Alegato de Carl Schmitt por una visión marítima
Por Nicole Schuster
Hoy en día vivimos en un mundo de guerras incesantes que se inscriben en el marco de guerras “no-convencionales” libradas por proxies al servicio de las potencias occidentales. Esas guerras subsidiarias, por su carácter justamente “no-convencional”, transgreden de forma descarada las normas legales internacionales y el Derecho Humanitario.
Sin embargo, la manipulación del Derecho Internacional actual no es más que una continuación de la política hegemónica que Occidente ha ido aplicando en el pasado. Por ello, en el año 1938, en su artículo titulado «La relación entre los conceptos de guerra y enemigo”, el experto en Derecho internacional y constitucionalista alemán Carl Schmitt fustigaba ya la política ambigua impulsada por la Sociedad de Naciones(1) y por el Pacto Briand-Kellogg(2), que era una propuesta hecha en 1928 a numerosos países —entre los cuales encontramos a Francia, al Reino-Unido, Alemania, Japón, Italia, Estados Unidos, etc.— para que renuncien al uso de la guerra como instrumento político. Dichos acuerdos internacionales pretendían impedir que una carnicería como la que se dio en la primera guerra mundial se repita(3). Sin embargo, lo que logró el Pacto, como lo vaticinó Carl Schmitt, fue crear un estado híbrido entre guerra y paz dado que el Pacto no definió qué se entendía bajo el término de “guerra” y tampoco preveía las sanciones contra los firmantes que violarían este acuerdo. Schmitt veía en esta situación cargada de ambivalencia la ocasión para ciertas potencias hegemónicas de arrogarse la prerrogativa de definir los parámetros de la moral y del Derecho mientras ellas mismas no se dignarían a respectarlos, disfrazando sus operaciones militares como operaciones de paz.
Esta manipulación del Derecho internacional por las potencias hegemónicas fue además puesta al descubierto a través de una polémica relativa al nivel de importancia que Alemania debía otorgar a la dimensión marítima en el marco de la realización de sus objetivos geoestratégicos. Esta discusión, que animó los círculos militares, civiles, universitarios, y a la que se unió Schmitt, se generó en base a que, desde el final de la primera guerra mundial, la marina alemana había caído en desprestigio. En efecto, los estrategas de la marina habían optado durante ese conflicto por una estrategia de guerra submarina a ultranza, lo que indujo a Estados Unidos a intervenir en la guerra y a contribuir decisivamente a la derrota de Alemania(4). Con ello quedó claro que Alemania no había logrado tomar conciencia de su papel como potencia marítima.
Cuando Hitler estaba en el poder, todo plan de reconstrucción naval elaborado por Alemania se inscribía en el marco de las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles y el Pacto Naval firmado con Inglaterra el 18 de junio de 1935. Sin embargo, impaciente de concretizar la noción de “espacio vital” que había concebido, el Führer juzgó necesario acelerar el programa de construcción naval que permitiría afirmar el poder de la nación alemana frente a Inglaterra, aun si sus planes suponían contravenir a los límites sancionados en el Tratado Naval. En 1938, encargó al Comandante en jefe de la Marina de Guerra, el almirante Erich Raeder, de la planificación la política naval, lo que desembocó en el llamado “Plan Z”, que preveía elevar la producción de submarinos e incrementar drásticamente la construcción de buques de guerra para así garantizar la supremacía naval de Alemania en el mundo. Desgraciadamente para los mandos de la Marina de Guerra alemana, el Plan Z fue condenado antes de haber sido puesto en marcha en tanto la guerra empezó de forma prematura, lo que llevó a los altos mandos alemanes a cambiar sus planes militares. Alemania tuvo que resignarse a producir acorazados de bolsillo(5) a fin de usarlos como buques corsario y de azotar las rutas de navegación de los mercantes aliados.
