En sorprendentes declaraciones a la prensa nacional, el congresista Mauricio Mulder se ha referido a la actualidad del Partido Aprista Peruano —institución política a la que pertenezco—, con ocasión de un aniversario más de su creación.
Pues bien, sobre el particular conviene aclarar, muy en primer término, que el congresista Mauricio Mulder expresa con su opinión interesada una visión muy personal y sesgada de la actualidad del partido. Y, en segundo término, lo hace desde una precaria posición que lamentablemente se contradice con los estatutos y reglamentos del PAP, es decir con la institucionalidad democrática del partido de Haya de la Torre.
En efecto, en cuanto a lo primero, el PAP, bajo la dirección de sus actuales dirigentes, y en oposición a lo que afirma el congresista Mauricio Mulder, está muy lejos de representar un movimiento político civilizado y moderno y en cuyo seno la práctica del debate alturado y la tolerancia de opiniones constituya la regla y no la excepción.
El propio congresista Mauricio Mulder es un patente ejemplo de ésta negativa proclividad en el Aprismo proalanista. Ejerciendo un poder que ha dejado de responder al mandato expreso de los militantes del APRA, lo que hace írrito todos sus pronunciamientos, hace poco el congresista Mulder se lanzó a una casería de brujas ordenada desde Palacio de Gobierno para finalmente defenestrar, con el uso vitando de la fuerza, a un formidable candidato a la secretaría nacional del partido, el c. Luis Salgado, lo que constituye un acto primitivo y execrable que en esta tribuna condenamos.
Por ello llama profundamente la atención las declaraciones del congresista Mulder, que confirma, una vez más, la distancia entre las palabras y los hechos y reitera con su cinismo la consuetudinaria actitud de los principales dirigentes del PAP de encubrir la verdad recurriendo a la frase y al slogan.
El principio de autoridad -congresista Mulder- es un elemento ausente en el liderazgo mendaz de las principales figuras del PAP. Porque aquello no puede ser reivindicado con declaraciones oportunista, falaces y surrealistas publicadas sin ningún escrúpulo en un medio local, sino con una ejecutoria permanente de respeto a la normatividad y a los más elementales principios democráticos que deben observarse en la conducción de un movimiento político.
Es este el precepto, el principio de autoridad, congresista Mulder, el que ha perdido sentido y vigencia en el Aprismo de hoy, arrinconado por los caprichos y la veleidosidad de sus dirigentes que conducen una organización política como si se tratara de un feudo.
No hay principio de autoridad cuando las decisiones trascendentales del partido descansan en la inspiración o el criterio de sus líderes, prescindiendo o ignorando el sentir mayoritario de las bases. No hay principio de autoridad cuando el proceso de organización del partido, supuestamente democrático y participativo, es el producto de la voluntad impositiva de sus líderes, desconociéndose el derecho que le asiste a los afiliados al APRA a debatir libre y efectivamente el futuro político del colectivo que integran.
No hay principio de autoridad, congresista Mulder, cuando se prolonga arbitrariamente el mandato de las autoridades del partido, profanándose abiertamente las normatividad, la ley orgánica, el marco jurídico de una organización política que debería ser gobernada precisamente sobre la base de dichos preceptos legales.
No hay principio de autoridad, congresista Mulder, cuando con hipócrita flema se afirma defender los fueros de la democracia desde una curul asalariada, pero se reprime en el interior del partido al hombre común, al afiliado, al militante de base, o a un candidato a la secretaría general del partido, como lo es el c. Luis Salgado, que discrepa abiertamente con la cuestionable conducción de la organización política a la que pertenece.
Porque no hay principio de autoridad, señor Mulder, cuando la férrea disciplina de un partido se funda grotescamente en la obsecuente sujeción de obedecer, administrándose así a una institución supuestamente democrática como una organización dotada de una legalidad propia, desvinculada de otros órdenes normativos superiores que han consagrado como derecho positivo libertades fundamentales que constituyen el marco jurídico inalienable de toda sociedad civilizada.
Y es por todo ello, y porque nos asiste el derecho y la razón, es que debemos afirmar públicamente y sin ambages nuestro total desconocimiento a la supuesta autoridad de esa dirigencia nacional encabezada por el congresista Mauricio Mulder y nuestra abierta desobediencia a los acuerdos o iniciativas que adopten en el ejercicio ilegal, antiestatutario y prepotente de sus "cargos políticos", inclusive la arbitraria y abusiva expulsión del c. Luis Salgado.
