Batalla de Arica: 7 junio de 1880
por Herbert Mujica Rojas
Fuerzas:
Chile: 5,300 hombres, caballería y apoyo naval del Cochrane, la Covadonga, el Loa y el Magallanes
Perú: 1,600 hombres sitiados, sin caballería, con apoyo naval del monitor Manco Cápac y de la lancha torpedera Alianza.
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Al comenzar la guerra, el puerto de Arica tenía una población de más o menos 3,000 habitantes. Allí estuvo durante algún tiempo el presidente Prado por cuyas órdenes se comenzó a llevar a cabo la defensa de la plaza, pero el ejército, sus unidades más numerosas y el Estado Mayor, se dirigieron a Tacna y evacuaron Arica de cuyo comando se hizo cargo el coronel Francisco Bolognesi.
Las fortificaciones de Arica no habían sido completadas y la guarnición estaba compuesta por 1,600 hombres, en su mayoría civiles armados que provenían de Tacna y Tarapacá. Su armamento era heterogéneo. En el puerto se encontraba anclado el monitor Manco Cápac, que actuaría como batería flotante. El Morro de Arica es un cerro que se eleva hasta 150 metros sobre el nivel del mar.
Bolognesi, al tomar posesión de la jefatura de la plaza de Arica, demostró una actividad y un entusiasmo extraordinario, con los que asombró a quienes, por sus encanecidos cabellos veían en él sólo a un anciano. Trató de dar organización de la defensa peruana, sin desanimarse por la escasez del tiempo y la falta absoluta de materiales. Formó partidas de caballería para vigilancia y mejoró el alimento de la tropa.
En relación a la defensa, Bolognesi dirigió la colocación de las minas, se pusieron parapetos - algunos del espesor de un saco lleno - y se trasladaron unos pocos cañones al Morro. Así, frágiles trincheras de arena surgieron en todos los lados en que el Morro era accesible. Sin embargo, poco se pudo hacer por la falta de obreros, herramientas, tiempo y dinero.
Después de la batalla de Tacna
Tarapacá y Tacna habían caído en manos chilenas, Arica estaba cercada por el sur y por el norte. Al oeste, poderosas naves en la bahía hacían imposible cualquier intento de escapatoria. Se podía abandonar el territorio marchando rumbo al este, internándose en la Sierra, para, rodeando las fuerzas chilenas, alcanzar Arequipa o eventualmente Lima. Había también otra opción: quedarse en Arica, donde sin duda morirían.
Bolognesi confiaba aún que el ejército aliado no hubiera quedado destruído en Tacna y que acudirían a reforzar Arica. El día 26 de mayo había dirigido un telegrama a sus superiores, pidiendo órdenes y refuerzos y agregando: "Aquí sucumbiremos todos antes de entregar Arica". No obtuvo respuesta. Envió mensajeros, pero éstos no regresaron. Le escribió al prefecto de Arequipa: "estoy incomunicado".
El 1° de junio los regimientos chilenos comenzaron el avance. El ingeniero Teodoro Elmore utilizó las minas cuando el ejército invasor atravesaba un sitio en la orilla norte del río Lluta. Algunos cazadores chilenos salieron contusos, pero los demás pasaron sin problemas. Elmore cayó prisionero y su compañero Pedro Ureta falleció. Las minas peruanas eran ineficaces y no impedirían el paso del ejército chileno.
Poco a poco, las tropas invasoras fueron acampando en las inmediaciones de Arica. El general chileno Manuel Baquedano ordenó el bombardeo de la plaza, el fuego no pudo ser contestado porque los cañones peruanos en el Morro no alcanzaban a ese sitio.
La situación era dramática. Los chilenos habían tomado Tacna, el general Montero se había retirado, no había noticias del coronel Leyva, fue capturado el ingeniero Elmore, el enemigo bombardeaba sin cesar, y no había la más insignificante suma de dinero para atender los urgentes gastos en las obras de defensa.
