Perú: el Keikismo

Por Gustavo Espinoza M. (*)

Diversas interpretaciones de orden sociológico podrían hacerse para entender el fenómeno surgido en el Perú en el marco de las elecciones nacionales 2011 y que se ha dado en llamar “el Keikismo”, una suerte de adhesión casi incondicional e irreflexiva a la candidatura presidencial de Keiko Fujimori, connotada expresión de una Mafia que ha hecho inmenso daño a la sociedad peruana.

 

En verdad, el “Keikismo” ha asomado propiamente después del 10 de abril, cuando, conocidos los resultados de la “primera vuelta electoral”, se supo que en la segunda ronda se habrían de enfrentar  Keiko Fujimori y Ollanta Humala. Antes, por lo menos parte de esa ola, vino encubierta tras un mensaje más bien frívolo: “los PPKausas”, seguidores de Pedro Pablo Kuczynski, derrotado en la primera ronda electoral
peruana.

A partir de entonces creció como una llama viva, en diversos segmentos de la
sociedad la idea de catapultar a la hija de Alberto Fujimori convirtiéndola en una suerte de símbolo de la “resistencia nacional ante el peligro del chavismo”,
supuestamente encarnado en el candidato de “Gana Perú”.

Por eso puede afirmarse que el “Keikismo” no es propiamente un fenómeno natural, sino mas bien una creación artificialmente montada y construida por determinados medios de comunicación y por algunos definidos núcleos de la sociedad, que han pretendido otorgarle una connotación ideo política a su propio miedo. Tiene, por cierto, una base social. Y es la consecuencia de un proceso concreto, pero está muy lejos de interpretar el sentimiento nacional. Por eso puede afirmarse con certeza que no alcanzará la victoria el 5 de junio a través de procedimientos lícitos y normales. Sólo podrá erguirse en el caso que sea capaz de torcer la voluntad ciudadana mediante procedimientos perversos que hoy la mayoría ciudadana ha denunciado y repudiado expresamente.

Por lo pronto, puede asegurarse que es la consecuencia de un desarrollo social
deformado, ocurrido en nuestro país  en los últimos veinte años y signado por el imperio de la violencia y la corrupción. Imaginamos que un proceso similar está ocurriendo también en Italia y en algunos otros escenarios de nuestro tiempo porque expresa de un modo confuso y extremadamente perverso la descomposición de la sociedad contemporánea.

En nuestro país el Keikismo asoma apuntalado en tres campos más o menos claros: un ciertamente numeroso segmento pauperizado de la sociedad formalmente integrado por personas muy pobres, carentes de oficio y función  y afectadas duramente por la crisis. Forman parte de lo que los expertos llaman el segmento “E” de la sociedad, aunque por cierto éste no necesariamente comparte esa opción de modo mayoritario. En él, sin embargo, el Keikismo tiene cierta fuerza y se vale de ella para mostrar una “imagen popular” que no corresponde en lo más mínimo al sentido general de su política.

Este segmento “E” existió siempre en la sociedad peruana, pero curiosamente fue alimentado bajo el régimen de Alberto Fujimori en la última década del siglo pasado, cuando el Perú, extenuado por la crisis, fue virtualmente capturado y sometido por los organismos financieros internacionales que le impusieron el “modelo” neo liberal de dominación capitalista. Gracias a él, el régimen interrumpió el proceso de industrialización en marcha, y quebró la estructura productiva del país. Fueron desmanteladas o vendidas las empresas públicas, y destruido brutalmente el sector estatal de la economía, lo que dejó a miles de personas en la calle. Como consecuencia del mismo fenómeno, muchas de las empresas privadas —del sector metal mecánica, textil y otros— también quebraron lanzando a la desocupación a significativos sectores del proletariado industrial entonces emergente.

Alrededor de un millón de peruanos se vio afectado por este fenómeno y debió cambiar su modo de vida. Imposibilitado de conseguir empleo, en unos casos optó  por crear su propio puesto de trabajo —trabajando, por ejemplo como taxista— o se asimiló a segmentos sociales emergentes: comercio y servicios.

Creció así como espuma el comercio informal y la actividad dependiente, que no siempre pudo capturar al total de la mano de obra desproletarizada, y dejó más bien a un sector de la sociedad virtualmente en la marginación y el desamparo. A este segmento llegó el fujimorismo en su momento. Pero no lo hizo para recuperarlo como fuerza productiva, sino para afirmar su condición menesterosa y envilecerlo.

Como ocurrió en las sociedad europeas anteriores a la II Guerra Mundial, este
segmento fue convertido por la clase dominante en una suerte de “fuerza de choque” que, por un lado, agredió al proletariado golpeado desacreditando sus luchas; y por otro, se convirtió en el sostén de un régimen que le soltó mendrugos.

Es conocida la definición del lumpen del proletariado y a su papel en la historia.
Se designa así “a la población situada socialmente por debajo del proletariado,
desde el punto de vista de sus condiciones de trabajo y de vida, formado por los elementos degradados, desclasados y no organizados del proletariado urbano, así como aquella parte de la población que para su subsistencia desarrolla actividades al margen de la legalidad o en la marginación social”.