Desde Platón -nos enseñó Haya de la Torre en sus recordados coloquios-, la historia de las ideas políticas no ha enmudecido en lo que respecta al derecho natural que consagra la libertad de no guardar obediencia a una autoridad despótica. Pasando por Mangoldo de Lautenbach con sus escritos que datan de 1083 o sus imprecaciones contra el abuso del poder político y el derecho de resistir; o la actitud maximalista de Juan de Salisbury que conceptuaba tirano a todo aquel que infringiera el derecho natural, el rechazo a la obediencia absoluta constituye una actitud racional éticamente justificada. Incluso el pensamiento meditado y cristiano de Santo Tomás aconseja, en principio, que el pueblo debe obedecer a la autoridad, pero distingue sabiamente el dominico entre la obediencia discreta, es decir la obediencia crítica, y la obediencia indiscreta, o la obediencia ciega y mecánica.
Después de la muerte de Haya, y por acción directa del alanismo que apaña y representa el congresista Mauricio Mulder, la disciplina aprista sufrió una burda y lamentable deformación, alejándose del espíritu espartaco que la vinculaba con el cuidado y cultivo de la salud física, o divorciándose de los principios de la ética incaica o las lecciones de orden que conducían a los afiliados al Partido del Pueblo hacia la superación personal, el amor por la lectura, las artes y las letras, el respeto por la ciencia, hasta la asimilación de normas mínimas de comportamiento, empezando por asuntos tan domésticos como la puntualidad.
Hoy, la nueva "disciplina aprista", incentivada por el yugo de una dirigencia desacreditada y corrompida, es un concepto interesadamente degenerado que más se acerca a una ilota sujeción obsecuente, servil y sumisa de quien la abraza, que a una positiva actitud hacia la vida que propenda a la dignificación, progreso y perfeccionamiento del individuo.
Todo esto ha sido sustituido por una obediencia indiscreta, alentada por un evidente espíritu totalitario, por una docilidad insana, por una raída sumisión que busca uniformar criterios o imponer voluntades, ora con el uso de la fuerza o la represión, ora con la subasta o la compra-venta de compromisos o lealtades, ora con el ofrecimiento o la promesa infame de un puesto de trabajo en la administración pública.
Bajo el oprobio de esa institucionalidad falaz el debate en el interior del Partido del Pueblo es una práctica democrática que ha sido desterrada de su seno.
No existe, congresista Maurico Mulder, un ágora auspiciada por la dirigencia nacional que ventile con largueza y generosa amplitud los temas trascendentales del Aprismo y del país, o que sirva como fuero transparente para someter a los líderes al contralor de los afiliados.
Mientras el orden jurídico que organiza una sociedad civilizada crea los medios y garantiza a los ciudadanos el derecho de interpelar libremente a sus gobernantes, el PAP se substrae de esa legalidad resignando a sus afiliados a una organización obscurantista, primitiva o tribal, divorciada de los más elementales procedimientos que permiten una mínima supervisión de la conducta de sus líderes.
Contrastando dramáticamente con el uso de herramientas de control democrático a las autoridades civiles, como el impeachment al Presidente de la República, o la censura que ejerce el parlamento para despedir a los ministros, todo ello bajo la lupa de la opinión pública, en el PAP, congresista Mauricio Mulder, está proscrita esa libertad. Es más, se reprime abiertamente con la amenaza o la prepotente materialización de la expulsión, como ha ocurrido con el c. Luis Salgado, a todo aquél que interpela o cuestiona a sus autoridades, especialmente a aquellos que hemos cuestionado abiertamente la reaccionaria línea política adoptada por el gobierno del presidente Alan García Pérez.
Esta nueva experiencia de prorrogar ilegalmente en sus cargos a la alta dirigencia del PAP ha vuelto a poner sobre la mesa del escrutinio público ya no el autoritarismo sino el absolutismo y la soberbia que caracteriza a la dirección del Aprismo, al punto de colocar a su supuesto "secretario general", el congresista Mauricio Mulder, en una privilegiada posición que lo substrae de toda censura terrenal, de toda interpelación que parte de cualquier mortal, por su ilegal entornillamiento en un cargo político que ya dejó de ejercer de acuerdo a los estatutos del PAP.
Lo que nos recuerda el argumento soberano del rey Enrique IV, cuando decía, en una carta escrita en 1076 al papa impugnador Gregorio VII, lo siguiente: "Has puesto incluso la mano sobre mí, yo que aún cuando indigno entre los cristianos he sido ungido como rey, yo que solo puedo ser juzgado por Dios y que no puedo ser depuesto por ningún crimen, a menos que -Dios no lo permita- me aparte de la fe".
Hoy los "dioses del Olimpo" parecen haber fijado residencia en Alfonso Ugarte. Y desde la nube gris de sus cómodas curules que juraron reciclar por tercios con una oferta política que, estaba cantado, jamás cumplirían, tienen la osadía de dirigirse públicamente a quienes tenemos todo el derecho de señalarlos con nuestro dedo acusador, no solamente por la expulsión salvaje del c. Luis Salgado, que debe repararse de inmediato, sino también por la usurpación de los cargos que ostentan sin ningún fundamento legal y por su espantosa traición a los principios fundamentales del Aprismo que surgió, por iniciativa de Víctor Raúl, no para enriquecer más a la plutocracia del Perú sino para rescatar del abandono y la miseria a los que menos tienen.
