Escribe Joan Guimaray
Señor profesor don Pedro Castillo:
Antes de expresarle todo lo que mana, brota y fluye de mi ser, debo decirle que no votaré por la señora K. Pues, si nunca voté por el delincuente de su padre, mucho menos lo haré por ella que lo único que desea llegar a la presidencia, casi con supina ayuda suya, es para salvarse de la cárcel de treinta años y diez meses, que el ministerio público ha pedido por delito de lavado de dinero.
De modo que, don Pedro, estas líneas cargadas de impotencia, colmadas de rabia y llenas de desencanto, no esconde ni el nidoroso fujimorismo, tampoco oculta la defensa del defectuoso modelo económico, mucho menos guarda la ponzoña exhalada por la gran prensa, sino, sólo expresan estrictamente el desasosiego de un modesto ciudadano, que como muchos, pocos o algunos, piensa en el progreso del país, en la estabilidad de la democracia y en el bienestar del prójimo, esenciales asuntos de los cuales usted parece no entender, y aunque por todos los indicios de sus actos, gestos y dichos, parece que no le importase mucho.
El problema suyo don Pedro, es que no se desgarró pensando en el Perú, no se preparó para gobernar, no se ejercitó para ser jefe de Estado. Y claro, no se preocupó por esos asuntos que tienen que ver con la República, porque nunca pensó estar muy cerca de colocarse la banda presidencial. Precisamente por eso, luego de tener casi ganada la elección, ahora está a punto de perderla, y nada menos que a golpe de sus propios errores, a fuerza de sus mismos desatinos y a pulso de sus personales torpezas.
Es decir, usted es enemigo de sí mismo porque nunca reflexionó seriamente en los problemas del país, ni se detuvo a observarlo en panorama, mucho menos se tomó el tiempo de examinarlo con algo de minuciosidad. De lo contrario profesor Pedro, inmediatamente después de pasar a la segunda vuelta, hubiera convocado a todos los sectores democráticos, y entre ellos, a quienes son parte de la reserva moral del país. Pues, el contexto electoral y la coyuntura política, así lo exigían. Por tanto, entre asumir una ideología por encargo y evitar que la administración del Estado volviera a caer en las siniestras garras de una organización criminal, resultaba ser mil veces superior, salvar el país, que aferrarse a defender ideas encomendadas.
Desde luego, hubiera impedido cómodamente, que una mujer sin escrúpulos, una cínica curtida en el oficio, una amoral hija de un ladrón y asesino, esté a punto de llegar al Palacio para hacer de las suyas, como aquello de indultar a su malhechor padre, de esa cárcel dorada de DIROES, donde aparte de ocupar ochocientos metros cuadrados de espacio, mantenerlo, le cuesta al Estado más de 36 mil soles mensual, y algo más de 440 mil soles anual.
Así que, don Pedro, usted pudo habernos dignificado. Pudo habernos evitado el desasosiego, la incertidumbre y el disgusto. El país se lo hubiera agradecido. La mayoría de los compatriotas le hubieran expresado su gratitud. Y, usted pudo haber pasado a la historia, no sólo como el presidente que acabó con la peste de Wuhan, sino también, como aquel que se puso del lado de la decencia y la dignidad para salvar el país, de la negra y más negra lepra del fujimorismo. Consecuentemente, a estas alturas del tiempo, ya hubiera sido usted el virtual presidente de la República.
Pero mire ahora la situación a la que nos ha llevado y la encrucijada a la que nos ha expuesto, tan sólo por no entender la dimensión de responsabilidad que la mayoría del electorado le otorgó, y únicamente por no tener conciencia de que el destino del país estaba a punto de depender de usted.
