Por Raúl Allain (*)
(Pre)logo
El desarrollo de las telecomunicaciones debe empezar por esclarecer dos estrategias de abordaje, la primera tiene que ver con el establecimiento de las prácticas simbólicas como algo inherente a lo propiamente humano y cómo ellas encuentran en los medios de comunicación un desarrollo necesario en el devenir de la comunicabilidad, la segunda estrategia tiene que ver con el lugar privilegiado en el que ellas se elaboran, ese lugar es la ciudad que en tanto espacio comunicacional asume los medios masivos de circulación de intercambios simbólicos como formas de control, disciplinización y pertenencia para poder subsistir como garantía ciudadana de ordenamiento. Es por ello que el presente trabajo explora tanto el ámbito simbólico como el urbano para aclarar en esa relación símbolo-ciudad el devenir de la comunicación de lo físico, a lo análogo y a lo digital.
En primera instancia se presenta lo simbólico como lo propiamente humano para luego abordar la ciudad como espacio comunicacional y luego establecer ese desarrollo de las comunicaciones en ella que se presenta como un devenir sin el cual la ciudad no podría simplemente existir.
1. Lo Humano y lo Simbólico
Si pudiéramos definir lo humano de un modo simple, definiríamos lo humano como aquello propiamente simbólico, a diferencia de los animales, los hombres nos relacionamos con el mundo de un modo simbólico, al decir de Ernst Cassirer, más que animales racionales, nuestra gran diferencia con lo animal es nuestra capacidad para simbolizar, por lo tanto la diferencia con ellos no radica en la racionalidad (en nombre de ella hemos cometido actos que superan inversamente lo animal) sino en lo simbólico, afirma entonces que somos animales simbólicos. Compartimos con ellos una cualidad expresiva, esa cualidad expresiva es la que hace que un animal marque su territorio con respecto a otros animales o que las aves canten o que las ceremonias del celo tengan contenidos expresivos visibles para los demás, sin embargo estas cualidades expresivas de los animales que se reflejan en cambios de color, cantos u olores están en un ámbito de esquemas de relación del animal con el mundo que denominaremos como esquemas de Acción y Reacción, un animal expresa esas cualidades como reacción a ciertos estímulos perceptivos, más no elabora pensamientos, simplemente, en su universo, el animal se relaciona con el mundo de un modo reactivo: Frente a la muerte el animal no elabora pensamientos de miedo; aunque puede sentir las expresiones de aquello que se lo motiva, simplemente reacciona ante los estímulos prolongando en acción su percepción, el animal vive un universo en el que su cuerpo prolonga el movimiento de los estímulos perceptivos en más movimiento, es sólo que ese movimiento no es longitudinal sino que opera como desviación, esa respuesta al estímulo se prolonga en el animal pero su cuerpo, en la reacción, lo transforma en otro como cualidad, como pura expresión. ¿Qué nos diferenciaría entonces de lo meramente expresivo animal? Lo simbólico, por un proceso que opera en la transformación de lo originariamente humano, al desarrollar una habilidad propiamente técnica del uso de la mano, el hombre desarrolla el lenguaje y su cerebro, lo que lo distancia de lo animal (ver André Leroi-Gourhan), su capacidad técnica transforma su cerebro y las cuerdas bucales, logrando de este modo producir sonidos articulados que permiten la circulación comunicacional más que expresiva, simbólica. Los hombres no sólo se expresarán sino que tendrán la capacidad de producir símbolos que circulan en el ámbito comunicacional de sus comunidades, las comunidades humanas serán comunidades simbólicas que los identifican como comunidades culturales. Los hombres sólo pueden existir en estas comunidades, su naturaleza es propiamente social. Sin embargo, lo que sucede es que esa naturaleza simbólica no se mantiene en un esquema de Acción y Reacción, da un paso más allá y torna el movimiento en símbolo, es como si el símbolo transformara el movimiento y lo convirtiera en intervalo y ese intervalo ya no es movimiento, sino pensamiento, es un paso del movimiento (cualidad espacial) al Tiempo. La capacidad del hombre para transformar el movimiento en tiempo es lo que nos conduce al pensamiento, los primeros medios de transporte y la invención de la Escritura en Mesopotamia 3.500 años antes de Cristo son la expresión de su desarrollo: la utilización de la rueda, los carruajes, las canoas, etc. El hombre habita un universo no animal sino simbólico, un mundo de pensamiento, sin obviar que el hombre también puede asumir esas potencias reactivas de lo animal, los hombres habitamos un mundo en el que lo que podemos percibir, lo podemos percibir como símbolo, no es la cosa lo que percibimos sino lo que nos significa de ella, no vemos una piedra si ella no nos significa algo, nuestro universo es tan grande como nuestra capacidad para nombrarlo, no olvidemos que cuando Dios crea el mundo, crea un mundo por la palabra, cuando dijo Luz, ella empezó a existir; es así como nuestro mundo, a diferencia del animal, es un mundo hecho de nuestra capacidad para simbolizarlo; una divinidad, no es una cosa, es el símbolo de la creación o del amor o de la muerte, pues una divinidad es la consumación simbólica de una manera de relacionarnos con el mundo. Fuera de nuestra capacidad para nombrar o simbolizar no existe nada, nada existe que no pueda ser nombrado, es así como el universo humano difiere del animal, un erizo vive un mundo que le es propio y no es el nuestro, es diferencialmente distinto del nuestro pues no es simbólico sino expresivo, es pura arena y agua y alimento y seres pero no lo percibe simbólicamente, nosotros sí.
