Una apremiante tarea: la unidad
Por Gustavo Espinoza M. (*)
Los recientes acontecimientos mundiales y el desarrollo de la crisis, así como su incidencia en América Latina y en nuestro país, colocan a nuestro pueblo ante tareas inmediatas. La más urgente y apremiante de ellas, es marchar por los caminos de la unidad forjando un movimiento capaz de ganar la voluntad y la conciencia de millones de peruanos.
Por Gustavo Espinoza M. (*)
Los recientes acontecimientos mundiales y el desarrollo de la crisis, así como su incidencia en América Latina y en nuestro país, colocan a nuestro pueblo ante tareas inmediatas. La más urgente y apremiante de ellas, es marchar por los caminos de la unidad forjando un movimiento capaz de ganar la voluntad y la conciencia de millones de peruanos.
Y esta es una tarea prioritaria porque debemos hacer frente al inmenso poder del Imperio pero también a un gobierno corrupto y servil que se postra sumisamente defraudando las expectativas nacionales.
Tenemos, ciertamente, tradición de unidad en nuestra historia.
A mediados del siglo pasado y luego de la gran derrota del nazi fascismo en el mundo, en diversos países surgieron Frentes Populares y movimientos alternativos que lograron arrinconar a las viejas camarillas de Poder. Fue esa la esencia del Frente Democrático Nacional que en 1945 llevó al Poder al Dr. José Luis Bustamante y Rivero con un programa de corte patriótico que, sin embargo, no pudo cumplirse.
La traición del APRA, que desde dentro acuchilló al Frente y lo desangró, no solamente impidió que se consumaran sus objetivos estratégicos ligados a la lucha nacional liberadora, sino que también abrió la puerta para el retorno de los Exportadores y los Agrarios, que dieron al traste con la experiencia democrática y abrieron paso al recrudecimiento de las viejas dictadura.
Odría,y su gestión de gobierno, fueron la secuela natural de esa experiencia frustrada. Como en otras latitudes de nuestro continente, en aquellos años la dictadura se entronizó con su pesado fardo de sangre y de muerte.
Aunque a comienzo de los años 60, también al influjo de la victoriosa Revolución Cubana, se buscó promover la más amplia unidad del pueblo levantando el estandarte del Frente de Liberación Nacional, el llamamiento en tal sentido no cuajó con la fuerza necesaria.
Y pudo haberse pasmado, incluso, de no mediar la insurgencia militar patriótica del general Velasco Alvarado que, en nuevas condiciones, diseñó una experiencia unitaria ante los ojos de todo nuestro pueblo.
Los años 80 fueron ricos también en el proceso natural de acumulación de fuerzas a partir de un programa democrático y liberador. Fue Izquierda Unida y su líder Alfonso Barrantes los que perfilaron el sentido de la lucha de los peruanos amagando severamente el Poder tradicional.
En este caso, sin embargo, el proyecto unitario naufragó abatido por el personalismo y el electorerismo desenfrenado de caudillos, y el oportunismo sectario y estrecho de determinados sectores que todos identifican.
Razones ambas que debieran ser materia de un debate amplio y responsable, así como de la autocrítica correspondiente por parte de quienes tuvieron en sus manos el destino de esa experiencia notable, y que hoy se mantienen aferrados a posiciones de Poder en sus estructuras partidistas como si nada hubiese pasado.
La falta de ese balance autocrítico es, sin duda, la debilidad mayor, el talón de Aquiles, del proceso de unidad que ahora se alienta. Y nos induce a una idea fundamental: se tratar de construir la unidad desde la base social, y no a partir de los entendimientos de las cúpulas, que habrán de romperse a la menor disidencia de corte electoral.
Por lo demás, el común de la gente no siente la menor simpatía ni respeto por quienes jugaron a la suerte el destino de un movimiento embrionario y lo lanzaron por el despeñadero. Bien podría hacerse un balance de los procesos electorales de los últimos veinte años para recordar las magras votaciones que han alcanzado ciertos personajes cuya única aspiración es volver a postular en los comicios que se avecinan.