Carl Schmitt consideraba que Hitler nunca entendió la importancia que representaba el poder marítimo en la situación geopolítica de esta época. Situándose dentro de la misma línea de pensamiento que Schmitt, el analista Gerhard Gross afirma que uno de los grandes errores cometidos por Hitler y sus jefes militares durante la Segunda Guerra Mundial fue priorizar la guerra continental y, peor aún, centrarse exclusivamente en la estrategia operacional(6). Si bien esta percepción de la guerra había desembocado en la modalidad de la Blitzkrieg que permitió a los alemanes acumular victorias al inicio de la Segunda Guerra Mundial, como ocurrió en Polonia y durante la operación Corte de hoz cuando el general Heinz Guderian penetró con sus tropas e invadió Francia de una forma fulgurante(7), el enfoque compulsivo de los altos mandos en la estrategia operacional y, por ende, en una guerra relámpago, mostró rápidamente sus límites cuando el espíritu belicista de los alemanes les incitó a entrar siempre más en la profundidad del frente del Este. Conocemos el desenlace: los alemanes fueron sobrepasados por sus faltas de proyección estratégicas a nivel logístico mientras que los soviéticos aprendieron de las ofensivas lanzadas por los alemanes contra ellos y terminaron siendo victoriosos(8). Los soviéticos supieron, entre otros, perfeccionar y aplicar en la práctica los principios operacionales de guerra en profundidad a cuyo desarrollo habían contribuido, entre otros, los altos mandos militares soviéticos Tukhachevsky(9), Triandafillov(10), Varfolomeev e Isserson en los años 1920-1930, así como pudieron articular como un todo los tres niveles estratégicos (táctico, operacional y global).
Carl Schmitt, quien había percibido desde 1937 la necesidad vital de poner el énfasis en la marina de guerra para luchar contra el dominio marítimo anglosajón, insistía en que, para lograr vencer a la potencia británica, el gobierno alemán debía tener una visión oceánica y planetaria de su estrategia, de la política y del Derecho(11), es decir, elaborar una estrategia naval que fuese parte integrante de la política global del Estado, tal como ocurría en Inglaterra. A fin de sustentar su posición, Schmitt introdujo en el debate la oposición tierra-mar que, en su opinión, había dominado la historia de Europa desde la época moderna. Esta distinción caracterizaba para él, en el siglo XX, las relaciones entre Alemania y Gran Bretaña, es decir, el conflicto fuerza continental alemana-potencia marítima inglesa. La importancia que le otorga Carl Schmitt al pensamiento naval fue consignada en el librito que publicó en 1942 titulado Land und Meer(12) (Tierra y Mar), un opúsculo de estrategia marítima en el cual expone su visión de la dialéctica telúrica-marítima a través de los siglos. En su librito, que marcó la línea de pensamiento que Schmitt acató a lo largo de las décadas que siguieron, Schmitt se pregunta si el hombre es hijo del mar o de la tierra(13), a lo cual responde que la historia muestra que lo es de ambos. Para corroborar su tesis basada en la oposición tierra-mar, Schmitt analizó la historia de la potencia marítima inglesa desde los tiempos modernos, y, como lo puntualizaron antes de él Stevens y Westcott(14), afirmó que el impulso dado al capitalismo fue fomentado por el gran comercio marítimo, en particular el inglés(15). Para el jurista, es una revolución en las ideas lo que incidió en que el país anglosajón se orientase a partir del siglo XVI integralmente hacia los horizontes oceánicos. Esta revolución ideológica se plasmó en una revolución tecnológica, la cual se inició con la aparición de los grandes veleros que marcaron una nueva era de navegación y de guerra naval(16) Esta nueva visión geoestratégica tuvo luego repercusiones a nivel político, económico, jurídico, etc.(17). Para Schmitt, lo que permitió el giro que marca la “revolución espacial” de los tiempos modernos fue la vanguardia de la nueva era marítima, conformada por los piratas, “privateers”(18), la diáspora calvinista, así como las compañías comerciales. Éstas contribuyeron decisivamente en la creación del emporio marítimo inglés usando cualquier medio para lograr su dominio sobre el mar. Schmitt planteó que fueron esas formaciones mercantiles privadas, que se asentaban a nivel internacional, las que llevaron a Inglaterra a optar por una economía “liberal”, la cual se oponía categóricamente a una centralizada y planificada, que una monarquía absoluta favorecería. El nuevo sistema económico pudo imponerse porque, como lo estipulaba Schmitt, invadió los espacios vacíos generados por una carencia de fundamentos que estructuran un verdadero Estado, tal como una constitución escrita y una codificación legislativa del Derecho. Ello impulsó a su vez la expansión desenfrenada de Gran Bretaña a nivel mundial a través del espacio marítimo exento de normas(19). Desde este momento, para poder seguir mercadeando y lucrando sin tener que luchar contra instituciones reguladoras, los adeptos del nuevo orden económico recurrieron a la tesis según la cual el Estado y la política eran expresión del mal, mientras que la “sociedad” y la economía eran asimiladas al progreso(20).
