Entre Gaza y Washington

Por Alberto Piris*

Hubiera resultado de muy mal gusto que Israel hubiese continuado la ofensiva contra Gaza y permitido que se alternaran las imágenes de los fastos de la toma de posesión de Obama en Washington con imágenes sangrientas obtenidas en Gaza.


El Gobierno israelí es consciente de que, si no fuera por la ilimitada ayuda de todo tipo que recibe continuamente desde el ‘leal amigo americano’, se vería incapaz de seguir aferrándose al principio de excepcionalidad, tácitamente aceptado por muchos países desde que se creó el Estado de Israel.

Este principio establece que un pueblo que ha sufrido el Holocausto en un mundo hostil está exento de cumplir con la legislación internacional siempre que le plazca. Hasta el momento, ningún organismo supranacional, incluidas las Naciones Unidas, ha sido capaz de derogarlo o de ponerlo en tela de juicio.

La operación Cast Lead (plomo fundido), suspendida unilateralmente para no empañar las celebraciones washingtonianas, equivaldría a que un niño apedrease un automóvil y el conductor respondiese con ráfagas de metralleta contra el autor del vandalismo y a los amigos que le rodeaban en ese momento.

Aún más: recordando la destrucción de varias instalaciones de la ONU en Gaza, cabe imaginar que el airado conductor la emprendiese a tiros con las ambulancias que hubieran llegado para atender a los niños malheridos y las incendiara después.

No merece la pena repetir los viejos argumentos: el motivo principal del ataque israelí, más que en impedir el disparo de los cohetes palestinos está en la necesidad militar de resarcirse del fracaso del año 2006 en Líbano y de reafirmar el potencial bélico, disuasorio y aplastante.

También han influido los intereses electorales de los dirigentes israelíes que pugnan por el poder y la conveniencia de presentar ante Obama un hecho consumado, para probar su reacción y tantear hasta dónde pueden llegar con el nuevo mandatario de la Casa Blanca.

Al fin y al cabo, los cohetes artesanales responden a la violencia israelí que se pone de manifiesto con el bloqueo de Gaza y con la prolongada opresión que viene sufriendo su población, carente de otros medios para hacerle frente. No era necesaria esta invasión: el levantamiento del bloqueo hubiera detenido con toda seguridad el lanzamiento de los cohetes, como reconocen también numerosos analistas israelíes.

Una acción puramente militar podrá destruir materialmente la organización de Hamás, pero no arrancará sus raíces. Antes bien, las fortalecerá. Los palestinos de Gaza saben distinguir entre los que les han bombardeado indiscriminadamente y los que se vienen esforzando por aliviar sus penalidades cotidianas, como lo mostraron al acudir libremente a las urnas en enero de 2005 y dar el triunfo a Hamás. Una nueva generación de terroristas palestinos está formándose ahora entre las ruinas humeantes de Gaza. Todos podremos sufrir algún día los terribles efectos de su desesperación.

Israel —y en ello sigue los pasos de su aliado hegemónico— cree que todos los problemas tienen soluciones militares y que la fuerza es el mejor modo de resolverlos. Ahora, en Gaza, muestra que solo sabe aplicar la táctica para ganar una guerra (si este nombre es aplicable a la invasión del territorio) pero desdeña la estrategia que algún día podría conducirle a la paz. Su legendaria capacidad de maniobra política está ya desacreditada: combate los síntomas sin atender a sus causas profundas. Es la mejor fórmula para el fracaso a largo plazo.

El corresponsal de la BBC en la conferencia que reunió el domingo pasado en Egipto a varios dirigentes implicados en el proceso de paz, incluido el presidente del Gobierno de España, escribió: “Todos sabemos que si el proceso de paz gana nueva vida y se alza, como un ave fénix, desde las cenizas de la operación 'Plomo Fundido', la única persona capaz de lograrlo será Barack Obama”. La ausencia de Estados Unidos en dicha conferencia fue palpable. Y la conclusión final a la que obligadamente se llega es desoladora: si todo depende de una persona, en la que se han hecho recaer desmesuradas expectativas, las probabilidades de fracaso son muy grandes. No se encuentra, en el mundo de hoy, ni rastro de aquellas personalidades que hicieron posibles, en otros tiempos también difíciles, transformaciones beneficiosas para toda la humanidad.

*General de Artillería en la Reserva, Centro de Colaboraciones Solidarias