En un universo semejante, los intercambios simbólicos adquieren valores comunes en el interior de una cultura que los legitima como prácticas desde el consenso, pues un símbolo sólo puede tener sentido cuando circula colectivamente y lo que se comunica siempre es simbólico, de este modo la circulación de la comunicación dentro de la cultura está garantizada por ellos. Dentro de esa gama encontraremos, desde señales de humo, rituales y pinturas ceremoniales hasta los sofisticados sistemas de telecomunicación actuales que sirven de soporte a esa circulación simbólica.
2. La Ciudad y la Comunicación
Lo que haremos en lo que sigue es explorar los modos que toma esa comunicabilidad en las relaciones que los hombres establecen entre sí y veremos cómo la ciudad es un espacio comunicacional en el que se optimizan los procesos de intercambio simbólico.
Los procesos de identidad cultural radican en una identidad simbólica, se diría que es la pertenencia a unas prácticas culturales determinadas las que garantizan tal identidad, por lo tanto si tenemos espacios de comunicabilidad es en la comunidad o la aldea en la que se tienen que garantizar esos espacios, es así como la sociabilidad propia del hombre tiene que estar garantizada por un espacio comunicacional que puede ser el lugar que lo une a otros, que lo concentra para protegerse y para integrarse y además que en el plano simbólico le permite saber a qué o a quienes pertenece. Por las prácticas simbólicas inherentes a todo proceso comunicacional se garantiza la adscripción a una unidad simbólica que lo trasciende: la cultura. Dentro de ese marco de referencia tenemos entonces la posibilidad de inscribir no sólo la comunicación como un fenómeno de intercambio simbólico a distancia sino con soportes tales como el cuerpo (tatuajes, collares, pinturas, incisiones, ablaciones, el Quipú inca etc.) el espacio físico (el templo, el tambo, el camino, el tótem o la pintura rupestre) fenómenos físicos (la lluvia, el trueno, los cometas —recuérdese la visión que tiene Moctezuma que hizo pensar a los españoles que ya los esperaban gracias a la Telepatina— la astrología) etcétera. Todos ellos representan ese universo simbólico que habita el hombre y que como lo planteábamos anteriormente significa su adscripción a una comunidad cultural que lo sustenta. Las formas que toma ese universo enlazan al hombre a la comunidad y en ella circulan como mecanismos de identidad; ahora bien, el desarrollo que cada una de esas formas adquiere es diferencial en cada sociedad y es tan sofisticada como amplio es su dominio territorial, pues la noción de comunidad debe crecer simbólicamente en la medida en que el territorio, la unidad mínima expresiva, debe contener dentro de sí las marcas de ese dominio o control de la comunidad y ellas deben ser entendidas por aquellos que hacen parte de una comunidad simbólica diferente. Si antes afirmábamos que la maniobrabilidad técnica transforma el cerebro o el cuerpo, ahora diremos que el territorio debe ser la expresión de ese dominio de una forma simbólica. La comunicación de ese dominio siempre debe ser expresada de una manera simbólica, se dice de grandes conquistadores que marcaban con cadáveres el territorio que conquistaban, los romanos al expandir su territorio tenían que garantizar la circulación de tropas por carreteras, construían acueductos o templos en ellos y articulaban ese espacio a su imperio (Hispania, Gales o Bretaña). El imperio Inca tenía unos sistemas de carreteras —cuando eran empinados se convertían en escalas para garantizar la circulación peatonal— haciendo del imperio un espacio comunicacional con un sistema de calzadas que alcanzó cerca de 15.000 kilómetros de longitud que confluían en el Cuzco y que a su vez permitía que Manco Capac se alimentara con peces del Atlántico en pleno Machu Picchu pocas horas después de pescados y todo gracias a un sistema de postas que recorrían esos caminos, para lograrlo, lo hacían masticando la hoja de coca.
