Donald TrumpPor Eduardo González Viaña

¿Qué le parecería a usted si la tercera parte de la población de un país o por lo menos todo un partido político saliera súbitamente del clóset?

 

Eso es lo que está pasando en los Estados Unidos.

En uno y otro lado de la mayor potencia del mundo, millones de ciudadanos están confesando que están prendados de Donald Trump y creen que él debe ser el candidato de los republicanos y el futuro presidente del país.

Salir del closet no implica en este caso decidirse por una opción sexual determinada sino levantar los brazos con los puños cerrados y proclamar a grito pelado: No quiero reprimirme más. Yo pienso como Donald Trump.

Las severas leyes contra la discriminación racial y el apego por las buenas formas habían refrenado a buena parte de la sociedad de revelar sus secretos, pero eso ya terminó. El calvo más pelucón del mundo ya ha legalizado y ha hecho populares todas las bestialidades que dice y que hace.

Así lo “piensa” el joven norteamericano que le rompió las costillas y orinó antes de ayer sobre un invidente mexicano, y que luego declaró a la prensa: .: “!Y qué! Esto es lo que les debemos hacer a todos los mexicanos como dice Donald Trump.”

Y eso es también lo que pensaban los periodistas a quienes conocimos ayer por TV en la conferencia de prensa del precandidato republicano. En una muestra de su desprecio por la libertad de prensa, Trump hizo que uno de sus matones, de por lo menos dos metros de altura, empujara por la cara y echara de la reunión al periodista Jorge Ramos.
En la puerta, otro de los seguidores del peluquín le espetó:

—¡Vete de mi país. Vete a México!

¿Y lo vieron ustedes? Ni uno solo de los reporteros presentes se retiró de la conferencia de prensa ni mucho menos protestó contra el hecho. ¿Qué era eso? ¿Cobardía enfermiza o solidaridad con los puntos de vista del magnate?

Aunque hasta hoy temían confesarlo, el odio contra los latinos es compartido por una gruesa mayoría de “americanos” que basan en el color rojizo de su piel las razones de su pretendida supremacía. Sus ingresos económicos son muy bajos y sus niveles culturales apenas pasan del analfabetismo.

Sin embargo, como ignorantes de la economía, en vez de encontrar en el capitalismo salvaje las causas de su indigna pobreza, se las achacan al inmigrante pobre que según ellos, no paga impuestos. Nada más falso. Legales o ilegales, todos los inmigrantes pagamos impuestos. La diferencia es que los ilegales no pueden reclamar la contraparte que les corresponde en beneficios sociales, y su contribución resulta un pingüe negocio del fisco.

Como buenos fascistas (aunque ni siquiera conozcan esa palabra), estos “americanos” tienden a ser hostiles con la educación superior y la academia. Son ellos los que aplaudieron la suprema ignorancia del precandidato “latino” Marco Rubio (¿En qué año estamos? En el 2013. Entonces el mundo tiene 2013 años de antigüedad,) o las barrabasadas de Bush según el cual "EE.UU y Japón son aliados desde hace siglo y medio,”. O por fin, la señora Sarah Palin (“Corea del Norte es la que está en el Sur, ¿no?... y ellos son nuestros amigos.”).

Fascistas sin saberlo, los hay en todas partes. También en el Perú. Aquí para mucha gente son normales los millares de crímenes de Fujimori “porque mató comunistas” o que exista un partido “fujimorista” de seguidores de ese terrorista de estado, y les parecen aceptables los latrocinios de los presidentes “siempre que hagan obra”. Por suerte, sus líderes son mediocres. En cambio, podrían tomar el poder si el hombre del capelo se quita la sotana y se lanza a la arena proclamando que “los derechos humanos son una cojudez”.

Volviendo al calvo más pelucón del mundo, todo evidencia que puede ser el candidato republicano y hasta ganar las elecciones. ¡Cuidado!: En las primeras décadas del siglo pasado, nadie daba un marco en Alemania por un borrachito de bigote pequeño que discurseaba en las cervecerías de Munich… Y miren lo que pasó después.