Reminiscencias de la Batalla de Tarapacá, librada el 27 de Noviembre de 1879

La siguiente es una histórica narración del Sargento Mayor Gustavo B. Angulo, testigo sobreviviente de la brillante victoria peruana en la Batalla de Tarapacá, donde nuestro ejército improvisado, mal armado, sediento, con los bolivianos en fuga, y con tan sólo 3000 hombres, fue capaz de imponer una vergonzosa derrota a un ejército de 5000 hampones chilenos mejor armados y bien dotados de alimentos y agua, pese a que desde décadas atrás habían planificado la rapiña homicida. El relato fue publicado en el diario El Oriente de Iquitos, el 30 de noviembre de 1935 y la siguiente es la transcripción:

Sr. Prefecto, señor Coronel, señores Jefes Oficiales y señores:

Este día memorable por la brillante acción de armas que nos dio el triunfo en Tarapacá, que es una de las páginas más brillantes que tiene el Ejército del Perú; yo señores, siendo una simple unidad de acción en esa gloriosa lucha, me tomo la libertad de que me escuchéis para hacerles un ligero relato de los hechos que puedo recordar, sin más ambición de que sea esto para nosotros peruanos motivo de complacencia y justo honor que lleva su recompensa dentro de nuestros corazones que se regocijan con ese acontecimiento magno.

Yo, señores, era soldado del batallón Lima N.o 8 que juntamente con el Puno N.o 6 formaban la División Vanguardia, comandado por el Coronel Justo Pastor Dávila: Después de los ataques chilenos en los cerros de San Francisco el 19 de Noviembre, por las divisiones Vanguardia y Exploradora, formada esta segunda división por los batallones Ayacucho N.o 3, Columna Cerro de Pasco y Provisional N.o 3, que era comandada por el coronel Prado.

Este ataque señores, supimos fue verificado sin conocimiento del Comandante General del Ejército, ni del Jefe de Estado Mayor, cual ocasionó un completo desorden en el Ejército y dio lugar a que las tropas bolivianas se desembanderen y se internaran a Bolivia. Así pues señores, el ejército peruano quedó deshecho por la misma indisciplina de algunos jefes y Chile obtuvo el triunfo más barato que podía haber deseado.

En este ataque de ascensión al cerro de San Francisco, el soldado Angulo, que había tenido cierto rencor por su carácter abusivo y altanero del Mayor Villarán, quien le había maltratado malamente y que fue causante que estuviera a punto de ser fusilado. Iba pues a hacer en aquellos momentos uso de la arma cobarde, de vengarse, pero se abstuvo viendo que dicho jefe se conducía valerosamente en el combate animando a la tropa y avanzando juntamente con sus soldados; cuyo comportamiento tan valeroso le admiró al soldado Angulo, e hizo que este reconociera que a un oficial de estas condiciones se le debe respetar y apreciar.

Así se disipó la odiosidad que le tenía, convirtiéndose en sincero afecto, que en adelante le profesó. Así pues varían las pasiones de los hombres porque según sus hechos ó ejemplos se encaminan por nuevos senderos.

¿A dónde íbamos, señores? Nadie le sabía, la retirada se emprendió a las nueve de la noche más o menos, del cerro de San Francisco, caminábamos en la oscuridad de la noche a ciegas cayendo y levantando sin orientación, en esas hoyas que dejan los terrenos calicheros, chocando al mismo tiempo a cada momento con los peñascos que llenan esas pampas y eran invisible en la obscuridad; así caminábamos sin víveres ni agua.

Era una desbandada sin que los chilenos nos persiguieran.

Felizmente señores, antes de que amaneciera principió a circular la voz del Jefe de Estado Mayor Coronel Suárez. "Soldados concentrarse en este lugar, aquí está el camino de Tarapacá". Esta llamada fue a las cuatro de la mañana momentos en que alumbraba su luz la estrella Venus, pero rayando el día fuimos atacados por la caballería chilena, que lo rechazamos con sensibles pérdidas para ellos, dejando el enemigo de perseguirnos, porque comprendió que nos retirábamos con nuestra retaguardia asegurada. Señores, es triste decirles que muchos compañeros perecieron de sed en esa marcha de tres días a Tarapacá, el que caía ya no se levantaba. Yo también ya iba a caer de sed, porque ya no tenía orines que tomar, ya no podía hablar, mi lengua se me pegaba al paladar, ya iba a quedar abandonado en esas pampas del desierto.

A Dios gracias, en ese momento llegó el teniente Somocurcio oficial de mi batallón, y viéndome en el estado que me encontraba, hizo que me sujetara de la cola de su caballo para poder avanzar, y así pude llegar a la primera aguada, que me salvó la vida.