El espacio y la marca comunican el dominio, lo expresan de un modo que puede ser violento o integral, pero en la medida en que el territorio crece, crecen las necesidades comunicacionales, pues es necesario garantizar en su interior la circulación de las señales o la advertencia o el control (El imperio Persa —alrededor de 600 años antes de Cristo— mantenía su unidad gracias a un eficiente sistema de comunicaciones basado en los correos a caballo y sitios de la carretera en que se hacían los cambios de éstos.) Encontrada esta relación de lo simbólico y lo territorial, podemos afirmar que la comunicación es esencial no sólo en el mantenimiento de la comunidad simbólica sino que tiene que garantizar el control sobre él, por lo tanto se deben desarrollar soportes de comunicabilidad que circulen en el territorio de un modo eficaz: la carretera, las señales de humo o las palomas mensajeras o incluso el eco (el jodler o gorgojeo o el silbido de los pastores alpinos y campesinos al rebotar en las paredes de las montañas) o las campanas medievales, sirven para superar las dificultades físicas del enlace simbólico y se convierten en modos de comunicabilidad que en última instancia garantizan el control de un espacio (El estadounidense Paul, se convirtió en héroe nacional por haber cabalgado una noche entera para avisar de la llegada de los ejércitos ingleses). La libre circulación de tropas por un espacio determinado hace que se construyan puentes o carreteras, las señales de humo (codificado el significado de la forma o la cadencia de la emisión) de los indígenas norteamericanos permitían mediante la mirada un rango de comunicabilidad apreciable. Existen pues los territorios y en ellos lo que se debe garantizar es un espacio comunicacional de integración y defensa, esa es la lógica de los intercambios culturales: por un lado la identificación de todos los individuos como pertenecientes a unas prácticas simbólicas determinadas y por el otro la expresión de esa identidad en marcas y huellas en el territorio.
Cuando aparecen las primeras ciudades, ellas se convierten en espacios comunicacionales que deben optimizar el intercambio simbólico en unos soportes que compartan los ciudadanos. La aparición de la escritura es fundamental al transformar las culturas orales (por ejemplo la griega arcaica) en culturas que depositan su memoria en la fijeza y la publicidad de la escritura. Para las culturas orales (muchas precolombinas incluidas), la cultura se transmite por la boca y el oído —obviamente los símbolos también circulan como percepciones en todos los demás sentidos— de allí que la palabra se convierta en un soporte fundamental en la educación de las nuevas generaciones que son integradas a la comunidad mediante la oralización de todo su pasado mítico en leyendas, anécdotas o historias. La aparición de la escritura pone de relieve un factor fundamental en la cultura y en las prácticas simbólicas: la fijeza la circulación de la palabra y la publicidad que se le pueda dar a ella en forma de texto escrito, ya no es necesario un interlocutor físico para poner en circulación la palabra, Platón se quejaba de que quienes lo leyeran podrían interpretar muchas cosas de las que él no podría defenderse. Obviamente aún lo leemos e interpretamos y él no está presente para poner en duda o en acuerdo todo aquello que decimos de él, Borges afirma que la filosofía es un dialogo perpetuo. Con él y con Aristóteles, pensamos que es un simple monólogo.