Cuando la base económica de su emporio alcanzó un nivel internacional, Gran Bretaña requirió de un fundamento legal hecho a su medida a fin de mantener su dominio en los mares y justificar sus prácticas bélicas contra toda fuerza reacia a su construcción hegemónica. Según Schmitt, esta politización del Derecho se manifestó claramente a partir del siglo XVII, cuando la pretensión de Gran Bretaña a la legalización de su monopolio marítimo la hizo participar en la “guerra de los libros”, controversia que la enfrentaba a Holanda en cuanto a la apertura o cierre de los mares(21). En realidad, se trataba de definir los derechos de cada una de las potencias sobre los mares, derechos que Inglaterra no estaba dispuesta a compartir. Es el jurista inglés John Selden(22) quien pretendió que el mar, al igual que la tierra, debía regirse por el régimen de la propiedad privada, lo que le concedía a Inglaterra la facultad de reservarse el “derecho de disponer en toda soberanía de los océanos”. En otros términos, en virtud de su pretendida “libertad sobre los mares”, este país tenía la prerrogativa de invocar la noción de “soberanía” y de discriminar todo aquello que hacía peligrar su supremacía. Colocaba al rival en la categoría “fuera de la ley” y se otorgaba en consecuencia la potestad de defender su espacio “soberano”, que se definía en función de su dominio sobre las rutas comerciales marítimas.
Schmitt repudiaba el rumbo que tomó el derecho internacional y el jus belli impuesto por Inglaterra. Según él, con la imposición del indirect rule, o sea el sistema de administración indirecta propio del colonialismo, Inglaterra demostraba lo poco importante que era para ella la noción de “soberanía” cuando de sus intereses se trataba. La política beligerante de Gran Bretaña llevada a cabo en el nombre de su “derecho soberano sobre los mares” llevó a Schmitt, adepto de la guerra “justa”, a rechazar las características de la guerra marítima, la cual se diferenciaba sustancialmente de la guerra continental. Para él, la guerra sobre el mar no era una guerra entre militares, de “Estado a Estado”, porque al apuntar a la destrucción del comercio y la economía del adversario afectaba sin distinción a los combatientes como a los no-combatientes, convirtiendo los conflictos en guerra total. Inglaterra se permitía, por mantener su predominio en los mares, reinterpretar el concepto de “guerra justa” al pretender que sus objetivos comerciales “nobles” y su ideología liberal le otorgaban el derecho de atacar a quien se opusiera a ella. Asimismo, Schmitt revela que el “derecho de la gente” fue racionalizado en función a los intereses de las potencias europeas occidentales de la época, las cuales establecieron la distinción entre los europeos-cristianos y el resto del mundo. A partir de allí se enmarcó en la categoría “enemigo” a todo aquel que fuera arbitrariamente designado como tal por Inglaterra o, desde su advenimiento como nueva potencia mundial, por Estados Unidos.
El rechazo que manifestaba Schmitt hacia la instrumentalización del derecho internacional y de la noción de “enemigo” se encontraba reforzado por el hecho de que Alemania sufrió después de la primera guerra mundial las consecuencias de este derecho politizado. En ese entonces, Woodrow Wilson, apoyado por Inglaterra, asimiló la guerra submarina a una guerra contra la humanidad y al pirata a un terrorista. Schmitt había percibido en esta argumentación discriminatoria una práctica manipulativa por parte de la potencia anglosajona directamente destinada a neutralizar a Alemania, que había conducido este tipo de guerra. Para él, la maniobra anglosajona se debía a su incapacidad técnica de enfrentarse a una guerra submarina y, por tanto, Gran Bretaña quería mediante normas parciales erradicar todo avance tecnológico que representara una amenaza para su imperio marítimo, como lo hacía el submarino(23).
La polémica relativa a la potencia marítima alemana en la cual participó Schmitt no era más que la reactualización de una disputa propia de cada época histórica: se trataba de la división, distribución y el reparto de la Tierra. Por tanto, no sorprende que Schmitt se enfrentara a la potencia anglosajona y ponga en evidencia la firme resolución de los anglosajones de no compartir el mundo con nadie. Éstos, a inicios del siglo XX, no aceptaban la concepción de Weltpolitik de la época imperial prusiana que se oponía directamente a la potencia naval británica, y tampoco podían tolerar el orden del gran espacio (Grossraumordnung) ambicionado por Hitler. La visión geoestratégica mundial que habían tenido los alemanes desde finales del siglo XIX representaba un verdadero desafío al nuevo orden(24) anhelado por los anglosajones. Es lo que emanaba del planteamiento de Schmitt cuando denunciaba el espíritu politizado del Tratado de Versalles(25), que se fundamentaba en los 14 puntos del presidente Woodrow(26). Para él, el Tratado fue la expresión máxima de la voluntad de los Aliados de quebrar el imperio alemán a fin de reforzar el poder anglosajón y ampliar los preceptos de la doctrina Monroe a nivel planetario.
