Por qué no consumir transgenicos
Por Walter Navarro M.
El rechazo al D.S. 003-2011, publicado el pasado 15 de febrero en plena Semana Santa, a iniciativa del Ministerio de Agricultura se masifica. Diversos gremios agrarios así como especialistas exigen su derogatoria. Advierten que el decreto “ha sido impuesto por gestión de funcionarios y asesores del Ministerio de Agricultura directamente interesados en el negocio de las semillas transgénicas”.
La tecnología transgénica
Los organismos modificados genéticamente (OMG) se obtienen mediante ingeniería genética, que permite crear plantas, animales y microorganismos manipulando sus genes. La tecnología transgénica no es una simple prolongación de la mejora vegetal por la agricultura tradicional, que permite franquear las barreras entre especies, crea seres vivos que no podrían obtenerse naturalmente o con las técnicas tradicionales de mejora genética.
La mayor parte de la superficie cultivada con transgénicos la ocupan la soja, el maiz y el algodón (Argentina, Brasil, Paraguay, India y China). Estos cultivos están destinados a alimentación animal y exportación de fibra textil a los países ricos, no a alimentación humana. Por lo tanto, ninguno de los cultivos tiene relación directa con el alivio del hambre.
A pesar de la propaganda sobre multitud de funcionalidades, las variedades comerciales incorporan tan sólo dos características: la resistencia a insectos plaga y/o la tolerancia a un herbicida determinado. Un 81% de la superficie de OMG cultivada en el mundo son plantas resistentes a herbicidas. En el Peru se mercadean 548 productos químicos para el control de plagas, de éstos el 90 por ciento de los plaguicidas vertidos son producidos en países industrializados. El 80 por ciento de su comercialización está en poder de 24 empresas transnacionales, de las cuales Bayer, Ciba Geigy, ICI, Monsanto y Shell controlan la mitad de la venta. Muchos de los plaguicidas que importamos han sido vetados en los mercados desarrollados por ser negativos al ambiente y la salud, según la Organización Mundial de la Salud (OMS) que ha certificado el millonario negocio de plaguicidas nocivos.
Aspectos negativos
No hay ninguna prueba de que los transgénicos hayan contribuido a los Objetivos de Desarrollo del Milenio. Por el contrario, resulta más creíble pensar que este modelo de agricultura industrial que promueve los transgénicos (y lideran unas pocas multinacionales) está suponiendo un obstáculo para su cumplimiento.
A lo largo de 12.000 años de agricultura, se manejaron unas 7.000 especies de plantas y varios miles de animales para la alimentación, pero hoy, según datos del Convenio sobre Diversidad Biológica, sólo quince variedades de cultivos y ocho de animales representan el 90% de nuestra alimentación. Según datos de la FAO, un 75% de las variedades agrícolas han desaparecido a lo largo del último siglo.
Esta pérdida de agrodiversidad tiene consecuencias ecológicas y culturales e implica la desaparición de sabores, principios nutritivos y conocimientos gastronómicos. Amenaza nuestra seguridad alimentaria que depende de unos pocos cultivos y ganado. El saber campesino fue mejorando las variedades, adaptándolas a las condiciones agroecológicas a partir de prácticas tradicionales, como la selección de semillas y los cruces para desarrollar cultivos.
La agricultura industrial e intensiva, con la Revolución Verde, en los sesenta, apostó por unos pocos cultivos comerciales, variedades uniformes, con una estrecha base genética y adaptadas a las necesidades del mercado (cosechas con maquinaria pesada, preservación artificial y transporte de largas distancias, uniformización en el sabor y en la apariencia). Políticas que impusieron semillas industriales con el pretexto de aumentar su rentabilidad y producción, desacreditando las semillas campesinas y privatizando su uso.
La privatización de las semillas
Asimismo se han ido emitiendo patentes sobre una gran diversidad de semillas, plantas, animales, etc., erosionando el derecho campesino a mantener sus propias semillas y amenazando medios de subsistencia y tradiciones. Mediante estos sistemas, las empresas se han adueñado de organismos vivos y, a través de la firma de contratos, el campesinado depende de la compra anual de semillas, sin posibilidad de guardarlas después de la cosecha, plantarlas y/o venderlas la siguiente temporada. Las semillas, bien común, patrimonio de la humanidad, han sido privatizadas, patentadas y, en definitiva, “secuestradas”. En EE.UU. Monsanto aprovecha estas semillas patentadas para reclamar millones de dólares a agricultores estadounidenses que cometen el “crimen” de guardarlas. Cada año deben comprar nuevas.