Esta población, expulsada a la mala del mercado laboral, nunca pudo obtener un puesto de trabajo ni alcanzar la “Moral de Productores”, de la que nos hablara Mariategui. Por el contrario, fue “educada” por el fujimorismo en términos de la mayor dependencia. Su política “clientelista” le permitió no sólo “usar” a este sector social, sino también descomponerlo y degradarlo aún más. Lo hizo vegetar parasitariamente, ganándose el pan con  actividades ocasionales y de servicio, viviendo —como se decía entonces— “de lo que haya, hermano”. Y lo que “había”, era las más de las veces, perverso y degradante.

Si bien muchos reaccionaron a esa política y lucharon por enfrentarla, hubo quienes se “acomodaron” a ella y se sometieron dócilmente a sus requerimientos. En otras palabras, se convirtieron en simples “desclasados”, que abandonaron ideales y principio. Hoy, son la base social del Keikismo. Creen a pie juntillas en los psicosociales creados por la Mafia y repiten sin rubor que “perderán todo”, si gana Ollanta Humala el 5 de junio.

A este segmento se suman dos núcleos adicionales: los jóvenes -muy jóvenes- que no vivieron en la sociedad de entonces y se formaron respecto a ella en el “mensaje” que le trasmitieron los mismo medios ligados por esencia a la clase dominante y que buscan afirmar en la conciencia de la nueva generación dos conceptos que hoy se repiten como si respondieran a la verdad.

Dicen, en efecto, que “por encima de sus errores” —que dicho sea de paso, ”todos tienen”— el fujimorismo “nos sacó de la crisis económica en la que nos dejara el primer gobierno de García”, y, “derrotó al terrorismo”.

Fujimori “sacó” al país de la crisis, más o menos del mismo modo cómo Adolfo Hitler  sacó de la crisis a Alemania en los años 30 del siglo pasado. Sólo que no recurrió a las fábricas de armas para tener mano de obra ocupada, sino que usó esa “mano de obra” para sus programas clientelistas afirmando la sujeción, la dependencia y el servilismo en un amplio sector social que aun hoy le sirve de sustento. Envileció a una buena parte de la población degradándola moral y materialmente

Y no “terminó con el terrorismo”, como se dice. Simplemente ocurrió que el Estado dejó de hacer actos terroristas que antes hacía, atribuyéndolos a Sendero Luminoso.

Los atentados con explosivos y bombas, la ejecución ilegal de personas, los llamados “Paros Armados”, la voladura de torres de alta tensión;  que eran frecuentemente hechas por efectivos de la instituciones armadas cumpliendo “planes operativos” de su Comando adjudicándolas a SL; dejaron de hacerse, con lo cual “las acciones terroristas” cesaron en el país. Y eso ocurrió porque ellas ya no fueron necesarias.

Respondieron a una determinada etapa de la implementación del “modelo”, cuando el Estado necesitaba levantar un “cuco” —el terrorismo—. A fin de justificar una represión generalizada, quebrar la resistencia popular a su programa fondomonetarista y perpetuar su dominio.

Para eso inventó leyendas que hoy lucen desopilantes al común de los peruanos, como aquella del “equilibrio estratégico” en un escenario en el que los terroristas “rodeaban las ciudades” y estaban a punto de “tomar el Poder”. De ese imaginario —y espeluznante— “peligro” salvó al Perú el chinito de la yuca. Los incautos que creen en ese cuento, constituyen, por ignorancia y necedad, un segundo núcleo definido del “Keikismo”

Pero es “la Clase Dominante” y sus expresiones concretas la que forma el tercer segmento del “Keikismo”. Está obcecadamente empeñada en perpetuar el “modelo” neoliberal impuesto por el Fondo Monetario. Siente verdadero pánico ante la sola posibilidad de que esto cambie. Sus intereses, y los del Gran Capital, están en juego.

Por eso pone en acción todos sus recursos. El diario “El Comercio” —“la versión peruana de “El Mercurio”—, cadenas de televisión y radio, las grandes empresas, la poderosa banca, el sistema financiero. Todo, amenaza “colapsar” en el caso de la quiebra del “modelo”. Para asegurar la aplicación de esos “planes” está ciertamente el Presidente García y los Servicios Secretos del Estado que, como en los años de la Mafia, despiden periodistas, bloquean informaciones, discriminan noticias y alientan ofensivas publicitarias para confundir a la ciudadanía y desalentar cualquier resistencia a su omnímoda voluntad.     

El Keikismo, entonces, es, en las condiciones de hoy, una herramienta contra el pueblo. Hay que derrotarlo con la más amplia unidad, pero también con una política flexible, ágil, dirigida a la inteligencia ciudadana y que sea capaz de ganar la confianza de millones. Y todo eso, es posible.

(*) Del Colectivo de Dirección de Nuestra Bandera / http://nuestrabandera.lamula.cu