De lo antes expuesto se desprende que poco ha cambiado en la política internacional. Sigue más vigente que nunca la posición que Schmitt adoptó al presentar al Derecho internacional como un campo que no procede, como los gobiernos quisieran hacernos creer, de la dimensión jurídica y moral sino de lo político y de la relación amigo-enemigo. En virtud de esta dicotomía amigo-enemigo, que ha ido formando el núcleo de las relaciones internacionales desde los tiempos modernos, el concepto de “terrorista” resulta hoy en día instrumentalizado por las potencias anglosajonas a fin de legitimar sus guerras “preventivas”, las cuales tienen en realidad como propósito el mantenimiento de la hegemonía occidental y neoliberal a nivel mundial.
De la misma manera, la división amigo-enemigo presentada por Schmitt como una decisión política lleva a que el amigo de hoy puede ser el enemigo de mañana, dado que las relaciones internacionales reflejan relaciones de intereses y conflicto y no de amistad y paz. Ello significa que ningún “amigo” de las potencias hegemónicas se salva de convertirse en el enemigo de mañana. Los casos de Libia y Siria son ilustrativos de esta tesis. Es por ello que los países con recursos naturales deberían prepararse, tanto a nivel militar como social y político, para poder enfrentar tal peligro. Es un deber que tiene cada gobernante para con su pueblo, por lo que se debe contribuir no a vender el país y sus riquezas estratégicas sino a formar a la gente para que ésta aprenda el significado de los términos soberanía y dignidad.
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(1) Hoy en día rebautizada como «Naciones Unidas».
(2) Ver Carl Schmitt. La notion de politique. Théorie du partisan. Introduction de Julien Freund. Editions Flammarion. Paris. 1999.
(3) Recordemos que el Pacto Briand-Kellogg nació del Ministro de los Asuntos Exteriores francés, Aristide Briand y del Secretario de Estado estadounidense, Frank Kellogg.
(4) La decisión de practicar una guerra submarina extrema había sido motivada por el hecho de no querer involucrar la flota de alta mar en una batalla decisiva a fin de no ocasionarle daños que hubieran podido tener un impacto negativo en la capacidad de negociación del gobierno alemán. Se preveía más bien atacar las comunicaciones marítimas inglesas y no buscar una decisión a través de una batalla frontal. Ver Histoire de la marine allemande (1939-1945) de F.E. Brézet.
(5) Ver Plan Z de construcciones navales del Almirante Raeder en:
http://www.exordio.com/1939-
(6) Ver Gerhard Gross. Development of Operational Thinking in the German Army in the World War Era. Journal of Military and Strategic Studies. Volume 13. Issue 4. Summer 2011.
(7) John W. Mengel. An Analysis of the operational leadership of General Heinz Guderian. Naval War College. Newport. USA. 1998.
(8) Ver Dr. Jacques R. Pauwels. Hitler’s failed Blitzkrieg against the Soviet Union. The “Battle of Moscow” and Stalingrad: Turning Point of World War II. The victory of the Red Army in front of Moscow was a major break. En www.globalresearch.ca
(9) Ver Christopher Paul McPadden. Mikhail Nikolayevich Tukhachevsky (1893-1937). Practitioner and Theorist of War. The Institute of Land Warfare. Arlington. Virginia. 2006.
(10) V.K. Triandafillov. The Nature of the Operations of Modern Armies. Routledge. 1994.
(11) Citado en Thalassopolitique. Carl Schmitt et la Mer. David Cumin.
(12) Ver Carl Schmitt. Land und Meer: Eine weltgeschichtliche Betrachtung. Klett-Cotta Verlag. Stuttgart. 2001.
(13) Ver Carl Schmitt. Land und Meer. pp. 10-11. Op. cit.
(14) W.O. Stevens et A. Westcott. Sea Power. Histoire de la puissance maritime de l’Antiquité à nos jours. Editions Payot. Paris. 1937.
(15) Ver Hobbes, les pirates et les corsaires. Le «Léviathan échoué» selon Carl Schmitt de Dominique Weber.
(16) El dominio sobre el mar por parte de Inglaterra no se hizo de manera inmediata, sino que se construyó a lo largo de los siglos, demostrando la capacidad polimórfica de la Isla. Bajo los Tudor empezó la edificación de los instrumentos necesarios para lograr el dominio del mar. Una marina militar permanente y potente fue instituida, la cual se diferenciaba de la flota comercial. En 1546, bajo Enrique VIII, un ministerio de la marina de guerra (Navy Board) fue creado. Pero sin duda, lo que representó el factor psicológico que marcó el inicio de la conquista por parte de Inglaterra de su espacio en los mares europeos fue su victoria sobre la Armada Invencible española en agosto de 1588.
