Encíclica de profundo contenido social y humano
Por Alfredo Palacios Dongo
Este documento —el más importante para los mil cien millones de católicos y para la gente de buena voluntad en el mundo— llama al cambio de un sistema de mercado que se mueve para satisfacer necesidades y deseos en lugar de extender la prosperidad y solidaridad; llama “con urgencia” al establecimiento de una “autoridad política mundial” y de una “arquitectura económica” de tipo subsidiario conforme al orden moral que vaya más allá de la ONU —posición anteriormente defendida por Juan Pablo II— con el fin de encauzar la economía, sanear los países afectados y evitar que se agrave y genere más desigualdad. Afirma que la globalización ha impuesto “limitaciones” al Estado nacional, pero que este proceso bien entendido y bien gestionado puede promover una gran distribución de la riqueza mundial, de lo contrario puede incrementar la pobreza y desigualdad. Asimismo resalta que el mercado único no elimina el papel del Estado ya que su intervención reguladora es innegable en la sociedad actual.
La encíclica del Papa Benedicto XVI nos propone el establecimiento en la sociedad de un conjunto de valores que nos permita definir una visión común como humanidad, así como la sustentación de políticas económicas enraizadas en una visión integral del bienestar humano, en contraste con un enfoque tecnócrata o de intereses privados o de poder. Subraya la importancia del desarrollo de todos los pueblos y pide al mundo que la crisis económica y la globalización deben ser aprovechadas como oportunidad para construir un mundo más justo y solidario. Además, en otros apartados de su encíclica el Papa reflexiona sobre temas de desarrollo, migración, derechos sindicales, terrorismo, turismo sexual, población, medio ambiente, bioética y energía.
En este panorama, la perspectiva de la fuerza extraordinaria sobre el desarrollo humano integral en la caridad y en la verdad que postula el Papa nos debe llevar a reflexionar sobre el papel del Estado en la sociedad, pues si bien la economía en nuestro país creció en los últimos años, los problemas sociales siguen siendo los mismos y la profunda división social contribuye al incremento de la desigualdad y exclusión. Más que nunca se requiere que el gobierno ponga por delante las necesidades de la población con políticas públicas y una actividad económica regidas por objetivos éticos y teniendo el bien común como fin último –con el apoyo de un sector público moderno, proactivo y comprometido con los sectores más vulnerables de la sociedad– de forma tal que permita corregir nuestras disfunciones, entre ellas, corrupción, desempleo, exclusión, desigualdad, pobreza, explotación, discriminación y especulación.
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