Votar por Humala
Por Ernesto de la Jara
Soy uno de los ciudadanos de este país, que ha tomado la decisión personal de votar por Humala, de decirlo abiertamente y de llamar a hacer lo mismo a todos quienes lucharon por la caída de la dictadura fujimorista en el 2000.
Sé que esta opción me enfrenta aún más a ese fujimorismo que toma represalias frente a sus críticos, hoy ávido de venganza, tal como se expresó a través de las amenazas de Martha Chávez, escogida para el cargo por Keiko. También significa pelearse con el establishment limeño, el que está -agresiva y hasta inescrupulosamente- a favor del fujimorismo.
También seré criticado por quienes creen que lo ético esta vez es poner a ambas candidaturas equidistantes, y, por tanto, votar viciado, y ver lo que hace cada uno en el próximo período. No asumo esta posición porque considero que los 10 años de dictadura no se pueden comparar con los puntos críticos de Humala; porque significa hacerse responsable del resultado (si gana Keiko, del regreso del fujimorismo) y porque se trata de un sector que ya votó bajo la lógica del mal menor.
Concretamente votó por Alan García, tapándose la nariz, pero sin que importara que tuviera en sus espaldas no solo uno de los peores gobiernos (nos dejó una hiperinflación de concurso), sino graves acusaciones por corrupción, que él las hizo prescribir, y una larguísima línea de violaciones de derechos humanos, con su grupo paramilitar incluido (el comando R.F).
Lo hago basado en las convicciones que siempre he defendido: principios, valores democráticos y derechos humanos en sentido amplio. Mi decisión es absolutamente desinteresada, ya que bajo ningún punto de vista tendría algún tipo de participación en un gobierno humalista, en el hipotético caso de que se me convocara para algo, ya que estaré entre quienes, una vez que triunfe, se dedicará a fiscalizarlo desde el primer minuto.
Más bien, si siguiera una lógica perversa, preferirá que ganasen los fujimoristas ya que así, la institución a la que pertenezco (el IDL), por estar dedicada a impulsar políticas públicas democráticas y respetuosas de los derechos humanos (lo opuesto a lo que hicieron y harían ellos), tendría mucho más trabajo, proyectos y fondos.
Siento, además, que lo que estoy haciendo es coherente con lo que siempre ha significado defender los derechos humanos: correr riesgos, sin miedo a enfrentar al poder (por más oscuro que sea), y a defender causas que pueden no ser las más populares.
Significa también anteponer lo que se cree que es mejor para el país a la conveniencia personal, ya que se asume la defensa de una candidatura que cinco años atrás fue severamente criticada, y de un futuro régimen, que ahora parece que actuará bien, pero que el día de mañana nos puede fallar, teniendo que asumir la responsabilidad del error.
La primera razón por la que votaré por Humala tiene que ver con lo que ya muchos hemos dicho: estoy absolutamente seguro que la vuelta del fujimorismo –y eso es lo que representa la candidatura de la hija de Alberto Fujimori, por más que se intente solapar– es lo peor que le puede ocurrir al Perú.
El mensaje sería: si se trata de defender mis intereses (grandes o pequeños), ninguna o poca importancia tiene que se haya asesinado, robado a manos llenas, haber tenido vínculos con el tráfico de drogas y de armas o haber capturado los medios de comunicación y las instituciones, por poner solo algunos de los hechos que objetivamente se dieron bajo el régimen de esa alianza perversa entre Fujimori y Montesinos, que duró hasta el final, que podría reactivarse, por mutua conveniencia o por imposición de una de las partes a cambio de no soltar información.
Se desconfía de Humala por una serie de cosas que podría hacer, cuando ya Fujimori las hizo todas: quedarse en el poder más allá de lo que la Constitución permite; atentar contra la libertad de expresión y la independencia de las instituciones; gobernar con el apoyo de los militares; aprobar una nueva Constitución hecha a su medida; tener vínculos con Chávez; ser populista, disponiendo de los recursos del Estado (no olvidemos que nos dejó una economía en ruinas).