La aparición de la Escritura fue tan transformadora que ya aquello que se realizaba en la plaza pública —como era el filosofar o la justicia o el historiar— pasó a ser una acción mediada por la palabra fija de la escritura. La lectura es una acción autista en la que el interlocutor, sea filósofo, Estado o historiador se hallan ausentes. Es por ello que otro fenómeno como la aparición de la imprenta va a transformar toda nuestra concepción del mundo al permitir la circulación masiva de la escritura y la necesidad del aprendizaje de ella para la libre circulación de nuestro universo simbólico en palabras fijas que publicitaban nuestro universo simbólico. No podemos en este momento olvidar que una cultura que deposita en el libro toda su capacidad comunicacional lo hace para integrar y dominar un territorio que ya no sólo será físico sino mental; ese territorio mental es el de los imaginarios colectivos. La Biblia es, en el universo simbólico de Gutenberg, el elemento central de una necesidad de circulación masiva del mensaje cristiano que debe atravesar todo el universo social de la Europa de ese entonces, pues debe legitimar los poderes que se sustentan en ese mensaje. Es obvio, entonces, que la aparición de la imprenta es fundamental en la legitimación de los poderes y es por ello que evidenciamos que los medios de comunicación son el espacio mediante el cual se legitiman esas expresiones culturales como mecanismos de integración cultural y simbólica a una comunidad determinada. A la lógica del territorio como control e integración, la aparición de la imprenta se articula como un mecanismo en el que circulan los intercambios simbólicos necesarios para la integración ideológica de la comunidad cristiana. También está el hecho de que se legitima la representabilidad en imágenes visuales del santoral cristiano para que la comunidad iletrada pueda ver esas imágenes con adoración y reconozca en ellas su pertenencia a la comunidad, lo que generó una identificación de ellas con la representación mental y se convirtió en culto por las imágenes. La reproductibilidad técnica genera un mecanismo comunicacional inserto en unas prácticas simbólicas que la convierten en un instrumento de integración y control. Cuando aparecen las Linternas mágicas, un sistema de iluminación similar al de los proyectores de diapositivas, el padre Kircher en 1646, en su fascinación por ella: "Ubica a la Linterna Mágica dentro de un conjunto de dispositivos de ilusión muy variados que tienen por objetivo común provocar la credibilidad de los catecúmenos. Le confiere, como lo hará más tarde la Compañía de Jesús, gran importancia como instrumento para la propagación de la fe " (Perriault 1991).
3. Las telecomunicaciones y la modernidad
Demostrado el hecho de que los soportes de la comunicación integran y controlan el imaginario colectivo, veremos en la Modernidad y en el espíritu racionalista que la inspira la necesidad de producir soportes comunicacionales que integren una territorialidad en expansión, con el descubrimiento de las Indias occidentales y su integración al universo simbólico europeo, las prácticas comunicacionales tienden a generar símbolos que intercambian diferentes culturas, es así como aparecen versiones indígenas de la virgen (morenas) o los españoles al ver morsas creen ver sirenas y las tratan como tal o los indígenas que al ver jinetes, no veían hombres sobre caballos (que desconocían) sino algo muy similar a una bestia o una divinidad que lanzaba fuego y mataba. Cuando el conquistador aparece en escena, planta una cruz y una bandera que son el símbolo de la posesión sobre un territorio, una marca, una huella que habla de una expansión territorial que debe comunicar simbólicamente su llegada, inicialmente, la comunicabilidad con los territorios conquistados se traduce en símbolos que circulan en galeones transportando lo que para los europeos era el símbolo de poder: el oro, las piedras preciosas, la plata, etc. Los sistemas de navegación se convierten en primera instancia en una primera forma de comunicación con el viejo continente y que lee en el cielo a través de sextantes la ruta, el camino a las indias y a la riqueza. Es por ello que se desarrolla la industria naviera y ella apareja la necesidad de un mejoramiento de los aparatos, la riqueza extraída no siempre noblemente de los territorios conquistados permite el desarrollo de técnicas de visión como el telescopio o el catalejo, pues al aparecer la necesidad, su desarrollo puede ser financiado y es así como la modernidad entra de plano en la financiación de proyectos de investigación o experimentación que coinciden con la ampliación territorial de los estados. Holanda, potencia comercial de ultramar es la que se convierte en el lugar privilegiado para el desarrollo de los telescopios y una serie de proyectos ópticos que permitirán su sofisticación en catalejos, microscopios y demás juegos de lentes. Lo que tratamos de afirmar es que el territorio y su expansión crean necesariamente un desarrollo de las tecnologías comunicacionales. El desarrollo científico y racionalista a partir del Renacimiento, va a ser la base sobre la que aparezcan las primeras tecnologías telecomunicacionales. Ellas se van a sustentar tanto en la física como en la electrónica y van a ser los soportes comunicacionales privilegiados dada su capacidad para permitir el intercambio simbólico a distancia. Cuando Galileo propone el universo como un libro escrito por Dios en caracteres matemáticos, abre un territorio antes desapercibido a la racionalidad, la aparición del tele y el microscopio son invenciones que permiten penetrar en fronteras perceptivas desconocidas hasta ese entonces, el universo simbólico del hombre se amplía en lo micro y lo macro al hacer visibles planetas (Galileo descubre Saturno en 1610) o microorganismos, se abre y expande a cada nueva experiencia perceptiva que mediada por el aparato debe nombrar, clasificar y legitimar dentro de esa nueva territorialidad vasta y ya infinita; Al ampliar y nombrar galaxias nuevas o microorganismos nuevos, la solidez cerrada del mundo medieval se convierte en un Tonel de las Danaides que sólo a través del desarrollo científico y de la física o las matemáticas pueden ser explicables, leyes universales, conceptos y categorías que agrupan y explican el funcionamiento gravitatorio de los planetas, las cadenas evolutivas y demás le permiten al hombre moderno ubicarse en el sustrato de la producción simbólica y científica. La Razón se metaforiza como Luz, pues al permitir la visibilidad de los fenómenos físicos o químicos, le otorga al hombre la experiencia de un mundo previsible, estable e infinito (sólo hasta mediados del siglo XIX Cantor introdujo la noción en la matemática) que sólo a través de la ciencia puede devenir imagen, Siglo de las Luces, Enciclopedia, el mundo es pequeño para quien hace del cosmos una extensión territorial medible y ordenable.
