En la ciudad de Madrid, del 2 al 13 de diciembre, se desarrollará la denominada COP25; la conferencia anual más importante para tratar la problemática sobre cambio climático. Esta cumbre en la que participan representantes de unos 200 países firmantes del Acuerdo de París (acuerdo histórico para la búsqueda de reducción de emisiones de gases efecto invernadero), entre ellos unos cuarenta jefes de Estado o gobierno, empieza de una manera bastante accidentada luego de que sufriera hasta en dos oportunidades el cambio de sede para la realización del evento.
En un primer momento, en noviembre del año pasado, Brasil rechazó la organización del evento —pese a que la postulación y aceptación a ser el a país organizador se gestionó con suficiente antelación— argumentando razones de carácter económico; aunque quedaba claramente demostrado que aquellas eran de índole ideológico, al ser elegido Jair Bolsonaro para presidir el gobierno brasilero entre 2019 y diciembre 2023, al cual llega con un equipo crítico a las causas ambientales a las que liga con la izquierda. Los incendios forestales en la Amazonia de Brasil y otras zonas de Sudamérica, los argumentos de Bolsonaro sobre los culpables del incendio —que forman parte de su campaña contra grupos ambientalistas que trabajan en Brasil—, y los enfrentamientos con su par francés Emmanuel Macron, no hacen sino reafirmar que la realización de la cumbre mundial en ese país, hubiera sido un gran error.
En un segundo momento y ante la negativa brasilera, fue el gobierno de Chile el que propuso que la sede de la COP25 fuera la ciudad de Santiago. Todo parecía ir de acuerdo a lo programado en términos de la organización de la cumbre; sin embargo, a poco más de mes y medio de la realización de esta, explotó en Chile la peor crisis social que les ha tocado vivir en las últimas tres décadas. Sin lugar a dudas y argumentando que debía “abocarse de lleno a restablecer plenamente el orden público, impulsar la agenda social que responda a los pedidos de la calle y sostener un amplio diálogo con la sociedad y el mundo político”, el presidente chileno, Sebastián Piñera, anunció la suspensión de este evento.
Con todo lo ocurrido la cumbre se alejó de Sudamérica y es en el viejo continente donde se le da cabida, lo cual en cierta medida resulta lamentable, pues diversas organizaciones sociales latinoamericanas ya se habían preparado para visibilizar sus problemas y demandas en materia climática, participando de manera presencial en la cumbre que se realizaría en Santiago debido a su cercanía. Ahora, a la distancia, se genera la incertidumbre de saber si los mensajes y los llamados a la acción por parte del continente con la mayor reserva de áreas naturales del mundo llegarán de manera adecuada; considerando que los niveles de afectación en procesos de desglaciación y otros de incidencia directa producto del cambio climático ya son notorios y alarmantes, como en el caso de Perú, por ejemplo .
Al margen de lo antes expuesto, quizá sea un buen momento para la reflexión sobre la pertinencia y participación en estos espacios, hacer un balance sobre lo que se ha logrado en estas 25 cumbres desarrolladas una por año desde 1994. Esta cumbre resulta emblemática pues puede ser el punto de quiebre para saber si lo expresado en el Acuerdo de París hace cuatro años en materia de contribuciones nacionales para la reducción de gases efecto invernadero (GEI) era un compromiso real o solo fue una manera de seguir dilatando el tiempo para tomar acciones radicales, sobre todo tomando en consideración que la meta del acuerdo es no llegar a un aumento de 3.2 °C hasta final de siglo.
La meta parece descomunal si tomamos en consideración que para lograr un aumento no mayor a 1.5 °C se debería reducir las emisiones de GEI en un promedio de 7.6% a partir del próximo año, siendo el Reino Unido el único país en el mundo que ha logrado reducir las emisiones en casi 2% anual entre 1990 y 2018. Especialistas aseguran que de superar la valla de 1.5 °C, aumentarán la frecuencia e intensidad de eventos climáticos catastróficos a nivel mundial. En este momento la percepción no deja de ser fatalista, puesto que las señales de los efectos del cambio climático cada vez son más visibles y, al parecer, ya estamos jugando tiempo de descuento.
desco Opina - Regional / 3 de diciembre de 2019