La respuesta de Bolognesi
Bolognesi despachó el 4 de junio una carta a sus superiores, en la que dice desconocer el paradero de las fuerzas peruanas y pide refuerzos. "tengo al frente 4,000 enemigos poco más o menos a los cuales cerrarré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica aunque el número de los invasores se duplique", dice Bolognesi. "Todas las medidas de defensa están tomadas, espero ataque pasado mañana, resistiré. Háganos propios (envíe refuerzos) cuantos sea posible. Dios guarde a U.S. Francisco Bolognesi". A pesar del pedido desesperado, las fuerzas peruanas, al mando del coronel Leiva estaban lejos, se habían retirado a Arequipa.
El 5 de junio a las 7 de la mañana, el comando chileno envió como parlamentario, al mayor Juan de la Cruz Salvo, quien fue recibido por Bolognesi en su casa, al pie del Morro, donde en la actualidad se encuentra el Consulado peruano en Arica. El mayor le expresó a Bolognesi que el jefe del ejército de Chile quería evitar un inútil derramamiento de sangre, puesto que el grueso del ejército peruano-boliviano había ya sido vencido en Tacna. De la Cruz Salvo le dijo que tenía el encargo de pedir la rendición de la plaza, "cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos".
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho", dijo Bolognesi al parlamentario chileno, sin embargo, le advirtió que esta respuesta era personal y que debía consultar con los otros oficiales.
La consulta se hizo. Uno por uno contestaron por orden de graduación. Ni una voz discrepante se alzó. Los defensores de Arica dijeron: "Cuando menos sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón".
El bombardeo del 6 de junio
La artillería chilena terrestre y naval llevó a cabo un segundo bombardeo el 6 de junio buscando la capitulación peruana. "Abrigamos la esperanza de que con esas tentativas los peruanos desistirán del propósito de seguir combatiendo, inútilmente, sin probabilidades de triunfo". El ataque por mar duró tres horas y el de tierra cinco. Se intercambiaron 343 tiros, 272 chilenos y sólo 71 peruanos. Dos naves chilenas - el Cochrane y La Covadonga - sufrieron 28 bajas y daños.
El asalto del 7 de junio
Al amanecer del 7 de junio de 1880 se inició el asalto chileno por la retaguardia, en el fuerte de la ciudadela. Empezó una feroz matanza de prisioneros, de los 400 soldados peruanos, sólo sobrevivieron diez.
La resistencia final tuvo lugar en el Morro mismo. Allí estaban Bolognesi, More, Alfonso Ugarte, Sáenz Peña, Armando Blondet, con los restos de los batallones Tarapacá, Iquique, Artesano y Granaderos de Tacna. Eran unos pocos hombres contra muchos asaltantes. Todo concluyó a las 8 de la mañana.
El general chileno, Manuel Baquedano en su informe escribió: "Perdidos sus últimos atrincheramientos, los peruanos hicieron volar los fuertes del norte. La lucha había sido porfiada y sangrienta hasta lo increíble. A las 9 a.m. la plaza era completamente nuestra y la bandera de Chile se ostentaba en los fuertes y en los edificios públicos (…) el enemigo perdió a sus mejores jefes".
Según Saénz Peña, "sólo Moore y Bolognesi continuaron haciendo fuego con sus revólveres" hasta que un soldado chileno le disparó a Bolognesi y lo tendió muerto instantáneamente de un balazo en el cráneo.
El monitor Manco Cápac fue hundido por su comandante José Sánchez Lagomarsino. La lancha torpedera Alianza, al mando del teniente 1° Juan Fernández Dávila, trató de escapar hacia el norte, pero fue perseguida y cañoneada, sus tripulantes la vararon y destruyeron cerca de Ilo.
