Los modernos acostumbran llamar a las plantas medicinales como recursos al servicio del hombre. Esta manera de llamar a la cosas no parece ser universal. Los quechua-lamas del piedemonte amazónico consideran a las plantas como personas; aún más, las vivencian como si ellas mismas fueran una comunidad viviente. Con un recurso la relación es de dominio y explotación, pero con una persona la vinculación es más bien de conversación, de amistad. Cuando las familias nativas toman una planta, este diálogo íntimo entre planta y humano adquiere la sintonía del rito; esa unión profunda no sólo es entre planta y humano, sino entre deidades, humanos y naturaleza, al punto de que en el ceremonial de la ingestión de la planta es difícil establecer fronteras identidatarias para saber quién es quién. El humano es naturaleza y la naturaleza es humano. Esta comunión profunda permite a las comunidades nativas quechua-lamas renovar su relación con el bosque y sus espíritus, y a éstos, sentir nuevamente que su criador humano regenera la vida y la salud primordial de la foresta amazónica.
Las plantas medicinales tienen ánima
La concepción nativa de lo viviente no sólo involucra lo que se conoce como la parte viva del cuerpo, sea de una planta, un humano o un animal. Los quechua-lamas dicen que todo ser, y en particular la planta, tiene su ánima, existiendo aquellas denominadas “animeras”, es decir, que crían ánimas. Estas son las que los nativos llaman “purgas fuertes”. El (o la) ánima, en la visión nativa, no es el alma cristiana, algo no material, invisible y sobrenatural. Las ánimas son también seres vivientes cuya forma visible es variada y que los nativos, e incluso los campesinos de origen no nativo y de larga vivencia con el bosque, los aprecian de modo corriente, sean en sus casas, chacras, o monte.
“Cada purga tiene su ánima —comenta el quechua-lama Custodio Cachique—, cuando no estamos preparados no lo vemos”. Esta ánima es llamada, según el contexto, de diferente manera: madre, dueño, espíritus, shapshico, yacháy, virote, diablo, etc. Estos nombres adquieren sentido en la situación misma en que son vividas. Por ejemplo, para niños de Bajo Pucallpa —una comunidad indígena quechua-lamas— el ánima de la planta sagrada del ayahuasca es el chullachaqui (2), mientras para otros es un ave o un insecto. Estas ánimas aparecen como guardianes del monte, enseñando secretos medicinales, sanando y curando a los runas (humanos) y, en algunos momentos, ayudando a la caza.
Para la comunidad nativa no existe ser sin familia. Para ellos el ánima es parte de la familia del árbol. Nazario Sangama, de la comunidad de Aviación, dice: “Cada árbol es un ser viviente, por lo tanto tiene que tener su familia, alguien que le proteja, su madre pues. Por ejemplo el muquicho —una variedad de plátano— cuando está lloviendo grita de su tronco; esa es su madre, parece una criatura que va a nacer”.
Es esta madre que cría al árbol, mientras es también criada por éste. De allí que el bosque, en la vivencia nativa, es una comunidad viviente amparada y resguardada por una comunidad de ánimas. Estas ánimas se presentan en particular en las sesiones de sanación, cuando la persona ingiere el extracto de la planta cocida o sin cocer, o su resina, etc. Las ánimas vienen cuando el curandero canta sus icaros (cantos sagrados) en las sesiones de sanación con la ayahuasca (planta sagrada de varias culturas en el Amazonas). Cada ánima, como dicen los curanderos, tiene su canto. “Mi abuelo me contaba —dice Jonás Ramirez— que todo árbol tiene su ánima. Cuando convidan la corteza del ishtapi caspi le llaman por medio de su canto al ánima. Eso te hace soñar, se presenta el ánima.”
La sanación con las plantas medicinales
Cuando un miembro de la comunidad humana está desintonizado, desequilibrado, busca en la planta una posibilidad de recuperar su armonía. Se toma la resina, el extracto o jugo de una planta por motivos diversos. El Uchu Sanango, por ejemplo, no sólo da fuerza sino arregla la puntería del cazador, sirve además para curar el reumatismo, como también para ser bizarro, despierto y no “shegue" —haragán— o de poco ánimo para hacer las cosas.
En la armonización juega un papel importante la planta y su propio vigor. Existen secretos para cada planta. Como dice don Miguel Tapullima Sangama: “Toda medicina no se toma de cualquier lado, tomas de donde sale el sol y de donde se oculta. Tampoco tienes que sacarlo cuando estás mal dormido, ni de tarde. Tiene que sacarse tempranito y en luna madura (luna llena), allí es más fuerte”. La mayoría de curanderos coincide en que las resinas deben extraerse en “macllak” (en ayunas y sin lavarse la boca). Un aspecto importante en la sanación, es el modo en que una planta es preparada. Las mezclas, dosis, la propia cocción y la luna en que se convida la pócima son otros temas a considerar.
Cuando el que prepara una planta es un curandero, es decir, una persona cuyo oficio, aparte de ser chacarero, es cuidar la salud de los humanos, su cuerpo tiene que estar sintonizado con la naturaleza. Un curandero también ha de tener lo que se dice “mano para curar”. Un curandero es un sanador de la comunidad, y una condición para que sane es que él o ella también esté sano(a), es decir, guarde las dietas adecuadas, abstenerse de relaciones sexuales cuando va a curar, etc.
