Holocausto peruano en Chorrillos
Miembro del estado mayor chileno describe la carnicería, saqueo y devastación de Chorrillos por los genocidas del sur.
Baquedano ante la matanza y el incendio: "¿Qué puedo hacer yo?"
Escribe: César Vásquez Bazán
Artículo dedicado al Dr. Ricardo Noriega Salaverry.
“Yo decía a todos, si el general [Baquedano] quiere que se queme y destruya a Chorrillos, ¿por qué no organiza la destrucción y el incendio a fin de evitar esta relajación de la disciplina y moralidad del ejército cuyas consecuencias no podrán medirse sino viendo, un poco más tarde, sus dolorosos resultados?¿Por respeto a quién, por temor a qué clase de responsabilidades, no se ordena esto oficialmente? ¿Por los intereses neutrales?”
Manuel Jesús Vicuña, Carta Política, página 122.
Como agregado del estado mayor de su país, el político y escritor chileno Manuel Jesús Vicuña fue testigo presencial del Holocausto de Chorrillos, iniciado la tarde del 13 de enero de 1881 y continuado durante varios días por el ejército de Chile. Vicuña dejó constancia de la carnicería, saqueo e incendio de la ciudad en su obra Carta Política, publicada en abril de 1881, sólo tres meses después de cometidos los crímenes de guerra chilenos. La Carta Política de Vicuña narra los “ingratos recuerdos” y las “sombrías imágenes” de la devastación “de la bonita y elegante” villa de Chorrillos, “linda ciudad con más de seiscientas casas… y cien lujosos palacios”.
Desde las dos y media de la tarde del 13 de enero de 1881, “después de estar la ciudad completamente limpia de enemigos”, Vicuña caminó por las calles de Chorrillos con sus connacionales, el ministro de guerra en campaña José Francisco Vergara Etchevers, y el jefe Manuel Baquedano, a quien en su descripción llama “el general”.
Inicialmente, los altos mandos chilenos buscaron una casa donde comer y descansar luego de la batalla de San Juan.
El ministro Vergara y Vicuña entraron al rancho del capitán de navío Aurelio García y García en el que encontraron “magnífico baño, buenas camas, gran cocina y espléndidos salones”.
Por su parte, el general Baquedano y comitiva, guiados por el siniestro ex embajador chileno en Lima Joaquín Godoy Cruz, ingresaron al palacio de la acaudalada dama peruana Mariana Prevost y Moreyra, residencia en la que hasta el 6 de abril de 1879 había habitado el propio Godoy Cruz, esposo de la señora Prevost desde tiempo atrás. Del palacio de la señora Prevost y Moreyra, Baquedano, Godoy y sus adláteres se trasladaron a la mansión del ex presidente del Perú, general Pezet.
Es en este tránsito, a las tres y media de la tarde, que comenzó el “gran desorden” ejecutado por el ejército chileno y promovido por los altos mandos, bajo la mirada permisiva del general Baquedano y el ministro de guerra Vergara. Era obvio que la orden del gobierno de Chile, transmitida a Riveros, Baquedano y Vergara, era la de arrasar e incendiar Chorrillos como un medio de infundir terror en las filas peruanas y en los habitantes de Lima. Es por eso que ni el general ni el ministro de guerra hicieron esfuerzo alguno por imponer el orden en medio de las usualmente disciplinadas fuerzas chilenas.
Vicuña describe así el inicio de la devastación: “Roturas de puertas, saqueos de tiendas y algunas casas ardiendo ya… tiros por todas las calles y balas cruzando en todas las direcciones. Las botellas y pipas de los almacenes, casas particulares y pulperías empezaban a hacer su efecto… [En] las calles numerosas partidas de soldados borrachos que disparaban sus rifles sobre las puertas, ventanas, faroles, etc.”
Tras constatar que la devastación de Chorrillos se desarrollaba con normalidad, según las órdenes superiores del gobierno de Chile, se retiraron de la villa el ministro de guerra Vergara Etchevers con su acompañamiento, en el que se encontraba Vicuña. Todos ellos salieron de la casa del capitán de navío García y García a las cinco de la tarde.
El relato de Vicuña continúa: “El desorden de Chorrillos había llegado al máximum del desborde y la desmoralización, convirtiéndose en la más tremenda y sangrienta bacanal. El saqueo y la borrachera, el incendio y la sangre, formaban los cuadros de aquel horrible drama. ¿Entraré a hacerle una relación detallada de los mil episodios que al día siguiente se referían y de los cuales yo presencié algunos? No, de ninguna manera. No quiero llevar a su espíritu la lobreguez de aquella aciaga noche, alumbrada sin embargo por las llamas de doscientas casas que ardían como otros tantos inmensos mecheros. No quiero yo tampoco oprimir mi alma repasando en la memoria lo que una vez vi, dejándome una impresión que sólo el tiempo irá borrando muy lentamente”.
Frente a la destrucción en proceso, Baquedano contestaba, cínicamente –y muy de seguro con una sonrisa en los labios– “¿Qué puedo hacer yo?”
Habiéndose asegurado que las directivas de arrasar e incendiar Chorrillos habían sido cumplidas, el general Baquedano y su estado mayor dejaron el palacio de Pezet cinco horas después, a las diez de la noche.
Entre la tarde y noche del 13 de enero de 1881 y durante la mitad del día 14, Vicuña calcula que “pasó más de la mitad del ejército [chileno] por la villa de Chorrillos”. El otrora opulento balneario limeño fue saqueado e incendiado por los genocidas del sur, buscando demostrar a toda Lima lo que sucedería si no aceptaba la imposición chilena. Los invasores querían que los habitantes de la capital se dijeran para sus adentros: “Si los chilenos han sido capaces de devastar Chorrillos, balneario habitado mayormente por los grandes burgueses peruanos, por presidentes, políticos y militares, y por acaudaladas personalidades extranjeras, ¿qué no serán capaces de hacer con nosotros en la capital del Perú?”
La descripción de Vicuña, como él mismo reconoce, no es completa. Usted puede leerla a continuación. Intentando llenar el vacío de lo que no refirió el político chileno, el día de mañana podrá usted leer el siguiente artículo de esta serie que se titula “El Holocausto de Chorrillos”.
Y el próximo viernes 13 de enero de 2012, visitemos Chorrillos, subamos al Morro, caminemos por la calle Lima, por la calle del Tren (después, Calle del Tranvía) y por el malecón, visitemos la Bomba Garibaldi y recemos una oración en recuerdo de los peruanos que se sacrificaron en la Batalla de San Juan, en memoria de los defensores del Morro, en evocación de los masacrados trece bomberos italianos garibaldinos, y de todos los peruanos y extranjeros que murieron a manos de los genocidas chilenos hace 131 años en la que fue la “bonita y elegante villa de Chorrillos”.
Obra citada
Vicuña, Manuel Jesús. Abril de 1881. Carta Política [sobre la Guerra Chileno-Peruana]. Lima: Imprenta de “La Actualidad”, páginas 117-125.
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