Asfixia por corrupción
Carlos Miguélez Monroy (*)
Ocho de cada diez personas califican de “corruptos” a los partidos políticos de su país, según la organización Transparency International. Les siguen en imagen funcionarios públicos, los sistemas judiciales, los miembros del poder legislativo y la policía. Esta desconfianza coincide con la indignación que se extiende por el mundo. Pero las exigencias de una democracia real no aluden sólo a los gobiernos, sino también a los poderes económicos y financieros que han llenado los espacios a los que renuncian los poderes públicos para hacer cumplir la proclama neoliberal de Margaret Thatcher: “ya no hay sociedad, sólo individuos y familias”. Esta cruzada neoliberal, intensificada tras la caída del Muro de Berlín y el desmantelamiento de la URSS, ha acelerado las subcontratas y la privatización de sectores públicos como el agua, la sanidad, la salud, la educación, la defensa y toda la banca.