¿Una izquierda civilizada?
Mario Vargas Llosa / 1993
Después de lo ocurrido en estos últimos años en el mundo y en propio continente ¿sigue la izquierda en América Latina inmovilizada en la ideología, los dogmas y estereotipos del pasado o comienza a ser moderna?
Para averiguarlo, asistí a la conferencia que acaba de celebrarse en la Universidad de Princeton, organizada por el ensayista mexicano Jorge Castañeda, en la que participaron: dos ex dirigentes guerrilleros, el colombiano Antonio Navarro Wolf (del M-19) y el salvadoreño Rubén Zamora (de Convergencia Democrática) ; Luís Inacio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, de Brasil; el mexicano Cuauhtémoc Cárdenas , del PRD (Partido de la Revolución Democrática); el secretario general del Partido Socialista de Chile, Luís Maira, y el venezolano Pablo Medina, fundador de Causa Radical, que acaba de ganar la alcaldía de Caracas.
En cierta forma, que estos seis personajes estén aquí, en una de las universidades más prestigiosas del “imperio”, ya es un cambio, como lo es el que tres de ellos no tengan reparo en hablar en inglés, `rescindiendo de los intérpretes. No hace mucho, a un dirigente de izquierda estas cosas lo descalificaban. Ahora, lo legitiman y le acuñan una imagen de político moderno. Todos se muestran resueltos partidarios de la democracia, de las elecciones y el pluralismo, la palabra “revolución” no asoma en su vocabulario y todos hacen denodados esfuerzos para no hablar de Cuba, y en todo caso, para no ser identificados con ella. En una de las sesiones, cuatro veces insistió el moderador James Le Moyne en que dijeran su opinión sobre el caso cubano y las cuatro obtuvo un mutismo pertinaz. Cuando acorraló a Navarro Wolff, éste, con visible embarazo, reconoció que “Cuba era un tema dificil”. Explicó que, cuando el M-19 estaba alzado, recibió una ayuda constante y generosa de Fidel; él mismo tenía una prótesis cubana, y no podía olvidarlo. Terminó haciendo votos porque hubiera más democracia en la isla. Pero en las cuatro sesiones a las que asistí a ninguno de los seis oí pedir que se levantara el embargo y este tema fue aludido una sola vez, por Lula, quien se sorprendió de los gobiernos que apoyan “sanciones económicas contra Cuba no las acordaran también contra la dictadura peruana”. (En la última sesión, en la que no estuve presente, Lula y Cárdenas, respondieron preguntas del público, se pronunciaron contra el embargo.)
Creo que sobre el tema de la democracia política hay , en los seis, aunque en algunos de manera más categórica que en otros, un reconocimiento de la importancia de estas instituciones y valores que buena parte de la izquierda llamaba antes, con desdén, “formales”. Luís Maira lo precisó: la dictadura de Pinochet hizo comprender a los socialistas chilenos cómo, sin legalidad y convivencia, los derechos humanos son pisoteados y la violencia devasta a la sociedad. Rubén Zamaro fue todavía mas claro —y más ingenioso— en la autocrítica. “Antes la derecha quería que el Salvador fuera una tortilla cocinándose de un solo lado y, nosotros, queríamos darle la vuelta para que se cocinara por el otro. Ahora hemos comprendido que hay que cocinar una nueva tortilla, para todos los salvadoreños.”
De las intervenciones sobre este asunto, la que me pareció más convincente fue la de Cuauhtémoc Cárdenas. Él no es un político que quiera hacerse simpático; tiene un aire adusto, una manera parca y puntillosa cortesía poco electorales (sobre todo, si se le compara con la exhuberancia campechana y ditirámbica de un Lula). Sin embargo, cuando pormenorizó las consecuencias del monolitismo político ha traído a su país, los abusos, los negociados, injustitas, crímenes, resultantes de una democracia que permita el pluralismo, la esencia en el gobierno, y afirmó que no hay desarrollo ni justicia sin libertad —sin prensa independiente, elecciones limpias e instituciones representativas— impresionó a todos como alguien que dice lo que piensa, un demócrata a carta cabal.
Las ideas económicas del ingeniero Cárdenas, en cambio, van a remolque de sus convicciones políticas. Sus reproches al gobierno de Salinas de Gortari por su política de privatización y apertura de la economía tienen un retintín muy anticuado y peligrosamente nacionalista. Las privatizaciones, asegura, no se han hecho de manera transparente, mediante licitaciones; han sido asignaciones que encubrieron pingües chanchullos y convirtieron en poderosos capitalistas a muchos funcionarios.