En efecto, en cuanto a lo primero, el PAP, bajo la dirección de sus actuales dirigentes, y en oposición a lo que afirma el congresista Mauricio Mulder, está muy lejos de representar un movimiento político civilizado y moderno y en cuyo seno la práctica del debate alturado y la tolerancia de opiniones constituya la regla y no la excepción.
El propio congresista Mauricio Mulder es un patente ejemplo de ésta negativa proclividad en el Aprismo proalanista. Ejerciendo un poder que ha dejado de responder al mandato expreso de los militantes del APRA, lo que hace írrito todos sus pronunciamientos, hace poco el congresista Mulder se lanzó a una casería de brujas ordenada desde Palacio de Gobierno para finalmente defenestrar, con el uso vitando de la fuerza, a un formidable candidato a la secretaría nacional del partido, el c. Luis Salgado, lo que constituye un acto primitivo y execrable que en esta tribuna condenamos.
Por ello llama profundamente la atención las declaraciones del congresista Mulder, que confirma, una vez más, la distancia entre las palabras y los hechos y reitera con su cinismo la consuetudinaria actitud de los principales dirigentes del PAP de encubrir la verdad recurriendo a la frase y al slogan.
El principio de autoridad -congresista Mulder- es un elemento ausente en el liderazgo mendaz de las principales figuras del PAP. Porque aquello no puede ser reivindicado con declaraciones oportunista, falaces y surrealistas publicadas sin ningún escrúpulo en un medio local, sino con una ejecutoria permanente de respeto a la normatividad y a los más elementales principios democráticos que deben observarse en la conducción de un movimiento político.
Es este el precepto, el principio de autoridad, congresista Mulder, el que ha perdido sentido y vigencia en el Aprismo de hoy, arrinconado por los caprichos y la veleidosidad de sus dirigentes que conducen una organización política como si se tratara de un feudo.
No hay principio de autoridad cuando las decisiones trascendentales del partido descansan en la inspiración o el criterio de sus líderes, prescindiendo o ignorando el sentir mayoritario de las bases. No hay principio de autoridad cuando el proceso de organización del partido, supuestamente democrático y participativo, es el producto de la voluntad impositiva de sus líderes, desconociéndose el derecho que le asiste a los afiliados al APRA a debatir libre y efectivamente el futuro político del colectivo que integran.
No hay principio de autoridad, congresista Mulder, cuando se prolonga arbitrariamente el mandato de las autoridades del partido, profanándose abiertamente las normatividad, la ley orgánica, el marco jurídico de una organización política que debería ser gobernada precisamente sobre la base de dichos preceptos legales.
No hay principio de autoridad, congresista Mulder, cuando con hipócrita flema se afirma defender los fueros de la democracia desde una curul asalariada, pero se reprime en el interior del partido al hombre común, al afiliado, al militante de base, o a un candidato a la secretaría general del partido, como lo es el c. Luis Salgado, que discrepa abiertamente con la cuestionable conducción de la organización política a la que pertenece.
Porque no hay principio de autoridad, señor Mulder, cuando la férrea disciplina de un partido se funda grotescamente en la obsecuente sujeción de obedecer, administrándose así a una institución supuestamente democrática como una organización dotada de una legalidad propia, desvinculada de otros órdenes normativos superiores que han consagrado como derecho positivo libertades fundamentales que constituyen el marco jurídico inalienable de toda sociedad civilizada.
Y es por todo ello, y porque nos asiste el derecho y la razón, es que debemos afirmar públicamente y sin ambages nuestro total desconocimiento a la supuesta autoridad de esa dirigencia nacional encabezada por el congresista Mauricio Mulder y nuestra abierta desobediencia a los acuerdos o iniciativas que adopten en el ejercicio ilegal, antiestatutario y prepotente de sus "cargos políticos", inclusive la arbitraria y abusiva expulsión del c. Luis Salgado.
Desde Platón -nos enseñó Haya de la Torre en sus recordados coloquios-, la historia de las ideas políticas no ha enmudecido en lo que respecta al derecho natural que consagra la libertad de no guardar obediencia a una autoridad despótica. Pasando por Mangoldo de Lautenbach con sus escritos que datan de 1083 o sus imprecaciones contra el abuso del poder político y el derecho de resistir; o la actitud maximalista de Juan de Salisbury que conceptuaba tirano a todo aquel que infringiera el derecho natural, el rechazo a la obediencia absoluta constituye una actitud racional éticamente justificada. Incluso el pensamiento meditado y cristiano de Santo Tomás aconseja, en principio, que el pueblo debe obedecer a la autoridad, pero distingue sabiamente el dominico entre la obediencia discreta, es decir la obediencia crítica, y la obediencia indiscreta, o la obediencia ciega y mecánica.
