Desde la Confederación Perú-Boliviana, ambos países han tenido buenos y malos momentos de relación. Sin embargo, un simple repaso muestra que fueron más los momentos favorables.
/ Ricardo Aguilar Agramont / La Paz
Bolivia y Perú nacen a la vida republicana con un cordón umbilical que les une. En 1829 se crea la Confederación Perú-Boliviana y se nombra a Andrés de Santa Cruz y Calahumana como a su protector. Esto marcaría un lazo indisoluble que durante el siglo XIX perduraría y llegaría a su más alto compromiso con la firma del tratado secreto que establecía la defensa de una de las partes en caso de una agresión de una tercera potencia.
En 1879, al inicio de la Guerra del Pacífico, Bolivia y Perú, honrando el pacto secreto, enfrentan juntos la invasión chilena. Durante la guerra hay desencuentros entre los aliados. Bolivia recrimina a Perú que su presidente, Mariano Ignacio Prado y Ochoa, huya a Europa en diciembre de 1879, supuestamente para comprar armas con dinero boliviano y peruano. Perú, en cambio, reprocha la retirada de Camarones, acusando a Bolivia de haber deshonrado el pacto y haber dejado a su suerte al aliado. Lo cierto es que el entonces jefe del Ejército boliviano, Narciso Campero, en busca de debilitar al presidente de la República, Hilarión Daza, no lleva refuerzos, y Daza, con un grupo diezmado y sin provisiones suficientes, se ve obligado a retirarse.
Después de haber perdido la guerra, las relaciones quedarían frías por décadas. En los primeros treinta años del siglo XX, las relaciones se enfriaban cada vez que Bolivia buscaba una solución a su enclaustramiento marítimo, pues no había ninguna alternativa de salida que no sea por territorios que en el pasado fueran peruanos, lo que era algo inaceptable para el país vecino.
Así, el pico de esa conducta desfavorable al derecho boliviano de una salida soberana ocurrió durante la propuesta Kellogg (secretario de Estado de EEUU, Frank Billings Kellogg) en 1926, quien al lograr que Chile y Perú se acerquen, propuso que Tacna y Arica queden para Bolivia. El presidente peruano, Augusto Bernardino Leguía, no aceptó los términos de Kellogg (del libro Estados Unidos y el mar boliviano, de Jorge Gumucio Granier) en relación a la transferencia de territorios a Bolivia.
Luego, ya con el Tratado de Lima (1929), Perú y Chile establecen en el Protocolo Complementario de ese documento: “Los gobiernos del Perú y de Chile no podrán, sin previo acuerdo entre ellos, ceder a una tercera potencia la totalidad o parte de los territorios que, en conformidad al Tratado de esta misma fecha, quedan bajo sus respectivas soberanías, ni podrán, sin ese requisito, construir, a través de ellos, nuevas líneas férreas internacionales”. Es por este artículo que, tarde o temprano, Perú tendrá que estar en la mesa para dar su asentimiento a una salida boliviana al mar.
Un momento de buena relación de los dos países que en el siglo XIX formaran la Confederación fue en los cincuenta, durante las negociaciones de 1955 que culminan en 1957 sobre la soberanía del lago Titicaca. Antes de este convenio, la posición boliviana era que el país podía hacer lo que quisiere con su parte lacustre. Esto tenía sus peligros, pues cualquiera podría haber hecho desvíos de aguas o peores cosas. Al final, se resuelve el “condominio indivisible” del lago.
Acá hay que volver al tema del beneplácito que debe dar Perú en un eventual acuerdo entre Bolivia y Chile que resuelva el enclaustramiento del país. Antes de 1989, el Perú expresaba junto con su “más amplia disposición a resolver” el problema de Bolivia, que se aferraba a la unidad socioeconómica de Tacna y Arica. Justamente, durante las negociaciones de Charaña entre Bolivia y Chile, cuando más cerca se estuvo de una cesión de territorio soberano al país, Chile hizo la consulta de rigor a Perú. En razón de la mencionada “unidad socio-económica de Tacna y Arica”, Perú planteó una fórmula de soberanía compartida, que no deja de ser interesante: toda la franja marítima sería de Bolivia, lo mismo que el puerto que se podría construir. Esta soberanía se suspendía desde la carretera entre Tacna y Arica, a partir de donde se establecía una zona trinacional. Sin embargo, Chile se cerró y declinó la propuesta peruana y se congeló la negociación.
