Obra social y laicismo

Por Coral Bravo*

Barack Obama ha vuelto a sorprendernos con una nueva medida. Esta vez anunciaba que las ayudas del Estado para obra social tendrán una orientación laica, que no favorecerá a ninguna confesión concreta, ni perjudicará a los no creyentes, recogiendo así el principio de la Constitución norteamericana que establece la separación entre Iglesia y Estado.


Con esta medida, el Presidente norteamericano pretende asentar las bases del intento del reparto justo y no discriminatorio del dinero público para la ayuda a los más desfavorecidos. Es un tema que considero crucial porque, a pesar de que la primera enmienda de su Constitución proclama la separación entre el Estado y las iglesias, Estados Unidos se ha convertido en un ‘hervidero’ de religiones, cultos y sectas de todo tipo que convierten en una contienda cruenta el reparto de los fondos públicos destinados a las causas sociales.

Las religiones organizadas que comercian con lo “espiritual” emplean hasta la “telepredicación”, que no es otra cosa que un burdo procedimiento coercitivo de atraer y engañar conciencias, y manipular voluntades que engrosen el volumen de seguidores y, de paso, el total de los ingresos.

En España ocurre algo parecido. La Iglesia católica acapara casi la totalidad de los fondos públicos destinados a obra social, que en 2008 han sido de casi 160.000 millones de euros. La Iglesia en España tiene registradas cerca de 40.000 organizaciones de carácter confesional o de supuesta finalidad social.

La supuesta obra social de la Iglesia es un argumento que sostiene su pervivencia y su continuidad. Sin embargo, cabría preguntarse por el destino de esa enorme cantidad de dinero público, a la vista de las enormes carencias sociales que persisten; existen motivos más que evidentes para sospechar que tales fondos no llegan a los sectores más castigados. Habría que pedir al Estado que inspeccionara y controlara el uso de ese dinero para que realmente llegara a los ciudadanos necesitados y marginados.

No dudo de que existe una buena acción social de la Iglesia a la vista de todos, quizás a modo de escaparate. Numerosas organizaciones las llevan a cabo, pero con equipos de voluntarios, y con donativos privados; luego... ¿A dónde va a parar el dinero público que reciben estas asociaciones religiosas?

Si una democracia funciona, la solidaridad debería sustituir a la caridad, que no podría ser más que un modo de “lavar conciencias”, y una excusa para perpetuar el clasismo y la diferencia social ante los sectores marginados y desprotegidos. Y, si una democracia funciona, la obra social debería de estar a cargo del Estado, en función de un reparto justo y controlado de los fondos públicos, mediante organismos estructurados, con personal cualificado, e independientes de cualquier ideología o confesión. Y debería el Estado inspeccionar las asociaciones registradas que, con la coartada de la supuesta ayuda social, se dedican a recabar todo el dinero posible del erario público.

Porque mientras exista la “caridad” existirá la sombra de la creencia en la superioridad de unos sobre los otros, y mientras la obra social esté en manos de las iglesias, seguirá habiendo miseria, necesidad e insolidaridad. Tras la fachada y la apariencia de la caridad y el altruismo se pueden esconder (como denunciaba Molière en El filántropo) las más viles y pérfidas pretensiones. Esta medida del Presidente Obama demuestra que no todos los políticos son iguales, y que hay algunos que se preocupan por hacer las cosas bien; esperemos que esta iniciativa no sea una excepción y se difunda como ejemplo de lucidez democrática.

* Doctora en Filología y miembro de Europa Laica
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