Lo anteriormente planteado sugiere que a una extensión territorial del dominio, la sigue una sofisticación de los soportes comunicacionales, es así como durante la Modernidad se potencia el desarrollo de las telecomunicaciones de una manera insospechada hasta entonces, los fenómenos de ondas sonoras o lumínicas, el electromagnetismo y la electricidad, son medidos, experimentados, descubiertas sus leyes y desarrollados. A un universo infinito, le sigue un desarrollo amplio de las técnicas de comunicación y es así como aparecen el Telégrafo y el teléfono, Niepce en 1820 desarrolla y capitaliza en Helioscopias la Cámara Oscura, Muybridge intenta darles movimiento y con Edison les intenta dar hasta sonido a esas imágenes y de allí al cine sólo hay que dar un paso. La luz eléctrica y todo lo que la acompaña son una cascada de invenciones que están en la base de los soportes telecomunicacionales. El desarrollo cada vez más amplio de esas técnicas está en proporción directa a la experiencia simbólica del hombre, a más universalismo, mayores tecnologías. No sorprende entonces que a la expansión suceda la invención, el desarrollo telecomunicacional está ligado a nuestra experiencia del mundo, un mundo abierto e infinito que sólo hasta hoy a encontrado un límite: La luz, ella es el límite, tanto de la velocidad como de la Razón (en tanto es su propia metáfora), el universo es tan grande como nuestra capacidad para verlo y racionalizarlo, no hay nada más allá. Es tan grande y abierto como nuestra capacidad para simbolizarlo y es así como las telecomunicaciones como soporte tienen como límite la velocidad de la luz y la racionalidad.
Basado en las ondas, este universo que hemos vuelto telecomunicacional nos hace habitar un mundo que ha alterado profundamente nuestra manera de relacionarnos con él, la radio y la tv han sido sistemas tradicionalmente analógicos que de alguna forma han entrado a hacer parte de nuestra cotidianidad y la han transformado, son ellos los medios privilegiados de intercambio simbólico que a diario performa nuestra visión del mundo pues a través de ellos se integra y se codifica nuestra relación con él. Una comunidad de televidentes tiene una visión del mundo diferente a la de quien no lo posee, desde la radio es igual.
Nuestro universo es algo que creemos conocer a través de esos medios que nos lo traen a nuestro hogar sin necesidad de participar de él, se viaja en las exploraciones documentales a territorios insospechados, animales nunca vistos se vuelven parte de nuestro universo simbólico y en espectáculo, sucesos distantes nos preocupan, nuestra moda se intercambia con otras lejanas, en la radio se escucha la música de otros lugares y poco a poco hacemos parte de una comunidad simbólica planetaria que se corresponde a la globalización de los mercados. En la medida en que las Telecomunicaciones aproximan lo lejano, nos enlazamos a prácticas culturales y simbólicas diferentes y hacemos parte de un mercado global de la música o la moda; se viaja en la tv del hogar a Pakistán sin boleto y sin aeropuertos, el mundo se telecomunica de un modo virtual y a la experiencia física de él, le sigue una experiencia imaginaria que traduce los intercambios culturales que circulan en los medios en una apropiación mental del mundo que habitamos. Esto nos conduce directamente a nuestra contemporaneidad en la que la experimentación y traducción del universo analógico al digital, nos representa el mundo como imágenes audiovisuales binarias, estamos en Internet y en el desarrollo digital de las telecomunicaciones.
