ‘chute’ de azúcar con el de violencia que encuentran en la comodidad de su hogar. Los Gobiernos se encuentran cada vez más impotentes al intentar regular los contenidos televisivos, que obedecen más que nunca a criterios publicitarios. Los medios de comunicación han encontrado en los niños un jugoso nicho de mercado al que bombardear con mensajes para crear ansiedad. Cuentan con la complicidad de unos padres que comprarán lo que sea para tapar sus sentimientos de culpa por no pasar más tiempo con sus hijos.
Se extienden en el mundo las agresiones de padres a profesores por haber “gritado” a sus hijos. También las agresiones de hijos a padres, como la de un niño español que le lanzó un zapato a su madre, que lo regañaba por no hacer la tarea. A diferencia del periodista iraquí que intentó darle al presidente Bush, acertó. La madre le dio una bofetada, el niño perdió el equilibrio y se golpeó la nariz en el lavabo. La mujer cumple una condena de 45 días en la cárcel y tendrá que permanecer alejada de su hijo durante año y medio.
Algunos padres se reservan el derecho absoluto de educar a su gusto y pretenden excluir al Estado del proceso, como si los valores cívicos fueran competencia exclusiva de cada padre y no de la comunidad con la que tendrán que convivir. Se extienden nuevas teorías pedagógicas donde el niño debe ser el centro de atención, donde nada se les debe imponer, donde deben “participar”.
Sesiones de estimulación temprana, juguetes interactivos y entornos donde nunca cesan la diversión y la actividad. Quizá el problema radique en que los niños dejan muy pronto de ser niños para entrar en una adolescencia que se extiende en el tiempo. Hoy llenan de actividades a sus hijos para que sean “los mejores”, “los más inteligentes”.
En el fondo, los nuevos modelos educativos esconden un individualismo que prepara a los hijos para triunfar, pero nunca para el fracaso. Así, los jóvenes no podrán resistir la frustración, compañera de vida de cualquier ser humano en formación.
* Periodista
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