Horas de lucha
por Herbert Mujica Rojas
Anticipando las añagazas ambiciosas de ciertos, hoy funcionarios al más alto nivel, años atrás esta crónica se escribió durante una huelga de los maestros y las trompeaduras de entonces. Me atrevería a decir que tales palabras tienen alguna —lamentable, sin duda— confirmación en los dolorosos hechos actuales. Hoy deberíamos guardar luto respetuoso por los caídos en Bagua e imponer (tal cual ha sugerido con lucidez indignada el colega Ismael León), por la voluntad general de los pueblos si al gobierno del señor García no se le ocurre hacerlo, un alto en el camino de la confrontación e instalar la reflexión para entender que esa violencia absurda, desaforada, sin una pizca de sentido revolucionario o constructor, puede ahogarnos. Y ese aniego, precisamente ése, es el que provocaría risa, solaz y satisfacción allende las fronteras. Nuestros políticos de juguete, periodistas miopes o tercos en su conservadurismo estático, no quieren, se niegan tozudamente a ver los peligros de la situación. ¡Después seremos, como siempre, los campeones del análisis! Y también de los ayes, esos que se escuchan desde cuando llegaron los ibéricos a “conquistar” al imperio incaico que se caía sólo en su decadencia evidente. (11-6-2009, herbert mujica rojas).
por Herbert Mujica Rojas
Horas de lucha
En el Perú hay pandillas políticas cuyo único y exclusivo fin es el de tumbarse, no al gobierno de Toledo, ¡a cualquier régimen que medianamente opte por el sistema democrático como patrón y regla de su manejo! Los extremos se juntan y en este revoltijo se unen los delincuentes fujimoristas y los ultras de todo pelaje y también, por cierto, los poderosos que no están acostumbrados a ganar dinero en medio de huelgas e “inestabilidad social”, a ellos complace exaccionar al país en medio de lagunas de “paz” y siempre bajo el predominio de aquella sentencia ominosa del azúcar caro y el cholo barato.
Diez años embalsados, de profunda rabia contenida, de inconmensurable y oprobiosa inmoralidad en la cosa pública han envilecido la acción gubernamental. Cualquier inquilino de Palacio habría tenido resultados muy similares a los actuales porque la tormenta política se columbraba en el horizonte y tarde o temprano iba a explotar lo dejado por la caterva fujimorista y no resuelta, siquiera en borrador, por el mediocre gobierno de transición de Valentín Paniagua. Bien lo ha analizado Mirko Lauer en un lúcido artículo y también lo había prefigurado Juan Sheput en sendas exégesis periodísticas.
Nada de esto puede o debe contribuir a limpiar el pasivo del actual gobierno. La administración Toledo ha pecado de excesiva demora o reflexión tardía frente a temas que eran –y siguen siendo- de urticante solución. Un partido más bien joven como Perú Posible sin la organización cuajada y ya con las riendas en la mano no ha podido dar al régimen el soporte popular en las calles y en las bases de la sociedad para contrarrestar exitosamente la avalancha de reclamos, justos sin duda, pero cuya vorágine multitudinaria harían trastabillar hasta al más sereno.
¡Es hora señores de gritar urbi et orbi que el Perú es más grande que sus problemas! ¡Que no hay grupo por encima de la colectividad que se llama Perú! ¡Ha llegado el momento de pensar en conjunto y por encima de parroquias, ambiciones minúsculas y granjerías de gordos infames cuyo único sueño estriba en volver a poner sus anchas y rollizas posaderas en cualquier sillón de Palacio! El camino a Palacio no siempre es el derrotero de las grandes causas del país, a veces no es más que una mascarada porque los que determinan qué y qué no se hace, son otros.
¿Alguien puede dudar de la justicia de las demandas del magisterio y de otros muchos sectores? Pero, lo puntual que favorece a una porción ciudadana no debe –jamás- convertirse en pedrea, paliza, dicterio, contra quienes no son parte hoy de ese grupo. ¿Qué culpa tienen los pasajeros que viajan por el territorio nacional y son parados en estaciones que no son las que corresponden? ¿Quiere decir que hay que pasar hambre y poner los frutos y las papas en la pista, o derramar leche por los puentes cuando hay gente que padece por falta de alimentos? ¿No estamos convirtiendo en un cruel sainete, en una tragicomedia, la promesa de la vida peruana?
