¿Políticos o caníbales?


por Herbert Mujica Rojas


Como el gobierno de Alan García, con su inconfundible andar paquidérmico (aunque algo diferente, porque el voluminoso animal es hasta sabio), destroza a la sensatez con la contumacia de no reconocer sus enormes yerros en lo ocurrido en Bagua, se produce el nada raro fenómeno de respuestas igualmente canibalescas que desearían engullirse en primer lugar al presidente García, al gabinete y a toda la administración. En buena cuenta, tumbarse al régimen. ¿Para qué?: para que otros, (léase, ellos), se hagan cargo de la urticante nave nacional que está en un momento delicado de conflicto jurídico en La Haya, con Chile, tema sobre el que la estatura pigmea de casi el 95% del zoológico político no parece entender absolutamente nada. La pregunta de orden pareciera ser: ¿quién se come a quién y a quién favorece la digestión autocorrosiva entre peruanos para goce, diversión y avance de otro (s) países?


Culpar absolutamente al gobierno de la integridad del conflicto y sus dolorosas consecuencias, a saber, la muerte de policías y civiles en Bagua, es una opción válida bajo la premisa que también hay que señalar las irresponsabilidades del resto de actores del drama. ¡Aquí todos tenemos algo de culpa! La chatura cerebral, cultural, intelectual de la oposición no envidia ¡ni un ápice! a la exhibida por el gobierno. ¿Qué quieren los violentistas?: ¡fulminar al gobierno y punto! ¿Quién se ha tomado la molestia de preguntar qué harían y de qué manera? Además hay un problema de fondo que es antecedente inevitable y sobre el que expresaron su parecer en el 2006 casi ¡20 millones de peruanos! Los que están en el gobierno cumplen un mandato en las urnas. ¿Los que quieren botar a patadas a García han pensado cómo van a legitimar su aspiración a, según ellos, reemplazar a la actual administración, en Palacio? ¡Nadie que carezca de mandato popular, por la única manera posible y conocida, desde las ánforas, tiene derecho a gobernar al Perú! A menos que se trate de dictaduras embozadas cuya única forma de entronizarse es ¡a sangre y fuego! Además, y esto es imprescindible de considerar en toda su magnitud: ¿la oposición quiere hacer héroes a quiénes en juicios justos no podrían demostrar sino que tenían algunas uñas largas y encargos extrapopulares por sus compromisos con los poderes reales que gobiernan el mundo? ¡No se puede ser tan inocente o tan estúpido!

Supongamos que algún rayo de lucidez ataca al gobierno y se impone la serenidad constructora de una fraternidad política que bien necesita ¡todo el país! Y que esto conlleva a aplicar la potente iniciativa del periodista Ismael León de proclamar el Luto Nacional y la unción respetuosa por los muertos de Bagua. Más aún, el gobierno admite sus yerros, paraliza los efectos de los decretos tan cuestionados y se sienta a dialogar, pactar, negociar y buscar la salida legítima, con respeto a los derechos de las comunidades amazónicas, minorías amparadas por la Constitución y echamos la máquina a andar como corresponde a una región de frontera y revigorizamos la indeclinable peruanidad de un trabajo que tiene enemigos geopolíticos anhelantes de nuestra sempiterna división fratricida. ¿Qué diría la oposición, la real y no la inventada en muchos medios de comunicación? Cuesta trabajo entender con la pizca más mínima de lógica que se insista en hablar de cientos de muertos cuando los únicos cadáveres, ya sepultados, corresponden a 24 policías y 8 civiles, dolorosas bajas que demandan minutos de unción y reflexión de ¡todo el Perú! Allí descubriríamos quiénes sí buscan la dinámica nacional y cuántos y quiénes, con nombre y apellido, son los que trabajan por el empantanamiento total.

El estadio caníbal grafica una realidad primitiva en que los contendientes vencen a su enemigo chupando los huesos de aquél pero NO apisonando alamedas democráticas de ninguna especie o de forja o de futuro. Los agoreros o pitonisos radicales, esos que predicen la caída de todos los gobiernos que a ellos, minorías menos que minúsculas, no les gustan, son parte histórica del análisis sociológico del Perú. Desde que nacimos como república a la fecha actual siempre tuvimos esta clase de manifestaciones tan auto-destructivas, aberrantes y propias de pueblos que no entienden su capitanía geopolítica porque fueron castrados en la posibilidad de criticar duramente y eliminar sus taras a sangre y fuego. Léase la historia oficial u oficialista del Perú y tendremos múltiples sorpresas que revelan en segunda o tercera línea lazos consanguíneos, ocultamientos aviesos, traiciones disimuladas, robos en forma de contratos, exacciones en nombre del progreso, estafas bajo la figura de tratos millonarios, es decir un manojo de situaciones que debilitaron o destruyeron la dignidad nacional para convertir al peruano en un ser indefinido que dice sí porque es no, y no, porque no entiende nada de lo que le dicen. Los chicos tienen una frase impecable: ¡ni fu, ni fa! ¿Hasta cuándo o hasta dónde?

Básico y fundamental es manejar la noción de proyecto nacional y las formas en cómo encarrilar esa opción. Sin partidos políticos que apenas hoy llegan a ser vulgares maquinarias electorales muy discutibles en su limpieza interna, carentes de líderes jóvenes (a menos que nos digan que esos amigos con más de 60 años, lo son), huérfanos de la genialidad de los grandes para entender al Perú no en sus palurdas cuitas de callejón sino en la posibilidad de una gran nación central en Latinoamérica, nuestro destino colectivo tiene problemas sensiblemente trágicos. Cuasi insalvables. Tal como estamos.

¡Atentos a la historia, las tribunas aplauden lo que suena bien!

¡Ataquemos al poder, el gobierno lo tiene cualquiera!

¡Rompamos el pacto infame y tácito de hablar a media voz!

¡Sólo el talento salvará al Perú!

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