El mercado mundial de semillas está monopolizado y sólo diez empresas controlan el 70%. Nuestras agriculturas amenazadas por industrias que controlan nuestras semillas por todos los medios posibles. El resultado de esta guerra será determinante para el futuro de la humanidad, porque de las semillas dependemos todos.
En el Perú es un problema serio. En el sector agropecuario se ubica el 31 por ciento en situación económicamente activa y se concentra el 50 por ciento en extrema pobreza. Según estudios del ministerio de Trabajo hay 3.5 millones ocupados en el agricultura. Las exportaciones peruanas se basan en productos no transgénicos y somos líderes en la exportación de productos orgánicos como el cacao, café, platano, castaña, camucamu, etc., que benefician a miles de pequeños productores como señala la Asociación de Exportadores al rechazar el uso de transgénicos.
Está demostrado que es imposible la coexistencia entre cultivos OMG y ecológicos o convencionales. Los numerosos casos a lo largo de la cadena alimentaria, desde las semillas hasta el producto final, evidencian que la contaminación transgénica es inevitable. La de las semillas que puede alcanzar grandes proporciones en poco tiempo, como en EE UU, es de especial gravedad por ser irreversible. No hay marcha atrás, es necesaria la retirada del mercado de los OMG por aplicación irrenunciable del principio de precaución.
El Principio de Precaución o prospectiva
Presupone la identificación de los posibles efectos negativos resultantes de un fenómeno, producto o procedimiento, y la evaluación del riesgo por la insuficiencia de los datos o porque la naturaleza de los mismos hace imposible una conclusión acerca del riesgo. Si éste es planteado como posibilidad, la ciencia se encargará de probar si existe pues se juega la vida de los seres humanos. Cómo normar este principio es el eje de las decisiones para la legislación y el análisis ético. El riesgo debe ser calculado, valorado, manejado y comunicado y nunca ignorado como pretenden grupos de poder que buscan enriquecerse con la agrobiotecnología.
La ingeniería genética en la agricultura no es una simple herramienta de producción. El debate sobre los cultivos OMG va mucho más allá de la mera aplicación de una tecnología nueva, plantea cuestiones éticas que la sociedad no puede eludir. Los conocimientos científicos son insuficientes para predecir las consecuencias de la manipulación del nuevo organismo en el que se han introducido genes extraños (frecuentemente desregulados en su nuevo entorno), ni su evolución e interacción con otros seres vivos una vez liberado un OMG al medio ambiente. Según la Comisión Europea, “el proceso de creación de organismos modificados genéticamente está rodeado de incertidumbres, que pueden dar lugar a multitud de efectos imprevistos”. Se trata de una tecnología con alto nivel de imprecisión cuyos efectos son impredecibles a corto como a largo plazo.
Muchas veces el periodismo no logra entender ni transmitir lo que la investigación acerca de los transgénicos realmente significa. Se genera confusión entre ciudadanos y consumidores sobre beneficios y riesgos de las biotecnologías. Reciben informaciones parciales que no pueden contrastar. Para bien o para mal nos vemos llevados a un escenario que nadie comprende del todo pero que hace sentir por sus efectos peligrosos.
La soberanía alimentaria, paradigma alternativo
El agrobusiness se orienta al beneficio económico que se antepone a las necesidades alimentarias y al respeto a la vida y al medio ambiente. Frente a este modelo el paradigma alternativo es la
soberanía alimentaria. Se necesitan enfoques agrícolas sostenibles, que el gobierno y los especialistas dediquen energías y recursos a desarrollar tecnologías y políticas compatibles con la protección del medio ambiente, una producción segura y de calidad y un reparto justo entre todos los peruanos. La soberanía alimentaria implica devolver el control de los bienes naturales, tierra, agua, semillas, a las comunidades. Luchar contra la privatización de la vida. Por nuestros antepasados nos merecemos mucho más.