Me da la impresión (admito que por ahora es solo una especulación) que Humala puede haber cambiado de verdad en los últimos 5 años, en la medida que ha ido pensando en el país ya no como militar sino como civil. A lo mismo puede haber contribuido el que ya no esté tan metido en su familia y que haya logrado convocar a personas de mayor nivel y con una visión democrática y moderna del país. Si tanta gente cambia, para bien o para mal, ¿por qué cerrar toda posibilidad en el caso de Humala?
Una demostración de este cambio, son los importantes compromisos que ha asumido públicamente a favor de la democracia. Y esperamos que en las semanas que quedan dé nuevas garantías, sumamente contundentes, de que estamos ante un nuevo Humala y no frente al de cinco años atrás.
Y si incumpliera con lo que ha prometido de manera tan clara y concreta, se justificaría todo tipo de acciones contra él. Recordemos que la Constitución prevé una serie de mecanismos para anticipar el fin de un mandato presidencial.
Aparte de estos mecanismos, todos sabemos, comenzando por él mismo, que existen poderosos sectores económicos y un gran número de medios de comunicación (casi todos), que así como le vienen haciendo la vida imposible durante la campaña, se le tirarán a la yugular a la primera, y tal vez hasta sin que haya primera.
Asimismo habrá una muy severa fiscalización de los sectores que hemos decidido votar por el Humala de ahora, y no por el anterior, y que en todo momento hemos dicho púbicamente que lejos de ser un cheque en blanco, es un voto condicionado al cumplimento de lo ofrecido.
Estoy de acuerdo en que hay que preservar el crecimiento económico y no volver a la década de los 70, caracterizada por una política de estatizaciones y confiscatoria, peo creo que sí hay que hacer cambios importantes para que haya una mejor distribución de recursos en general, y del actual crecimiento económico.
Y ese es el mensaje central de Humala y no del fujimorismo, que lo más que hará es volver a repartir billetes, víveres, construir colegios por construir y, en el mejor de los casos, hacer algunas carreteras.
Y esto que ofrece Humala no significa estar por principio contra la propiedad privada, la inversión, la explotación de recursos naturales, pero sí debatir, consensuar y adoptar determinados medidas, por los cauces legales, como las que se viene dando en muchos países, y que fueron ofrecidas por todos los candidatos en la primera vuelta, hasta por PPK, a cuyo movimiento por algo le puso “Por el gran cambio”. Más bien, en esto también habrá que exigirle a Humala que cumpla con lo ofrecido.
No querer ningún tipo de cambio en esta línea no solo me parece una falta de sensibilidad social cercana a la inmoralidad, si no falta de lucidez. Una política en esta línea significaría una disminución de los conflictos, muchos de ellos provocados por la adopción de políticas unilaterales que no tomen en cuenta los intereses ni las posiciones de la población que vive en las zonas donde están los recursos. Una mayor paz social sería en beneficio de todos.
Cerca de Humala hay un buen número de personas que conozco, que son capaces, honestas y democráticas. En cambio, miro el entorno de la candidata fujimorista, y pienso que de nuevo estamos en los 90, y pasan por mi mente los vladivideos. De la época pasada solo faltan los que todavía están en San Jorge. Qué elocuente es que la principal cara relativamente nueva sea la de Rafael Rey, el señor cuya pasión son las leyes de amnistía.
¿Qué saco de la comparación entre lo que ha hecho en el Congreso la bancada humalista y la fujimorista? La primera, para comenzar, no ha planteado ningún proyecto con sello chavista o contra derechos y libertades, y más bien siempre ha estado en contra la alianza congresal del fujimorismo con los apristas que, bajo el liderazgo o personajes como Souza o Rafo, blindaron al gobierno central de toda fiscalización, limitándose a sacar leyes con nombre propio o contra los derechos humanos.