Por eso el segundo requerimiento para la unidad debiera ser el de la renovación elemental de los cuadros en las estructuras partidarias de la izquierda.
Bien podríamos, en este tema, recordar una experiencia de Lenin: cuando un ex socialista alemán responsable de manejos dolosos le pidió retornar a funciones en el movimiento proletario, el líder bolchevique contestó secamente: "no se hace la Revolución con las manos sucias". En este caso podría hacerse extensivo el concepto y decirse que tampoco, con la conciencia sucia.
Un movimiento que surge en un nuevo siglo, en una etapa distinta de la historia, acosado por fenómenos diferentes a los anteriores; requiere de dirigentes probos, de elementos confiables, de figuras sencillas, dispuestas a no ocupar, ni a inventarse, cargos para perpetuarse en funciones dirigentes, sino a entregar toda su fuerza en beneficio de una causa.
La unidad es, en todos los casos, como un río caudaloso que arrastra piedras, y también lodo. Lo importante es filtrar el agua de tal modo que las sucesivas acciones de lucha permitan dejar de lado lo que realmente obstruya y perjudique el proceso unitario, y ganar para la acción a todos aquellos que estén realmente dispuestos a la batalla sin buscar provecho alguno.
Por lo demás, la unidad no es la concreción de un sueño mágico que brotará al influjo de una mirada iluminada.
Será el resultado de un conjunto de experiencias y el resultado de un proceso social que servirá para decantar la potencialidad revolucionaria del pueblo y que, por eso mismo, dejará fuera de juego a los aprovechadores y a los sinvergüenzas, cualquiera sea la ubicación que hoy detenten.
Lo importante es que se base en Principios y en Programas. Y que se alimente de la misma lucha de los trabajadores y el pueblo. Que a ella concurran precisamente los que combaten en distintos frentes al enemigo de clase; y no que la usufructúen los maestros de la componenda y la traición.
En cuanto a nosotros se refiere, nos mantendremos vigilantes. No tenemos compromisos que puedan atarnos, ni propósitos subalternos. Apostamos entonces a esa lucha y a esa causa. Y estamos dispuestos a mantener muy en alto nuestra bandera.
No aspiramos sino a ocupar un modesto lugar en la trinchera de los trabajadores, porque no somos ni advenedizos, ni improvisados. Ella nos pertenece, porque estuvimos siempre en ese puesto, enfrentando con hechos a los enemigos de nuestro pueblo. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com
Tenemos, ciertamente, tradición de unidad en nuestra historia.
A mediados del siglo pasado y luego de la gran derrota del nazi fascismo en el mundo, en diversos países surgieron Frentes Populares y movimientos alternativos que lograron arrinconar a las viejas camarillas de Poder. Fue esa la esencia del Frente Democrático Nacional que en 1945 llevó al Poder al Dr. José Luis Bustamante y Rivero con un programa de corte patriótico que, sin embargo, no pudo cumplirse.
La traición del APRA, que desde dentro acuchilló al Frente y lo desangró, no solamente impidió que se consumaran sus objetivos estratégicos ligados a la lucha nacional liberadora, sino que también abrió la puerta para el retorno de los Exportadores y los Agrarios, que dieron al traste con la experiencia democrática y abrieron paso al recrudecimiento de las viejas dictadura.
Odría,y su gestión de gobierno, fueron la secuela natural de esa experiencia frustrada. Como en otras latitudes de nuestro continente, en aquellos años la dictadura se entronizó con su pesado fardo de sangre y de muerte.
Aunque a comienzo de los años 60, también al influjo de la victoriosa Revolución Cubana, se buscó promover la más amplia unidad del pueblo levantando el estandarte del Frente de Liberación Nacional, el llamamiento en tal sentido no cuajó con la fuerza necesaria.
Y pudo haberse pasmado, incluso, de no mediar la insurgencia militar patriótica del general Velasco Alvarado que, en nuevas condiciones, diseñó una experiencia unitaria ante los ojos de todo nuestro pueblo.