Las plantas mismas, cuando se extraen de la chacra o del monte, requieren de una mano sanadora. Una mano que esté enferma puede causar daño o incluso la muerte de una planta. No cualquiera convida una planta, Jonás Ramirez dice: “Tiene que saber su ánima, tiene que dar el que ha aprendido porque si no, nos hace errar”. Errar es perder el camino de la sanación. Se yerra cuando no se siguen las prescripciones asociadas a la dieta que la planta ordena. Cuando eso sucede, puede ocasionar padecimientos al que lo toma e incluso, de no curarse a tiempo, su fallecimiento.
Don Ruperto Sajamí pone en énfasis el papel de las ánimas. El dice: “Las ánimas de las plantas te curan” y agrega: “La manchinga es un palo fuerte, es para fortalecer los huesos y su madre son los supay —“diablo”—. Cuando tomas su resina, ellos te curan. Tienes que dietarle; si no, salen sus ánimas, su dueño. Cuando le tomas te hace soñar, en tu sueño te dice todo”. Para muchas enfermedades, en la visión nativa, el saber no deriva del conocimiento del curandero. Como explica don Miguel Tapullima Sinarahua: “Esos mismos árboles nos enseñan cuáles son para purga y cuáles no. A veces se presentan en sueños. De esa manera lo cogen los vegetalistas y con eso saben curar a los enfermos”.
Sucede también que en algunas enfermedades como los envenenamientos provocados por la mordedura de alguna víbora venenosa, no es sólo el veneno el que puede provocar la muerte de una persona, sino es el ánima de la víbora que se ha introducido al momento de la mordedura. Para la visión nativa no es suficiente extraer el veneno o tomar una poción contra la picadura del oficio —como puede ser el suero antiofídico— sino que debe extraerse el ánima de la víbora, lo que ellos denominan el “virote”—que en la traducción corriente se entiende como dardo venenoso— para que el paciente sane. Como indica don Miguel Tapullima: “Al virote no lo sacan en el hospital, sólo el que sabe lo hace, eso es su ánima, su supay (diablo) de la víbora. Su veneno de la víbora vuelve a la víbora y esta ánima, una vez liberada, ya sana al enfermo.”
Los curanderos saben decir: “Si el ánima te quiere, te sana”. No es cuestión de tomar una planta y esperar la sanación. El ánima de la planta tiene que congeniarse con el o las ánimas de una persona humana. Es la querencia, el cariño el que sana, pero también la consonancia entre las temperaturas corporales y la de las plantas.
La sanación es el reencuentro, la reincorporación saludable del humano a la naturaleza del que es originario. Por ello la toma de las purgas debe de realizarse en un monte saludable. “Nuestro cuerpo, cuando se toma la purga y se dieta, es un bosque, nuestro cuerpo anda en un bosque, ningún animal te ve porque eres un bosque”, dice Purificación Cachique. La distinción entre humanos y naturaleza se desvanece para dar paso a una relación en donde todos son naturaleza. Para ello, la dieta es un aspecto medular en la curación. De la dieta, Rodriguez y Bartra (3) dicen lo siguiente:
El término dieta no sólo se refiere a la práctica de un régimen alimenticio especial, sino que también puede implicar la reducción del esfuerzo físico (no salir a cazar, pescar, construir casas, etc.) aislamiento (no participación en trabajos comunales, fiestas, asambleas, etc.), abstinencia sexual y ciertos ejercicios disciplinarios (baños especiales). Así también la dieta significa no ingerir sal, ni dulce, ni manteca, ni ají. Los únicos alimentos permitidos son productos vegetales, algunas carnes de monte y peces de carne sin grasa, hervidos al vapor, ahumados o asados en hoja de bijao. La persona que hace dieta debe dejar el domicilio familiar para permanecer en un tambito (albergue) aislado de la comunidad y solamente junto al brujo curandero. Durante la dieta, por lo general, se consumen plátanos asados y yuca sancochada (pango), sin condimentos ni aderezo.
La crianza de las plantas medicinales
Las medicinas, como le llaman los quechua-lamas, se pueden agrupar en dos. Unas son las medicinas suaves y otras las denominadas purgas fuertes. Ambas son criadas de modo diferente. Mientras las suaves pueden ser criadas en el contorno de la casa y en la chacra, y pueden ser vistas por propios y extraños, las fuertes son criadas de modo escondido en la espesura del monte. Estas no pueden ser vistas sino por los dueños de la chacra o por curanderos. Existen también otras agrupaciones. Por ejemplo, existen medicinas del agua o del cerro, siendo cada una de ellas motivo de especial cuidado y uso por la comunidad humana. Una misma planta puede ser vista desde ambas perspectivas y su medicación depende del origen de la dolencia.