Aunque claro está, para asumir con sobriedad una responsabilidad política como un deber moral, se requiere tener algo de agudeza en las pupilas para advertir a distancia el contexto del momento, y se requiere poseer un tanto de minuciosidad en el espíritu para percibir a legua la circunstancia de la historia. Pero, lastimosamente usted carece de esa mirada, adolece de esa virtud, no posee esa cualidad. Precisamente por eso, luego de pasar a la segunda vuelta, en lugar de rodearse de gente que piensa, sabe y conoce, se dedicó a dar de comer a sus gallinas, y en vez de escuchar consejos o consultar a los entendidos, prefirió ponerse a arar su chacra. Pero, eso sí, entienda que no tengo ninguna intención de cuestionar esas actividades dignas y nobles. Lo que quiero decir es, que usted no supo establecer sus tareas en orden de prioridades. Por tanto, a pesar de la premura del tiempo, en lugar de prepararse para la responsabilidad patriótica, perdió horas y días, dedicándose a sus habituales ocupaciones.
Pero no sólo por eso está a punto de perder esta contienda electoral casi ganada, sino también, porque usted don Pedro, aparte de haberse preparado únicamente para acabar con la hegemonía de ‘Patria roja’ en el Sutep, no se interesó por los libros, no se nutrió de sus páginas, no bebió de sus fuentes. Por consiguiente, su oculta bibliofobia ha hecho de usted, un hombre sin agudeza, un político carente de lucidez, un candidato de exiguo conocimiento. Por eso, tenazmente feliz va camino hacia su propia derrota, escabulléndose de la prensa, corriéndose de los debates, incumpliendo sus propias palabras y ocultándose de todo aquel que le pueda incomodar preguntándole algo de lo que no pueda responder.
Pero también, el otro asunto que le hace vulnerable don Pedro, es su falta de convicción que deriva de la carencia de ideas propias y de la falta de auténticos pensamientos suyos. Es decir, usted no tiene interiorizada ninguna idea creada, procesada y ordenada, aquella que precisamente da origen a la convicción. Por eso, no puede librarse de la tensión de la inseguridad, para que sin miedos ni temores pueda enfrentar a la prensa y encarar los debates que hubiera. Puesto que, cuando se tiene ideas y convicciones propias, con ellas se enfrenta al mundo. Y, aun cuando sean equivocadas, siempre resultan ser comprensibles por ser errores de buena fe. Pero resulta que usted Pedro, no cuenta con ideas desarrolladas. Sus discursos sin orden, secuencia ni profundidad, evidencian que carece de convicciones propias.
Es verdad que en los últimos días ha simulado exhibir su plan de gobierno, ha improvisado en presentar a algunos personajes como parte de su equipo, e incluso, ha firmado con presteza la ‘Proclama ciudadana: juramento por la democracia’, pero aún no resultan suficientes para que logre recuperar todo lo que ha ido perdiendo, tanto por sus propias carencias, cuanto por aferrarse con obstinación a un inviable ideario ajeno, preparado por alguien que sufre del crónico mal de la idiocia, dificultad que no le permite mirar el mundo en panorama, ni conocer el Perú en toda su dimensión.
Por tanto, don Pedro, sólo le quedan dos únicas posibilidades para que aún siga aspirando a la presidencia. Uno es, desligarse definitiva y públicamente del dueño de ‘Perú libre’, alejando de su entorno a los hombres de esa organización que le tienen casi secuestrado. Y el otro es, convocar de inmediato a los técnicos de otros sectores y a los profesionales independientes, y no únicamente de la izquierda.
Sólo de ese modo, quizá pueda atraer a los incrédulos, cautivar a los escépticos, devolverle la fe a los desconfiados, quitarles el miedo a los alarmados, recuperar a los desertores, y hacerles desistir de sus intenciones, a todos aquellos que por asunto de dignidad, están decididos a viciar sus votos o dejarlos en blanco. Pues al final, don Pedro, profesor Castillo, señor candidato, la decisión es suya. No hay otra manera de que pueda enderezar el camino por donde, ya un buen tramo, va hacia la nada.
17.05.2021