Por Wilfredo Pérez Ruiz (*)
¿Qué entiende usted por “profesionalismo”? Implica cualidades por encima de meritorios títulos académicos, grados, especializaciones o habilidades duras. No obstante, en abundantes personas existe una visible y permanente confusión al respecto. Por esta razón, quiero reflexionar acerca de varios de sus componentes imprescindibles: la ética y la etiqueta social.
Lo concibo como la forma de desarrollar ciertas ocupaciones contractuales dentro de un definido y sólido marco de valores. Es decir, va mucho más allá de cumplir una función asignada. Exige dedicación, mística, creatividad, coherencia e identificación. Se ve ampliamente reflejado en una actuación con elevadas e inequívocas condiciones de fidelidad y honestidad.
Incluye las ineludibles pericias emocionales —encaminadas a establecer una óptima convivencia con sus pares, clientes y superiores— como la empatía, la tolerancia, la capacidad para superar situaciones de frustración, el autocontrol emocional, el temperamento, la buena relación interpersonal, el próspero trabajo en equipo, el arte de negociar escenarios de conflicto, la adaptabilidad y la resiliencia. Éstos son unos cuantos de los innumerables puntos a observar en quien espera obrar con genuino “profesionalismo”.
Para los destacados investigadores, escritores y catedráticos cubanos Maribel Asín Cala y Daniel Fuentes Almaguer, “es un proceso social mediante el cual se mejoran habilidades con el propósito de hacerlas más competitivas en su profesión u oficio”. Por lo tanto, involucra virtudes de excepcional valía enfocadas al incremento de los estándares de desempeño y talento.
Dentro de este contexto, concurre un estrecho e inequívoco lazo con la ética y las normas que definen a un profesional sin distinción de su jerarquía, actividad o del tamaño de la compañía. Es un punto central de partida en el quehacer corporativo; no está sujeto a transacción, ni condicionado a un manual o código; debe entenderse como una fortaleza en el ejercicio de cualquier función.
Una vez más hago hincapié de lo expuesto con reincidencia a mis alumnos: rehuyamos concebir la ética con rigidez, inflexibilidad y apego reglamentario y, por lo tanto, como una materia que trunca la prosperidad en el mundo de los negocios. Todo lo contrario: se puede proceder con honestidad, transparencia, decencia y alcanzar el ansiado éxito. Son objetivos complementarios que generan confianza, realzan la imagen y crean valor agregado.
Otra pieza de sustancial connotación es la etiqueta social, que demanda una postura tolerante, respetuosa y afable, con la finalidad de garantizar una interacción igualitaria e inclusiva con las personas. Conviene anotar aspectos tan básicos destinados a presentar un profesional con una correcta vestimenta y apariencia, imagen personal, lenguaje corporal, positiva actitud, espíritu de cooperación y excelso entendimiento.
En tal sentido, detengámonos a evaluar la inmensa preponderancia de los modales, la cortesía y, especialmente, sus repercusiones en la armónica coexistencia y el bienestar psicológico. Está reflejada en la atención ofrecida a las diversas audiencias, en una elemental llamada telefónica o en las diarias maneras de comportamiento. La urbanidad adquiere visible compatibilidad debido a su rol significativo orientador de la conducta social.
Es imperativo moldear hombres y mujeres poseedores de esmeradas condiciones que aseguren su interiorización. Ello demanda, entre múltiples variantes, docentes que constituyan un ejemplo, empresas que exijan perfiles integrales y jefes con condiciones de líderes aptos para representar el “identikit” anhelado. No siempre es posible este propósito en un medio lacerado por una aguda crisis moral que involucra principios cívicos, aptitudes blandas y sentido de pertenencia.
Su diligencia facilita vencer determinados y reiterados obstáculos en ocasiones fuertemente arraigados en la cultura de las organizaciones: ausencia de liderazgo, usanzas autoritarias, pobres relaciones humanas, deficiente trabajo en grupo, falta de cohesión interpersonal, desconfianza recíproca, exigua autocrítica, inadaptabilidad ante los cambios, defectuosos mecanismos de comunicación, desmotivación y frustración general, reprochable atención al cliente, etc.
Sin embargo, el “profesionalismo” incluso se encuentra ausente en abundantes ejecutivos de altas jerarquías del sector público o privado. Su carencia puede generar engorrosas e irreversibles repercusiones en el prestigio personal e institucional y, por cierto, en el clima interno como resultado de sus probados desenlaces en la credibilidad, productividad y reputación. Rehuyamos restarle envergadura a las problemáticas secuelas que conlleva su desatención.
Debemos alcanzar el “profesionalismo” como expresión de crecimiento, evolución y satisfacción. Nuestro desempeño pondrá de manifiesto condiciones tan requeridas, en los momentos presentes, para incitar idóneas prácticas laborales y, en consecuencia, un desenvolvimiento asertivo. Recordemos la pertinente aseveración del filósofo, abogado y político inglés Francis Bacon “Las conductas, como las enfermedades, se contagian de unos a otros”.
(*) Docente, comunicador y consultor en protocolo, ceremonial, etiqueta social y relaciones públicas. http://wperezruiz.blogspot.com/