Chile perdió 474 hombres, mientras que casi 1,000 peruanos perdieron la vida, el resto cayó prisionero, muchos de éstos fueron fusilados en la plazoleta de la iglesia de Arica, en cuyo piso, durante muchos años, permanecieron las huellas ensangrentadas. Hubo saqueo e incendios, ataque a consulados y muchos otros desmanes. Los excesos de la soldadesca -afírmase por los chilenos- provinieron de la indignación por la creencia de que hubo empleo de las minas aún en lugres teóricamente ajenos a ellas. La matanza de heridos y prisioneros se generalizó. El Morro de Arica y la ciudad quedaron empapados en sangre peruana.
Francisco Bolognesi
Nació en Lima, en la calle Caylloma, el 4 de noviembre de 1816. Su padre fue italiano: Andrés Bolognesi, sobresaliente violoncelista, director de orquesta, oriundo de Génova, llegado al Perú en 1810. Su madre, arequipeña: Juana Cervantes Pacheco. Tuvo tres hermanos: Margarita, Manuela y Mariano.
Francisco trabajó en el comercio, explotó cascarilla, coca y café en las montañas de Puno. Entró al arma de artillería en enero de 1854 con el grado de teniente coronel y actuó en varios enfrentamientos y campañas militares. En 1860 viajó a Europa a comprar armamento. Tenía el grado de comandante general de Artillería en 1871, cuando se retiró del Ejército, contaba entonces con 55 años. En 1868 se desempeñó como gobernador civil del Callao.
Al estallar la guerra con Chile ofreció sus servicios y fue destacado, en condición subalterna al ejército que debía guarecer Tarapacá.
Casado con doña Josefa La Puente y Rivero, tuvo cuatro hijos: Margarita, Federico, Enrique y Augusto. Estos dos últimos murieron heroicamente en las batallas por la defensa de Lima.
Para el Ejército peruano Bolognesi es con Cáceres lo que Grau para la Marina. Cada año los cadetes juran ante su recuerdo de fidelidad a la bandera. Buques de guerra, provincias, caletas, colegios, puentes, calles, avenidas, teatros, clubes deportivos llevan sus nombres. Casi no hay población peruana sin monumentos o bustos suyos. Sus retratos adornan las oficinas públicas como también casas y tiendas humildes. Lo mejor que el Perú de la reconstrucción pudo albergar, en Grau y en Bolognesi.
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Al comenzar la guerra, el puerto de Arica tenía una población de más o menos 3,000 habitantes. Allí estuvo durante algún tiempo el presidente Prado por cuyas órdenes se comenzó a llevar a cabo la defensa de la plaza, pero el ejército, sus unidades más numerosas y el Estado Mayor, se dirigieron a Tacna y evacuaron Arica de cuyo comando se hizo cargo el coronel Francisco Bolognesi.
Las fortificaciones de Arica no habían sido completadas y la guarnición estaba compuesta por 1,600 hombres, en su mayoría civiles armados que provenían de Tacna y Tarapacá. Su armamento era heterogéneo. En el puerto se encontraba anclado el monitor Manco Cápac, que actuaría como batería flotante. El Morro de Arica es un cerro que se eleva hasta 150 metros sobre el nivel del mar.
Bolognesi, al tomar posesión de la jefatura de la plaza de Arica, demostró una actividad y un entusiasmo extraordinario, con los que asombró a quienes, por sus encanecidos cabellos veían en él sólo a un anciano. Trató de dar organización de la defensa peruana, sin desanimarse por la escasez del tiempo y la falta absoluta de materiales. Formó partidas de caballería para vigilancia y mejoró el alimento de la tropa.
En relación a la defensa, Bolognesi dirigió la colocación de las minas, se pusieron parapetos - algunos del espesor de un saco lleno - y se trasladaron unos pocos cañones al Morro. Así, frágiles trincheras de arena surgieron en todos los lados en que el Morro era accesible. Sin embargo, poco se pudo hacer por la falta de obreros, herramientas, tiempo y dinero.
Después de la batalla de Tacna
Tarapacá y Tacna habían caído en manos chilenas, Arica estaba cercada por el sur y por el norte. Al oeste, poderosas naves en la bahía hacían imposible cualquier intento de escapatoria. Se podía abandonar el territorio marchando rumbo al este, internándose en la Sierra, para, rodeando las fuerzas chilenas, alcanzar Arequipa o eventualmente Lima. Había también otra opción: quedarse en Arica, donde sin duda morirían.
