francisco bolognesiMiguel Ángel Rodríguez Mackay

Ayer, 7 de junio, los peruanos recordamos la gesta de la Batalla de Arica, donde Francisco Bolognesi, junto a su Estado Mayor de 13 altos oficiales, y con ellos cerca de 1900 combatientes, salvaron el honor nacional al decidir defender la Plaza antes de que caiga en manos del ejército chileno con 6000 hombres.

 

Dos días antes, el inmortal Bolognesi había dado respuesta al emisario Salvo, cuyo tenor pasó a las páginas de la historia al mandar decirle al jefe chileno Baquedano: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”.

A Bolognesi no le importó su vida, solo la patria. En la víspera de la batalla envió una misiva a su esposa María Josefa diciéndole: “Nunca reclames nada, para que no crean que mi deber tuvo precio”.

Tenía claro que lo que hacía estaba fundado en el supremo amor a la patria. Pero Bolognesi era humano y por eso en la carta añadió: “¿Qué será de ti, amada esposa, tú que me acompañaste con amor y santidad?, ¿qué será de nuestra hija y de su marido, que no me podrán ver ni sentir en el hogar común? A Bolognesi lo entristeció la falta de unidad de nuestra clase política y hasta la traición y lo recordó a su amada: “Dios va a decidir este drama en que los políticos que fugaron y los que asaltaron el poder tienen la misma responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapaz conducta la sentencia que nos aplicará el enemigo”. Se había referido a Agustín Belaunde que abandonó al ejército peruano apostado en el Morro, en señal de cobardía y arribismo. El país lo declaró traidor a la patria. Junto a Bolognesi se hizo grande Alfonso Ugarte que prefirió lanzarse al abismo antes de permitir que nuestra bandera caiga en manos del enemigo. Ejemplos para toda la vida.

Correo, 08.06.2015