Neomachistas y criptomachistas
Por Xavier Caño Tamayo*
Una mujer muere al caer desde un sexto piso; ¿fue accidente o la empujó su ex pareja? Un hombre es condenado por arrojar a su pareja a la carretera desde el automóvil en marcha. Una mujer fue hallada muerta, asfixiada, en su casa: se había atrincherado en el dormitorio empujando la cama contra la puerta. Otra más fue hallada muerta con treinta puñaladas. Una enfermera ha sido envenenada por su compañero sentimental, también enfermero...
Una mujer muere al caer desde un sexto piso; ¿fue accidente o la empujó su ex pareja? Un hombre es condenado por arrojar a su pareja a la carretera desde el automóvil en marcha. Una mujer fue hallada muerta, asfixiada, en su casa: se había atrincherado en el dormitorio empujando la cama contra la puerta. Otra más fue hallada muerta con treinta puñaladas. Una enfermera ha sido envenenada por su compañero sentimental, también enfermero...
En lo que va de año, en España han muerto 38 mujeres violentamente a manos de sus parejas, maridos, novios o que lo fueron. Y España no es el país europeo con la cifra absoluta ni relativa más alta de mujeres asesinadas anualmente. Ese récord relativo terrible lo ostentan los países escandinavos.
Por más que se empeñen en otra razón los ciegos o posmodernos, la violencia contra las mujeres, incluido el asesinato, arranca de la persistencia del machismo. Un machismo que no cesa y toma nuevas formas, por cierto. Como el camaleón, que coge el color del lugar donde se halla, confundiéndose con el medio, una legión de machistas ha cambiado de palabras, tácticas y modos para camuflarse, pero no han cambiado de estrategia, no de objetivo final: la hegemonía del varón sobre la mujer.
El machismo es causa directa de la violencia física contra las mujeres. Y es también coacción, violencia psicológica, extorsión, amenaza, paternalismo y condescendencia. Pero parece que hoy los machistas siguen la vieja consigna de Lampedusa en El gato pardo: cambiar (algo) para que todo continúe igual.
No suspiran por la sociedad patriarcal que persistió universal hasta hace décadas. Hoy dicen aceptar parte del discurso feminista, pero lo más banal y epidérmico. Por ejemplo, pueden ser críticos del llamado sexismo lingüístico, porque hay palabras que sólo se usan en género masculino, pero les conviene descafeinar la realidad y que los conejos pierdan el tiempo discutiendo sí los perros que los persiguen son galgos o podencos, mientras no cesan de morir mujeres asesinadas y se consagran equívocas expresiones como “violencia de género” en lugar de violencia machista. Por ejemplo.
Simulan apreciar la igualdad entre hombres y mujeres (sólo de boquilla), pero socavan los pasos reales que aportan igualdad. Renuncian al ataque frontal contra la emancipación de la mujer y optan por el desgaste por partes. Critican que mujeres denuncien falsamente a sus parejas o que madres no consientan que padres divorciados vean a los hijos. Pero nunca aportan datos, sólo titulares. La cruda realidad de los hechos (malos tratos, feminicidios, pobreza y desigualdad, ninguneo social), ni tocarla. Y aseguran que las mujeres ya han alcanzado en occidente la igualdad, salvo excepciones, y ahora actúan como grupo de presión por intereses egoístas.
Estos machistas de nuevo cuño no van contra la igualdad desvergonzadamente, como hacían sus padres y abuelos, pero siegan la hierba bajo los pies de cualquier búsqueda o logro de igualdad de las mujeres.
Estos neomachistas o criptomachistas fingen adaptarse a los cambios, pero sólo para asegurar que los varones continúen disfrutando de su posición dominante sobre las mujeres.
Es un machismo rearmado. Acaso sea reacción de pánico porque, aunque lejos de la igualdad, la mujer ha entrado con fuerza en el mundo del trabajo, en la universidad, en las artes, en las ciencias, en la política, en los negocios... Pero en general en las escalas inferiores y asumiendo aún la función tradicional que se le ha atribuido por los siglos de los siglos: hijos, familia, hogar... Porque demasiados varones no renuncian a sus ilegítimos privilegios
A modo de inventario, machismo es cualquier actuación, acción, omisión o discriminación para mantener el control emocional, social y jerárquico sobre las mujeres. Es violencia física, pero no sólo física, también psicológica, emocional... Y, sobre todo, es discriminación.