Bolognesi confiaba aún que el ejército aliado no hubiera quedado destruído en Tacna y que acudirían a reforzar Arica. El día 26 de mayo había dirigido un telegrama a sus superiores, pidiendo órdenes y refuerzos y agregando: "Aquí sucumbiremos todos antes de entregar Arica". No obtuvo respuesta. Envió mensajeros, pero éstos no regresaron. Le escribió al prefecto de Arequipa: "estoy incomunicado".
El 1° de junio los regimientos chilenos comenzaron el avance. El ingeniero Teodoro Elmore utilizó las minas cuando el ejército invasor atravesaba un sitio en la orilla norte del río Lluta. Algunos cazadores chilenos salieron contusos, pero los demás pasaron sin problemas. Elmore cayó prisionero y su compañero Pedro Ureta falleció. Las minas peruanas eran ineficaces y no impedirían el paso del ejército chileno.
Poco a poco, las tropas invasoras fueron acampando en las inmediaciones de Arica. El general chileno Manuel Baquedano ordenó el bombardeo de la plaza, el fuego no pudo ser contestado porque los cañones peruanos en el Morro no alcanzaban a ese sitio.
La situación era dramática. Los chilenos habían tomado Tacna, el general Montero se había retirado, no había noticias del coronel Leyva, fue capturado el ingeniero Elmore, el enemigo bombardeaba sin cesar, y no había la más insignificante suma de dinero para atender los urgentes gastos en las obras de defensa.
La respuesta de Bolognesi
Bolognesi despachó el 4 de junio una carta a sus superiores, en la que dice desconocer el paradero de las fuerzas peruanas y pide refuerzos. "tengo al frente 4,000 enemigos poco más o menos a los cuales cerrarré el paso a costa de la vida de todos los defensores de Arica aunque el número de los invasores se duplique", dice Bolognesi. "Todas las medidas de defensa están tomadas, espero ataque pasado mañana, resistiré. Háganos propios (envíe refuerzos) cuantos sea posible. Dios guarde a U.S. Francisco Bolognesi". A pesar del pedido desesperado, las fuerzas peruanas, al mando del coronel Leiva estaban lejos, se habían retirado a Arequipa.
El 5 de junio a las 7 de la mañana, el comando chileno envió como parlamentario, al mayor Juan de la Cruz Salvo, quien fue recibido por Bolognesi en su casa, al pie del Morro, donde en la actualidad se encuentra el Consulado peruano en Arica. El mayor le expresó a Bolognesi que el jefe del ejército de Chile quería evitar un inútil derramamiento de sangre, puesto que el grueso del ejército peruano-boliviano había ya sido vencido en Tacna. De la Cruz Salvo le dijo que tenía el encargo de pedir la rendición de la plaza, "cuyos recursos en hombres, víveres y municiones conocemos".
"Tengo deberes sagrados y los cumpliré hasta quemar el último cartucho", dijo Bolognesi al parlamentario chileno, sin embargo, le advirtió que esta respuesta era personal y que debía consultar con los otros oficiales.
La consulta se hizo. Uno por uno contestaron por orden de graduación. Ni una voz discrepante se alzó. Los defensores de Arica dijeron: "Cuando menos sea nuestra fuerza, más animoso debe ser nuestro corazón".
El bombardeo del 6 de junio
La artillería chilena terrestre y naval llevó a cabo un segundo bombardeo el 6 de junio buscando la capitulación peruana. "Abrigamos la esperanza de que con esas tentativas los peruanos desistirán del propósito de seguir combatiendo, inútilmente, sin probabilidades de triunfo". El ataque por mar duró tres horas y el de tierra cinco. Se intercambiaron 343 tiros, 272 chilenos y sólo 71 peruanos. Dos naves chilenas - el Cochrane y La Covadonga - sufrieron 28 bajas y daños.