(17) Ver Carl Schmitt. Land und Meer. Op. cit.
(18) Esos últimos representaban a los “corsarios”, que fueron contratados a título particular por el gobierno inglés para controlar las rutas comerciales marítimas participando en “guerras de corso”, es decir, cazando y persiguiendo a los rivales españoles, portugueses, entre otros, a través de los océanos para dañar a su comercio marítimo. Para mayor información, ver mi artículo La ruta de las especias. Exotismo versus belicismo. En www.hacialaemancipacion.org Sección Temas estratégicos
(19) Como lo nota igualmente Roger Garaudy, en su libro L’avenir: Mode d’emploi, “el sistema inglés es una transposición del veneciano: tiende constantemente a evitar una monarquía absoluta para hacer de su rey un dux que represente la oligarquía mercante y promueva la política que ésta ha definido”.
(20) Ver Thalassopolitique Carl Schmitt et la Mer. David Cumin
(21) Venecia conoce la misma disputa en esta época. Tuvo que recurrir a Paolo Sapri cuando la República necesitó asegurar la defensa de su dominio sobre el mar Adriático frente a las intenciones absolutistas de la casa papal. Ver Ezio Ferante. Paolo Sarpi et le problème naval vénitien.
Asimismo, España, en el siglo XVI, reivindicaba su pretensión a dominar el mar y Felipe II, rey de España, escribía a Martín Alfonso Castro, Virrey de las Indias “Hemos hecho imprimir un edicto por el cual, por las causas expresadas en aquello y otras útiles al bien de nuestros asuntos, nosotros prohibimos todo comercio a los extranjeros tanto en las Indias que en las otras regiones ultramar…” Citado en Les missions navales. V. A. E. Michel Tripier. De l’Académie de Marine.
(22) La historia revela que en esta circunstancia, Jaime I, Rey de Inglaterra convocó a John Selden, jurista británico, para que encontrara una solución jurídica a la conservación de los intereses británicos y la eliminación de los rivales de “su” espacio marítimo. Por el otro lado del Canal, Hugo Grocio, jurista holandés había publicado —a pedido de la Compañía de las Indias holandesa— un folleto titulado Mare Liberum (Mar libre) en el cual postulaba que no se podía establecer derechos de propiedad sobre el mar. Selden replicó con “Mare Nostrum” (Mar cerrado) en donde planteó que el mar, al igual que la tierra, estaba sujeto a la propiedad privada, y por tanto, Gran Bretaña tenía un derecho soberano sobre los océanos. Por su lado, Oliver Cromwell, quien se había concentrado en el rol de la fuerza naval, redactó en 1651 el “Acta de Navegación” que representaba la piedra angular de la navegación inglesa. El Acta prohibía, entre otros, a los barcos que no fueran ingleses llevar mercancías hacia Gran Bretaña, lo cual afectó profundamente el comercio holandés y francés. Imponía igualmente a los barcos extranjeros un código de conducta que parecía más bien un código de sumisión a la potencia inglesa.
(23) Ver Hobbes, les pirates et les corsaires. Le «Léviathan échoué» selon Carl Schmitt. Op.cit..
(24) Que se asimila en todos los aspectos al “nuevo orden” diseñado por Bush padre después de la caída del muro de Berlin.
(25) Es interesante notar que Keynes había, poco antes de los acuerdos de Bretón-Woods, abogado a favor de Alemania en este aspecto preciso, argumentando que no se podía imponer a un país condiciones degradantes y asfixiar su economía a través de un plan de indemnización por reparaciones de guerra, dado que el carácter agobiante y humillante de este último podía tener consecuencias graves para los Aliados.
(26) Entre los puntos figuraban la libertad de disponer de los mares, la abolición de las barreras económicas, la reducción del armamento así como la readecuación de las posesiones coloniales, ello siendo en realidad una política de expansión de la “democracia” por las armas. El principio de “autodeterminación de los pueblos” formulado por Wilson, buscaba en realidad formar a los alrededores de Alemania y la Rusia Soviética un cordón de contención integrado por países tampones bajo la esfera de influencia anglosajona. Ver mi artículo La política internacional estadounidense: la doctrina Monroe y el bipartismo fantasma en www.hacialaemancipacion.org