Caviar o huevera
Por Alejandro Sánchez-Aizcorbe
El odio no ayuda. Me dice usted que soy caviar, ese término que se usa para discriminar a los pitucos o futres de izquierda. Me gusta el caviar pero prefiero la huevera frita, bien comida con su limón y su rocoto en el mercado del Callao.
Soy ex alumno del subteniente Falla: he buceado en el Mar de Grau desde que era limpio hasta hoy mismo, cuando en el Primer Mundo se recomienda no comer el pescado que se consume en Perú y Chile por los niveles de Guardar mercurio que contiene (el mercurio embrutece a quienes lo ingieren); buceo en el Mar de Grau hasta hoy mismo, cuando en días de marejada el agua se vuelve tan oscura que no se ve la propia mano a partir de los tres metros de profundidad (es el sedimento de basura y petróleo que se levanta del lecho). ¿Un cevichito con pisco italiano, dude? Cool!
Aquel que produce lo que ni él ni los otros pueden comer, puesto que si lo comen se envenenan, es el verdadero perro del hortelano. Reescriba usted su artículo, señor García Pérez, y publíquelo en El Comercio, el diario familiar.
Buceo en el Mar de Grau hasta hoy mismo, cuando el comandante general de la Marina, en vez de decir que va a cuidar a los pescadores peruanos, afirma que va a patrullar el Titicaca. ¿Evo Morales nos va a invadir con sus collas armados hasta los dientes?
He entrevistado a Jacques Cousteau a bordo del Calypso, en Iquitos, cuando todavía pensábamos que se podía salvar la Amazonía, último gran pulmón del planeta. Déle, déle a la motosierra a ver qué dicen sus hijos y los hijos de sus hijos; a ver qué respiran. He trabajado tres años para el Dominical de El Comercio, cuando algunos de sus propietarios todavía tenían un poco de sangre en la cara para mostrar vergüenza.
He disfrutado de todos los lujos y sensualidades del poder. De muchacho he vendido marihuana y regalado cocaína. Estuve preso por trotskista. Mi vida es una aventura fascinante, peligrosa y por momentos, como ahora, agradable, casi didáctica. Pero jamás aceptaré que mi país figure en los catálogos de turismo de drogas, de tráfico de órganos, mujeres y niños. Jamás aceptaré ver, como veo ahora, que las peñas de mis playas estén despobladas de vida pues de ella dependen billones de vidas.
Junto con Julio Ramón Ribeyro y muchos otros artistas e intelectuales peruanos (varios sanmarquinos), antes que Abimael Guzmán fuera capturado, firmé y distribuí a la prensa peruana e internacional un pronunciamiento de condena a Sendero Luminoso. Recibí amenazas de muerte, reventó una bomba en la esquina de la Alianza Francesa, donde trabajaba, pero seguí montando mi bicicleta de Jesús María a Miraflores, todos los días, y paseando a mis doberman, Luna y Cirano, por el Campo de Marte, en bicicleta (soy un antecesor de Dog Whisperer).
He sido director de Andina, Agencia Peruana de Noticias, entre 1994 y 1996. Respondíamos a Santiago Fujimori. Formé parte de un movimiento cívico-militar que intentó penetrar en el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) para explicarse la conducta cada día más errática de Alberto Fujimori, por quien voté en 1990, cuyo autogolpe desgraciadamente apoyé, y a quien serví como director de Andina en su inconstitucional reelección. La chapa que en esos días yo mismo me puse fue Maxwell Smart, célebre personaje de Mel Brooks. Demás está decirle que nos echaron a todos a la calle, pero aun así me las arreglé para reestablecer el P.E.N Club del Perú, y escribir algunos libros más de cuyo valor dudo todas las mañanas. Me pesa en la conciencia saber que una de las camionetas usadas en la matanza de Barrios Altos estaba asignada a Santiago Fujimori.
Habiendo sido mi padre diplomático y operador de espionaje en Ecuador, cuando se desató la guerra del Cenepa se me despertó el trauma patriótico, tomé el avión a Tumbes con dos corresponsales de guerra de Andina, y nos fuimos a las trincheras del cuartel del Papayal. Esa misma tarde, se dio la orden de que las mujeres y los niños y familiares de los oficiales regresaran a la ciudad de Tumbes porque nuestro ejército iba a avanzar. No avanzó. Regresé a Lima y le pedí a Carlos Orellana, secretario de prensa de Fujimori, que me habilitara para ir a la Cordillera del Cóndor, donde se sacrificaban nuestros valientes en las peores condiciones imaginables, sin el equipo adecuado, en pantalones cortos, y nuestros pilotos eran enviados a una muerte segura pues el SIN servía para espiar a peruanos y eventualmente asesinarlos. No me dieron el permiso para ir al frente de batalla porque, como le estoy contando ahora esto a usted, habría dicho la verdad, tarde o temprano. Todo se sabe.
Votaremos por Humala porque su gobierno implica una posibilidad de empezar a construir una alternativa de desarrollo sustentable, negada en el caso de Keiko Fujimori y su banda de delincuentes y sicarios.
Ah, me olvidaba, perdóneme la broma, pero el caviar es para los que les gustan los huevos del pescado.