Conclusión
La ciudad que antes era una experiencia física comunicacional, ahora lo es de un modo también virtual, por los medios de comunicación se puede experimentarla de un modo no físico sino mental, son ellos los que producen una experiencia de ese espacio comunicacional en señales de orden analógico o digital que nos integran y generan un sentido ciudadano de pertenencia y adscripción pero también disciplinan nuestro imaginario haciéndonos partícipes de ella por el consumo de bienes y servicios, la ciudad ahora será tan grande como su capacidad de articular por los medios los imaginarios colectivos para integrarlos en el sentido ciudadano y consumidor. La ciudad no necesariamente debe crecer físicamente sino simbólicamente a través del desarrollo de sus potencias telecomunicacionales. La lógica Moderna se repite, la invención y el desarrollo tecnológico están en la base de los procesos de integración ciudadana. Una ciudad, un país, son una experiencia tanto física como comunicacional; por tanto, su crecimiento está asegurado sólo en la medida en que los avances tecnológicos garanticen esa comunidad simbólica.
La aparición de la computación y de internet como tecnología que en primera instancia tuvo una aplicación militar permite ya propiamente la construcción de un espacio comunicacional no físico que se construye en Red; esa red global es puro espacio cibernético que se produce de modo virtual. Esa espacialidad comunicacional y simbólica es la que teje un sentido global de adscripción y pertenencia a una territorialidad no física pero sí global.
Obedeciendo al principio de ciudad virtual, Telépolis es la ciudad interconectada a terminales que procesan la circulación de información que sólo existe en caracteres numéricos, es decir digitales, estas señales circulan como intercambios simbólicos entre pantallas de procesadores que desmarcan las fronteras territoriales físicas y que trascienden los espacios, es allí donde se crea un ámbito comunicacional que tiende a uniformar los intercambios y que necesariamente transformará las maneras de relacionarse simbólicamente de todas las culturas que de ella participan. Países celosos de los contenidos simbólicos de Internet prohíben su acceso a los ciudadanos, recientemente en Francia circularon por Internet objetos de contenido racista en subasta que la corte francesa prohibe, lo que genera conflictos de orden político que dificultan la puesta en marcha de fronteras simbólicas coincidentes con fronteras territoriales, lo que obliga a una redefinición de las políticas territoriales en términos del acceso a intercambios simbólicos que una cultura tiene claramente definidos.
A la hora de visionar estos aspectos es necesario mencionar que los avances tecnológicos y telecomunicacionales generan verdaderas tormentas en otros ámbitos, como el político que obligan a una redefinición del sentido de lo Nacional o lo legítimo. Nuestro sentido ético siempre se halla a la saga de los desarrollos tecnológicos, Dios es puesto en tela de juicio por la aparición del sistema Heliocéntrico copernicano, el genoma pone en cuestión lo propiamente humano, Internet la relación Nación-Cultura, en fin, a cada propuesta científica la sigue una redefinición de lo ético que sólo es posible construir a posteriori. La ciudad Virtual pone en entredicho nuestra manera de hacer política o de consumir y es allí donde nos veremos obligados a redefinir nuestra relación con el mundo. Las Telecomunicaciones hacen parte de nuestra vida cotidiana hasta el punto de ya no poder ser lo que somos sin ellas y es que como nuestra misma naturaleza simbólica lo impone, nuestro cuerpo y nuestra mirada sólo existen para ser y para ver lo que podamos crear más allá del bien y del mal, nuestra naturaleza nos conduce por un universo hecho a nuestra capacidad de simbolizar, comunicar y en ella se juega esta poesía de ser hombres en nuestro mundo.
Epílogo
El asincronismo dúplex caracteriza el desarrollo ahistórico del Interaccionismo simbólico. Conductualmente, no puede aislarse. La simbología que engloba al aparato telecomunicacional se impregnará mediante nociones físicas de determinados imaginarios sociales. Así entonces, las regulaciones científicas serían particulares.
(*) Presidente del Instituto Peruano de la Juventud (IPJ) y codirector del sello independiente Río Negro.
https://es.wikipedia.org/wiki/Ra%C3%BAl_Allain_Vega
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