Educación y política de Estado

Por Gustavo Espinoza M. (*)


Decía José Antonio Encinas hace ya muchos años que en el Perú la dirección de la enseñanza se mantiene al margen de cualquier proceso de renovación; que los maestros siguen la ruta trazada por un conservadurismo enervante; que la escuela funciona a base de principios educativos destinados a conculcar la personalidad del niño; que el niño permanece ignorado y abandonado en su totalidad; que la política opone obstáculos insalvables para la dignificación de los maestros.


Estas formulaciones esbozadas por el Maestro de la Escuela Nueva en 1932, conservan asombrosa vigencia.

Hoy, en efecto, no obstante el tiempos transcurrido e incluso los diversos ensayos de reforma educativa; subsiste en nuestro país el viejo esquema heredado  en el que la educación tuvo siempre un carácter aleatorio y supernumerario.

Muchas promesas se han formulado en las últimas décadas, muchos sesudos documentos se han producido arguyendo la necesidad de diseñar un nuevo sistema de educación acorde con tiempos mejores, muchos proyectos se han esbozado en distintas etapas de la vida republicana y, sobre todo, ingentes recursos se han dilapidado; pero nada de eso ha cambiado una dolorosa realidad: la educación nunca ha llegado a ser Política de Estado sino más bien instrumento de un gobierno u otro para satisfacer  intereses subalternos.

Por eso bien puede asegurarse que la educación pública ha venido cayendo como por un plano inclinado hasta perderse en la más absoluta mediocridad. Y a la sombra de su derrota, ha surgido una   educación privada, mercantilista, administrada por los comerciantes del sistema, empeñados tan sólo en calificar a los hijos de la clase dominante, sin que les importe en absoluto el destino del país, ni la suerte de su población mayoritaria.

Una línea de trabajo consistente ha estado, en efecto, orientada a destruir la Escuela Pública. Y la ofensiva desplegada para tal efecto no ha tenido cuartel.

Se ha expresado, además, en los más distintos planos: presupuestos reducidos para el sector, sueldos de hambre para los maestros, paupérrima infraestructura educativa, programas irrelevantes y ausencia total de atención al educando en todos los rubros: salud, alimentación, nutrición infantil, mensaje cultural y otros.

Pareciera el esfuerzo de una voluntad concertada: demostrar que el Estado no es capaz de educar  para, en contrapartida, sentar la idea que la educación debe ser atendida por la empresa privada y convertida en un negocio.

Por eso, el contraste ha sido notable: la educación privada ha contado con ingentes recursos, los maestros del sector han estado mejor pagados, las escuelas bien habilitadas y los escolares en lo fundamental adecuadamente atendidos.

Así, ella se ha fortalecido, en tanto que la pública ha venido sufriendo continuas derrotas.

Gracias a esa política, la crisis de la Escuela Pública ha llegado a un grado extremo de resultas del cual poseemos la peor educación de América Latina y estamos ubicados en los últimos lugares de la estadística mundial en comprensión lectora, razonamiento matemático y otros. Los escolares peruanos se sitúan, en las condiciones actuales, en nivelas tan bajos como los de Haití.

Un esfuerzo sostenido, orientado a revertir esta realidad dramática, fue el que en su momento, desarrolló desde La Cantuta el Dr. Walter Peñaloza Ramella y el quipo docente que lo secundó.

Precisamente por eso la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle fue castigada y degradada, en su momento, y nunca más pudo recuperar realmente el sitial que tuviera.

Poco más tarde, la Reforma impulsada por el gobierno de Velasco intentó lo mismo, sólo que en otras condiciones, pero fracasó después del golpe de Morales Bermúdez, que permitió retomar la iniciativa a los sectores más oscurantistas y reaccionarios de la vida nacional.

A partir de ese año, iniciaron ellos una ofensiva consistente que se fue aplicando con lentitud, pero con fuerza y que no ha conducido sino a la quiebra absoluta del sistema educativo nacional.

Si la escuela pública está abandonada, si los maestros están pésimamente formados, si los escolares no rinden, si la infraestructura es obsoleta y si los programas académicos son un desastre; eso hay que atribuirlo en primer lugar y antes que a nadie, a los gobiernos que se sucedieron en la conducción del Estado a partir de 1975 pero sobre todo, a quienes tuvieron en sus manos la conducción del país en las tres últimas décadas.

No se necesita ser un revolucionario a carta cabal para darse cuenta de esa realidad.

Un técnico calificado, como León Tratemberg, por ejemplo, ha formulado diseños muy críticos a la política educativa de la Clase Dominante. Y lo mismo hizo Constantino Carvalho a partir de su vigorosa experiencia de "Los Reyes Rojos".

Uno y otro -y muchos más- han marcado a fuego la errática política oficial del sector educación, en manos de elementos absolutamente descalificados para ejercer la tarea.

Gloria Helfer, con voluntad digna de encomio, lideró buena parte de esta lucha promoviendo una Ley General de Educación que no se cumple.

Pero hoy, el sólo hecho que hayan desmantelado hasta virtualmente desaparecer al Ministerio de Educación, no hace sino confirmar la dramática realidad que deja a nivel de escombros el proceso educativo.

Lamentablemente, la respuesta indispensable que debió provenir del Magisterio y de las instituciones del sector, ha dejado mucho que desear. La organización sindical del magisterio ha consentido estas arbitrariedades y ha guardado un vergonzoso silencio ante ellas. Y la institución más calificada -él "Alma Mater del Magisterio Nacional", como gusta llamarse- ha admitido resignada esta afrenta a la educación y a la cultura.

En una circunstancia como esta, es buen recordar lo que sabiamente dijera hace muchos años Gamaliel Churata: "Si hay una responsabilidad ante la naturaleza y la civilización, esa responsabilidad es la del maestro. Y en momentos de gravidez promisoria, como estos momentos peruanos, la responsabilidad es mayor, porque todo momento de represión supone uno próximo de liberación, y esos momentos en la historia suelen marcarse con el cataclismo y la palingenesia"  (fin)

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera. http:// www.nuestra-bandera.com