Voto por Humala, un paso adelante

Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe y Marcela Valencia Tsuchiya
 
Son verosímiles e inevitables las conexiones de Ollanta Humala con determinados capitales. La diferencia es que con Humala han salido elegidos congresistas como Javier Diez Canseco que no se casan con nadie. A Humala y a Diez Canseco los apoyan sujetos y colectivos que tampoco se van a quedar callados. Por el contrario, reclamaremos a voz en cuello y si es necesario mediante la desobediencia civil el cumplimiento de ciertos compromisos contraídos por nuestros candidatos con el aval del voto popular.

 

Votar por Humala en la segunda vuelta es un paso adelante. Votar viciado o en blanco significa favorecer a la ultraderecha y a su modelo económico neofeudalista, insostenible en el mediano plazo. Si sucede un desastre natural de grandes proporciones, dicho modelo insostenible en el corto plazo, pero la doble nacionalidad y el doble rasero garantizan a los vicarios del imperialismo el escape al país madrastra.

Lo que el neoconservadorismo quiere es una nación sumisa, dispuesta a morir de angustia, por falta de atención médica, error médico o por todo lo anterior mientras paga las cuotas mensuales de una hipoteca, un carro, un préstamo o una operación quirúrgica. Y, lógicamente, ellos manejan las tasas de interés que usted y nosotros pagamos. Vivimos en Estados Unidos desde hace quince años, nos sabemos el rosario de memoria. No se engañe usted ni engañe a los demás. Si nos equivocamos, seguiremos luchando, aprendiendo. Si acertamos, podemos variar el curso de la historia sin que nos cocinen a misilazos.

Déjenos ponerle unos ejemplos elocuentes. Aquí, en Estados Unidos, según un informe de la Radio Pública Nacional —que los republicanos fundamentalistas desean cerrar—, uno de cada tres pacientes hospitalizados sufre complicaciones debidas a errores médicos. Tales complicaciones causan decenas de miles de muertes anualmente. Aquí, en la tierra de los valientes y la libertad, una cantidad vergonzosa de niños y adolescentes se suicidan por causas remediables pero el gobierno reduce la cantidad de profesores y psicólogos en los colegios nacionales, y el sistema mantiene en el desempleo a trece millones de americanos.
Aquí, en el país de las oportunidades, los controladores aéreos se quedan dormidos en las torres de los aeropuertos por falta crónica de personal. Los médicos residentes son sometidos a turnos tan largos y seguidos que redundan en errores mortales para los pacientes.

El gobierno, aduciendo mentiras, desata una guerra que causa cientos de miles de muertos en Irak, ocupa Afganistán tratando de derrotar a sus antiguos socios, los talibanes, y de matar a su antiguo camarada, Osama bin Laden, mientras la producción de heroína sigue floreciendo. Con la excusa de proteger vidas civiles, la Casa Blanca contribuye a desencadenar una matanza en Libia, el país más próspero del norte de África.

Y ahora, en el Perú, el gobierno estadounidense y sus vicarios pretenden dirigir nuestra voluntad electoral para que sigamos formando un eje con Colombia y Chile: dos narcopaíses jefaturados por las fuerzas armadas de Chile. Lindo ejemplo de dignidad para nuestros hijos. Y mire usted: hemos vivido en Arica y en Tacna, leemos a Neruda, durante un año le hemos dado posada a un refugiado chileno del golpe de Pinochet en nuestra casita de Perú. Del golpe aquel que intelectuales baratos como Vargas Llosa llamaron el "pecado original" del reino de la abundancia ideado desde Chicago.

En términos americanos, Vargas Llosa es un perdedor absoluto porque la Academia Sueca le regaló su primer millón de dólares en plena ancianidad. En términos morales, la Academia Sueca le dio el Nóbel de literatura poco después de otorgárselo a Barack Obama, el premio Nóbel de la Paz que más muertes ha causado hasta ahora.
Evidentemente, Humala no le va a declarar la guerra a Chile. Gobernará, si lo elegimos, dentro del cauce de lo posible.

El imperialismo ha llegado a tal grado de irracionalidad que hemos de tratarlo y negociar con él como si fuese un Polifemo enloquecido, ciego ya del único ojo que lo vinculaba a la realidad. Intentar vencerlo por la fuerza implica un holocausto. Colaborar con sus disidentes y con sus sectores empresariales, laborales, políticos y militares —inclusive chilenos— relativamente sanos constituye el único camino transitable. Salvo que usted me señale otro.

En lo peor de su decadencia y estulticia, al imperio otomano se le llamaba el Hombre Enfermo de Europa. Reemplace imperio otomano por imperialismo actual y Europa por planeta, y conviva con el Hombre Enfermo. A ver si puede. En eso consistirá el gobierno de Humala y, por ahora, nuestro futuro.