Daniel Innerarity*
Escribir las memorias al acabar su mandato se ha convertido en un ritual obligado para buena parte de los dirigentes políticos. Barón, Aznar, Zapatero, Bono, Ardanza, Solbes, Guerra lo han hecho recientemente aquí, como lo hicieron también los Clinton, Blair, Ignatieff o Evo Morales, por citar sólo algunas de las más recientes. Entre las de nuestros presidentes cabe destacar los dos extremos: las de Aznar, tan seguro entonces como ahora de haber hecho lo correcto, y las de Zapatero mostrando todas las incertidumbres que rodearon sus decisiones en el estallido de la crisis, con una sinceridad que lo engrandece. En cualquier caso, todos tratan de convencer a sus lectores de lo que no siempre consiguieron con sus electores. Se sitúan así en una especie de segunda batalla, entre el voto de los electores y el veredicto de los historiadores, con la intención de influir en este último una vez que ya no pueden modificar el primero.