El catastrófico escenario que tiene Al Assad, con el agotamiento de sus respaldos tradicionales y la reconfiguración del poder entre los grupos opositores, no van a hacer flaquear al presidente, que parece estar dispuesto a morir matando.
El tiempo parece jugar en contra de Bashar al Assad. Las matanzas de Hula y Qubayr, en las que dos centenares de civiles fueron ejecutados a sangre fría, evidencian que el régimen sirio podría estar agotando sus últimos cartuchos. Tras una reunión a puerta cerrada del Consejo de Seguridad, el secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-moon, ha advertido que “el peligro de una guerra civil es inminente y real”. Aunque todavía estamos lejos de dicho escenario, las recientes masacres podrían marcar un punto de inflexión en la crisis del país.
Si algo han dejado claro estos quince meses de revuelta es que no nos encontramos ante un escenario estático y que los actores deben adaptarse a esta situación cambiante. El régimen sirio es, probablemente, el actor que menos ha modificado su discurso, ya que sigue defendiendo a pies juntillas la existencia de un complot internacional, como volvió a hacer el presidente Bashar al Assad en su intervención ante el recién constituido Parlamento el pasado 3 de mayo. Este discurso no oculta el fracaso de las estrategias de supervivencia aplicadas hasta el momento, basadas en una política de tierra quemada que ha dejado un reguero de destrucción y que ha provocado, al menos, 14.115 víctimas (9.862 civiles, 3.470 soldados y 783 desertores, según datos del Observatorio Sirio de Derechos Humanos).
A pesar de la brutalidad de la represión, el régimen no ha tenido éxito a la hora de frenar la revuelta. La Cuarta División Acorazada (compuesta en un 80% por alauíes y dirigida por Maher al Assad, hermano del presidente) y los temidos shabbiha (fuerzas paramilitares provenientes de la zona mediterránea financiadas por hombres de negocios próximos a los Assad) no han sido capaces de restaurar el muro del miedo que las movilizaciones populares han derribado. Aunque es cierto que el régimen sirio se mantiene relativamente cohesionado en lo que percibe como una guerra a vida o muerte en la que sólo habrá vencedores y vencidos, empieza a detectarse cierto agotamiento entre sus respaldos tradicionales. La crisis económica ha intensificado el malestar de los comerciantes de Damasco y Alepo, los dos centros de gravedad de la economía siria. Las elites económicas suníes de estas dos ciudades podrían estar empezando a replantearse dicho apoyo.
Los expertos consideran que la economía siria se contraerá este año cerca de un 6% y la libra no ha dejado de perder posiciones con respecto al dólar (el cambio oficial ha pasado de 47 libras por dólar a 67, aunque en el mercado negro es mucho más elevado). Un escenario catastrófico para los intereses de esta elite comercial, que podría llevarle a romper su alianza con los Assad, tal y como evidencia la huelga general convocada por los comerciantes del centro histórico de Damasco el 28 de mayo. La clase comercial estaría reposicionándose ante un más que probable colapso del régimen, multiplicando los gestos hacia la oposición y también hacia el Ejército de la Siria Libre (ESL), al que estaría financiando de manera generosa.
En el interior del país se aprecia una reconfiguración del poder entre los grupos opositores. Los Comités de Coordinación Local (CCL), integrados por jóvenes activistas que lideran las movilizaciones de los viernes, siguen teniendo un papel central en la revuelta. No obstante, su capacidad de movilización se ha resentido por la represión de la que han sido objeto. Por su parte, los opositores tradicionales al régimen (Michel Kilo, Anwar al Bunni, Hayzam al Maleh, Kamal al Labwani, George Sabra, Suheyr al Atasi, Aref Dalila, etc.), que tuvieron un papel central en la denominada primavera de Damasco, han abandonado el país para salvar sus vidas.
Mientras los CCL tienden a perder peso, el ESL, formado por desertores del Ejército regular que lanzan operaciones de guerrillas contra las fuerzas del régimen, han ido ganando progresivamente terreno. Su peso específico podría aumentar en el caso de que se acelere la llegada de armamento tras la aprobación, por parte de la Liga Árabe, de una resolución que “autoriza todo tipo de apoyo político y material para proteger a los civiles”. La creación de un fondo de 300 millones de dólares destinado a “estructurar las operaciones de apoyo a la revolución siria” por parte del Syrian Business Forum (un grupo de reciente creación integrado por hombres de negocios sirios en Doha) parece ir en la misma dirección.
También se ha detectado la infiltración de grupos de corte salafista que, aunque minoritarios, podrían tener un efecto nocivo en el caso de que lancen ataques sectarios que polaricen a la heterogénea población siria. No debe olvidarse que para estos grupos la máxima es, como viéramos en Irak, ‘cuanto peor, mejor’. A más violencia, mayor presión sobre la comunidad internacional para que actúe de manera enérgica. Por eso, es especialmente importante que el ESL tenga un mando unificado que marque una estrategia clara que deje de lado a la población civil. Destacadas figuras de la oposición no han ocultado su malestar por la injerencia de Arabia Saudí, país que no representa precisamente un modelo a seguir debido a su déficit democrático.
En el exterior, la fuerza dominante sigue siendo el Consejo Nacional Sirio (CNS), que en un principio abogó por una revuelta pacífica pero que se ha ido decantando progresivamente hacia la estrategia armada. La creación de un comité para coordinar las operaciones militares contra el régimen parece indicar que el CNS considera que la resistencia civil no puede, por sí sola, provocar la caída de Al Assad. Este grupo también ha abandonado su neutralidad en los asuntos árabes estableciendo alianzas con Arabia Saudí, Catar y la Coalición 14 de febrero en Líbano, lo que evidencia un escoramiento hacia el bando occidental y anti-iraní. La salida de Burhan Ghalyun de la presidencia y su sustitución por el disidente kurdo Abdel Basit Seda muestra que el Consejo, que continúa estando dominado por los Hermanos Musulmanes, ha entrado en una nueva dinámica.
Así las cosas, se sigue esperando una involucración más activa de la comunidad internacional. Las recientes masacres de Hula y al Qubayr han llevado al Consejo de Seguridad a aprobar una declaración de condena que contó con el respaldo de Rusia y China, aliados tradicionales de Damasco que se han venido oponiendo a cualquier resolución contraria a los intereses del régimen sirio. Una vez fracasado el Plan Annan empiezan a barajarse diversas iniciativas, entre ellas la creación de un grupo de contacto que estaría integrado por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, la Unión Europea, la Liga Árabe y los países del entorno: Irak, Turquía, Jordania e Irán (a cuya inclusión se oponen enérgicamente EE UU, Reino Unido y Francia). Sin embargo parece difícil que actores tan heterogéneos con intereses tan contrapuestos puedan alcanzar un consenso en torno a la hoja de ruta a seguir en Siria.
Dentro de la diversidad de planes presentados, el que en principio sería menos oneroso en términos humanos sería el planteado por los países del Golfo y basado en el modelo yemení. Según éste, Bashar al Assad sería remplazado por su vicepresidente Faruq al Sharaa, que sería el encargado de dirigir la transición hacia una democracia pluripartidista. El principal escollo para su aplicación es, una vez más, la negativa de Bashar al Assad a abandonar el poder de manera voluntaria. Las últimas matanzas parecen indicar que está dispuesto a morir matando.
Fuente: http://www.fp-es.org/%C2%BFhacia-donde-va-la-revuelta-siria