Después de la muerte de Haya, y por acción directa del alanismo que apaña y representa el congresista Mauricio Mulder, la disciplina aprista sufrió una burda y lamentable deformación, alejándose del espíritu espartaco que la vinculaba con el cuidado y cultivo de la salud física, o divorciándose de los principios de la ética incaica o las lecciones de orden que conducían a los afiliados al Partido del Pueblo hacia la superación personal, el amor por la lectura, las artes y las letras, el respeto por la ciencia, hasta la asimilación de normas mínimas de comportamiento, empezando por asuntos tan domésticos como la puntualidad.
Hoy, la nueva "disciplina aprista", incentivada por el yugo de una dirigencia desacreditada y corrompida, es un concepto interesadamente degenerado que más se acerca a una ilota sujeción obsecuente, servil y sumisa de quien la abraza, que a una positiva actitud hacia la vida que propenda a la dignificación, progreso y perfeccionamiento del individuo.
Todo esto ha sido sustituido por una obediencia indiscreta, alentada por un evidente espíritu totalitario, por una docilidad insana, por una raída sumisión que busca uniformar criterios o imponer voluntades, ora con el uso de la fuerza o la represión, ora con la subasta o la compra-venta de compromisos o lealtades, ora con el ofrecimiento o la promesa infame de un puesto de trabajo en la administración pública.
Bajo el oprobio de esa institucionalidad falaz el debate en el interior del Partido del Pueblo es una práctica democrática que ha sido desterrada de su seno.
No existe, congresista Maurico Mulder, un ágora auspiciada por la dirigencia nacional que ventile con largueza y generosa amplitud los temas trascendentales del Aprismo y del país, o que sirva como fuero transparente para someter a los líderes al contralor de los afiliados.
Mientras el orden jurídico que organiza una sociedad civilizada crea los medios y garantiza a los ciudadanos el derecho de interpelar libremente a sus gobernantes, el PAP se substrae de esa legalidad resignando a sus afiliados a una organización obscurantista, primitiva o tribal, divorciada de los más elementales procedimientos que permiten una mínima supervisión de la conducta de sus líderes.
Contrastando dramáticamente con el uso de herramientas de control democrático a las autoridades civiles, como el impeachment al Presidente de la República, o la censura que ejerce el parlamento para despedir a los ministros, todo ello bajo la lupa de la opinión pública, en el PAP, congresista Mauricio Mulder, está proscrita esa libertad. Es más, se reprime abiertamente con la amenaza o la prepotente materialización de la expulsión, como ha ocurrido con el c. Luis Salgado, a todo aquél que interpela o cuestiona a sus autoridades, especialmente a aquellos que hemos cuestionado abiertamente la reaccionaria línea política adoptada por el gobierno del presidente Alan García Pérez.
Esta nueva experiencia de prorrogar ilegalmente en sus cargos a la alta dirigencia del PAP ha vuelto a poner sobre la mesa del escrutinio público ya no el autoritarismo sino el absolutismo y la soberbia que caracteriza a la dirección del Aprismo, al punto de colocar a su supuesto "secretario general", el congresista Mauricio Mulder, en una privilegiada posición que lo substrae de toda censura terrenal, de toda interpelación que parte de cualquier mortal, por su ilegal entornillamiento en un cargo político que ya dejó de ejercer de acuerdo a los estatutos del PAP.
Lo que nos recuerda el argumento soberano del rey Enrique IV, cuando decía, en una carta escrita en 1076 al papa impugnador Gregorio VII, lo siguiente: "Has puesto incluso la mano sobre mí, yo que aún cuando indigno entre los cristianos he sido ungido como rey, yo que solo puedo ser juzgado por Dios y que no puedo ser depuesto por ningún crimen, a menos que -Dios no lo permita- me aparte de la fe".
Hoy los "dioses del Olimpo" parecen haber fijado residencia en Alfonso Ugarte. Y desde la nube gris de sus cómodas curules que juraron reciclar por tercios con una oferta política que, estaba cantado, jamás cumplirían, tienen la osadía de dirigirse públicamente a quienes tenemos todo el derecho de señalarlos con nuestro dedo acusador, no solamente por la expulsión salvaje del c. Luis Salgado, que debe repararse de inmediato, sino también por la usurpación de los cargos que ostentan sin ningún fundamento legal y por su espantosa traición a los principios fundamentales del Aprismo que surgió, por iniciativa de Víctor Raúl, no para enriquecer más a la plutocracia del Perú sino para rescatar del abandono y la miseria a los que menos tienen.