Este sistema no tiene defensa
Por José Carlos García Fajardo*
Es una crisis del sistema en el que vivimos y cada día tengo más motivos de preocupación porque se derrumban más cosas, decía el Profesor de Economía y escritor José L. Sampedro.
Sigo indignado pero admito que es el resultado de una evolución del mundo, no ya sólo del sistema. Creo que hay un mundo global, que los griegos llamaban cosmos: todo depende de todo. Los hombres, con la soberbia que nos caracteriza, pensamos que dirigimos los acontecimientos, la historia, que llevamos el timón del barco. En el fondo, somos protagonistas del gran teatro del mundo, pero no sus autores. El guión lo escribe la vida, el producto más adelantado de la evolución.
A sus 95 años, el profesor subrayaba lo que ya pensaban los chinos hace más de tres mil años: el mundo es esencialmente vacío y energía. Pero el proceso global es un proceso no sólo de evolución sino de involución, porque el cosmos son va a ningún sitio.
No se puede transformar un sistema con los mismos elementos utilizados para imponerlo. Los privilegiados quieren mantenerlo. Estamos en un momento que podría compararse con el Renacimiento, con la cantidad de inventos conseguidos; la imprenta que difundió la primacía de la razón ante la teología. Aquello no lo pudo soportar el sistema y se inició el capitalismo. Ahora la informática es comparable a lo que fue el libro.
“No estamos haciendo un uso humano de los seres humanos”, afirmaba Norbert Wiener, fundador de la cibernética. El profesor se pregunta qué podríamos hacer.
El hecho de que la población se ha triplicado en el siglo XX nos hace pensar que es insostenible. No sabemos adónde vamos porque no sabemos qué es el futuro. Estamos de acuerdo en que la culpa de la crisis actual la tiene el despotismo de los mercados. Los gobiernos tenían que intervenir sobre esa conducta culpable, y no han alterado el funcionamiento. Los representantes del pueblo obedecen las órdenes de los culpables de una crisis que afecta a los más débiles.
Recordemos que pertenecemos a un sector privilegiado en el que mantenemos un despilfarro terrible. El 20% de los ricos consume el 80% de los bienes. Ante la crisis monetaria, los organismos internacionales, la FAO y FMI, han preferido dar dólares a los bancos antes que luchar contra el hambre. Asistimos a la degradación de los valores que sostuvieron el sistema. Una organización social puede mantener vida mientras mantenga los valores que, en Europa, han sido la dignidad humana, la libertad y la justicia social.
Los valores de la universidad clásica se han deteriorado porque han cambiado la universidad del Saber por la de Poder. Las palabras claves ahora son productividad, competitividad e innovación, pero ¿productividad para quién?
La productividad es de todos y no pueden hacer sólo responsables a los obreros y recortar salarios. No es lo mismo competitividad que cooperación; con la competitividad, uno pretende ser tan bueno como el mejor; mientras que, con la competencia, pretende eliminar al otro para hacerse con el monopolio. Es la innovación, el descubrimiento científico que es algo muy distinto a la innovación mercantil bajo las técnicas de mercado. No tiene defensa este sistema.
Ante ese paisaje los ciudadanos tenemos las manos atadas, pero se puede hacer algo. Un ministro de Luis XV decía: “Dejen hacer, dejen pasar” era la norma del liberalismo. Pero podemos educar y educarnos. La gente está cambiando, el siglo XIX enfrentaba a la gente culta con la gente analfabeta, ahora cualquier oficio precisa capacidades técnicas. Los países del tercer mundo están cambiando, evolucionando. Los actores cambiarán. Y podríamos acelerar ese proceso educándonos, sobre todo si hubiera más humanidad entre los más privilegiados.
El Profesor se pregunta qué le decimos a los más de cinco millones de parados que hay en España.
Con recortes y ahorro solamente, afirma rotundo, no se crea empleo. El empleo se crea cuando ese ahorro se emplea en bienes de consumo y de inversión y se da trabajo. Se saldrá de la crisis, porque la vida no se para, pero con un sufrimiento que se podría haber limado con una distribución más equitativa de los bienes. No con sacrificios injustos. Lo del paro es una amargura extraordinaria y me descompone que haya gente que no pueda estudiar y yo, como viejo profesor, me alarma que haya profesores en paro e investigadores, por falta de unos recursos mal administrados.
Esta sabia reflexión tenemos que difundirla y no convertirnos en cómplices de un sistema injusto por la voracidad de un sistema oligárquico que amenaza con llevarnos al abismo. Es tremendo reconocer en numerosos síntomas el pérfido ambiente de los años treinta que condujo al mundo a las más espantosas catástrofes.
*Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) Director del Centro de Colaboraciones Solidarias (CCS)
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