Con Chile no caben protocolos más firmes que unos poderosos blindados
Excelentísimo señor Guillermo E. Billinghurst, defensor de Lima, propietario de salitreras en Tarapacá y primer vicepresidente del Perú. En 1898, el enemigo chileno se burló de él y de nuestro país con la suscripción del Protocolo Billinghurst-Latorre, documento que resultó ser un diplomático engañamuchachos. |
Por César Vásquez Bazán
“Con Chile no caben protocolos más firmes que unos poderosos blindados, razones más convincentes que un ejército numeroso y aguerrido”
Manuel González-Prada señala el camino que debe seguir el Perú
Los peruanos debemos perseguir un objetivo: hacernos fuertes
Manuel González-Prada, 21 de agosto de 1898 (1)
Estalle o se conjure la guerra, aliémonos o permanezcamos indiferentes, debemos perseguir un objetivo: hacernos fuertes. Chile se mostrará más exigente y más altanero a medida que estemos más débiles y más humillados. Con él no caben protocolos más firmes que unos poderosos blindados, razones más convincentes que un ejército numeroso y aguerrido. Mientras se vea jaqueado por el Oriente y con recelos de nuestra adhesión a la alianza argentino-boliviana, nos arrullará con himnos de ternura y promesas de amistad; mas en cuanto se mire desembarazado y seguro, volverá descaradamente a su implacable sistema de absorción y desgarramiento. ¡Qué! Si hoy mismo, amenazado por una guerra exterior, quizá en víspera de una espantosa contienda civil, arruinado en su crédito, con enormes deudas fiscales, casi a la orilla del abismo, cuando debería obligarnos con su lealtad y su buena fe, se burla de nosotros con un insidioso Protocolo (2), donde lejos de concedernos esperanzas de reivindicar Tacna y Arica, nos envuelve en una interminable serie de cuestiones para desorientarnos, adormecernos y manipularnos Tarata.
Concluyo, señores. Si Chile ha encontrado su industria nacional en la guerra con el Perú, si no abandona la esperanza de venir tarde o temprano a pedirnos un nuevo pedazo de nuestra carne, armémonos de pies a cabeza, y vivamos en formidable paz armada o estado de guerra latente. El pasado nos habla con bastante claridad. ¿De qué nos vale ser hombres, si el daño de ayer no nos abre los ojos para evitar el de mañana? Cuando se respira el optimismo que reina en las regiones oficiales, cuando se ve la confianza que adormece a todas las clases sociales, cualquiera se figuraría que no hay peligros exteriores, que Chile se halla impotente y desarmado, que en la última guerra fuimos nosotros los vencedores. Sin embargo, no sería malo recordar algunas veces que Piérola no arrolló a los chilenos en San Juan, que Cáceres no les hizo morder el polvo en Huamachuco. Al no sacar una lección provechosa de nuestros descalabros, al no tratar de prevenir las nuevas tempestades arremolinadas encima de nuestra cabeza, mereceríamos que chilenos, argentinos y bolivianos cayeran sobre nosotros y nos convirtieran en la Polonia sudamericana.
No se trata de lanzarnos hoy mismo, débiles y pobres, a una guerra torpe y descabellada, ni de improvisar en pocos días toda una escuadra y todo un ejército; se pide el trabajo subterráneo y minucioso, algo así como una labor de topo y de hormiga: reunir dinero, sol por sol, centavo por centavo; adquirir elementos de guerra, cañón por cañón, rifle por rifle, hasta cápsula por cápsula. Las naciones viven vida muy larga y no se cansan de esperar la hora de la justicia. Y la justicia no se consigue en la Tierra con razonamientos y súplicas: viene en la punta de un hierro ensangrentado. Cierto, la guerra es la ignominia y el oprobio de la Humanidad; pero ese oprobio y esa ignominia deben recaer sobre el agresor injusto, no sobre el defensor de sus propios derechos y de su vida. Desde las colonias de infusorios hasta las sociedades humanas, se ve luchas sin cuartel y abominables victorias de los fuertes, con una sola diferencia: toda la Naturaleza sufre la dura ley y calla, el hombre la rechaza y se subleva. Sí, el hombre es el único ser que lanza un clamor de justicia en el universal y eterno sacrificio de los débiles. Escuchemos el clamor, y para sublevarnos contra la injusticia y obtener reparación, hagámonos fuertes: el león que se arrancara uñas y dientes, moriría en boca de lobos; la nación que no lleva el hierro en las manos, concluye por arrastrarlo en los pies.
Notas
(1) González-Prada pronunció estas palabras en una conferencia dictada en el local de la Unión Nacional en Lima, el 21 de agosto de 1898. El discurso promovió serios disturbios políticos. Su publicación en los diarios fue prohibida por el gobierno de Nicolás de Piérola. El texto íntegro de la disertación, con el título "Los Partidos y la Unión Nacional", apareció en Horas de Lucha.
(2) Se refiere al Protocolo Billinghurst-Latorre, firmado en Santiago, el 16 de abril de 1898, por Guillermo Billinghurst, primer vicepresidente del Perú y plenipotenciario en misión especial, y el ministro de Relaciones Exteriores chileno Juan José Latorre. Latorre reemplazó en esa cartera a Raimundo Silva Cruz con quien se negoció inicialmente el acuerdo.
El Perú ratificó el Protocolo el 13 de julio de 1898, tres meses después de su suscripción en Santiago, demostrando su voluntad de llevar adelante el plebiscito. En cuanto a Chile, el documento fue inicialmente aprobado por la Cámara de Senadores. Sin embargo, la Cámara de Diputados aplazó en forma indefinida su debate para luego rechazarlo en el año 1901.
El Protocolo Billinghurst-Latorre hizo concebir esperanzas de recuperar Tacna y Arica a las provincias cautivas, al pueblo peruano y al gobierno de Nicolás de Piérola. Los peruanos creyeron en la próxima realización del plebiscito, que hubiera sido favorable al Perú.
Sin embargo, la realidad fue que Chile firmó el Protocolo con el fin de neutralizar al Perú en caso de una posible guerra de ese país con Argentina por la disputa de límites entre ambos países. A fines de 1898 el problema con Argentina quedó superado, aceptando ambas naciones someter la cuestión a arbitraje. En esas circunstancias diferentes, a Chile ya no le convenía ejecutar el Protocolo Billinghurst-Latorre y lo destinó al cesto de la basura.
Lo sucedido con el Protocolo fue una nueva demostración del error de los gobiernos peruanos de querer hacer diplomacia careciendo de una fuerza armada altamente preparada para hacer respetar a la nación; peor aún, querer hacer diplomacia con un país imperialista como Chile, república que está demostrado sólo entiende el lenguaje de la fuerza. Fue también una confirmación de la validez del pensamiento realista y verdaderamente patriótico de Manuel González-Prada.
Fuente:
Manuel González-Prada. 1985. Horas de Lucha en Obras, tomo II, Volumen 3, Lima: Ediciones Copé, páginas 38-40.
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