Herbert Mujica Rojas
Individuos hay en nuestros lares a quienes gusta de presentarse como “políticos”. Como dicha disciplina en Perú equivale a ser traficante de influencias, débil mental con oratoria recurrente o, en el peor de los casos, imitadores de cuarta o quinta categoría de poses y frases, el asunto pinta feo en lo estético y en lo esencial de cualquier planteamiento.
Un venero rico, retorcido y feraz en la producción antedicha de esa clase de personajes, lo es, qué duda cabe, el Congreso. El actual, desde muy lejos, destaca a la inversa con sus mochasueldos, turistas de cinco continentes, plenos en juicios penales y civiles y bocatanes que derraman lisura desde el puente a la curul.
Si se mira a la diestra sólo se encuentra a golpistas ignaros y tozudos, incapaces para comprender que el fino tejido social no es un úcase o diktat que nace de los caprichos de mandones inmorales.
Voltear a la siniestra y los hallazgos no pueden ser más desconsoladores: improvisación a mares; ineptitud absoluta para diferenciar la algarada universitaria con los grandes temas de la agenda nacional; miopía ideológica cuanto que anacrónica también ineficaz para los durísimos retos de la hora presente.
Perú naufraga, y no parece existir mano, gobierno o administración, embebida y convicta de su misión gobernante.
Una deplorable constante revela el desinterés, falta de perspicacia o tesón, de los hombres y mujeres públicos para enterarse del detalle de qué y por qué ocurre, sobre el mundo y sus escenarios multilaterales. Suicidio colectivo de nuestros gorilas politicantes.
El Congreso es una colección de personajes huérfanos de cultura, rudimentos elementales en la construcción política y básicamente chismosos a quienes seduce la declaración vaga, la expresión ilógica y la sentencia “categórica” que endereza a sus contrincantes. Resultado: pocas veces un Parlamento ha sido tan repudiado por su escasa calidad.
¿Qué podemos decir de los clubes electorales, mal llamados “partidos políticos”? Son proveedores de vagos y ganapanes dispuestos a expoliar la caja fiscal en cuanta oportunidad se les presente.
Ilustres ignaros, fuera del recinto legislativo, municipal o regional, resultaron dueños de bienes inmuebles, vehículos, viajes, honores que no merecían y distinciones hechizas que se fabrican en nuestras sociedades para llamar el genéticamente idiota como estratega, internacionalista, hombre probo, ciudadano ilustre.
El dramatismo de la hora presente no debe ser exagerado. Pero tampoco minimizado. En cualquier momento los yerros pueden conducirnos a un quiebre vía vacancia, golpe o tormenta avisada que zarandea literalmente al Perú todos los días, sin excepción.
Lo precedente obliga a preguntar si los cuadros de recambio para este u otro gobierno, están listos para asumir con ciencia y conciencia, ideas valientes y realistas, los duros compromisos de guiar el timón del país.
¿Hablan nuestras gavillas electoreras del asunto minero y su explotación racional, con cautela del medio ambiente? ¿Discurren acaso sobre la reforma tributaria que es necesaria y urgente aunque los privilegiados y sus voceros chillen lo contrario? ¿Hay designio y horizonte de un país no para cinco años sino para 50 ó 100?
¿Qué hay de nuestra soberanía marítima o aérea, empeñada por gobiernos irresponsables que aprovecharon la falta de ciencia masiva sobre temas en que obsequiaron recursos no renovables o los cielos como desde el 2011?
La ignorancia de la ley, no inhibe de su cumplimiento. Si no se sabe, se estudia y aprende. La contumacia no es índice de persistencia sino de terquedad improductiva. Y por eso el dicho: ¡más terco que una mula!
¿En qué está comprometida nuestra juventud? No pocos quieren asegurar ingresos y eso es legítimo, pero si pescan la oportunidad no les será difícil irse a donde les paguen bien con mayores goces terrenales y materiales para sus respectivas familias. ¿Es tan difícil crear empleo atractivo para evitar la fuga de talentos?
Las estadísticas no mienten, aproximadamente 400 mil peruanos, fundamentalmente jóvenes, dejaron Perú en los últimos años.
No hay buenas ni malas masas, repetía con incansable tesón Víctor Raúl Haya de la Torre, sólo hay buenos o malos dirigentes, advertía con voz pionera e imbatible. La multitud de gorilas politicantes que afea el ambiente cotidiano del Perú es resultado de una degradación calculada por el sistema pero alimentada por miedos propios y mediocridades superlativas hacia fondos abisales.
Acaso convenga recordar como desafío, las recias palabras de Manuel González Prada: “tomar a lo serio cosas del Perú. Esto no es república, es mojiganga”.
22.10.2023
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Señal de Alerta
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