Sirvientes de Chile no conmemoran estas batallas
Después de ocupar Lima, los invasores chilenos fueron a la sierra con dos objetivos principales: a) robar y matar gente; y b) combatir al entonces coronel Andrés A. Cáceres. Con este propósito en mente, los chilenos, al mando del ladrón, asesino y terrorista Patricio Lynch, en enero de 1882 se dirigieron a nuestra zona andina central convenientemente organizados y armados.
Mientras Patricio Lynch subía a la sierra por la ruta de Canta, el ratero y asesino chileno José Francisco Gana, que tenía el grado de coronel, avanzó por el valle del Rímac, por lo que hoy es la carretera Central, que lleva a Huancayo. En determinado momento, el mencionado Gana dejó el mando al delincuente Estanislao del Canto, que ostentaba el grado de coronel.
Llegando ya a la sierra, los hampones chilenos no pudieron contener su instinto criminal y se dedicaron a robar a los campesinos y a matarlos. Mientras, Cáceres había optado por retirarse oportunamente de los lugares que ocupaba, empezando de Chicla para arriba, y se dedicó a preparar una contraofensiva que reunía un núcleo pequeño de ejército regular, con preparación militar y provisto de fusiles, y miles de guerrilleros, armados con lanzas, hondas y palos, quienes alternaban sus misiones de hostigamiento* de los rateros chilenos y transmitían a Cáceres información del avance del enemigo.
Con el fin de disimular un poco su condición de rateros y asesinos y para aplacar el ánimo adverso de la población invadida, los chilenos dijeron a los campesinos que ellos —el ejército chileno— sólo iban a robar a la gente rica, pero que no iban a hacer nada a los campesinos pobres. Por supuesto que tales palabras eran pura mentira, porque luego de robar a la gente que más o menos tenía dinero, los delincuentes chilenos empezaron a quitar carneros, vacas y víveres a los campesinos, quienes con esto vieron confirmado el mal concepto que tenían de los invasores. De más está decir que los desmanes de los chilenos acrecentaron el fuego de la rebelión.
Cáceres y sus fuerzas se desplazaban en la sierra centro-sur (departamentos de Ayacucho, Huancavelica y Junín); sus cuidadosos movimientos tenían por objeto evitar cualquier ataque sorpresivo de los terroristas chilenos y buscar el lugar y momento convenientes para pasar a la ofensiva. En el entretanto reunía y organizaba tropas y elementos materiales.
Una vez que Cáceres hubo efectuado un satisfactorio reconocimiento de la región y realizado las coordinaciones entre su pequeña fuerza militar y las guerrillas campesinas, reafirmó su decisión de tomar la ofensiva. El momento escogido para arremeter contra las guarniciones chilenas instaladas en Marcavalle y Pucará fue la madrugada del 9 de julio de 1882. La fuerza central del ataque peruano estuvo dirigida por el comandante Francisco de Paula Secada, mientras que por los flancos atacarían el coronel Manuel Tafur y por la derecha el mismo Cáceres, que con los hombres a su mando (batallones Zepita e Izcuchaca) atacó Marcavalle. A los quince minutos de iniciada la arremetida de los peruanos, se retiraron con cierto orden los hampones chilenos, pero ya Cáceres había dispuesto que una fuerza de guerrilleros esperase a los invasores en su ruta de escape.
La delincuencial guarnición chilena de Pucará fue ocupada tras una hora de lucha por los peruanos del batallón Tarapacá, al mando del coronel Manuel Cáceres, y cientos de guerrilleros. En su fuga los asesinos chilenos, que fueron perseguidos por la fuerza conjunta (batallón Tarapacá y guerrilleros campesinos), dejaron armas y municiones que pasaron al poder de los peruanos.
Ensañamiento: los homicidas chilenos hasta quemaban vivos a los patriotas peruanos
Mientras tanto, en la localidad de Concepción, también cercana a Huancayo, los peruanos atacaron ese mismo día (9 de julio) la guarnición que allí tenían los terroristas chilenos. La operación estuvo a cargo del coronel peruano Juan Gastó, quien comandaba una pequeña fuerza de soldados bien preparados, con el refuerzo de cientos de guerrilleros de las localidades de Comas (al mando de Jerónimo Huaylinos) y de Apata (al mando de Andrés Avelino Ponce Palacios).Los chilenos habían cometido toda clase de atropellos y abusos, robos y asesinatos, incluso habían quemado vivas a varias personas (caso del patriota Teodoro Peñaloza y su familia). Estos antecedentes explican que los atacantes peruanos, inflamados por los crímenes, matasen a todos los terroristas chilenos.
Entre los rateros y asesinos chilenos que fueron ajusticiados se cuenta al capitán Ignacio Carrera Pinto, sobrino de Aníbal Pinto, presidente chileno de 1876 a 1881, y el subteniente Julio Montt Salamanca, que —junto con los Bulnes y Errázuriz— son apellidos de familias muy respetadas en Chile por su prontuario de rateros y asesinos durante la guerra de 1879-1883.
Después de esta batalla, otras fuerzas chilenas que venían en retirada llegaron a Concepción y encontraron muertos a todos sus cómplices. Además de desquitarse destruyendo e incendiando el pueblo de Concepción, los terroristas tuvieron la idea de sacar los corazones de homicida de varios de sus compañeros para enviarlos a Chile debidamente conservados. Hicieron bien su papel de basureros, porque ni para los cóndores ni otros animales era buena esa muy nauseabunda y deletérea piltrafa que dejaban los terroristas chilenos y que estaba contaminando nuestro suelo. El 11 de julio de 1882, a los dos días de los triunfos peruanos de Marcavalle y Concepción, los delincuentes chilenos huyeron de nuestra zona central.
¡Viva el Perú!
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* Esto incluyó soltar desde las alturas rocas o galgas a las columnas de los criminales invasores que avanzaban por las faldas de los cerros.