¿Dónde están los líderes que dicen defender la democracia? La democracia y su reivindicación tienen que constituir la bandera flameante de todas las reivindicaciones políticas, económicas y sociales del Perú. Cuando se habla de democracia partidaria y los votos que se pueden conseguir merced a episódicas campañas, entonces la payasada se descubre y lo insincero y zafio del tema muestra como el lobo, sus orejas traidoras. Y esto tiene que ser análisis de esos grupos que se creen en el derecho de ser los próximos gobernantes. Sobre todo aquél que quiere retornar a Palacio porque su vanidad infinita así se lo dicta, que no un intento revolucionario de cambiar las cosas.
Ha poco se tomó conocimiento que la gente cree que la prensa manipula informaciones y es poco fiable. Ello debía constituir un duro reto para todos los medios. El sacudirse de semejante percepción ciudadana, tendría que ser a partir de mañana, acicate y espoleo de nuestras mejores voluntades cívicas para decir la verdad y afirmar la democracia de los más y no la de los menos, de esos que pagan para que aparezcan versiones parciales, sesgadas, contra-natura, siempre a favor de los grandes imperios que destrozan primero y luego preguntan por la filiación.
Maestros, soldados, gobernantes, periodistas, diplomáticos, empleadas del hogar, estudiantes escolares y universitarios, todos somos peruanos y hay que empezar a pensar en este país como un todo y un porvenir unitario que nos debe encontrar preparados para convivir con otros países no en términos de inferiores sino como partes iguales de una gran Comunidad Latinoamericana de Naciones. ¡Es hora de reaccionar y negociar acuerdos que paulatinamente consigan las mejores y más justas reivindicaciones para todos los postergados!
Pero jamás debemos, nuevamente, caer por los precipicios ruinosos de quienes nos orientan hacia la nada o a la anomia de años atrás. ¿Tanto cuesta a los peruanos ser peruanos y ejercer un legado sólido de historia que anhela su gran reconciliación nacional? Y hablamos de una lectura que destierre las fábulas que han creado los poderosos que sólo glorifican al blanco y al de apellido ficticiamente noble cuando aquí los peruanos vivimos en un país ocupado por gente cuya raíz apenas si frisa los 500 años.
Ni peruanos bamba, ni izquierdas caviares, ni lunáticos terroristas. Hagamos del Perú un país libre, justo y culto.
Y comencemos con la prensa y con la política.
Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz.
En el Perú hay pandillas políticas cuyo único y exclusivo fin es el de tumbarse, no al gobierno de Toledo, ¡a cualquier régimen que medianamente opte por el sistema democrático como patrón y regla de su manejo! Los extremos se juntan y en este revoltijo se unen los delincuentes fujimoristas y los ultras de todo pelaje y también, por cierto, los poderosos que no están acostumbrados a ganar dinero en medio de huelgas e “inestabilidad social”, a ellos complace exaccionar al país en medio de lagunas de “paz” y siempre bajo el predominio de aquella sentencia ominosa del azúcar caro y el cholo barato.
Diez años embalsados, de profunda rabia contenida, de inconmensurable y oprobiosa inmoralidad en la cosa pública han envilecido la acción gubernamental. Cualquier inquilino de Palacio habría tenido resultados muy similares a los actuales porque la tormenta política se columbraba en el horizonte y tarde o temprano iba a explotar lo dejado por la caterva fujimorista y no resuelta, siquiera en borrador, por el mediocre gobierno de transición de Valentín Paniagua. Bien lo ha analizado Mirko Lauer en un lúcido artículo y también lo había prefigurado Juan Sheput en sendas exégesis periodísticas.