Tanto en la crianza de las plantas denominadas suaves como las fuertes debe existir empatía entre el ciclo de los runas (humanos) y de las plantas. Es conocido que cuando las mujeres están en su menstruación se encuentran en un momento de renovación de la vida, y en estas circunstancias no toman purgas fuertes ni tampoco tienen contacto con las plantas. Cada quien cría y es criado por la planta correspondiente. La crianza de las plantas medicinales que se expresa en el ritual se realiza en una equivalencia profunda y de retorno a la naturaleza por parte del humano.
La sanidad de las comunidades humanas, del monte y de las ánimas
Jonás Ramirez, chacarero de Lamas dice: “Las ánimas cuidan a los árboles. Cuando lo cortan o trozan, lloran sus ánimas y llorando se alejan. El pueblo que está cerca pierde fuerza. Cuando se tumban los árboles se van las ánimas y la gente se enferma más. Si se sembrara, reforestara, el ánima seguiría habiendo.”
En la visión local la sanación es holística. Difícilmente una comunidad humana puede estar sana si al mismo tiempo la naturaleza se halla debilitada, y con ella disminuida la presencia de las ánimas. La armonía de una de ellas es inseparable de la armonización del conjunto. En sentido inverso, si una de las colectividades (runas —humanos—, monte o bosque y ánimas) está enferma, el equilibrio se debilita y finalmente se destruye, provocando la enfermedad del conjunto.
Para los nativos quechua-lamas es todo su microcosmos que se dinamiza alrededor de la sanación. Son todas las comunidades las que tienen que ver con el bienestar de cada uno de ellos. No vale la sanación de uno de ellos por separado. Las ánimas tienen que estar también sanas. Las ánimas están sanas y presentes cuando el monte, el bosque, es saludable, una comunidad sin montes es una comunidad enferma, una comunidad sin ánimas. Para la sanación son éstas tres comunidades: sacha (bosque), runas (humanos) y ánimas las que tienen que estar sintonizados, quererse los unos a los otros. Este encuentro entre estas tres colectividades brota en el ritual de la ingestión de plantas medicinales que usualmente es conducido por curanderos o médicos vegetalistas.
En este sentido, el territorio de los quechua-lamas, por lo menos el ubicado en la provincia de Lamas, no goza de buena salud. El monte ha sido objeto de una inmisericorde vejación, una situación que continúa. Se calcula que anualmente se deforestan 4,543 hectáreas de bosque primarios en la provincia de Lamas. Con ello desaparece la base de sustento de comunidades humanas, animales y la diversidad que le es propia. De este modo, y como argumenta Jonás, los pueblos quechua-lamas pierden vigor, fortaleza y empuje.
Existen reacciones, como la de doña Cerfina Isuiza, quien considera que, “Mucho monte vino abajo con eso del algodón pero rápidamente nos dimos cuenta que no hay como tener de todo. No interesa tener tanta chacra, chiquito nomás para poder cuidarlo con gusto, y te da de todo”. Para doña Cerfina la producción significativa y diversa depende del afecto y cariño con que se cría la chacra y no tanto del tamaño del mismo. Sin embargo, la mentalidad de muchos ha sido ganada por el mercado. Y allí es donde empiezan las dificultades para el monte. Las sucesivas campañas para sembrar monocultivos han tenido un efecto devastador para montes, ánimas y la misma comunidad humana que no halló la riqueza que sus promotores ofrecieron.
Sabido es para muchos la enseñanza de Omer Ruiz, para quien: “Sin monte la chacra sufre”. La chacra diversa no tiene porque ser vista como antagónica del monte, sino como su complemento. La chacra tradicional quechua-lamista ha sido desde siempre una recreación de la arquitectura del monte. El quiebre se produce con la agricultura especializada y orientada de modo exclusivo hacia el mercado. Esta agricultura ve al bosque como al enemigo a quien superar. Por esta vía se produce una aguda deforestación que no cesa hasta cubrir de monocultivo el área boscosa. La enseñanza de doña Cerfina se impone: recuperar el cariño por el monte para regenerar la armonía perdida.
Con el monte y su conservación se regenera la vida toda. Existe más agua, más plantas medicinales, más animales y más diversidad en la agricultura. En comunidades nativas como las quechuas-lamas, donde agricultura y bosque son una unidad, la salud de una de ellas es intrínseca a la de la otra. Por ello cuidar la diversidad agrícola de la chacra es también una manera de criar el monte, y conservar el bosque es otro modo de cultivar la vida humana y la salud espiritual del planeta.
Waman Wasi, Lamas, Perú, junio 2016.
Grimaldo Rengifo Vásquez, Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
PRATEC, http://www.pratecnet.org/wpress/
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(1) Este trabajo se basa principalmente, pero no únicamente, en testimonios extraídos del libro Montes y Montaraces. Pratec. Lima, Febrero 2001, que el autor de este ensayo, conjuntamente con Rider Panduro, escribiera en el año 2001.
(2) Considerado como “guardián del bosque”, este personaje infunde respeto y temor a propios y extraños. Generalmente se presenta a quienes caminan solitariamente por las trochas de la selva.
(3) Rodriguez de la Matta,S. y Bartra Rengifo,J. Shapshico. Supersticiones, “Creencias y Presagios. Cultura popular de San Martín”. Shuansho ediciones. Tarapoto. 1997.