Además, la privatización y la apertura de la economía “ponen en peligro la soberanía de México”. El líder del pRD no ha advertido que la “soberanía” de un país no precede sino más bien sigue a su prosperidad económica —que nace de ella—, pues, si un país es pobre y atrasado, su soberanía es una ficción, aunque en el papel aparezca que todas sus empresas son nacionales. Y, precisamente, es la internacionalización de la economía, la creación de mercados mundiales en los que cada país puede hacer valer sus ventajas comparativas, lo que permite a los países pobres salir de la pobreza y alcanzar esa soberanía que nunca tuvieron mientras fueron débiles.
Resistir a la globalización, proponer el nacionalismo económico, es condenar a una sociedad a retroceder a una suerte de prehistoria. Esto lo explicó muy bien Rubén Zamora, muchas de cuyas afirmaciones, debo reconocer, me sorprendieron en boca de un hombre de izquierda latinoamericano. Espero no estropearle con este elogio su carrera política, pero el me pareció llevarles una buena delantera a sus compañeros en este dominio. No se trata, dijo, de “elegir o rechazar la globalización. Se trata de globalizarnos nosotros mismos, y sacra ventaja de ello, o de nos globalicen contra nuestros deseos, y desaprovechar una oportunidad “ .En las comunicaciones, en la genética, en la automatización, añadió, el progreso ha sido tan extraordinario que ha pulverizado las fronteras que mantenía separadas de manera rígida a las economías de diferentes países. Desarrollarse es modernizarse y modernizarse es integrar la economía de una nación en la trama del mundo.
Ni Cuauhtémoc Cárdenas ni sus colegas, postulan un retorno a la política de socialización de la economía, viejo dogma de izquierda. Unos con más entusiasmo y otros menos, todos aceptan el rol de la empresa privada y de la inversión extranjera, y señalan, a lo más, la necesidad de conservar en manos del Estado ciertas “industrias estratégicas” (Lula, por ejemplo, no privatizaría Petrobrás) o, como dijo Navarro Wolf, de una “cierta intervención” estatal en la vida económica.
Pero es saludable comprobar que, aunque no todos lo reconozcan de manera explícita, ninguno de lo seis cree ya que nacionalizar empresas, expropiar tierras y colectivizarlas sea receta para alcanzar el desarrollo y la justicia social.
Luís Maira lo afirmo con claridad : “La izquierda chilena ya no cree en estatismo”.
El secretario general del Partido Socialista de Chile tuvo el papel más difícil entre los seis expositores de la Conferencia de Princeton: demostrar que su partido, peza clave de un gobierno cuya política económica es la mas liberal que haya habido nunca en América Latina, y que ha creado una de las sociedades capitalistas mas abiertas en el mundo, es corresponsable de esta política y sigue siendo socialista.
Salió de esta cuadratura del círculo recurriendo a la ficción. Explico que el gobierno actual ha corregido el “capitalismo salvaje” y el “neoliberalismo” de la dictadura de Pinochet, introduciendo el principio de la solidaridad social, promoviendo la asistencia y velando porque el mercado no desapareciera sectores como
el de los productores de alimentos.
La imprecisión le permitió salir del paso, me temo, dejó una confusa idea en el auditorio sobre lo que de veras esta ocurriendo en Chile, algo que debería conocerse mejor, aquí, en Princeton, y en oras universidades norteamericanas donde la visión de América Latina se debe todavía mucho más al “realismo mágico” que a una percepción objetiva de la realidad contemporánea. El desarrollo de Chile en los últimos años no tiene precedentes en la historia de América Latina y ello se debe a la lucidez y buen tino del gobierno que preside Patricio Aylwin —y del que forma parte el Partido socialista de Maira—, que no sólo mantuvo, sino que profundizó la política económica liberal, de apoyo a la empresa privada, privatización de la economía, atracción de capitales extranjeros y, en una palabra, de inserción de Chile en el Mundo. En estos años, la intervención del Estado ha sido todavía menor en la vida económica de lo que fue en la época de los Chicago boys. Por eso Chile crece a un ritmo de 9% y 10% anual, tiene el desempleo más bajo del hemisferio y un millón de chilenos salieron de la pobreza crítica en los últimos cuatro años. El Partido Socialista chileno, actuando con una responsabilidad que su paso anterior por el poder no auguraba, ha hecho suya esta política y es, hoy, uno de los mas sólidos de la única democracia latinoamericana en la que funciona un capitalismo
moderno. Y tanto es así que el líder socialista Ricardo Lagos, precandidato presidencial de la Concertación, propone ir todavía mas lejos en la reforma liberal de su país, con la privatización del cobre.