Repito que, esa retirada ordenada fue dirigida por el coronel Belisario Suárez, Jefe de Estado Mayor, a quien se le debe la Batalla de Tarapacá. Si él no nos hubiera concentrado al amanecer del 20, después del combate de San Francisco, habríamos sido derrotados por los chilenos, atendiendo que nos encontrábamos sin jefes ni oficiales; vagábamos por esas pampas sin dirección alguna.

Ya encontrándose el ejército en Tarapacá, con escasez completamente de víveres, mi división salió a Pachía, pequeño pueblo situado entre las quebradas de esa cordillera; fue en busca de víveres pues nuestras tropas no tenían como subsistir en Tarapacá, y se estaban alimentando con manzanas. Dichas frutas dieron a muchos soldados grandes cólicos; y viendo el mal que hacía ordenaron se comieran cocidas.

Señores, los combatientes de Tarapacá fueron verdaderos héroes porque además de encontrarse hambrientos, fatigados por sus penosas marchas, en gran número enfermos, después del desordenado ataque de San Francisco y la desbandada de las tropas bolivianas, luchamos con un enemigo que contaba 5000 hombres, dotados de las tres armas y provistos de todos los elementos de guerra, porque no solamente éramos inferiores en número (3000 hombres) y nos faltaba caballería y artillería, la mayor parte de los soldados se encontraba sin municiones, teniendo que recoger las municiones de los muertos y heridos para seguir luchando contra ese poderoso ejército.

Jamás, señores, ningún ejército del Perú luchó con tanto ardor por obtener la victoria, que parecía imposible, y por lo mismo fue tan larga y reñida la lucha. Salud, pues señores, a esos héroes oscuros que cayeron inmolados por dar honor y gloria eterna en la historia para los ejércitos peruanos. ¡Salud y gloria a los que sobrevivieron!, porque no solamente cumplieron con sus deberes sino hicieron sacrificio de sus vidas, sin esperar más agradecimiento que poder decir a sus contemporáneos: “Fui soldado de Tarapacá”.

No entraré señores a describir el combate de Tarapacá pues mi división llegó al campo de batalla a las tres y media de la tarde más o menos de ese día y fue la que consumó el triunfo, luchando hasta las siete de la noche. Llegó justamente cuando la defensa de nuestras tropas era ya completamente débil por haber luchado diez horas con un enemigo superior en número y armas.

Mi división hizo esa noche el servicio de gran vanguardia en el campo de batalla y no se pudo perseguir al enemigo porque carecíamos de caballería, el número de heridos que teníamos era numeroso y no había cómo atenderlos. Durante la noche fueron también entregándose muchos soldados chilenos prisioneros pidiendo agua, pues se morían de sed. Al siguiente día se emprendió la marcha hacia Arica, porque no había víveres para sostener a las tropas.

Aquella marcha, señores, fue aún más terrible que la de San Francisco a Tarapacá, perdiendo centenares de heridos en esas cálidas pampas del Tamarrugal, sin auxilio y sin medicinas ni víveres. Éramos, señores, una aglomeración de enfermos, cada día más debilitados; gracias señores, llegamos a un sitio donde había grandes chacras de habas, cuyas hojas fueron nuestro alimento, que nos dio fuerza y ánimo hasta llegar a Arica.

Tarapacá ha sido, señores, repito, una batalla muy reñida, en condiciones tan desfavorables para el ejército peruano, que no habrá otro caso en que pueda obtenerse una victoria en condiciones análogas. Puedo decirles, señores, que ahí se luchó no solo por la victoria, sino cada cual peleó por defender su vida, pues la derrota habría sido el exterminio del ejército.

Los que después de San Francisco que quedaron atrás del ejército chileno tuvieron que dispersarse porque no había cómo pudieran reunirse a nuestras tropas.

Solo puedo decirles, señores, que los que pretenden dar pormenores del combate en que han estado no dicen lo que han podido ver, sino lo que han oído referir, porque durante el combate nadie puede estar observando al estar combatiendo, sino atendiendo a lo que tiene por delante.

Ésta es mi narración señores, como asistente a dicha batalla y les doy las gracias señores jefes, oficiales y civiles, porque habéis tenido la benevolencia de escucharla.

Señores: ¡Viva el Perú!


Sargento Mayor Gustavo B. Angulo.
Fuente: Diario El Oriente, Iquitos Sábado 30 de Noviembre de 1935.
Archivo Juan Carlos Flórez Granda.