Adrián Mac Liman*
“¡Fuera, fuera árabes! No quiero que este país sea gobernado por los árabes”. Sucedió durante la campaña presidencial estadounidense de 2008, durante un mitin del Partido Republicano. El árabe era el candidato demócrata, Barack Hussein Obama y la contestataria, una mujer mayor que se había dejado intoxicar por los argumentos de la maquinaria de propaganda de un poderoso lobby con ramificaciones en las altas esferas del poder. El político republicano que había acudido a la cita con sus electores no tardó en poner los puntos sobre las íes. No, Barack Obama no era árabe, sino un buen ciudadano norteamericano, un respetable y respetado miembro del Senado de Estados Unidos. Unas semanas más tarde Obama se convirtió en el cuadragésimo cuarto Presidente del país.