Y, mientras discutimos el sexo de los ángeles movidos por manejos neomachistas (entre los que sin duda hay mujeres cómplices), en España, por ejemplo concreto, una mujer continuará cobrando un 27% menos por el mismo trabajo y horario desempeñado por un hombre. Y, a pesar de la mayoría de mujeres licenciadas y doctoras universitarias, la mayoría de puestos dirigentes de la universidad los ocuparán hombres. Y lo mismo ocurre en la política, economía, cultura...
Respondan los machistas con sinceridad a esta pregunta. ¿Por qué tienen tanto miedo a la emancipación de las mujeres? Las respuestas podrían ser muy reveladoras.
*Periodista y escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.
Por más que se empeñen en otra razón los ciegos o posmodernos, la violencia contra las mujeres, incluido el asesinato, arranca de la persistencia del machismo. Un machismo que no cesa y toma nuevas formas, por cierto. Como el camaleón, que coge el color del lugar donde se halla, confundiéndose con el medio, una legión de machistas ha cambiado de palabras, tácticas y modos para camuflarse, pero no han cambiado de estrategia, no de objetivo final: la hegemonía del varón sobre la mujer.
El machismo es causa directa de la violencia física contra las mujeres. Y es también coacción, violencia psicológica, extorsión, amenaza, paternalismo y condescendencia. Pero parece que hoy los machistas siguen la vieja consigna de Lampedusa en El gato pardo: cambiar (algo) para que todo continúe igual.
No suspiran por la sociedad patriarcal que persistió universal hasta hace décadas. Hoy dicen aceptar parte del discurso feminista, pero lo más banal y epidérmico. Por ejemplo, pueden ser críticos del llamado sexismo lingüístico, porque hay palabras que sólo se usan en género masculino, pero les conviene descafeinar la realidad y que los conejos pierdan el tiempo discutiendo sí los perros que los persiguen son galgos o podencos, mientras no cesan de morir mujeres asesinadas y se consagran equívocas expresiones como “violencia de género” en lugar de violencia machista. Por ejemplo.
Simulan apreciar la igualdad entre hombres y mujeres (sólo de boquilla), pero socavan los pasos reales que aportan igualdad. Renuncian al ataque frontal contra la emancipación de la mujer y optan por el desgaste por partes. Critican que mujeres denuncien falsamente a sus parejas o que madres no consientan que padres divorciados vean a los hijos. Pero nunca aportan datos, sólo titulares. La cruda realidad de los hechos (malos tratos, feminicidios, pobreza y desigualdad, ninguneo social), ni tocarla. Y aseguran que las mujeres ya han alcanzado en occidente la igualdad, salvo excepciones, y ahora actúan como grupo de presión por intereses egoístas.
Estos machistas de nuevo cuño no van contra la igualdad desvergonzadamente, como hacían sus padres y abuelos, pero siegan la hierba bajo los pies de cualquier búsqueda o logro de igualdad de las mujeres.
Estos neomachistas o criptomachistas fingen adaptarse a los cambios, pero sólo para asegurar que los varones continúen disfrutando de su posición dominante sobre las mujeres.
Es un machismo rearmado. Acaso sea reacción de pánico porque, aunque lejos de la igualdad, la mujer ha entrado con fuerza en el mundo del trabajo, en la universidad, en las artes, en las ciencias, en la política, en los negocios... Pero en general en las escalas inferiores y asumiendo aún la función tradicional que se le ha atribuido por los siglos de los siglos: hijos, familia, hogar... Porque demasiados varones no renuncian a sus ilegítimos privilegios
A modo de inventario, machismo es cualquier actuación, acción, omisión o discriminación para mantener el control emocional, social y jerárquico sobre las mujeres. Es violencia física, pero no sólo física, también psicológica, emocional... Y, sobre todo, es discriminación.
Y, mientras discutimos el sexo de los ángeles movidos por manejos neomachistas (entre los que sin duda hay mujeres cómplices), en España, por ejemplo concreto, una mujer continuará cobrando un 27% menos por el mismo trabajo y horario desempeñado por un hombre. Y, a pesar de la mayoría de mujeres licenciadas y doctoras universitarias, la mayoría de puestos dirigentes de la universidad los ocuparán hombres. Y lo mismo ocurre en la política, economía, cultura...
Respondan los machistas con sinceridad a esta pregunta. ¿Por qué tienen tanto miedo a la emancipación de las mujeres? Las respuestas podrían ser muy reveladoras.
*Periodista y escritor
Esta dirección de correo electrónico está siendo protegida contra los robots de spam. Necesita tener JavaScript habilitado para poder verlo.