No se puede negar que hay hechos en la trayectoria de Humala preocupantes. Pero también no es que no haya respuestas. Sobre lo de Locumba y su relación con la huida de Montesinos no pasa de ser una especulación, que pone en cuestión una amnistía que cuando se dio todo el mundo estaba a favor; sobre lo del andahuaylazo: existe el audio, pero por algo Ollanta no está comprendido en el proceso contra los responsables.
Y en relación a la violaciones de derechos humanos de Madre Mía (punto para mí el más sensible), se puede invocar que -más allá de que el juez San Martín haya sido el que cerrara el caso, pudiendo haber mandado una mayor investigación- del lado del fujimorismo hay un millón de Madres Mías (comenzando por las matanza hechas por el Grupo Colina, creado y protegido por Fujimori- Montesinos).
Además, siguen en curso las investigaciones por violaciones de derechos humanos cometidas durante el conflicto armado, incluidas las que podría haber cometido Humala. Nadie que ha sido un violador de derechos humanos, en estos tiempos está a salvo.
Otro punto a favor de Humala es que ha provocado que mucha gente haya pasado a tener preocupación por los derechos Humanos. Marta Meir, la de EL Comercio fujimorista (algún día tendrá que venir un Miró Quesada “en búsqueda de la credibilidad perdida,”) acaba de escribir un artículo sobre Humala y las violaciones de derechos humanos de Madre Mía. Sí, Marta Meir, la que fue candidata al Congreso por el fujimorismo que, en el 2000, impulsó una reelección inconstitucional y fraudulenta, al final del régimen del grupo Colina. La desafiamos a que nos presente una sola palabra que haya pronunciado antes a favor los derechos humanos.
Si gana el fujimorismo está cantado que se liberará al gran jefe. Su hija ha dicho que no lo indultará, pero lo podría hacer García a cambio de protección. O también puede ser vía el Tribunal Constitucional de manera irregular. Ya hay rumores de lo que se hará es declarar nula la sentencia de segunda instancia, para que Fujimori pase a tener la calidad de procesado y partir de allí todo puede pasar. Sería irregular porque cualquier tipo de nulidad, respondería a algún arreglo bajo la mesa, ya que la sentencia ha sido producto de un proceso que todos han caracterizado de impecable.
Ya estamos además viviendo el fujimorismo de nuevo: yucas y bacalaos (yo soy diferente a mi padre, quien fue “el mejor presidente del Perú”); la mayoría de los medios de comunicación de nuevo alineados, con periodistas geishas; amenazas y venganzas (despido de periodistas); manipulación de las instituciones como sería el caso del TC, si termina haciendo lo que prácticamente viene anunciando Keiko; clientelismo popular (ha sido tal el reparto de cosas por Keiko en la campaña, que podría hablarse de una masiva compra de votos); la política del “yo por ti y tú por mi”, con los grandes empresarios; los operativos sicosociales (Humala te quitará a tus hijos); la alianza con Cipriani.
Hay una última razón por la que votaré por Humala: si gana el fujimorismo, habrá ganado la prepotencia de la plata, del poder mediático; ambos de la mano. Una parte del país votó por Humala y otra por el fujimorismo. Pero a partir de allí se está tratando de imponer un resultado, más allá de la verdadera voluntad de la población, a partir de una millonaria campaña a favor del fujimorismo (sin que se recuerde para nada lo que ocurrió en los 90) y de guerra sucia contra Humala (los ataques van mucho más allá de los cuestionamientos que válidamente se le puede hacer). Los recursos que nos robaron en los 90, y las bolsas de determinados empresarios es lo que lo está permitiendo una campaña a favor del fujimorismo descaradamente racista, despectiva con todos los que no son del sector A y B y que plantea hasta acciones fascitoides.
También muy parecido a lo que sucedió en el 2000, cuando se intentó imponer con métodos similares la reelección de Fujimori, y que provocó que el representante de la OEA se fuera del país, por considerar que el empleo de este tipo de estrategias son, también, una manera de hacer fraude.