por Herbert Mujica Rojas
Debía hacer tiempo para recabar las fotocopias de dos gruesos tomos de libros valiosos que no puedo comprar por su precio real. Estaba en el diminuto parque, que todos hemos cruzado, entre el complejo comercial de Higuereta y el conjunto de igual jaez que se llama Polvos Rosados. Y sentado en una de sus bancas con un sol de 25 o más grados, vi durante largos 40 minutos cómo una comerciante de origen serrano (su atuendo colorido era inconfundible), con sus dos tiernas criaturas, más que vender sus golosinas, rogaba porque le compraran las mismas. El observatorio fue todo a la vez: pasarela de odios raciales, demostración de amores solidarios, escenario de un Perú en pequeño que rábulas egoístas no dejan morir empujándonos a pulverizarlos ¡lo antes posible!
Para las señoras pudientes y bien vestidas, aquella joven madre no era más que un estorbo al cual no se mira al pasar y si eso es imposible, entonces se regala un mohín de característico disgusto. ¡Cómo si el Perú fuese patrimonio sólo de quienes se robaron legalmente el país desde el 28 de julio de 1821, día teórico de la independencia misma! ¡O antes, centurias atrás! En la antípoda, contemplé a jóvenes parejas, muchachos y matrimonios tomados de la mano, que no querían las golosinas pero sufragaban a la vendedora como si en realidad hubieran comprado. Más que la adquisición hubo gestos solidarios de altos quilates rubricados por una sonrisa de simpatía, no discriminación y júbilo por ayudar al prójimo.
Mientras padecía un sol veraniego que no comprende, por razones ignotas, que ya estamos en otoño, vi una demostración cotidiana que todos reputan como parte de lo más feo del país y sobre el que no se muestra ninguna preocupación ni hay ley que sofrene o borre semejante miseria humana involuntaria que tiene ínsitos valores increíbles. Si el Perú no estalla es porque hay personas que canalizan su falta de trabajo y sus furias cotidianas hacia la acción ambulante que, de algún modo, les provee del mínimo indispensable. Si no fuera así, las guillotinas o las invasiones masivas de los cerros hacia las ciudades y el desmadramiento incontrolable habría, hace rato y décadas atrás, hecho flecos al Perú de las 4 x 4, de los balnearios en varios idiomas y de los ricos blancos o de quienes se transforman en blancos a fuerza de euros o dólares.
Son tiempos de involución estúpida como todas las regresiones. Ha poco se pretendió hacer un caso de Estado por la mala ortografía castellana de la congresista cusqueña Hilaria Supa, bajo la premisa insostenible y repugnante que un superior manejo del idioma oficial equivaldría a una actividad legiferante óptima. ¿Cuántas estupideces, paráfrasis sobre la democracia que dijera Marie-Jeanne Phlipon, Madame Rolland, antes de ser guillotinada, se hacen en nombre de la eficiencia? ¡Ay de esos cretinos que no han comprendido que el Perú está en constante e irreversible cambio!
En homenaje a esas compatricias del pueblo de aquí, horrible capital y de acullá, Perú profundo, de allende y aquende, del cerro y el arenal, el páramo y el monte, de todos los colores y de sus amplias y múltiples ternuras, quiero recordar la bella página que escribió el poeta y periodista Carlos Luján Salas:
A la hermana basurera
la barredora con su escobita, callada
hombros caídos, mirada al suelo, agobiada
su lucha diaria (sin percatarse), un ejemplo
Mujer de angustia, mujer obrera, en mi tierra
todos tus sueños, tus sueños rotos, deshechos
la escoba en ristre, la escoba un arma de guerra
que te defiende, soliviantados derechos.
Te cubre el rostro, tosco pañuelo, lamento
sudor que perla, frente arrugada, ceñera
tus pensamientos, los barres todos, quimera
y un sol te quema, toda la vida, por dentro.
Tus fuertes manos, no mecen cunas…
no hay ruegos
tampoco besos de madre, tan tiernos
sólo el cemento recibe a tu alma
y tus sueños,
van por el suelo, como despojos al viento.
Obrera amiga, hermana mía, mi pueblo.
Yo te consagro porque amas tanto, barriendo
sobre el asfalto que limpias diario, te entrego
mi verso triste, pobre presente, gimiendo.
Hermana mía, obrera amiga, hay un tiempo
que viene presto, sembrando auroras, sereno
yo lo avizoro desde el umbral de mi ensueño
y lo presiento, vibrando fuerte,
latiendo….
Viene en las olas de un mar azul gigantesco.
Se da en la risa de niños pobres, sin miedo
y entre los surcos del campesino, emergiendo
del blando lecho, la madre tierna, sin dueño
Arde en la fragua del viejo obrero costeño
y es la barreta de quien horada la mina
con el azúcar que da el cañero norteño
viene endulzando la vida triste;
tu vida.
Hermana mía, tu corazón no es deshecho
no barras nunca, tus ideales, tus sueños
que no haya pena, cruxifición
ni lamento
y en la alborada, la escoba y tú
sonriendo.
Hermana mía no desesperes,
que llega
la vida nueva que cobijó
tu añoranza;
y en la vereda que tibia lágrima, riega…
germina en flor, tu libertad,
tu esperanza……..