Nada de esto puede o debe contribuir a limpiar el pasivo del actual gobierno. La administración Toledo ha pecado de excesiva demora o reflexión tardía frente a temas que eran –y siguen siendo- de urticante solución. Un partido más bien joven como Perú Posible sin la organización cuajada y ya con las riendas en la mano no ha podido dar al régimen el soporte popular en las calles y en las bases de la sociedad para contrarrestar exitosamente la avalancha de reclamos, justos sin duda, pero cuya vorágine multitudinaria harían trastabillar hasta al más sereno.
¡Es hora señores de gritar urbi et orbi que el Perú es más grande que sus problemas! ¡Que no hay grupo por encima de la colectividad que se llama Perú! ¡Ha llegado el momento de pensar en conjunto y por encima de parroquias, ambiciones minúsculas y granjerías de gordos infames cuyo único sueño estriba en volver a poner sus anchas y rollizas posaderas en cualquier sillón de Palacio! El camino a Palacio no siempre es el derrotero de las grandes causas del país, a veces no es más que una mascarada porque los que determinan qué y qué no se hace, son otros.
¿Alguien puede dudar de la justicia de las demandas del magisterio y de otros muchos sectores? Pero, lo puntual que favorece a una porción ciudadana no debe –jamás- convertirse en pedrea, paliza, dicterio, contra quienes no son parte hoy de ese grupo. ¿Qué culpa tienen los pasajeros que viajan por el territorio nacional y son parados en estaciones que no son las que corresponden? ¿Quiere decir que hay que pasar hambre y poner los frutos y las papas en la pista, o derramar leche por los puentes cuando hay gente que padece por falta de alimentos? ¿No estamos convirtiendo en un cruel sainete, en una tragicomedia, la promesa de la vida peruana?
¿Dónde están los líderes que dicen defender la democracia? La democracia y su reivindicación tienen que constituir la bandera flameante de todas las reivindicaciones políticas, económicas y sociales del Perú. Cuando se habla de democracia partidaria y los votos que se pueden conseguir merced a episódicas campañas, entonces la payasada se descubre y lo insincero y zafio del tema muestra como el lobo, sus orejas traidoras. Y esto tiene que ser análisis de esos grupos que se creen en el derecho de ser los próximos gobernantes. Sobre todo aquél que quiere retornar a Palacio porque su vanidad infinita así se lo dicta, que no un intento revolucionario de cambiar las cosas.
Ha poco se tomó conocimiento que la gente cree que la prensa manipula informaciones y es poco fiable. Ello debía constituir un duro reto para todos los medios. El sacudirse de semejante percepción ciudadana, tendría que ser a partir de mañana, acicate y espoleo de nuestras mejores voluntades cívicas para decir la verdad y afirmar la democracia de los más y no la de los menos, de esos que pagan para que aparezcan versiones parciales, sesgadas, contra-natura, siempre a favor de los grandes imperios que destrozan primero y luego preguntan por la filiación.
Maestros, soldados, gobernantes, periodistas, diplomáticos, empleadas del hogar, estudiantes escolares y universitarios, todos somos peruanos y hay que empezar a pensar en este país como un todo y un porvenir unitario que nos debe encontrar preparados para convivir con otros países no en términos de inferiores sino como partes iguales de una gran Comunidad Latinoamericana de Naciones. ¡Es hora de reaccionar y negociar acuerdos que paulatinamente consigan las mejores y más justas reivindicaciones para todos los postergados!
Pero jamás debemos, nuevamente, caer por los precipicios ruinosos de quienes nos orientan hacia la nada o a la anomia de años atrás. ¿Tanto cuesta a los peruanos ser peruanos y ejercer un legado sólido de historia que anhela su gran reconciliación nacional? Y hablamos de una lectura que destierre las fábulas que han creado los poderosos que sólo glorifican al blanco y al de apellido ficticiamente noble cuando aquí los peruanos vivimos en un país ocupado por gente cuya raíz apenas si frisa los 500 años.
Ni peruanos bamba, ni izquierdas caviares, ni lunáticos terroristas. Hagamos del Perú un país libre, justo y culto.
Y comencemos con la prensa y con la política.
Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz.