Aniversario de la fundación de Acción Popular
“La Prensa”, domingo 8 de julio de 1956.
'U doble deber, de gratitud y de conciencia, me impulsa a dirigirme nuevamente a la ciudadanía para enjuiciar el proceso electoral que concluye, analizando tanto su resultado numérico –que nos ha sido en apariencia adverso– como su profundo significado cívico que nos hace sentirnos generosamente favorecidos.
Si nuestra meta hubiese sido llegar al gobierno por sus halagos, para satisfacer la vanidad o saciar un afán de mando y de poder, éste sería el momento de nuestra derrota. Si el impulso subalterno de la ambición nos hubiese llevado a la lucha política, ésta sería la hora de las lamentaciones.
Pero cuando es el ideal el que guía y cuando surge del pueblo mismo, pueblo insobornable en cuya rectitud y desinterés está la verdadera fuente de la legitimidad gubernativa, entonces ese ideal no conoce derrota y su fuego, lejos de apagarse ante un revés pasajero tramado en las urnas, se enciende aún más frente a los últimos obstáculos que una era de claudicación y decadencia moral le opone en su camino.
Una nueva fuerza cívica ha surgido en el Perú. ¡Qué importa que no alcance el gobierno si ella ha germinado hondamente en el corazón del pueblo! ¡Qué importa que aparezcan en las ánforas menos adhesiones de papel que las que se han voceado, con vibrantes palpitaciones de vida, en todas las plazas de la República! Las cifras favorecen a la consigna, pero el clamor nacional está proclamando una gran victoria para la espontaneidad. Cifras e ideales: jamás un ideal se estimó en números.
Comentamos, primero la enredada contabilidad de estas elecciones, para ocuparnos, después, como fecunda conclusión de la conquista de la libertad de conciencia que ya se anuncia en el Perú.
Se nos reconoce unos 460,000 votos que no alcanzan a darnos la victoria, aunque quedará para siempre en el misterio la cifra de los que nos han sido arrebatados.
Está en la conciencia pública que nuestra lucha no se ha librado solamente contra las dos candidaturas que se nos oponían. La batalla fundamental la ha presentado el propio Jurado Nacional de Elecciones, dócil instrumento de un gobierno cuya única preocupación es que no le revisen sus actos. Si alguien nos ha arrebatado votos ha sido precisamente ese Jurado sin autoridad moral. Inscribió nuestra candidatura con inaudita tardanza a pesar de haber dado rápido trámite a solicitudes que llegaron después que la nuestra. Sólo en la madrugada del 2 de junio –quince días antes de las elecciones– se nos dio el pase y se aprobó la respectiva cédula de votación. El trabajo de imprimir y la morosa distribución de dichos votos dejó a un tercio del país en manos de nuestros adversarios. El Jurado obtuvo así su primera victoria.
Debiendo inscribirse los candidatos a representaciones diez días antes del acto electoral, dispusimos apenas de cinco días para formar un cuadro de congresistas en los veinticuatro departamentos. En tan angustioso plazo sólo logramos inscribir en doce, privándonos así de su valiosa colaboración para montar el complejo mecanismo electoral en nada menos que la mitad del país. Esta es la segunda victoria del Jurado. En once departamentos en los que no inscribimos candidatos perdemos la elección y en ellos, bajo en benevolente patrocinio del Jurado, el MDP triplica el volumen de nuestros votos, que sin la fiscalización de candidatos parlamentarios es triunfo fácil. ¿Cuál habría sido el resultado si hubiéramos luchado en esos lugares en igualdad de condiciones? Ni nosotros ni el Jurado podemos estimarlo; pero es innegable que allí la elección presidencial está moralmente invalidada.
Así se explica que una candidatura que por su volumen electoral debería tener por lo menos setenta representantes en el parlamento sólo obtenga veinticuatro, algunos de éstos malévolamente impugnados en un intento de abrir paso a candidatos repudiados por los pueblos.
Por orden del Ministerio de Gobierno han sido falseadas las elecciones en los departamentos de Cajamarca, Huánuco, Huancavelica, Apurímac, San Martín, Amazonas y Madre de Dios, en los otros departamentos, a excepción de Lima, Arequipa, Cuzco y Tacna, las autoridades cumpliendo órdenes contenidas en Despachos telegráficos oficiales —alguno de los cuales se ha dado a publicidad con asombro público—, han manejado a su antojo los resultados.
¿Puede creer la ciudadanía que una candidatura fuertemente respaldada que ha hecho cien manifestaciones multitudinarias en todo el país, obtenga 7 votos en uno de sus departamentos? ¿Es acaso admisible que, en San Martín aparezcan 1,892 votos a nuestro favor mientras el MDP obtiene 11,908 y la Unificación 8,033? ¿Hay relación en nuestra victoria en la ciudad de Lima y nuestra derrota en proporción de 1 a 9 en Amazonas y de 1 a 20 en Huánuco?
Así es toda la enredada contabilidad electoral de Jurados notoriamente adversos. Tenemos que aceptar el balance tal como se nos presenta: no vamos a cometer la ingenuidad de nombrar auditores, para que lo revisen los mismos que han aceptado las sustracciones de las que hemos sido víctimas en casi todos los distritos del Perú.
El Jurado Nacional de Elecciones ha conseguido su objetivo: Impedir que gran parte del país se pronuncie a nuestro favor. ¿Puedo yo apelar ante semejante organismo, descalificado moralmente, en el que da órdenes como en su propia casa el Ministro de Gobierno? De ninguna manera. El único tribunal que yo acepto, en el ambiente de arbitrariedad creado por este régimen, es el de la opinión pública y es a él al que apelo. Que el país sea juez; su veredicto es el que importa.
Los 460,000 votos que no han podido negársenos son en todo caso suficientes par probar que hemos congregado la fuerza mayoritaria del país, ya que para superarla ha sido necesario que sumen sus fuerzas el Gobierno, el Apra y el Pradismo, dejando siempre la duda sobre la exacta proporción de sus aportes. Se abre ya el inquietante panorama de una administración maniatada que va a deber su existencia a factores extraños. El dilema que se ofrece al país está entre el caos de un gobierno heterogéneo, de cuestionable base constitucional y la deslealtad de un régimen que para sobrevivir rompa con las fuerzas que subterráneamente lo han constituido. El país no debe olvidar las “hazañas” del Jurado Nacional de Elecciones cuando llegue la oportunidad de revisar este proceso.
Tal es la deleznable base en que va a apoyarse el futuro régimen. Como ignoro la cantidad exacta de los votos que me han sido sustraídos y de los que por acto de autoridad no llegaron a depositarse no estoy en condiciones de confirmar mi derrota ni de ratificar la victoria de mi adversario, aunque es evidente que de haber ocurrido habría sido inútil perseguir, amedrentar y apresar a nuestros personeros en Lima y provincias.
En tan incierta situación, sólo puedo hacer público mi anhelo de que el gobierno que va a iniciarse, cumpliendo las promesas que hiciera 48 horas antes de la elección, restablezca plenamente las garantías para todos los peruanos y se haga acreedor por la obra que realice y los métodos que emplee, de un apoyo público más amplio y espontáneo que el que ha logrado exhibir en este proceso tan lleno de sombra e interrogantes.
El Gobierno ha querido escudarse con la intervención de los Institutos Armados, apelando a su sentido del honor. Es oportuno aclarar que tal intervención se limitó a un acto de custodia y vigilancia en el día mismo de la elección, en que éstos pusieron el celo, la disciplina y la rectitud que me es grato reconocer públicamente. Pero sería una enorme injusticia que las armas nacionales cargaran indebidamente con las graves responsabilidades de los períodos preelectoral y postelectoral, con cuyos turbios procedimientos no han tenido nada que ver. En esas etapas no ha sido el honor de los Institutos Armados el que ha estado en juego, si no la responsabilidad del Gobierno y del Jurado.
Y llegamos ahora a la parte positiva y fecunda de este proceso. Un movimiento espontáneo, renovador, idealista, viril, como el que me ha tocado el honor de dirigir en esta campaña, debe seguir cohesionado convirtiéndose en una fuerza cívica permanente, que se dedique al estudio de la realidad nacional, fiscalice los actos gubernativos e intervenga en las contiendas electorales. Así me los han pedido centenares de compatriotas de todas las regiones y yo siento el claro deber de seguir brindándole mi modesta pero decidida colaboración. Sólo pido a los grupos políticos y personas que me han brindado su generosa adhesión que lo estructuren en la forma más democrática, que alejen, en la posibilidad de todo personalismo en su dirección, que su gobierno se encargue a líderes que se renueven constantemente en el comando y que a mí sólo se me asegure el privilegio de poder confundirme con la multitud que tan hidalgamente me ha acompañado en la contienda.
A la terminación de este proceso renuevo mi fe en le pueblo peruano y le agradezco una vez más el homenaje de la confianza que ha querido depararme sin que medien intervenciones extrañas que opaquen el brillo de su espontáneo y enaltecedor apoyo. El pueblo sólo se ha equivocado en el Perú cuando sus decisiones no han surgido libremente de lo íntimo de su propia conciencia. Cuando se ha lanzado la calumnia para perturbar su juicio han resurgido siempre limpios los hombres que merecieron su afecto. Yo no olvidaré nunca que mi candidatura surgió del pueblo mismo.
Mucho de lo grande que tenemos se lo debemos a la acción popular. Por acción popular llegaron a Sacsayhuamán los inmensos monolitos de sus triples murallas. Por acción popular surgió una ciudad misteriosa y poética en la cumbre de la montaña y se elevaron catedrales sobre los cimientos de los templos paganos. Y es la acción popular perdida en lo remoto del pasado y en la lejanía del porvenir la que lleva a las comunidades indígenas a unirse en el esfuerzo del sembrío y el festejo de la cosecha. Por acción popular ha dado frutos el desierto. Fue la acción popular la que inspiró a Túpac Amaru su sacrificio, a Castilla sus campañas, a Arequipa sus rebeldías. La acción popular se expresó en la montonera pierolista cuyas víctimas morían sin una queja, anónimamente, por un ideal. Por Acción Popular los pueblos apartados de las serranías suplen con su esfuerzo los olvidos y las postergaciones de los gobiernos centralistas y frívolos. Por Acción Popular languidecen las dictaduras y se imponen a los malos magistrados los candidatos auténticos.
La nueva fuerza cívica que se ha opuesto gallardamente a la triple alianza de la consigna, del rezago político del pasado y de un gobierno arbitrario y despótico, tiene también la honrosa característica de su origen netamente democrático. Por eso la llamamos y la llamaremos siempre ACCION POPULAR.
“La Prensa”, domingo 8 de julio de 1956.
'U doble deber, de gratitud y de conciencia, me impulsa a dirigirme nuevamente a la ciudadanía para enjuiciar el proceso electoral que concluye, analizando tanto su resultado numérico –que nos ha sido en apariencia adverso– como su profundo significado cívico que nos hace sentirnos generosamente favorecidos.
Si nuestra meta hubiese sido llegar al gobierno por sus halagos, para satisfacer la vanidad o saciar un afán de mando y de poder, éste sería el momento de nuestra derrota. Si el impulso subalterno de la ambición nos hubiese llevado a la lucha política, ésta sería la hora de las lamentaciones.
Pero cuando es el ideal el que guía y cuando surge del pueblo mismo, pueblo insobornable en cuya rectitud y desinterés está la verdadera fuente de la legitimidad gubernativa, entonces ese ideal no conoce derrota y su fuego, lejos de apagarse ante un revés pasajero tramado en las urnas, se enciende aún más frente a los últimos obstáculos que una era de claudicación y decadencia moral le opone en su camino.
Una nueva fuerza cívica ha surgido en el Perú. ¡Qué importa que no alcance el gobierno si ella ha germinado hondamente en el corazón del pueblo! ¡Qué importa que aparezcan en las ánforas menos adhesiones de papel que las que se han voceado, con vibrantes palpitaciones de vida, en todas las plazas de la República! Las cifras favorecen a la consigna, pero el clamor nacional está proclamando una gran victoria para la espontaneidad. Cifras e ideales: jamás un ideal se estimó en números.
Comentamos, primero la enredada contabilidad de estas elecciones, para ocuparnos, después, como fecunda conclusión de la conquista de la libertad de conciencia que ya se anuncia en el Perú.
Se nos reconoce unos 460,000 votos que no alcanzan a darnos la victoria, aunque quedará para siempre en el misterio la cifra de los que nos han sido arrebatados.
Está en la conciencia pública que nuestra lucha no se ha librado solamente contra las dos candidaturas que se nos oponían. La batalla fundamental la ha presentado el propio Jurado Nacional de Elecciones, dócil instrumento de un gobierno cuya única preocupación es que no le revisen sus actos. Si alguien nos ha arrebatado votos ha sido precisamente ese Jurado sin autoridad moral. Inscribió nuestra candidatura con inaudita tardanza a pesar de haber dado rápido trámite a solicitudes que llegaron después que la nuestra. Sólo en la madrugada del 2 de junio –quince días antes de las elecciones– se nos dio el pase y se aprobó la respectiva cédula de votación. El trabajo de imprimir y la morosa distribución de dichos votos dejó a un tercio del país en manos de nuestros adversarios. El Jurado obtuvo así su primera victoria.
Debiendo inscribirse los candidatos a representaciones diez días antes del acto electoral, dispusimos apenas de cinco días para formar un cuadro de congresistas en los veinticuatro departamentos. En tan angustioso plazo sólo logramos inscribir en doce, privándonos así de su valiosa colaboración para montar el complejo mecanismo electoral en nada menos que la mitad del país. Esta es la segunda victoria del Jurado. En once departamentos en los que no inscribimos candidatos perdemos la elección y en ellos, bajo en benevolente patrocinio del Jurado, el MDP triplica el volumen de nuestros votos, que sin la fiscalización de candidatos parlamentarios es triunfo fácil. ¿Cuál habría sido el resultado si hubiéramos luchado en esos lugares en igualdad de condiciones? Ni nosotros ni el Jurado podemos estimarlo; pero es innegable que allí la elección presidencial está moralmente invalidada.
Así se explica que una candidatura que por su volumen electoral debería tener por lo menos setenta representantes en el parlamento sólo obtenga veinticuatro, algunos de éstos malévolamente impugnados en un intento de abrir paso a candidatos repudiados por los pueblos.
Por orden del Ministerio de Gobierno han sido falseadas las elecciones en los departamentos de Cajamarca, Huánuco, Huancavelica, Apurímac, San Martín, Amazonas y Madre de Dios, en los otros departamentos, a excepción de Lima, Arequipa, Cuzco y Tacna, las autoridades cumpliendo órdenes contenidas en Despachos telegráficos oficiales —alguno de los cuales se ha dado a publicidad con asombro público—, han manejado a su antojo los resultados.
¿Puede creer la ciudadanía que una candidatura fuertemente respaldada que ha hecho cien manifestaciones multitudinarias en todo el país, obtenga 7 votos en uno de sus departamentos? ¿Es acaso admisible que, en San Martín aparezcan 1,892 votos a nuestro favor mientras el MDP obtiene 11,908 y la Unificación 8,033? ¿Hay relación en nuestra victoria en la ciudad de Lima y nuestra derrota en proporción de 1 a 9 en Amazonas y de 1 a 20 en Huánuco?
Así es toda la enredada contabilidad electoral de Jurados notoriamente adversos. Tenemos que aceptar el balance tal como se nos presenta: no vamos a cometer la ingenuidad de nombrar auditores, para que lo revisen los mismos que han aceptado las sustracciones de las que hemos sido víctimas en casi todos los distritos del Perú.
El Jurado Nacional de Elecciones ha conseguido su objetivo: Impedir que gran parte del país se pronuncie a nuestro favor. ¿Puedo yo apelar ante semejante organismo, descalificado moralmente, en el que da órdenes como en su propia casa el Ministro de Gobierno? De ninguna manera. El único tribunal que yo acepto, en el ambiente de arbitrariedad creado por este régimen, es el de la opinión pública y es a él al que apelo. Que el país sea juez; su veredicto es el que importa.
Los 460,000 votos que no han podido negársenos son en todo caso suficientes par probar que hemos congregado la fuerza mayoritaria del país, ya que para superarla ha sido necesario que sumen sus fuerzas el Gobierno, el Apra y el Pradismo, dejando siempre la duda sobre la exacta proporción de sus aportes. Se abre ya el inquietante panorama de una administración maniatada que va a deber su existencia a factores extraños. El dilema que se ofrece al país está entre el caos de un gobierno heterogéneo, de cuestionable base constitucional y la deslealtad de un régimen que para sobrevivir rompa con las fuerzas que subterráneamente lo han constituido. El país no debe olvidar las “hazañas” del Jurado Nacional de Elecciones cuando llegue la oportunidad de revisar este proceso.
Tal es la deleznable base en que va a apoyarse el futuro régimen. Como ignoro la cantidad exacta de los votos que me han sido sustraídos y de los que por acto de autoridad no llegaron a depositarse no estoy en condiciones de confirmar mi derrota ni de ratificar la victoria de mi adversario, aunque es evidente que de haber ocurrido habría sido inútil perseguir, amedrentar y apresar a nuestros personeros en Lima y provincias.
En tan incierta situación, sólo puedo hacer público mi anhelo de que el gobierno que va a iniciarse, cumpliendo las promesas que hiciera 48 horas antes de la elección, restablezca plenamente las garantías para todos los peruanos y se haga acreedor por la obra que realice y los métodos que emplee, de un apoyo público más amplio y espontáneo que el que ha logrado exhibir en este proceso tan lleno de sombra e interrogantes.
El Gobierno ha querido escudarse con la intervención de los Institutos Armados, apelando a su sentido del honor. Es oportuno aclarar que tal intervención se limitó a un acto de custodia y vigilancia en el día mismo de la elección, en que éstos pusieron el celo, la disciplina y la rectitud que me es grato reconocer públicamente. Pero sería una enorme injusticia que las armas nacionales cargaran indebidamente con las graves responsabilidades de los períodos preelectoral y postelectoral, con cuyos turbios procedimientos no han tenido nada que ver. En esas etapas no ha sido el honor de los Institutos Armados el que ha estado en juego, si no la responsabilidad del Gobierno y del Jurado.
Y llegamos ahora a la parte positiva y fecunda de este proceso. Un movimiento espontáneo, renovador, idealista, viril, como el que me ha tocado el honor de dirigir en esta campaña, debe seguir cohesionado convirtiéndose en una fuerza cívica permanente, que se dedique al estudio de la realidad nacional, fiscalice los actos gubernativos e intervenga en las contiendas electorales. Así me los han pedido centenares de compatriotas de todas las regiones y yo siento el claro deber de seguir brindándole mi modesta pero decidida colaboración. Sólo pido a los grupos políticos y personas que me han brindado su generosa adhesión que lo estructuren en la forma más democrática, que alejen, en la posibilidad de todo personalismo en su dirección, que su gobierno se encargue a líderes que se renueven constantemente en el comando y que a mí sólo se me asegure el privilegio de poder confundirme con la multitud que tan hidalgamente me ha acompañado en la contienda.
A la terminación de este proceso renuevo mi fe en le pueblo peruano y le agradezco una vez más el homenaje de la confianza que ha querido depararme sin que medien intervenciones extrañas que opaquen el brillo de su espontáneo y enaltecedor apoyo. El pueblo sólo se ha equivocado en el Perú cuando sus decisiones no han surgido libremente de lo íntimo de su propia conciencia. Cuando se ha lanzado la calumnia para perturbar su juicio han resurgido siempre limpios los hombres que merecieron su afecto. Yo no olvidaré nunca que mi candidatura surgió del pueblo mismo.
Mucho de lo grande que tenemos se lo debemos a la acción popular. Por acción popular llegaron a Sacsayhuamán los inmensos monolitos de sus triples murallas. Por acción popular surgió una ciudad misteriosa y poética en la cumbre de la montaña y se elevaron catedrales sobre los cimientos de los templos paganos. Y es la acción popular perdida en lo remoto del pasado y en la lejanía del porvenir la que lleva a las comunidades indígenas a unirse en el esfuerzo del sembrío y el festejo de la cosecha. Por acción popular ha dado frutos el desierto. Fue la acción popular la que inspiró a Túpac Amaru su sacrificio, a Castilla sus campañas, a Arequipa sus rebeldías. La acción popular se expresó en la montonera pierolista cuyas víctimas morían sin una queja, anónimamente, por un ideal. Por Acción Popular los pueblos apartados de las serranías suplen con su esfuerzo los olvidos y las postergaciones de los gobiernos centralistas y frívolos. Por Acción Popular languidecen las dictaduras y se imponen a los malos magistrados los candidatos auténticos.
La nueva fuerza cívica que se ha opuesto gallardamente a la triple alianza de la consigna, del rezago político del pasado y de un gobierno arbitrario y despótico, tiene también la honrosa característica de su origen netamente democrático. Por eso la llamamos y la llamaremos siempre ACCION POPULAR.
“La Prensa”, domingo 8 de julio de 1956.