La crisis de la deuda griega ha abierto un momento decisivo para todos los países del mundo. Se trata de parar al todo poderoso poder financiero, encarnado en el Fondo Monetario Internacional (FMI), pero que tiene detrás al Departamento del Tesoro norteamericano y los señores de las finanzas globales que están dispuestos a que Grecia se vaya al diablo con tal de que no cunda el mal ejemplo.
La única salida a la crisis de la deuda griega es que en el marco de las negociaciones entre Tsipras y la Troika se le haga un descuento de más de la mitad de su deuda y con el saldo se emitan bonos a más de treinta años con aval del Banco Central Europeo (BCE). Sin perjuicio claro está de una auditoría de la deuda griega que determine que parte es ilegítima. Total lo cortés no quita lo valiente.
Cualquier otra salida — especialmente profundizar la austeridad como propone el FMI— es condenar a griegos y griegas a la catástrofe económica, política y moral. Esto lo saben bien los países que conducen la Unión Europea, que además está tan endeudados como Grecia.
Pero ni siquiera el poder político europeo puede enfrentarse con éxito al poder financiero global. Y ojo, que detrás de todo está la idea de desaparecer al Euro, que si bien ha sido el instrumento de la derecha europea, implica a estas alturas todo el juego de esa región frente al dólar norteamericano y al yuan chino. Si Europa se mantiene entre los tres jugadores más importantes del mundo junto a Estados Unidos y China, es precisamente por su moneda común.
Con todas las implicancias, Syriza ha llegado al poder en Grecia para hacer lo que precisamente está haciendo: negociar muy duro con el FMI y lograr que los que siguen: España, Italia, Portugal y más tengan el precedente que les permita salir de la crisis de deuda no por la vía neoliberal. Allí está la contradicción. No se trata de un tema técnico, se trata más que nada de un tema de poder.
Economía Crítica N.º 26
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