¿Vuelve el  pishtaco?
Por Jairo Rivas

Corría la década de los ochenta y un rumor se esparcía por las calles de Ayacucho y rebotaba como extraña noticia en Lima: han vuelto los pishtacos. Estos personajes sanguinarios, habitantes de las leyendas, aparecieron nuevamente en escena traídos por la tragedia de aquellos años sangrientos.

 

Los análisis antropológicos no se hicieron esperar. Nos recordaron que la historia del pishtaco degollador que se roba la grasa humana es producto del trauma de la conquista. En sus orígenes se explicaba que tal acción la realizaba para proveer de una materia prima fundamental a aspectos claves al menos simbólicamente de la maquinaria colonial: el funcionamiento de los navíos o la elaboración de campanas.

Con los siglos esta historia ha mostrado su ductilidad. El personaje es siempre el mismo, pero el destino de su sangrienta operación ha ido cambiando. Así, la grasa ha servido, entre otros cometidos, para movilizar las industrias norteamericanas, pagar la deuda externa (tiempos de Alan García), aceitar armas (tiempos de la violencia), e incluso hacer funcionar las computadoras, como escuché en 1992 en una comunidad cusqueña.

En todas sus variantes el personaje es intrínsecamente malvado y comete sus fechorías contra miembros de una comunidad porque sirve a intereses extraños a ella. Se trata, por tanto, de una historia defensiva, que cierra a una comunidad sobre sí misma y permite darle alguna racionalidad a un ataque externo que se percibe como irracional.


En estas semanas de segunda vuelta circulan por Lima rumores y comentarios ante la posibilidad de un triunfo de Ollanta Humala: “va a nacionalizar las empresas” (se puede cambiar de palabra: universidades, colegios), “nos quitará lo que tenemos ahorrado en nuestra AFP”, “cambiará la Constitución para perpetuarse en el poder”, “cerrará el McDonalds”, “huirán los capitales”, “caerá la inversión”, “tendré que compartir mi casa con otras personas”, y un sinfín de expresiones más a modo de rosario interminable.

Si bien algunas de las afirmaciones tienen asidero en el plan de gobierno presentado por Gana Perú o en declaraciones de algunos de sus miembros, asombra la forma en la que se levantan las críticas, primero a través de los medios y luego como letanía que pasa de boca en boca.

Estas expresiones me han hecho recordar la historia de los pishtacos. Como si se tratara de una comunidad amenazada por una presencia que no se entiende, la población acomodada de Lima y de algunas ciudades del país que no se trata de otros concentra todo el mal en la figura de Humala y difunden su perplejidad ante lo que no pueden comprender. Así demonizado, el candidato es visto como alguien extraño en su propio país, como si no perteneciera a esta realidad. Antes bien, es considerado como el criminal que va a extraerles aquello que les resulta fundamental para vivir: privilegios.


He viajado mucho por el país, especialmente los últimos años. En muchas comunidades del interior he podido apreciar la falacia de un “Perú (que) avanza” y la fragilidad de los discursos grandilocuentes sobre los cambios que se vienen produciendo en el país. No me resulta extraño que una parte del país apoye a Humala, que no lo sientan como un pishtaco extraño y amenazante, sino como alguien que acaso encarne sus aspiraciones tan largamente desatendidas por sucesivos gobiernos.

Tengo mis reservas sobre la candidatura de Humala y los riesgos que conlleva. Pero en este tiempo de volcar la mirada sobre el futuro del país, la peor opción es dejarse llevar por historias que nos llevan a encerrarnos sobre nosotros mismos. Ante la disyuntiva de esta elección que desagrada a muchos, lo coherente me parece definir la propia opción con fundamento y defenderla más allá de las elecciones, en los años que vienen.

El temor al pishtaco paraliza, pero la tensión se acumula y explota en estallidos de violencia. Ni la inmovilidad ni la agresión me parecen opciones para este tiempo, donde la reflexión crítica, la vigilancia, la acción ciudadana son absolutamente fundamentales para consolidar en los próximos años los caminos de la democracia y el desarrollo.