Los años 80 fueron ricos también en el proceso natural de acumulación de fuerzas a partir de un programa democrático y liberador. Fue Izquierda Unida y su líder Alfonso Barrantes los que perfilaron el sentido de la lucha de los peruanos amagando severamente el Poder tradicional.
En este caso, sin embargo, el proyecto unitario naufragó abatido por el personalismo y el electorerismo desenfrenado de caudillos, y el oportunismo sectario y estrecho de determinados sectores que todos identifican.
Razones ambas que debieran ser materia de un debate amplio y responsable, así como de la autocrítica correspondiente por parte de quienes tuvieron en sus manos el destino de esa experiencia notable, y que hoy se mantienen aferrados a posiciones de Poder en sus estructuras partidistas como si nada hubiese pasado.
La falta de ese balance autocrítico es, sin duda, la debilidad mayor, el talón de Aquiles, del proceso de unidad que ahora se alienta. Y nos induce a una idea fundamental: se tratar de construir la unidad desde la base social, y no a partir de los entendimientos de las cúpulas, que habrán de romperse a la menor disidencia de corte electoral.
Por lo demás, el común de la gente no siente la menor simpatía ni respeto por quienes jugaron a la suerte el destino de un movimiento embrionario y lo lanzaron por el despeñadero. Bien podría hacerse un balance de los procesos electorales de los últimos veinte años para recordar las magras votaciones que han alcanzado ciertos personajes cuya única aspiración es volver a postular en los comicios que se avecinan.
Por eso el segundo requerimiento para la unidad debiera ser el de la renovación elemental de los cuadros en las estructuras partidarias de la izquierda.
Bien podríamos, en este tema, recordar una experiencia de Lenin: cuando un ex socialista alemán responsable de manejos dolosos le pidió retornar a funciones en el movimiento proletario, el líder bolchevique contestó secamente: "no se hace la Revolución con las manos sucias". En este caso podría hacerse extensivo el concepto y decirse que tampoco, con la conciencia sucia.
Un movimiento que surge en un nuevo siglo, en una etapa distinta de la historia, acosado por fenómenos diferentes a los anteriores; requiere de dirigentes probos, de elementos confiables, de figuras sencillas, dispuestas a no ocupar, ni a inventarse, cargos para perpetuarse en funciones dirigentes, sino a entregar toda su fuerza en beneficio de una causa.
La unidad es, en todos los casos, como un río caudaloso que arrastra piedras, y también lodo. Lo importante es filtrar el agua de tal modo que las sucesivas acciones de lucha permitan dejar de lado lo que realmente obstruya y perjudique el proceso unitario, y ganar para la acción a todos aquellos que estén realmente dispuestos a la batalla sin buscar provecho alguno.
Por lo demás, la unidad no es la concreción de un sueño mágico que brotará al influjo de una mirada iluminada.
Será el resultado de un conjunto de experiencias y el resultado de un proceso social que servirá para decantar la potencialidad revolucionaria del pueblo y que, por eso mismo, dejará fuera de juego a los aprovechadores y a los sinvergüenzas, cualquiera sea la ubicación que hoy detenten.
Lo importante es que se base en Principios y en Programas. Y que se alimente de la misma lucha de los trabajadores y el pueblo. Que a ella concurran precisamente los que combaten en distintos frentes al enemigo de clase; y no que la usufructúen los maestros de la componenda y la traición.
En cuanto a nosotros se refiere, nos mantendremos vigilantes. No tenemos compromisos que puedan atarnos, ni propósitos subalternos. Apostamos entonces a esa lucha y a esa causa. Y estamos dispuestos a mantener muy en alto nuestra bandera.
No aspiramos sino a ocupar un modesto lugar en la trinchera de los trabajadores, porque no somos ni advenedizos, ni improvisados. Ella nos pertenece, porque estuvimos siempre en ese puesto, enfrentando con hechos a los enemigos de nuestro pueblo. (fin)
(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. www.nuestra-bandera.com