El asalto del 7 de junio
Al amanecer del 7 de junio de 1880 se inició el asalto chileno por la retaguardia, en el fuerte de la ciudadela. Empezó una feroz matanza de prisioneros, de los 400 soldados peruanos, sólo sobrevivieron diez.
La resistencia final tuvo lugar en el Morro mismo. Allí estaban Bolognesi, More, Alfonso Ugarte, Sáenz Peña, Armando Blondet, con los restos de los batallones Tarapacá, Iquique, Artesano y Granaderos de Tacna. Eran unos pocos hombres contra muchos asaltantes. Todo concluyó a las 8 de la mañana.
El general chileno, Manuel Baquedano en su informe escribió: "Perdidos sus últimos atrincheramientos, los peruanos hicieron volar los fuertes del norte. La lucha había sido porfiada y sangrienta hasta lo increíble. A las 9 a.m. la plaza era completamente nuestra y la bandera de Chile se ostentaba en los fuertes y en los edificios públicos (…) el enemigo perdió a sus mejores jefes".
Según Saénz Peña, "sólo Moore y Bolognesi continuaron haciendo fuego con sus revólveres" hasta que un soldado chileno le disparó a Bolognesi y lo tendió muerto instantáneamente de un balazo en el cráneo.
El monitor Manco Cápac fue hundido por su comandante José Sánchez Lagomarsino. La lancha torpedera Alianza, al mando del teniente 1° Juan Fernández Dávila, trató de escapar hacia el norte, pero fue perseguida y cañoneada, sus tripulantes la vararon y destruyeron cerca de Ilo.
Chile perdió 474 hombres, mientras que casi 1,000 peruanos perdieron la vida, el resto cayó prisionero, muchos de éstos fueron fusilados en la plazoleta de la iglesia de Arica, en cuyo piso, durante muchos años, permanecieron las huellas ensangrentadas. Hubo saqueo e incendios, ataque a consulados y muchos otros desmanes. Los excesos de la soldadesca -afírmase por los chilenos- provinieron de la indignación por la creencia de que hubo empleo de las minas aún en lugres teóricamente ajenos a ellas. La matanza de heridos y prisioneros se generalizó. El Morro de Arica y la ciudad quedaron empapados en sangre peruana.
Francisco Bolognesi
Nació en Lima, en la calle Caylloma, el 4 de noviembre de 1816. Su padre fue italiano: Andrés Bolognesi, sobresaliente violoncelista, director de orquesta, oriundo de Génova, llegado al Perú en 1810. Su madre, arequipeña: Juana Cervantes Pacheco. Tuvo tres hermanos: Margarita, Manuela y Mariano.
Francisco trabajó en el comercio, explotó cascarilla, coca y café en las montañas de Puno. Entró al arma de artillería en enero de 1854 con el grado de teniente coronel y actuó en varios enfrentamientos y campañas militares. En 1860 viajó a Europa a comprar armamento. Tenía el grado de comandante general de Artillería en 1871, cuando se retiró del Ejército, contaba entonces con 55 años. En 1868 se desempeñó como gobernador civil del Callao.
Al estallar la guerra con Chile ofreció sus servicios y fue destacado, en condición subalterna al ejército que debía guarecer Tarapacá.
Casado con doña Josefa La Puente y Rivero, tuvo cuatro hijos: Margarita, Federico, Enrique y Augusto. Estos dos últimos murieron heroicamente en las batallas por la defensa de Lima.
Para el Ejército peruano Bolognesi es con Cáceres lo que Grau para la Marina. Cada año los cadetes juran ante su recuerdo de fidelidad a la bandera. Buques de guerra, provincias, caletas, colegios, puentes, calles, avenidas, teatros, clubes deportivos llevan sus nombres. Casi no hay población peruana sin monumentos o bustos suyos. Sus retratos adornan las oficinas públicas como también casas y tiendas humildes. Lo mejor que el Perú de la reconstrucción pudo albergar, en Grau y en Bolognesi.
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