MAR. El siguiente acercamiento de importancia fue el realizado en el lago Titicaca entre Alan García y Jaime Paz en 1989. El peruano dijo que su país no sería un obstáculo para la solución del enclaustramiento marítimo boliviano. Más de una década después el presidente Toledo reafirmaría esta posición y la reiteraría el mismo García, en 2010, durante su segunda gestión.
Posiblemente, el acercamiento de mayor significación del siglo XX haya sido el acuerdo de Ilo con la firma de un protocolo en 1992. Ese año, Alberto Fujimori y Paz Zamora firmaron el Convenio de Amistad, Cooperación e Integración “Gran Mariscal Andrés de Santa Cruz”, que no solo incluía la cesión en favor de Bolivia de cinco kilómetros de playa en la localidad peruana de Ilo para un puerto, una zona turística, otra industrial y una zona franca, sino todo un paquete de convenios que apuntaban a integrar a los dos países con una serie de compromisos. Asimismo, Bolivia concedía un similar derecho y facilidades para Perú en Puerto Suárez, en la frontera boliviana con Brasil, a fin de posibilitar al vecino país una salida hacia el océano Atlántico, a través de la hidrovía Paraguay-Paraná-Río de La Plata.
Este buen momento de las relaciones fue echado al olvido por los siguientes gobierno bolivianos, el de Gonzalo Sánchez de Lozada y de Hugo Banzer Suárez (quien prefirió acercarse a Chile y proyectar el Pacific LNG). Pasarían catorce años para que Bolivia vuelva a mostrar interés a la antigua buena disposición peruana, en 2004.
Fue durante el gobierno de Carlos D. Mesa que se intentó restablecer la integración mediante varios puntos de encuentro y proyectos, el más importante, uno de naturaleza energética: la exportación de gas vía Perú, siempre bajo el paraguas del Protocolo de Ilo. Se promueve el Tratado de Ampliación de los Acuerdos Globales entre Bolivia y Perú y un acuerdo energético binacional cuyo asiento fundamental era Ilo. En resumen, se instalaría en esa localidad una planta de licuefacción para que los barcos lleven el gas líquido a Manzanillo (México), lugar donde el hidrocarburo volvería a ser convertido en gas y de ahí sería llevado a California por ductos.
Los países involucrados (México y Perú) demandaban que para firmar un acuerdo debía existir una nueva ley de hidrocarburos; sin embargo, Mesa no tenía el control más que del Ejecutivo, el Congreso le era del todo adverso al estar en manos del Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR), el cual hizo todo lo que estaba en sus manos para retrasar y modificar una nueva norma, según la prensa de la época... Por esto, no solo que el proyecto de integración se enfrió, sino que, en 2005, Perú anunciaba competir con Bolivia en la venta del gas.
Posteriormente, no hubo ni acercamientos ni alejamientos, hasta el inicio de la gestión de Alan García y Evo Morales, posiblemente uno de los peores momentos de la relación de las últimas décadas. Tanto García como Morales hacían alusiones uno del otro en la prensa. Eso duró varios años, hasta que en 2010 dieron un paso adelante, olvidando el pasado y retomaron los acuerdos de Ilo con un protocolo complementario con buenas perspectivas.
Una pretensión de Morales, no obstante, perjudicó la efectivización inmediata del nuevo acercamiento: hacer una base militar boliviana en territorio peruano. Por supuesto que el Perú no aceptaría esto. Finalmente, se sacó del documento complementario el punto controvertido y hoy el texto está en el Congreso peruano para ser aprobado. Este breve recuento muestra que son más los buenos momentos de la relación que los malos.
La Razón, Bolivia, 30.11.2014