Si hay un partido de izquierda que se ha “modernizado” en América latina es, pues, el de Luís Maira y hubiera sido útil que explicara a sus oyentes cómo y por qué ha ocurrido esa transformación, tan positiva para su país y tan buen ejemplo para los partidos congéneres de otros países. Pero un político tiene servidumbres y prudencias ineludibles, si no quiere abrirse flancos y perder posiciones en sus luchas internas, y eso le prohíbe muchas veces la coherencia. Supongo que por ese motivo se mostró tan hostil a las tesis sobre la “internacionalización”, y en contra del nacionalismo, que yo he estado desarrollando en artículos de El País y que fueron objeto de críticas en la última sesión, a la que no asistí. ¿Cómo puede oponerse a la internacionalización quien gobierna un país que más se ha beneficiado de ella en los últimos años? ¿Hubiera sido posible que Chile exporte hoy más al Asia que Estados Unidos si aquello no fuera una realidad? ¿Qué los inversores chilenos hayan podido comprar decenas de empresas industriales y financieras en Perú y Argentina en los últimos meses, no es una prueba irrefutable de la “internacionalización” y de las ventajas que ella trae a los países que saben aprovecharla?
Valiéndome de la pregunta que Popper recomienda para juzgar a un gobierno y a una política (¿qué daño puede llegar hacer?), mi conclusión es que la izquierda en América Latina —por lo menos la representada en la Conferencia de Princeton— es menos peligrosa que antaño. Menos ideológica, más pragmática y realista, y más democrática, aunque todavía sin mucha imaginación. Y, en cuestiones económicas, aún conservadora.
Sospecho que buena parte de los asistentes se sintieron defraudados con esos izquierdistas sudamericanos que hablan de pluralismo, elecciones limpias, parlamentos fiscalizadores, nuevos impuestos, en vez de vociferar contra el imperialismo yanqui. Menos mal que estaba allí Lula, quien, de cuando en cuando animaba la sesión, convirtiendo el auditorio en plazuela y hablando de “la democracia de los que ganan seis mil dólares al mes y la de los que ganan cien”.
Princeton es una linda universidad, con una biblioteca maravillosa, donde es un placer trabajar, pero llena de gente “políticamente correcta” que espera que, en estos tiempos de escasez, por lo menos los tercermundistas sigan siendo revolucionarios. El que no lo es, los decepciona. Yo, por ejemplo. Cada vez que abro la boca y opino, tengo la incómoda sensación de que crujen huesos de indignación a
mi alrededor y de que algunos colegas quisieran lincharme. Pero son gente educada en el arte difícil de la tolerancia y se contienen
Princeton, abril de 1993.
Extraído de: Desafíos a la Libertad 1994 PEISA
Cometario:
Este es uno de tantos artículos escritos por Vargas Llosa donde expresa sin dobleces lo que ve y lo que piensa y si bien no es dueño de la verdad siempre está muy cerca de ella. Creo que no puede existir un partido político que sea a la vez de corriente; liberal y socialista, pero creo que pueden ser elementos esenciales de una dinámica donde ésta no podría existir si se excluye una de ellas, como;
Luz/oscuridad, sonido/silencio, calor/frío, movimiento/quietud, vida/muerte, mente/cuerpo, masculino/femenino, individualidad/colectividad. El liberalismo pone el énfasis en la libertad individual y el socialismo en los derechos colectivos -sobre todo de los más débiles- .
En la actual coyuntura política peruana, y volviendo a Vargas Llosa, el artículo precedente escrito hace casi veinte años es absolutamente actual, su orientación es muy correcta, erró tal vez en menospreciar un poco a Lula, que diez años después llegaría a ser presidente de Brasil por dos periodos consecutivos, para dejar el mejor gobierno de este país en toda su historia, en manos de la ex guerrillera Dilma Rousseff.
Con respecto al Plan de Gobierno de Gana Perú, al cual confieso solo he dado una rápida lectura, tiene un diagnóstico respetable sin embargo algunas propuestas al decir de Mario Vargas Llosa sobre la izquierda “todavía sin mucha imaginación” *.
Pero generalizar ello sería un gran error, basta decir que el que dirige el proyecto privado actual mas interesante de desarrollo rural premiado por IPAE, Carlos Paredes Gonzales, fue militante de Vanguardia Revolucionaria, del Partido Unificado Mariateguista (PUM), de Izquierda Unida y candidato a la vicepresidencia de la República con Susana Villarán de posición izquierdista. Pienso que en alguna parte de la redacción de este Plan mas bien pusieron a algún “comando de lucha cuerpo a cuerpo en los mandos de un avión de combate”, error, al fin y al cabo, pero subsanable con una buena fe de erratas.
* Artículo de MVLL “¿UNA IZQUIERDA CIVILIZADA? “ 1993
Manuel Lazo
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