Por: Wilfredo Pérez Ruiz (*)
Quiero compartir mis apreciaciones con ocasión del “Día Internacional de la Mujer” (8 de marzo), una trascendental efeméride instituida por acuerdo de la asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas (1977); el lema este año es “Mujeres líderes: Por un futuro igualitario en el mundo de la COVID-19”.
Los orígenes de esta conmemoración tienen como común denominador la lucha, perseverancia y valentía de la mujer. Uno de ellos es cuando un grupo de costureras de Nueva York ocuparon la fábrica textil donde laboraban para exigir paridad de salarios y una jornada de trabajo de diez horas (1857). Este movimiento terminó con un incendio y la muerte de 146 obreras.
El 28 de febrero de 1909 se celebró en los Estados Unidos el “Día Nacional de la Mujer”; la fecha elegida fue el último domingo de febrero. En 1910 se efectuó la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Dinamarca, en donde el tema central fue el sufragio universal para las mujeres. Recogiendo la propuesta de Clara Zetkin, dirigente del “levantamiento de las 20.000”, se proclamó el 8 de marzo como el “Día Internacional de la Mujer Trabajadora”. Asimismo, en Rusia las mujeres se amotinaron e influyeron en el comienzo de la revolución bolchevique que derivó en la caída del zar Nicolás II y en el establecimiento de un gobierno provisional que les concedió la potestad de votar (1917).
A lo largo del siglo XX se han producido progresivos cambios favorables. Sin embargo, es necesario estimular la semejanza de oportunidades entre ambos sexos. Este milenio debe caracterizarse por el entendimiento, la convivencia, la tolerancia y la conquista de las legítimas demandas femeninas y de las minorías desplazadas. Eso involucra revertir estigmas, prejuicios y estereotipos y, consecuentemente, un conjunto de barreras que obstruyen el acceso a nuevos escenarios de actuación profesional, social y política. Todavía se vislumbra, en países del Tercer Mundo, un dilatado y difícil camino por recorrer para concebir una colectividad justa.
Empecemos por fortalecer su autoestima y liderazgo; desistamos de la apatía frente al abuso y la violencia en su contra; alentemos su progreso en todas las áreas del quehacer humano; miremos con sentido de pertenencia y reconocimiento su imprescindible rol; admiremos su espíritu de sacrificio, por el bien común, por encima del sufrimiento personal; aprendamos de su probada valía, entereza y coraje.
A lo largo de la historia concurren afamadas damas merecedoras de nuestra plena evocación, cuyas existencias constituyen un referente vivificante en un entorno adverso; su enaltecedor aporte a dignificado el devenir de sus pueblos. Mi homenaje a Manuela Sáenz, Annelies Marie Frank, María Kodama, Indira Ghandi, Violeta Barrios de Chamorro, Rigoberta Menchú Tum, Gabriela Mistral, Hortensia Bussi de Allende, Clorinda Matto de Turner, Mercedes Cabello de Carbonera, Blanca Varela González, Doris Gibson Parra del Riego, Violeta Correa Miller, Georgette Marie Philippart, María Reiche, Mariana Mould de Pease, María Rostworowski Diez Canseco, Etna Velarde Perales y María Elena Moyano, entre muchísimas otras.
Hace algunos años la viuda de mi querido amigo, el ilustre geógrafo, académico e intelectual peruano Javier Pulgar Vidal (1911-2003), la afable y encantadora Margarita Biber de Pulgar Vidal, durante un homenaje a su esposo en el Congreso de la República aseveró: “No es atrás, sino a su lado”, en respuesta a la afirmación de un destacado expresidente del Banco Central de Reserva que dijo: “Detrás de un gran hombre, existe una gran mujer”. De inmediato mereció la ovación de la concurrencia. Lo que pareciera un episodio anecdótico convendría asumirlo como un imperativo: la dama debe situarse, en cualquier contexto, con equidad junto al varón.
En tal sentido, ha sido grata la reciente invitación de los organizadores del Concurso Mis Perú La Pre 2021 -conducido por las ex Miss Perú Jessica Newton Sáenz y Mónica Chacón de Vettori- para integrar el equipo capacitador de las más de 200 participantes y comprobar la entrega, el compromiso, la perseverancia y la voluntad de superación de una generación diferente. Esta experiencia me ha facilitado recoger el sentir, las expectativas y los anhelos de jóvenes -de los más variados sectores y regiones del país- con ansias de reivindicar su papel y, además, poseedoras de una visión ganadora, auténtica y segura de sí mismas.
Esta manifestación esperanzadora me trae a la memoria los pertinentes vocablos de la activista paquistaní, defensora de la educación y la escolarización de los niños, Malala Yousafzai: “Debemos decirles a nuestras jóvenes que sus voces son importantes”. A mi parecer, es un ineludible mandato moral promover y secundar sus genuinos afanes de crecimiento, desarrollo y competitividad.
Estas expresiones finales están dedicadas a mi madre Amelia. Recordarla es un soplo de ilusión y fuerza en medio del inmenso desconsuelo que su partida ha dejado en mi alma. Siento su presencia, enseñanza, grandeza y estoicidad en cada amanecer. Su inalterable remembranza, los hermosos momentos a su lado y la dimensión de su existencia, se prolongan en sueños, inspiraciones y nostalgias. Mi cálido y emocionado tributo por su ennoblecedor e impar testimonio de vida.
(*) Docente, consultor en organización de eventos, protocolo, imagen profesional y etiqueta social. http://wperezruiz.blogspot.com/